Partida Rol por web

Halcyon City tenía un lado oscuro y maloliente, lo que el Departamento de Planificación Urbana había descrito como "un cáncer maligno de crecimiento imparable": el vertedero de basuras. Originalmente, había tres pero con el tiempo habían crecido tanto que se habían fusionado hasta crear una auténtica selva de detritus que se extendía kilómetros y kilómetros. 

La zona sur del vertedero limitaba al norte con el Distrito de Santa Tecla, a un lado con el río Pancoma y al otro con la autopista M42. Abarcaba un antiguo desguace de coches que aportaba sus montañas de chatarra al deprimente paisaje de basuras. La zona contaba con una red de caminos semienterrados en porquería que eran recorridos irregularmente por camiones de basura y,  más a menudo, patrullados por los Malamadre. 

Su guarida era un poblado de chabolas construidas con planchas de chapa, cabinas de camiones y lonas. Había bidones encendidos con pedazos de carne cocinándose dándole un aspecto de poblado indígena post apocalíptico. 

¿Qué ocultas al resto de la BLITZ Squad? Esta es la pregunta del Oráculo.

Sentada en el autobús Debbie tenía el periódico apoyado sobre sus piernas. La fecha y el número de edición figuran en una esquina, pero están algo emborronados por el continuo manoseo de la muchacha y algunas marcas de humedad. Alguien abrió una ventana y una ráfaga de viento hizo pasar las páginas del Halcyon City Herald. "ADIÓS, BOOL" reza el titular en la página 5. Debbie ha repasado aquel artículo cientos de veces y marcado varios fragmentos con boli. "Los miembros de la BLITZ Squad se reunen para honrar la memoria de la Maestra de las Dimensiones". "Se cumplen diez años de su muerte a manos de su ex-marido". "El criminal, conocido hoy en día como La Máscara, aún no ha sido aprehendido". La foto captura el tributo frente a la estatua de la heroína en Parangon Square. En ella puede verse la estilizada figura de una Bool madura, vestida con su traje característico y portando el anillo que le otorgó su título. A sus pies los cinco miembros aún en activo de la Blitz Squad inclinan sus cabezas en señal de respeto. Warhea... Valkyria... Debbie cerró entonces el periódico.

En esta época, Bigby es un pobre tirillas, un metahumano monstruoso que se oculta entre los Malamadre. ¿Cómo le conociste?

Está nerviosa. Visiblemente nerviosa. Iba a conocer... no, a "reconocer" al viejo lobo. Debbie era muy pequeña, en torno a los 10 años, cuando conoció su mentor por primera vez. Aún lo recuerda. Fue, de hecho, durante el funeral del abuelo O'Donnell. Debbie había acudido junto a su padre a la ceremonia (su madre no apareció, nunca supo porqué) y no conocía a ninguno de los presentes. En un momento dado la joven Debbie se escabuyó de la mano de su padre para esconderse en los jardines de la iglesia. Uno de los asistentes la tenía aterrorizada (Daklaw sin su máscara sigue siendo intimidante) y fue entonces cuando Bigby acudió por primera vez al rescate (sus poderes no sólo le permiten infundir miedo a sus enemigos sino también quitarlo). Viejo tramposo.

En aquel tiempo Bigby trabajaba como mecánico jefe en el nuevo taller de los O'Donnell. Nunca comentó a Debbie cómo llegó a trabajar para el legado Warhead, pero lo cierto es que con él aprendió todo lo que sabe sobre mecánica y sobre tecnología. Si alguien podía ayudarlos ese era Bigby. Sí, señor. A menos que...

Las puertas del autobús se abrieron. Era la última parada.

Héctor estaba llegando a la entrada del basurero. No le había sido muy difícil descubrir el lugar en el que se escondían los Malamadre, ya que al fin y al cabo Jorge era un poco bocazas y sus planes "secretos" lo habían sido durante muy poco tiempo: sacarle la información había sido cuestión de tirarle un poco de la lengua y hacer que él solito le fuera contando más y más cosas.

Obviamente, pasado el primer momento de furia, Héctor lo había pensado mejor y se había repensado lo de exponer a su hermano y sus amigos a un tiroteo. Era mucho mejor presentarse como El Toro, partir un par de brazos, piernas y cabezas y dejar que el trabajo estuviera ya hecho para cuando Jorge llegara con sus colegas.

