Partida Rol por web

En su posición, agazapado y al acecho, Baldbrand se dio cuenta de que maese Ainar se había quedado quieto en medio de la celda como un pasmarote. Estaba claro que los enanos poco cazaban en la espesura y sólo se dedicaban a la extracción y moldeado de mineral... tarea que no requería demasiado silencio.

Gruñó y le hizo una serie de señas, indicándole que se pusiera al lado contrario al suyo y con la misma disposición. Sólo esperaba que, al flanquear a su posible presa, esta no viera llegar a los dos atacantes al mismo tiempo...

Qildor no se dejó amedrentar por el orco. Es más, estaba deseando que entrase, que intentase detenerle y así poder desquitar su rabia contra aquel siervo de la Sombra.

Detectó algo de movimiento a su espalda, interpretando que el plan seguía su curso. Él debía seguir con su parte.

Mira cómo reluce
No hay otro igual
Miel, sal y pan dulce

Mira cómo estallan
Jarras de cerveza
Brindan todos con ganas

Oro, plata, porcelana, cristal, cardamomo
Y sobre la mesa leche de cabra
Tal vez algún adorno

Y no sé si sabrás
Te recordaré
Que el trigo ya está maduro

Hay que recoger sin apuro
Y tras el invierno
Toca sembrar de nuevo

¡Mira qué hinchada
Tiene la panza!
De pan con mermelada

¡Mira qué alegría!
La mesa huele a dulce
Aunque quede ya vacía

Observó la torpeza de Ainar, y lo que en otro momento le habría arrancado sonrisas, alguna broma y ayudar a su pequeño amigo, aquella vez no fue así. Solo le dirigió una mirada fiera desde las sombras, como si censurara al enano por su torpeza.

- Maldita raza de piernecitas cortas y dedos rechonchos. Entre eso y sus barbas son como una mala broma de Aulë.- Pensó para sus adentros, pero pronto se censuró por tan negros pensamientos. Ainar era un tipo noble y de fiar. 

La culpa de todo aquello era de los orcos y de aquel nefasto lugar, así que se concentró en eso. Se acuclilló, desde su posición de ovillo. Parecía que estaba dormido, pero enrealidad estaba tenso como un muelle a punto de saltar. Su primer movimiento debía robar uno de los cuchillos  que llevaban al cinto aquellos guardias orcos. Robarlo para apuñalarlos con su propia arma.

Por mucho que gritaran nadie acudiría. El sonido de la maquinaria gruñendo apagaría los gritos, y los orcos gritaban mucho sin necesidad de ser algo importante.

—Si no te callas tú, te hace callar —bramó el enfadado orco sacando el manojo de llaves en busca de la que encajaba en la cerradura de la celda hasta que encontró la que le correspondía y, haciéndola girar, entró decidido en la celda para darle una lección a aquel elfo que no paraba de llenar el viciado aire del lugar con canciones de esperanza. 

El orco entró decidido, con la lanza en ristre apuntando a la carne pálida del noldo, deseando hundir su hoja en él hasta sajarle las tripas. Pero lo hacía siendo inconsciente del peligro que acechaba en las sombras a solo unos pasos de él, donde tres figuras se preparaban para saltar encima suya en cualquier momento. Los otros guardias habían quedado atrás, fuera de la celda, riéndose de su compañero y de la situación que se había creado repentinamente, y alentando a su camarada a que hiriera de muerte al elfo. 

El joven beórnida esperó su oportunidad y finalmente llegó. 

El asqueroso orco entró en la celda con aviesas intenciones, pero seguramente estaba tan centrado en el noldor, que no esperó la embestida de Baldbrand intentando coger su lanza...

...y así como un beórnida emergió de las sombras embistiendo al orco, el enano también se dirigió a desarmar y abatir al orco. Tenían una sola oportunidad, porque los demás orcos ya vendrían a por ellos...

