Partida Rol por web

Prestos pues, decidísteis seguir las huellas que salían de aquel ruinoso edificio. Las pisadas en la nieve aún perduraban, aunque con cualesquier nueva brisa o ventisca taparíanse de nuevo al momento. Saliendo al raso, os dísteis cuentas que las pisadas seguían por la falda de la montaña... En realidad íbais en la misma dirección que la noche anterior (antes de encontrar la cueva-refugio), solo que lo hacíais paralelamente y a muchas varas de altitud a pleno monte. Tras unos diez minutos de seguimiento, vísteis en la falda una pequeña cabaña. Llegásteis a ella, y allí se perdía la huella. Estaba ubicada en una especie de claro. En el porche improvisado (todo nevado, al igua que su tejado) habían gran cantidad de tocones, leña apilada, una carreta de mano y varias hachas clavadas en los tocones. Veíais, a través de la ventana, una figura en el interior de la casa.

Caminando por la nieve queriendo saber que había pasado con la persona de anoche que se perdió entre la ventisca, caminamos un rato siguiendo sus huellas, cuando terminan en una casa, ahora no veía tan buena idea lo de seguir sus huellas pues parecía una casa de lo más normal y habitada. Seguramente el señor debió ir por leña o a por cualquier cosa que menester. Pese a que ya no me parecía tn buena idea seguir los pasos, ya que habíamos caminado para ello lo mejor sería tocar a ver que tal pero tampoco estaba seguro de que sería buena idea. Así que decidió preguntarle a sus compañeros para así salir de dudas.
-¿Que hacemos? ¿Preguntamos? Lo mismo necesita ayuda

Roldán se sorprendió al ver la caseta.

¡Señor Mío! Parece que quisimos ayudar a un hombre que no necesitaba nuestra ayuda. Bueno, tal vez podamos pedirle indicaciones y resguardarnos de "verdad" del frío. ¿O alguno de vosotros tiene prisa?

Antes incluso de escuchar a sus compañeros miró hacia el cielo, intentando adivinar si el tiempo iba a ir a peor o no.

Las pisadas les condujeron a todos frente a una casa medio sepultada por la nieve, copiosa y sempipresente en esas fechas por aquestes zonas de la montaña aragonesa.

Sus compañeros parecieron perder fuelle al ver que las pisadas no conducían hasta un viajero necesitado de auxilio, si no al contrario terminaban frente a un mucho mejor refugio que el que ellos mismos habían compartido durante la arisca y hostil noche anterior. No obstante, al igual que Andrés había sido el único que no se había tomado con mucho interés el seguimiento de las huellas, ahora volvía a ser el punto desentonante en los ánimos del grupo al incrementarse su curiosidad por (para él) tan curioso devenir de los hechos. Sus pensamientos fueron expresados en voz alta:

-Es extraño, muy extraño -compartió su impresión con sus compañeros-. Aquí hay algo que no comprendo... estamos ante un refugio seguro y bien abastecido. ¿Para qué, entonces, sea quien sea quien se halla aquí, salió ayer en plena noche, y con el tiempo que hacía, en busca de nada por las ruinas del monasterio? Sin duda no debía estar buscando un refugio, teniendo éste...

El embaucador sintió que algo no encajaba, o bien que se le estaba escapando algo, y no atinaba qué podía ser. Finalmente, se encogió de hombros y comentó:

-De nada servirá que le dé más vueltas, lo más sencillo es preguntar. Y quizá incluso se nos ofrece un poco de comida caliente, que mi cuerpo como una bendición recibiría.

Y llamó con sus nudillos a la puerta.

No supo Roldán muy bien qué tiempo podría depararles mirando hacia el cielo del Valle del Mena, empero que en estando en estos augurios, Andrés, bajo las preguntas que su cabeza le enviaba, llamó a la puerta. A los pocos segundos abrió la puerta un hombre jóven, un muchacho en torno a los veinte años.