Manipularle para adelantarse había sido relativamente sencillo. Le había dado largas toda la mañana y al fin le había dicho que tenía que encontrarse con alguien (dejo entrever que era una chica...) y que le recogieran en un lugar no muy alejado del vertedero, poco antes de la hora acordada. El sitio era un centro comercial a mitad de camino entre su casa y el escondite de los Malamadre. No iba a acudir, por supuesto, y esperaba que Jorge tardara en darse cuenta de que no iba a acudir. 

Y allí estaba, bastante antes de la hora acordada. En realidad, bastante dispuesto a repartir bastante dolor. Y a evitar que muriera nadie. Sacó la Máscara de su bolsillo y la miró. No sabía si volvería a crecer y romperse la ropa. Esperaba que no fuera así, pero al menos esta vez había traído ropa de repuesto. Dejó la ropa escondida en una bolsa de plástico detrás de unas cajas y se fue hacia su objetivo mientras se ponía la Máscara.

Movió la cabeza de un lado a otro, chasqueando los huesos del cuello. Cerró los puños y se sintió más fuerte, más ágil. Era El Toro, y le iba a enseñar a esos hijueputas a no meterse con las personas equivocadas.

Debbie asumía que el joven Bigby no viviría en un chalet en mitad de una urbanización privada, pero esto... De todos los lugares de Halcyon City tenía que ser en el vertedero municipal donde diese con el escondite del joven mutante. El archivo de la policía era bastante explícito en cuanto a las actividades en las que se había visto envuelto y a su pertenencia a una banda criminal. Nasty stuff. Sin embargo el tiempo (los viajes en el tiempo) le había enseñado que todos merecemos una segunda oportunidad. Quién sabe, quizá ella fuese esa segunda oportunidad.

Al aparo de un enorme y desvencijado cartel publicitario Debbie esperó a su ticket de entrada a las instalaciones. Podía haber usado su soldador eléctrico para abrirse camino a través de las vallas, pero prefería no despertar sospechas. Un camión de la basura se aproximó a la puerta y un tipo con pintas de no ganar lo suficiente como para aguantar aquel curro de mierda abrió la verja con desgana. En lo alto del camión, agazapada, Debbie.

No le fue difícil dar con un grupo de Malamadre patruyando el perímetro. Escabulléndose entre los restos de viejas neveras y saltando entre llantas apiladas siguió a los pandilleros de vuelta al punto de encuentro: un "claro" en mitad de toda aquella inmundicia. Fue entonces cuando lo vio. Aún con la cabeza cubierta con la capucha el hocico del metahumano podía distinguirse entre todos aquellos delincuentes callejeros. Bigby  había salido a recibir a los recién llegados con un apretón de manos y un golpe de hombro antes de volver al interior de una choza hecha a base de palés carcomidos.

Long story short. Debbie desciendó como pudo del montón de escombros que se alzaba tras la pequeña chabola. Una vez en el interior, el mutante le recibió enseñando los dientes, pero la sola mención de su nombre hizo que su actitud cambiase por completo (entre aquellos maleantes solía hacerse llamar Lobo Feroz, o simplemente Lobo). Debbie estaba a punto de hablarle del futuro cuando uno de los gamberros entró en la choza. Mal. El muy idiota cometió dos errores: dirigirse a ella como "mulata" y ponerle una mano encima. El codazo en la base del estómago y el puñetazo en la cara que se llevó acto seguido le envió a través de una de las paredes de la improvisada estructura. El silencio se hizo en aquella comuna, todos los ojos puestos en la recién llegada. Los machetes y los cuchillos salieron a relucir. Muy mal.

La situación se le estaba llendo de las manos. ¿Cómo iba a conseguir convencer a Bigby de que estaba de su parte cuando en pocos segundos iba a partirles la cara a sus amigos? Porque era evidente que la vía diplomática ya no era una opción.

- Bigby - se arrepentiría de lo que iba a decir - Sé lo que pasó con tu madre y el Dr. Nunca. Tienes que creerme.