De todas formas, se sentían las inclemencias de los días más recientes.

Vanwa se mantenía agazapado, a la espera de que sus fuertes y marciales compañeros pudieran arrebatarle el arma para poder cerrar él la puerta y dar algo de tiempo al grupo mientras rebuscaban entre sus llaves, como había visto que le pasaba a su carcelero, pero no. Los barbudos habían fracasado. Tanto músculo para nada.

Aún y así lo primero que hizo fue cerrar la puerta. Necesitaban tiempo. Se levantó de un salto y cerró la puerta con un manotazo, dando un salto atrás para que fuera más difícil para el resto de orcos de fuera poder entrar a unirse a la pelea.

Cuando vio tanto movimiento algo dentro de él despertó. Las últimas horas había estado apagado, desfallecido de esperanza y fuerzas. Ahora veía que el resto mantenían la lucha por su vida, la llama del valor. 

El golpe de la puerta al cerrarse fue lo que le sacó definitivamente del sopor que el encarcelamiento le había provocado y se agazapó junto a la puerta, sabía que de un momento a otro volvería a abrirse y necesitaba dar tiempo a sus compañeros para acabar con el orco y coger sus armas.

Baldbrand y Ainar se lanzaron sobre el orco, que ajeno a lo que ocurría en las sombras en las que se ocultaban ambos prisioneros de dirigía directo hacia Qildor sin prestar atención a sus flancos. El beórnida trató de agarrar la lanza del orco y quitársela pero falló, del mismo modo, el enano creyó que el mástil del arma estaba a su alcance pero no fue así, el orco se revolvió rápido y veloz y logró librarse de ambos. Entre tanto, Vanwa se colocaba a la espalda del orco y cerraba la puerta de la celda con la intención de ganar algo de tiempo si los otros orcos se decidían a entrar. 

El orco, sobresaltado, logró esquivar a los dos atacantes que surgían de las sombras y se encaró con ellos alzando la lanza. Dirigió la afilada punta de la misma contra Baldbrand, pero por fortuna falló el ataque. Podrían decirse muchas cosas sobre el descuido con el que los orcos conservaban todo en general, pero había que reconocerles que aquellas armas suyas las mantenían bien afiladas. 

Los otros orcos corrieron a la puerta, pero para sorpresa de Vanwa no trataron de entrar, sino que se apresuraron a pasar la llave de la cerradura entre risas maliciosas. Esperaban que su compañero armado pero solo diera un buen espectáculo contra aquel desarmado grupo. Se rieron cruelmente, sin mostrar compasión o compañerismo alguno, ni siquiera entre ellos. 

Miriel se había unido a la oda de Quildor haciendo unas palmas que fueran con el ritmo de la oda, como si estuvieran en una fiesta. Aquello sería el remate para los orcos, sin duda. Además, esperaba que el ruido de sus palmas ayudara a tapar el ruido que hacía Ainar al moverse. Recordando otra incursión, no podía esperar el momento en que alguien le tirase una manta vieja para hacerlo parecer una piedra más de la celda.

Tardó un poco en reaccionar a la entrada del orco para no tropezarse con Ainar y Baldbrand que intentaban hacerse con la lanza. Esperó su oportunidad para intentarlo, pero a pesar de que había ejecutado unos movimientos fluidos y ágiles, el orco había sido mucho más rápido que ella para esquivarla.

Habían perdido la iniciativa de forma ignominiosa, lo cual enfureció más aún a Baldbrand.

Miró de reojo a la entrada y vio que los otros orcos se querían divertir a su costa. Eso aún le embraveció más... intentó concentrar toda aquella furia en la punta de su rodilla, acercándose todo lo posible al orco, de forma que no tuviera la ventaja del uso de su lanza. 

Desgraciadamente, la furia nubló su eficacia y su rodilla fue a acertar a una parte protegida del dichoso ser...

