Partida Rol por web

-No, lo cierto es que yo tampoco recuerdo nada así en la familia -reflexionó el sacerdote en voz alta mientras cogía otro plato y lo secaba-. Pobre tío... Por cierto, dijo usted antes que esas fiebres eran normales por aquí... ¿Enfermedades tropicales o algo así? -Dejó el plato secó, tomó otro.- ¿Empezaron hace mucho? ¿Y fue a raíz de algo o...? -Se detuvo de pronto y meneó la cabeza, divertido, y rio brevemente.- Me tiene que disculpar, señorita Marcial... ¡La estoy atosigando a preguntas! Tiene que perdonarme: soy de natural curioso... -Siguió secando el plato, pero al momento se detuvo de nuevo y se giró hacia el ama de llaves.- Para cambiar de tema... ¿Le gustaría dar una vuelta cuando acabemos con esto? Por la finca, digo Tengo ganas de volver a pasear por los lugares de mi infancia... -dijo volviéndose hacia la ventana- ...y parece que ha dejado de llover.

 La propuesta tomó a Graciela por sorpresa. Tenía por costumbre relajarse durante las siestas tomando unos mates o durmiendo unas pocas horas, incluso doblando ropa limpia y acomodándola algunas veces. La invitación hizo que se ruborice.

- Sí...sí, me gustaría...Sólo déjeme terminar de acomodar esto y...y... -Sus manos se movieron temblorosas por la cocina mientras acomodaba en alacenas y otros muebles la vajilla limpia y seca. A cada pieza que guardaba estrujaba su delantal con sus manos como si éstas todavía estuviesen húmedas.

Gonzalo se hizo a un lado ante la nerviosa actividad de Graciela. ¿Qué habré dicho ahora? ¿Será que...? Se hizo la luz en su cabeza. ¡Oh, no! No... No, qué va, no puede ser... Era absurdo pensar que la señorita Gracial pudiera estar pensando que él quería otra cosa que dar un paseo acompañado. Una risa sorda se le escapó de camino al salón.

-Supongo que con la que ha caído necesitaremos botas de lluvia... -dijo mientras se volvía a poner la chaqueta- ...y unos chusbasqueros, por si acaso. ¿Hay de eso en la casa?

Se acercó hasta la puerta de la cocina. No se veía a Graciela muy entusiasmada con la idea.

-¿Pero seguro que quiere venir? -preguntó el sacerdote-. Mire que no está obligada, ¿eh? Quizás usted pensaba hacer otras cosas... no sé... Puedo ir sólo, no se preocupe.

 Ni bien terminan de secar la vajilla y guardarla en su sitio salen a caminar. Toman unos impermeables que estaban guardados en un bargueño. 

 La fresca brisa corre entre los árboles de los alrededores creando una suerte de silbido agradable al oído. Mientras caminan por un camino de tierra embarrada notan que algunas aves ya están volando de un árbol a otro o buscando comida en el suelo.

- Eso significa que no lloverá hasta dentro de un buen rato - Te comenta Graciela.

 La caminata se realiza en círculos alrededor de la mansión. Ahora que no llueve se te hace muy fácil distinguir tus alrededores con claridad. Hasta puedes distinguir alguna luz proveniente del pueblo cercano siendo de día aún.

La pareja estaba charlando sobre temas triviales y contemplando el paisaje cuando, sin mediar palabra, el padre Gonzalo se sumió en un pensativo silencio: su atención había sido atraída por la vista de los edificios de la finca. Desde donde estaba podía ver perfectamente la fachada trasera de la casa, así como las dos construcciones anexas que no había visitado personalmente. Los hechos de esa mañana volvieron a su memoria, y pudo reconocer fácilmente la puerta trasera por la que se había asomado. Entonces, aún en silencio, comenzó a vagar entre los árboles, dando vueltas alrededor de cada uno, como buscando algo en su corteza.

-Juraría que lo vi por aquí...

 Mientras das vueltas buscando huellas en el suelo notas que sólo las tuyas y las de tu acompañante recorren el suelo. Sin embargo, al mirar en la corteza de los árboles descubres unos cortes algo profundos que no llegan a cortar del todo el tronco.