El tipo se asustó un poco al ver a cuatro hombres delante de su puerta.

¿Ssssí...? -preguntó-, ¿quiénes sois? -abriendo sólo un resquicio de puerta-.

-No temais, venimos con Dios en nuestros corazones -respondió Andrés, empleando una de las muchas contestaciones que solían darse en esos casos-. Somos viajeros, y nos trae aquí sólo el interés de ver que estéis bien.

Andrés trató de ganarse la confianza del hombre y de ahuyentar sus temores con su labia, al tiempo que intentaba empatizar un poco con él y darse cuenta de si la empatía respondía sólo a su presencia o si había algun otro motivo que la provocase.

-Nos pareció ver ayer a alguien atravesando la fría noche y hoy nos encontramos con el viejo cenobio que hay más arriba, y en él huellas que nos han traído hasta este refugio. Francamente, antes de ver la cabaña pensábamos que íbamos a toparnos con un viajero medio muerto de frío.

Roldán no quería meter baza, cuando Andrés ya había tomado la iniciativa, así que simplemente observó al hombre sin mucho interés. Una persona que vivía allí tampoco podía ser muy interesante, aunque tampoco tenía mucha pinta de leñador.
 

Espere a que terminara Andres para presentarme.
-Hola señor, mi nombre es Gonzalo y como bien dice mi compañero veníamos con la idea de que tendríamos que auxiliar a alguien. Me alegra que así no sea. Si no es mucha indiscrepción ¿Que hacía caminando en plena ventisca?

Pues mi nombre es Calixto -dijo aún con la puerta entrecerrada, pues no se fiaba mucho de vosotros*-, et que no vos tengo que dar mucha más explicación, pues no vos conozco de nada -vísteis entonces, sin mucha dificultad, cómo de su cuello tenía colgado un medallón, el cual tenía forma de rosetón con corazones en su interior (lo cual os recordaba a las formas del edificio en ruinas)-. Et que si queréis leña sí: tengo mucha,pues me dedico a eso.

-Sabemos que no tiene que darnos explicaciones, no hay más que hablar, si usted esta bien y es el que anduvo anoche por la ventisca no necesitamos saber de más.
Ya con intención de marcharme me fijé y ví un colgante exactamente igual que las pintadas de los muros de las ruinas, me entró la curiosidad, pero sabía que no me iba a decir nada, de buenas a primeras.
-Pues si, ahora que usted lo dice, algo de leña si necesitamos, ¿Será buena no? Mire usted, no vaya a darnos corcho de ese

Andrés no fue capaz de apreciar en el desconocido ningún signo de que fuese algo más de lo que dijo ser, y estaba ya por despedirse, viendo su reacia actitud hacia el grupo (comprensible), cuando Gonzalo le pidió leña.

El embaucador no comprendió porqué le hacía una petición como aquella cuando era mucho más cómodo buscar leña al final de la jornada que tener que trajinarla durante todo el camino, hasta que reparó en el medallón y le recordó a los rosetones del monasterio. Fue entonces cuando a Andrés se le ocurrió que Gonzalo quizá trataba de ganar tiempo.

-Sí, no nos iría mal un poco de leña, supongo -añadió, algo torpemente, ya que había tardado más de la cuenta en darse cuenta de lo que pretendía su compañero.

Roldán vió el medallón, pero la curiosidad no era tan importante como el frío que estaban pasando. Pero Gonzalo insitió en investigar al hombre al parecer. Puso los ojos en blanco y no dijo nada mientras se fregaba los brazos y se ponía las manos en las axilas.

Algo apartado no presto demasiada atencion a los demas. Mii mirada se centra en los alrededores, esta cabaña tan aislada, me encanta, algun dia me gustaria vivir asi, lejos de todo y todos.

Admiro los alrededores, el aire frio con el olor a madera cortada. Escucho decir al mozo que dedica vender leña, eso are cuando me canse de viajar. Pero miro alrededor.