Entrar en el vertedero no fue difícil. Podría simplemente haberse abierto paso a través de casi cualquier pared, valla o puerta, pero no tenía ganas de hacer demasiado ruido. Simplemente cogió carrerilla y saltó por encima de la reja, en un zona poco transitada y discreta. Después solo hizo falta ir moviéndose con discreción por entre montones de basura, coches desguazados y pilas de chatarra. Por toda la zona había un olor dulzón y enfermizo a plástico quemado.

Con sigilo, El Toro se fue deslizando de un lugar a otro hasta acercarse al poblado del que había hablado Jorge. Un par de columnas de humo marcaban el lugar, saliendo de los bidones en los que los Malamadre estaban cocinando. Su idea inicial había sido plantarse allí y empezar a derribarlo todo y a todos. Pero no pasaba nada por estudiar primero el terreno. Ver cuántos eran. Y comprobar cómo podía hacer para que no escapara ni uno.

La mayoría de los pandilleros estaban vagabundeando por el poblado, pero muchos comenzaban a reunirse alrededor de una de las chozas. Bastantes de ellos iban con machetes y cuchillos, listos para usarlos. Uno de ellos llevaba una pistola en la espalda, dentro del pantalón. El Toro abrió y cerró los dedos de las manos. Porque igual esa era la pistola con la que habían disparado a Rafaela. Apretó los dientes y comenzó a respirar de un modo más fuerte.

Se estaba cabreando. 

Malas noticias para los Malamadre.

Jacinto "Muerte Negra" salio volando repentinamente.

En su lugar aparecio una figura encorvada con una colorida mascara que parecia emanar agresion y violencia. El Toro, con los dientes apretados y un hilo de baba colgandole de la barbilla, lo veia todo rojo. Hector estaba teniendo grandes problemas para mantener el control. La parte racional de su mente intentaba compaginar el hecho de que estaba alli simultaneamente para vengar a su hermana pero, al mismo tiempo, evitar que su hermano y sus amigos montaran una escabechina. Queria hacerles mucho daño pero no debia pasarse.

Mientras se pusiera los puños en aturdir nadie tenia por que salir herido. Es decir, si, todos ellos, pero no muy gravemente. Lo bastante como para que su hermano decidiera que no valia la pena rematarlos. Sutileza y precision, las dos caracteristicas que definian a El Toro.

Jacinto "Muerte Negra" aterrizo a diez metros de alli sobre una pila de basura.

* * *

Dentro de la choza, Chuck se incorporo con un gruñido ahogado. Su hermano, Robert, estudiaba a DJ cautelosamente. Bigby olisqueaba el aire con desconfianza:

-¿Mi madre?-repitio incredulo-¿Que sabes tu de ella?

-Ella esta muerta, carnal-dijo Robert en español-Nosotros somos tu familia.

Afuera empezaron a oirse gritos, golpes y disparos. Chuck parecio irritarse sobremanera y aprovecho la ocasion para escurrir el bulto machete en mano:

-¿QUE FUCK PASA CON USTEDES?-aullo mientras salia-¿ALGUIEN QUIERE JUGAR AL MATA-MATA* CONMIGOOOO?

Bigby se puso tenso. Sus garras asomaron por las puntas de sus dedos. DJ le habia visto abrirse paso a traves de paredes con ellas.

-¿Que esta pasando? ¿Es una trampa?

La proyección de Jacinto por los aires fue el preludio de una serie de vuelos sin motor protagonizados por diversos pandilleros y patrocinados por Aerolíneas Comerciales El Toro. El superhéroe enmascarado salió corriendo hacia el grupo más numeroso que encontró y comenzó a repartir dolor. Al primero que se le puso por delante lo dejó KO de un manotazo del revés que le partió y dislocó la mandíbula. Un patada de refilón dejó una rodilla reventada y a otro de los Malamadre en el suelo, gritando como un cochino en el matadero.

El error que cometieron sus enemigos fue no darse cuenta inicialmente de a quién se estaban enfrentando. Así que opusieron resistencia en lugar de huir. Uno tras otro se lanzaron sobre él con machetes, cuchillos y puños americanos. El Toro respondió partiendo dedos apretándoles las manos mientras aún sostenían sus armas, desencajando hombros a tirones, rompiendo narices a cabezazos y, en general, optando casi siempre por la rotura de diversos huesos situados en brazos y piernas y poco dados a resultar en heridas mortales cuando se partían. 