Gonzalo no tardó en encontrar los cortes que andaba buscando, pero entonces se dio cuenta de una cosa: en la tierra encharcada en torno a los árboles... ¡No había más pisadas que las suyas propias y las de Graciela! ¡Imposible! Mi vista pudo haberme engañado, pero estos cortes frescos demuestran que no fue así..., se dijo Gonzalo.

-Señorita Marcial, mire esto... -dijo el sacerdote, de cuclillas frente al árbol marcado, sin girarse hacia su acompañante-. ¿Me equivoco o son cortes recientes? -¿Me estaré volviendo loco? Tenía que aclarar la duda.- Por cierto... Oyó usted también unos hachazos por la mañana, ¿verdad?

 Graciela se agacha un instante a examinar los cortes. Su mirada cambia de curiosa a intrigada en sólo un instante.

- Esto parece ser reciente, sí. Mire el color de la corteza y del interior del árbol - La mujer roza con un dedo el área indicada - Este color verde adentro y el rojizo de la corteza aparecen sólamente cuando acaba de clavarse un hacha o algo perforó el tronco. La lluvia seguro ayudó a que se conserve la humedad. ¿Ruidos, dice? Yo no escuché nada...

Bueno, pensó, yo apenas los escuché, y eso que no estaba haciendo mucho ruido en la sala en comparación con el cacharreo de la cocina... Dudó. ¡Pero lo vi! Y como si no lo hubiera visto: sea como fuera, estaban esos cortes en el árbol para confirmarlo. Aquello empezaba a superar los límites de su comprensión. Un anciano que muere entre delirios paranoicos y que muere curiosamente UN MES después de preparar su testamento, unos ojos horribles en la noche, un misterioso hachero en la lluvia cuyos pies no dejan huella pero sí su hacha sí... ¿Qué estaba pasando? Porque estaba pasando algo.

Gonzalo se levantó y miró en todas direcciones, buscando alguna figura entre los árboles o los edificios de la casa.

-Señorita Marcial, volvamos a la casa. Necesito una tila... -Se giró hacia Graciela.- ¿Tiene tila? Creo que la pesadilla de esta noche me ha alterado.

- ¿Tila? Ah, un té de tilo. ¡Sí, claro! Volvamos a la cocina y preparo uno.

 La tarde pasa pronto sin ningún suceso extraño. La conversación con Graciela se vuelve más fluída con el pasar del tiempo. Pronto notas que es muy amistosa, simpática. Te cuenta la historia de su familia: vinieron de Italia como inmigrantes hace años para aprovechar el desarrollo industrial del país y trabajar el campo. Todavía quedan algunos parientes con los que se escriben cartas, dice ella. Luego de unas horas, también el abogado se une a la charla.

 El clima favorece el buen ambiente hasta la noche. En las últimas horas del día el sol se asoma por detrás de las nubes. Sus rayos no logran calentar nada pero su luz da un efecto impresionante al atardecer. La noche llega pronto y con ella la cena y la hora de dormir...

El párroco, el abogado y el ama de llaves siguieron charlando durante un rato después de cenar. La velada fue tan animada que el tiempo se les pasó volando. Ya era bastante tarde cuando la conversación trajo a colación los cuentos e historias recopilados por el tío Gustavo.

-Hablando de todo eso -interrumpió mientras miraba distraidamente y revolvía su tila-... ¿Conoce alguno esa historia sobre un leñador con la que mi tío estaba trabajando? Es un cuento local, una leyenda... Bueno: anoche apenas pude empezar a leerla antes de dormirme, pero después de lo de hoy... -Sus compañeros sabían que se refería a los ruidos de la mañana y a las marcas en los árboles que encontraron de tarde.- ...no puedo quitármelo de la cabeza.

 Ambos te miran, curiosos por tu pregunta. El abogado se limpia los labios con una servilleta y luego te mira con unos ojos que no te observan sino que se pierden en el aire como si de esa manera el hombre estuviese viviendo el relato

- Sí, señor, ese cuento es muy famoso por aquí. Lo que usted escuchó es "el hachero". Es el espíritu de un pobre peón que tuvo un triste final por estos pagos a causa de la envidia de un compañero. Su alma todavía no acepta que tiene que dejar de trabajar la tierra y por eso sigue rondando por aquí. Hay que tenerle cuidado, dicen las viejas. Si se enoja podría cortarle la cabeza.

 Las últimas palabras de Palieri te suenan a broma. Él, al darse cuenta de que entendiste el chiste, sonríe, simpático.