Una vez colocado en la espalda del orco, valiéndose de sus dedos largos y debido a que el orco estaba concentrado intentando ensartar a Baldbrand, le robó la daga con un ágil movimiento. No es que fuera tampoco un experto en el uso de la daga, pero era más peligrosa una daga que un puñetazo.

Miró de refilón a los asquerosos de fuera, que parecían encantados con aquella situación. En cualquier caso, no quería encontrarse con que una de aquellas viles criaturas intenataba pincharles introduciendo su lanza entre los barrotes.

- Siguiente paso, apuñalar a este odioso orco.- Pensó, acordándose de sus bromas con orines y escupitajos.

En las sombrías profundidades de la prisión de Dol Guldur, donde el aliento opresivo del mal se entrelazaba con las murallas de piedra húmeda y podían escuchar a través del aire cargado el eco lejano de lamentos de otros prisioneros, el grupo de valientes aventureros resistían a la implacable oscuridad y al látigo opresor de los retorcidos guardianes que les mantenían prisioneros. Aquellas circunstancias hubieran servido para apagar la llama del corazón más bravo, pero la luz de la esperanza todavía no se había desvanecido por completo en los corazones de los aventureros. Con ingenio y astucia habían logrado tender una trampa a, al menos, uno de los orcos. 

Como una sombra en la noche, Vanwa se deslizó entre los barrotes de la celda y la espalda del confiado orco con pasos más silenciosos que el susurro del viento entre los árboles para robar el cuchillo dentado que el orco cargaba al cinto. Las sombras parecían danzar alrededor de Vanwa mientras avanzaba con pasos calculados y sigilosos. Su figura se fundía con la penumbra, sus ojos brillantes como las estrellas más brillantes del firmamento, reflejando la resolución y el valor que ardían en su interior. Con manos hábiles y rápidas desató el cuchillo dentado que colgaba del cinto del orco y se lo apropió para si. 

Mientras Vanwa completaba su perspicaz hurto, los golpes de la refriega resonaron en el interior de la celda y las carcajadas crueles de los otros orcos en el exterior. Miriel saltó para sumarse al combate y ayudar a sus compañeros a desarmar al orco, pero falló igualmente. Baldbrand trató de hundir su rodilla en las costillas de la infecta criatura pero era escurridiza como pocas. Retorciéndose logró esquivar el golpe y agarró la lanza con ambas manos para afianzarla mejor y tener un mejor manejo. Con un rápido movimiento descargó la punta de la misma contra Baldbrand, en un peligroso movimiento que hirió al beórnida y le hizo caer inconsciente al suelo por el cansancio y el dolor acumulados. 

—¡Atrás! —bramó el orco, que sabía que no podía ganar aquella batalla por muchos que se llevara consigo a la tumba—. Si no queréis ser los siguientes dad un paso atrás.

El elfo se estaba convirtiendo en otra persona en aquel terrible lugar. Empuñaba un feo y peligroso cuchillo orco y solo pensaba en hundirlo en aquel desgraciado. Quería hacerle daño. Quería matarlo.

Ver caer al beórnida no lo puso en emjor disposición. Mas bien al contrario. ¿Qué podían hacer? Obedecer a aquel animal? Iba a ser acaso mejor el trato? Podía permitir que el sacrificio de Baldbrand fuera en vano?

Blandió aquella cuchilla basta pero letal y la hundió en las carnes del guarda. Notó como mordía la carne de aquella bestia inmunda.

- Tú serás el siguiente, engendro.- Susurró, lúgubre, en respuesta a la propuesta del orco y esperando, así, despejar posibles dudas en si debían parar o no.

     Al ver caer a Balbrand, Welf comprendió que no tenía mucho sentido seguir a la espera por si se abriera la puerta y buscó la forma de arrojarse contra el orco para ayudar a Vanwa a acabar con él. Olvidó toda precaución y se lanzó de cabeza contra su rival buscando la forma de atenazar sus brazos.