Una vez el suelo comenzó a estar demasiado lleno de personas aullantes, algunos de los más avispados trataron de huir. Detectándolos, El Toro cambió momentáneamente de táctica y comenzó a usar los barriles que había por el lugar como arma arrojadiza contra los que intentaban escapar. Un barril no es un objeto ni muy aerodinámico ni muy letal, pero arrojada con la suficiente fuerza (y El Toro la tenía) podían derribar y aturdir personas con bastante efectividad. Cuando los barriles se acabaron, el superhéroe enmascarado comenzó a utilizar pandilleros como proyectiles contra el resto. 

El primer tipo que sacó un arma de fuego y se puso a disparar descargó todo un cargador sobre El Toro, mientras avanzaba hacia él. El primer tiro falló, el segundo El Toro lo esquivó de un salto pero de los siguientes uno le impactó en el brazo y otros dos en el pecho y el abdomen, tirándolo al suelo. Varios de los Malamadre, pensando que lo habían derribado, se lanzaron contra él. Pero se quedaron de piedra al ver que se levantaba de nuevo, aparentemente ileso, y se lanzaba de nuevo contra ellos. Le iban a quedar unos cuantos moratones en los lugares en los que le habían acertado, pero nada serio.

Cuando unos cuantos de los Malamadre se parapetaron en una de las chabolas, El Toro entró y los sacó a puñetazos y proyecciones a través de ventanas, puertas y paredes. Después derribó lo que quedaba del lugar a base de patadas y procedió a hacer lo mismo con el resto del poblado, aunque, para no tener que tardar tanto en masacrarlo todo, lo hizo a base de arrojar coches contra ellas.

Con la mayoría de las casas derribadas, jadeando y cubierto de sangre (no la suya), El Toro presentaba un semblante temible, en mitad del vertedero, rodeado de los cuerpos heridos, magullados y gimientes de los Malamadre. Esta es la escena que se encontró Chuck Mendoza cuando se asomó al exterior. El Toro se irguió y le señaló con un dedo. 

—¿Eres el jefe de estos mequetrefes, huevón? ¿Dónde está el mierdesilla de su hermano? Salgan aquí y demuéstrenme lo que saben haser contra un hombre de verdad —dijo, con voz peligrosa pero algo más calmada que cuando llegó al vertedero—. A ver de qué pasta están hechos cuando se tienen que enfrentar a algo más que gente indefensa del barrio.

- ¡No los escuches! ¡Ellos no son tu familia*! - ¡Yo lo soy!, pensó. Pero el caos reinante no contribuía a sus intentos por convencer al joven mutante. De hecho, le ponía en una situación de lo más comprometida ante su viejo y nuevo amigo - Vente conmigo. Por favor, viejo lobo...

Debbie aguardó la respuesta de su futuro mentor, pero el sonido de los gritos de los Malamadre y el estruendo de las chabolas demolidas hizo de lamentable telón de fondo para sus palabras. La reacción de Bigby le indicó que, sin lugar a dudas, se encontraba ante la clásica situación del malentendido. De nada servía presentarse como salvadora cuando alguien se dedicaba a partirle la cara a aquellos a los que él consideraba amigos o incluso... familia. Argh, ¿porqué tiene que ser todo tan difícil?

- No es lo que parece, Bigby, de verdad. Yo... yo lo arreglaré. Es amigo mío. Seguro que me escucha y es todo un gran malentendido.

Una gota de sudor resbaló por la sien de la muchacha. Mierda, Héctor, de todos los sitios en los que podía cruzarme contigo y resulta ser éste. Maldita mi suerte. Debía hacer algo pronto. O todos sus esfuerzos caerían en saco roto. Todo se iría al garete si no intervenía. Debía... detener a El Toro.

- ¡Para! ¡El Toro! ¡Para! ¡Para! - gritó al enmascarado saliendo al exterior de la choza agitando los brazos sobre su cabeza. Si seguía arrojando Malamadres sin ton ni son pronto le llegaría el turno al metahumano - ¡Lo estás jodiendo todo! ¡¿Qué cojones haces aquí?! Sea lo que sea tienes que parar. No puedo asumir riesgos o todo se irá a la mierda. ¡Suelta esa lavadora o...! ¡O verás!