A quien le vendera la leña

Entonces observo mas detenidamente al mozo veo un colgante extraño, igualito al del monasterio.

Un Monje cortando leña solo...

Mis compañeros de viaje quieren comprarle leña, menuda tonteria. No pienso cargar con ella.

Si, andabaaaa... -dijo titubeando-, andaba yo por allí -el muchacho, mientras cogía un hacha de detrás de su puerta, reconocía ser el señalado-. Vamos ahí fuera.

Ya con su hacha en mano, el muchacho salío de la vivienda, y sobre varios tocones os pidió que le ayudáseis a poner troncos y leña variada en dichos tocones (sobre todo las piezas grandes). Una vez que lo hizo, levantó su hacha y... ¡¡ZASS!!, con tremendos crujidos comenzó a partir trozos de madera. El tipo parecía esmirriado, pero sólo lo parecía: notásteis que tenía severa fuerza.

Me dedico a ésto ¿saben?... y andaba buscando leña cerca de aquel cenobio abandonado... -denotásteis, claramente, que el chico mentía. Era fuerte, pero eso de convencer parecía no dársele bien-. Bueno..., en verdad no... Suelo bajar a Arceo a vender mi leña, es decir, la seco en mi chimenea y o en una hoguera y luego la bajo en carreta. Así me gano la vida, pero ya estoy harto... quiero irme de este lugar, de esta casa... por eso fui a ese sitio anoche... ¿Ustedes... también lo buscan? -el tipo dejó de cortar y se apoyó en el hacha, que tenía ahora el filo en el suelo-.

Vaya con el esmirriado, las apariencias a veces engañan

El mozo sale fon el hahca en la mano, por un momento no entiendo que pretende. Despues veo que se pone a cortar leña, ¿tendremos que llevarnosla?. Ya bastante dificil es ir por los montes, para tener que ir cargados sin razon. La sospecha se confirma, empieza a hablar y tras empezar diciendo que se dedica a vender leńa se desdice y ahora parece que busca algo. ¿no estara buscando un tesoro? Eso si que estaria bien, un buen botin con el que parar una temporada y disfrutar de la buena vida. Me gusta viajar campo a traves, nunca sabes que te vas a encontrar, es emocionante. Pero tambien hay que llenar el estomago, y oportunidades como esta, de encontrar un tesoro, no suceden cada dia.

Lo cierto es que desde que me baje volvi, no he tenido muchas emociones y el solo hecho de que pueda haber algo interesante por aqui, me calienta la sangre.

-No se que estas buscando, asi que no se si es lo mismo que buscamos nosotros. ¿que estas buscando compadre?

Miguel se queda pensativo mientras escucha la versión nada creíble del chico y se empieza a preguntar ¿que es lo que estaría ocultando?
Dejé que contestara la pregunta de Keosk y despuék le pregunte...
-¡Disculpa! Dice que baja la leña al pueblo y...¿la carretilla? ¿además de la leña también les vende la carretilla?

Las palabras del joven hombre eran una bacalá infame, resultaba harto evidente. Pero decidí guardar silencio al respecto: conocía bien el arte de la mentira y no siempre era bueno demostrar haber pillado una.

Claro que alguno de mis compañeros, Gonzalo Mínguez más concretamente, demostró ser más asertivo o quizá menos tolerante con respecto al derecho de todo hombre a guardarse sus secretos, y aportó en voz alta a la conversación uno de los muchos puntos en los que el razonamiento de ese joven hacía aguas. Yo era más partidario de seguir el curso de acción que había tomado Keosk y pasar por alto las incoherencias del extraño para centrarme en lo que realmente captaba mi atención: aquello que decía estar buscando.

Fue por eso que le pegué un disimulado pisotón, sin ánimo de hacer daño, a mi compañero cazador y a sus palabras rápidamente añadí un:

-La tendrá dentro o en otro sitio Gonzalo, qué más da la carretilla.