El instinto protector de Miriel le había impelido a plantarse entre el orco y Baldbrand para detener aquel espectáculo tan lamentable que estaban dando; tendrían que volver a probar suerte otro día cuando el beornida se hubiera recuperado. Sin embargo, ese mismo instinto le llevó a cambiar de idea rápidamente al ver como Vanwa se lanzaba como un poseso contra el orco con un cuchillo que no sabía de donde había salido y, sobre todo, al ver como Welf se abalanzaba sobre el orco.

Sin pensarlo más dio un salto justo cuando Vanwa clavaba el cuchillo en las costillas del orco, quien elevó la lanza en acto reflejo que Miriel aprovecho para arrebatársela rodando por el suelo.

Ahora el orco estaba desarmado, lo que era una mejora, pero ella no había entrenado en el uso de aquel arma, pero si conocía bien el uso del cuchillo.

- ¡Vanwa! ¡Cambiemos nuestras armas! – animó al elfo descarriado confiando en que le quedara un poco de sensatez entre tanta rabia para atender a estrategias.

Vanwa hundió el cuchillo en la espalda del orco que dio un respingo y soltó un alarido mezcla de sorpresa y dolor. El momento fue aprovechado por Miriel que saltó sobre el orco para arrebatarle por fin la lanza. Y en medio de toda aquella confusión, Welf aprovechó el momento para propinarle un puñetazo directamente en la mandíbula que sin duda debió dolerle. 

El orco, ya desarmado, se dirigió inmediatamente hacia la pared para controlarlos a todos, y también al elfo que le había acuchillado. Sin embargo, al llevarse la mano al cinto descubrió con horror que había sido acuchillado con su propio cuchillo. Miró a la desesperada a sus crueles compañeros que todavía se reían y no pensaban intervenir. Se arrepintió enseguida de haberle hecho trampas en las cartas a quienes creía más cercanos y de haber estado sisando comida a los demás. 

—Eh, alto, alto. ¿Queréis salir de aquí, verdad? Si me dejáis con vida puedo ayudaros. Os llevaré por los caminos ocultos que ni el Nigromante conoce. 

Viendo la situación controlada y las armas en las manos de Miriel y Vanwa se acercó a  Balbrand para comprobar su estado e intentar paliar las heridas más graves si podía. Le caían gotas de sudor y sentía torpes las manos mientras recorría el cuerpo del beórnida intentando localizar las heridas para que dejara de sangrar.

Meneó la cabeza para despejarse y tras respirar con fuerza y apretar una mano con la otra volvió a su tarea logrando encontrar lo que buscaba y respirando con alivio al ver que no había nada realmente grave.

- ¿Sí? – preguntó Miriel con una media sonrisa sarcástica sujetando la lanza amenazadoramente - ¿Y qué piensas hacer con esos amigos tuyos de ahí afuera que nos esperan? ¿Nos van a dejar pasar sin más sólo porque se lo pidas tú? – preguntó burlonamente. Sabía que lo que les proponía aquel orco era su mejor opción para escapar de aquel lugar, pero los orcos de fuera eran una amenaza muy inmediata como para pensar en preocuparse por ellos luego.

Además, por otro lado, no sabía si eso de salir de la Torre del Nigromante les ayudaría a derrotar al espíritu que los había atrapado. ¿Salir de allí sería una manera de derrotarlo? No lo tenía nada claro.   

El orco miró con desesperación en los ojos a Miriel y después a sus compañeros expectantes a ver el final del espectáculo, y forzándose a sonreír contestó a la elfa. 

—Ah, ellos no serán problema. No, claro que no. Pero si os preocupan, puedo salir yo solo ahora y más tarde, cuando toda esa chusma duerma, abriros las puertas. 

Entretanto, Welf se encarga de atender a Baldbrand, pero sus heridas no revestían mayor gravedad. El beórnida solo estaba exhausto. Únicamente necesitaba descansar para recuperarse.