Una pose defensiva más orientada a dar buena impresión que a resultar convincente dejó a la muchacha frente a el enmascarado. El labio inferior le temblaba. ¿Pero en qué demonios estaba pensando? Su casco se materializó ocultando su gesto inseguro. De perdidos al río.

Los hermanos Mendoza salieron ligeramente de su asombro cuando Bigby asomó el hocico entre sus hombros tatuados.

Chuck babeaba un poco. Llevaba un machete en una mano, un destornillador afilado en la otra y un cuchillo entre los dientes. Le gustaban las peleas y raramente se preocupaba por su propia seguridad ni la de otros.

Por suerte para él, Robert era el estratega, el listo. Cogió a Bigby por el brazo. 

-¿QUÉ ESPERAS, PINCHE CABRÓN?-gritó sacudiéndole-¡DALES LANA!

El mutante tomó aire y aulló. 

La basura alrededor de El Toro y DJ salió volando a su alrededor. Notaron cómo sus corazones se encogían y los pelos de sus nucas se erizaban. Debbie había visto al Viejo Lobo congelar literalmente la sangre de las venas de un dreadborg y hacerlo saltar en pedazos. 

Confiaba en que aún no conociera ese truco. 

-¡HORA DEL MATA-MATA-MUERE-MUEREEEEE!

Probablemente, Chuck Mendoza conociese otros peores. 

El aullido hizo que El Toro sintiera algo que no había sentido nunca: miedo.

Era como si desde lo profundo de su ser algo le hablara de noches alrededor de una fogata junto a otros miembros de su tribu, esperando que el fuego no muriera y mantuviera a raya a las bestias salvajes. Y lo que estaba oyendo era el sonido de una de esas bestias, asegurándole que iba a ser cazado, despedazado y devorado.

Ante tal sensación, El Toro dio unos pasos hacia atrás, miró un momento a DJ (¿qué hace aquí?) y luego huyó a la carrera, pisoteando cuerpos y atravesando montones de basura y chatarra. 

Estaba dejando sola a Debbie, pero no podía hacer otra cosa. Tenía que poner tierra de por medio 

Aunque la muchacha tuvo que recomponerse tras perder el equilibrio, el casco parecía haber protegido a DJ de los efectos del terrorífico aullido de Bigby. Era de esperar, al fin y al cabo había sido él mismo quien había retocado el casco. Sin embargo la mascara de El Toro no contaba con dichas protecciones.

- Oh, genial - reprochó al mutante con fastidio - Tenías que asustar a El Toro. Ahora nunca confiará en mi.

No sólo eso. ¿Cómo haria ahora para concencer a Héctor de dejar que Bigby se unira a la Blitz Squad?

- No es culpa tuya, Bigby. Tú sólo haces lo que estos dos tarados te dicen que hagas. Pero yo... voy a cambiar eso - dijo volviéndose hacia los hermanos Mendoza - ¿Queréis jugar? Venid a jugar.

Por primera vez desde que llegara al presente DJ activo sus implantes articulares. Sus nudillos, ahora apretados en un puño, se enrojecieron de tal manera que parecian brillar. Si se miraban de cerca era posible detectar volutas de vapor emanando de ellos. Ahora que no estaba El Toro alguien debía tomar el relevo y repartir tortas.

El Toro corrió como alma que lleva el diablo tomando el aire a grandes bocanadas. Su colosal fuerza le permitió atravesar obstáculos en su huida enloquecida que solo terminó cuando se arrancó la máscara.

Lejos de allí, con la espalda apoyada contra un viejo frigorífico en lo alto de un montículo de basura, Héctor empezó a recuperar la compostura lentamente. Temblaba como una hoja a pesar de estar bajo un sol abrasador. Un sudor frío le bajaba por la frente y la espalda. Su corazón le golpeaba el pecho como un martillo. Después de mucho respirar hondo pudo aflojar la presión de sus dientes. Oyó el ruido de un motor y disparos y la distracción fue bienvenida para apartar su mente del terror que le había causado el mutante.

Distinguió una furgoneta desvencijada aproximándose por la carretera. Sus ocupantes iban armados y disparaban al aire y, a juzgar por los bandazos que daban, no debían estar del todo sobrios. Héctor encontró más inquietante aún el hecho de que todos llevaran máscaras de luchador. 