 El ama de llaves continúa la explicación del relato

- Sería más o menos como el cuento del jinete sin cabeza. No lo recuerdo completo pero si quiere puedo contarle lo que sepa en la mañana. Ahora no: no es bueno tentar a las maulas por las noches.

Gonzalo escuchó con atención a sus dos interlocutores, intentando inconscientemente retener cada pizca de información que le daban. El buen humor del abogado fue como un soplo de aire fresco que contribuyó a aliviar la mala sensación que los hechos del día habían dejado en el ánimo del sacerdote. Sin embargo, el temor supersticioso de Graciela actuó de nuevo en la otra dirección. Como hombre de su tiempo y recto ministro de la Iglesia, Gonzalo no creía en los espíritus (a los que en la Argentina se llamaba "maulas", por lo que pudo deducir), pero no era tan estúpido como para ignorar lo que sus propios sentidos le habían comunicado. Fuera como fuera, no quería presionar a la simpática ama de llaves.

-Sí, tiene razón, Graciela -dijo el joven párroco frotándose los ojos. Levantó la vista y miró a la mujer con una sonrisa adormilada-. Las cosas tétricas es mejor tratarlas durante el día, aunque sean cuentos... Mañana tendremos tiempo. Además -añadió-: no pienso irme  sin saber qué hay en esas dos habitaciones cerradas... ¡Aunque tenga que tirar la puerta abajo!

¡Y dio una palmada decidida en la mesa!

-Dios no lo quiera, claro -se apresuró a decir al ver la expresión de Graciela.

Gonzalo observó atentamente al abogado y al ama de llaves, pero no adivinó en sus rostros ni en sus movimientos verdades a medias, dobleces o emociones ocultas. El sacerdote se consideraba un juez de la personalidad moderadamente bueno, así que se dio por satisfecho. Habiendo declarado su intención de inspeccionar las habitaciones cerradas a la mañana siguiente y de escuchar todo lo referente a la historia del hachero, Gonzalo ya estaba listo para retirarse a su dormitorio.

 Los demas tambien se retiran a sus habitaciones y la noche se cubre de esa capa silenciosa tan propia del campo. Pronto, los sonidos del viento y los insectos nocturnos comienzan a sonar cercanos en las afueras. No te sorprende que la lluvia cubra nuevamente en cuestion de horas la casa pues las nubes no se habian retirado del todo durante el dia.

 Esa noche vuelves a tener el mismo sueño, esta vez más vívido. Un par de ojos amarillentos se acercan a ti, que miras desde tu cama, incapaz de hacer cualquier gesto o emitir algún sonido. De la oscuridad nacen un par de manos huesudas que se clavan en tu brazo izquierdo. La sensación es extraña pero para tu sorpresa no te causa dolor y eso te lo confirma: aquello es un sueño (uno demasiado lúcido, por cierto). Desde lejos llegas a escuchar los hachazos de la siesta. Luego de un rato, éstos se detienen. Entonces las manos te sueltan y se pierden en la oscuridad inerte seguidas por las huesudas manos en forma de garras. El sueño termina.

 Despiertas cubierto de sudor. La mayoría de las sábanas están húmedas pero no te sientes con fiebre. Al intentar levantarte tus músculos se acalambran y caes en el catre con extremo cansancio. No puedes hacer nada más que quedarte allí y escuchar el ruido de cacharros chocando en la cocina.

Gonzalo se levantó confuso y acongojado e inmediatamente se puso a buscar por la habitación, debajo de los muebles, tras las cortinas, en todas partes, algo, lo que fuera*. ¿Qué ha pasado esta vez? ¿Ha sido otro sueño? Su cuerpo le decía que sí, que sólo había sido un sueño, aunque le produjera calambres y cansancio. Pero fue tan vívido... ¿Por qué estoy teniendo esos sueños? ¿Era la influencia de la casa? ¿De las historias sobre la muerte de mi tío, de las historias sobre sus últimos delirios, de sus cuentos? ¿Pero y los hachazos? ¿Y la silueta? ¿Y aquel rastro? No, algo raro hay aquí. Sin embargo, Gonzalo no sabía qué hacer. ¿Qué buscar? ¿Dónde...? Se acordó de las habitaciones cerradas. No se iría de la casa sin ver qué había en ellas. Tenía una corazonada.