Partida Rol por web

Cuando recuperas la consciencia, ya no tienes la venda. Estás tumbada en un suelo de baldosas de piedra. Te levantas y te encuentras al fondo de un pasillo de unos diez metros de largo, con paredes de espejo a los lados y detrás, de modo que tus reflejos crean una atmósfera un tanto onírica, a la que se suma la suave luz del lugar. Delante, al fondo, hay una sala semicircular en cuyo centro hay un pedestal de piedra con un gran sobre lacrado. Compruebas tus bolsillos, todavía confundida, y notas que llevas todas tus posesiones a excepción de tu Walther PP. Además, escuchas sonidos y pasos que provienen de diferentes lugares. De repente, una voz amplificada de micrófono suena por toda la extraña estancia:

- ¡Bienvenidos, pujadores! Me presento ante ustedes como El Arlequín, anfitrión de esta puja. Asímismo, les presentaré entre ustedes: Desde Bélgica llega Remierd Gaulloux, un reputado hombre de negocios y cuya mujer es una apasionada del ocultismo. De la madre Rusia, Boris Krechov. Un... digamos... "asalariado" de la familia real rusa en el exilio. De Serbia tenemos a August-Marko Paunivoc, "coleccionista" de títulos nobiliarios - dice El Arlequín, dejando escapar una breve risa -. De Gran Bretaña tenemos a Madeleine Archer, una... conseguidora de arte. De Holanda a Hansel Van Eytins, un verdadero tiburón de las finanzas. Y por último, de Alemania, Wolfgang Kiershner, agente del Reich. Espero que disfruten todos de la subasta. A continuación, les explicaré el funcionamiento. Si hablan, les podré escuchar perfectamente, de esa manera podrán efectuar las pujas. La subasta comenzará con cincuenta dólares estadounidenses. El ganador, podrá llevarse lo que hay sobre el pedestal: la Profecía. No intenten arrebatarla ni hacer trampas. Entre ustedes y la Profecía hay un cristal especial resistente. Cada uno de ustedes está solo en cada uno de los pasillos, así que no se busquen ni entorpezcan.

Se escuchan algunas palabras en diferentes idiomas, probablemente provenientes del resto de pasillos.

- ¡Que comience la subasta! - Grita El Arlequín.

- Merde - suena el algún lado -. Sesenta y cinco dólares - suena una voz pastosa y con fuerte acento francés -.

- Setenta y cinco. - Dice alguien, esta vez con acento teutón.

Un poco alejado, atada a un palo de madera fijado a una pared de ladrillo que sirve de amarra, veis una motora de escasas dimensiones, aunque suficiente para los cuatro. En la negrura, lo único que revela su presencia son los reflejos de la luna en las ondas que produce el suave balanceo. Unos segundos después, L'ourse arranca la motora y os alejáis del muelle, dejando atrás las consecuentes maldiciones que propinará su dueño.

Poco después, es David quien se pone a los mandos pues, aunque su campo es el de la aviación, no se le da nada mal hacerse con el control de los vehículos. Al cabo de una travesía no demasiado larga y a cierta distancia prudencia, veis que las dos motoras que guían a Madeleines se dirigen hacia una pequeña isla. Hans, inquieto, busca entre los artilugios de la motora y encuentra un mapa de la zona, localizando rápidamente el destino: es la Isla de San Jorge. Allí, las motoras cruzan frente a un faro enclavado sobre una roca saliente previa, y luego arriban a un muelle, donde otros tipos cuyos rasgos no podéis distinguir debido a la distancia, esperan. Cuando desembarcan a vuestra compañera, todos suben por unas escaleras de madera sobre las piedras costeras en dirección a una especie de convento o catedral junto a una plaza. San Jorge la Mayor, según los papeles en la motora. El edificio está rodeado de andamios y lonas, por lo que está en plena restauración. El resto de la isla, debido a su reducido tamaño, carece de viviendas. Cuenta con unos jardines y un anfiteatro romano.

SanGiorgio Maggiore,-dijo Hans en perfecto italiano al vislumbrar la basilica en restuaración- una belleza sin duda si no estuviera en obras, dentro alberga alguna de las mas famosas obras de Tintoretto como su ultima Cena, la verdad es que me gustaria visitarla  pero no de esta manera - comenta dandose cuenta que esta empezando a divagar en una situación peligrosa.

Me intriga un poco el poder que puede tener el tal Arlequin para poder montar sus subastas en un sitio como este impunemente y mas cuando es un ladron reconocido ¿alguna idea de por donde entrar?- dice mientras busca señales de movimiento en la zona

Toma los mandos David, lo haces mejor que yo

Anne observa la isla, fijándose en las pequeñas motitas que terminaban transformándose en personas. 

¿Cuántos vigiláis...?

Quedan tres tipos, uno sentado sobre una amarra y los otros dos de pie. Hablan y fuman unos cigarrillos cerca del agua.

Chicos...

Dice achicando los ojos

Hay tres más allí. Están fumando y cercanos al agua. uno de ellos está sentado y el otro de pie.

Le hace señas a David para que baje un poco el avance

Lo mejor es que sigamos tal cual e intentemos entrar como si nada pasase. Si damos media vuelta ahora o hacemos algo extraño llamaremos su atención, y no parece que nos estén prestando demasiado ahora mismo

Mira a Theresa

¿Sabes algún tipo de contraseña o algo que podamos usar para pasar entre ellos Theresa?

- No lo sé... - Responde Theresa, con desconcierto. - Esto también es nuevo para mí.

David detuvo la lancha y observó a los que parecían ser guardias de seguridad. Asintió a la propuesta de Anne.

―Tienes razón. Debemos intentar disimular. Si nos preguntan podemos fingir ser turistas perdidos y pedirles direcciones. Pero debemos estar alerta, en caso de que debamos deshacernos de ellos.

No se como sabemos que no daran la alarma en cuanto nos vean- dice preocupado ante la aproximación a los extraños- quizas si damos una vuelta a la isla encontremos otro sitio donde atracar y si no volvemos aqui.

De no ser porque estaba segura de que aquello era una subasta de verdad, habría pensado que iban a secuestrarla. Pero aquello no sucedió y cuando recuperó la conciencia estaba ya en medio de todo el asunto. Echó una mirada alrededor para buscar a sus amigos con la esperanza de verlos allí.

Cuando escuchó su nombre se asustó. Sabían perfectamente quien era ella y que había ido en lugar de alguien.

- Ochenta - dijo Maddie con una vocecita tímida. Era el momento de jugar la carta de damisela tonta que no se enteraba de nada para bajar la guardia de sus rivales.