Y supo, sin ningún tipo de duda, que en aquella furgoneta iban Jorge y sus amigos. 

* * *

El primer machetazo cortó limpiamente una de las mecadendritas del casco de DJ. Si Debbie no se hubiera agachado, se la habría cortado a la altura de la garganta.

Chuck era partidario de coger los prisioneros a trozos. El tipo podía ser un loco sádico pero también era un luchador experimentado que había sobrevivido y prosperado en la parte más dura de Halcyon City sin superpoderes. Se movía como una pantera y el visor de DJ se llenó de patrones estratégicos: no se movía al azar. 

Si les hubiera dado una paliza a todos los Malamadre, probablemente Héctor hubiera dejado pasar a Jorge y sus colegas. Pero había dejado en pie a los dos jefes y, sobre todo, a ese aterrador hombre lobo contra los que su hermano y sus amigos no tendrían ni la más mínima oportunidad. 

Tocaba detenerlos.

Héctor se puso la máscara de nuevo y se apresuró para interponerse en el camino de la furgoneta. Cabía la posibilidad de que el conductor tratara de atropellarle, lo cual sería una muy mala noticia... para el vehículo. Pero ayudaría a que no siguieran avanzando. Y si se paraba, El Toro tendría que convencerles de que ya estaba todo hecho y que podían marcharse de ahí. 

El asalto del joven pandillero pilló por sorpresa a la muchacha. Aunque los datos obtenidos del registro y de los cálculos predictivos pasaban frente a sus ojos no era capaz de utilizarlos en su favor. Su atención estaba puesta en Bigby y en cómo el otro lo zarandeaba. Aquel no era el Bigby que conocía ¿porqué no se enfrentaba a ellos?

La punta afilada del destornillador atravesó limpiamente la cazadora y se clavó en el brazo de DJ. De no haber sido por los implantes subdérmicos aquella punta oxidada habría dado contra el hueso. Una de las placas de ceramita se hundió bajo la presión con un siseo. Un piloto se encendió en el display de su brazo. El sistema hidráulico no aguantaría mucho con una fuga como aquella. La muchacha retrocedió ahogando un gemido y llevándose la mano al punto donde había penetrado el arma improvisada del Malamadre. Vamos, Debbie, ¿qué cojones te pasa? Contraataca. Estás quedadno en ridículo. Chuck se había arrojado nuevamente contra ella sin darle tiempo a recomponerse y ésta intentó responder con un barrido. Un barrido torpe y demasiado lento que permitió a su rival agacharse y realizar una zancadilla a ras de suelo. DJ dió con su cabeza en tierra para, segundos depués, notar la presión de la sucia bota del pandillero contra su garganta. Mal día para hacer una visita a un viejo amigo. Muy mal día.

- Márchate... Bigby... - dijo con un hilo de voz - Aquí no... estás a... salvo.

Menuda primera impresión.

-Chato, ¿quien es ese? ¿Va con nosotros?

-iNo, huevon! iEs un Malamadre muerto!

El motor de la furgoneta rugio mientras el conductor pisaba el acelerador tirando una botella vacia por la ventanilla.

* * *

Mientras Chuck se desahogaba a patadas con su adversaria caida, Robert miro a su alrededor calibrando la situacion: para un poblado de chabolas construido en medio de un basurero tenia incluso peor aspecto de lo normal. No estaba seguro de querer salir en persecucion del que habia causado aquella destruccion.

-Ayudame a despertar a estos pendejos, carnal-dijo dando un codazo a Bigby-No la mates aun, Chuck, la interrogaremos primero. 

No le llamó demasiado la atención que Jorge y sus colegas no se detuvieran. Mejor. De este modo sería más sencillo destrozar la furgoneta y detenerlos. El Toro se afianzó para recibir el golpe, pero no lo suficiente como para que el vehículo se partiera en dos. Simplemente dejó que chocara contra él, doblando el morro pero tratando de evitar que nadie saliera despedido por el parabrisas por el choque.

Después, fue solo cuestión de ir clavando un poco los pies en el suelo, parando con cuidado el vehículo. Cuando tuvo el control del mismo, arrancó unas cuantas piezas del motor como quien no quiere la cosa y avisó a sus ocupantes. —¡Paren el vehículo y bajen, pinches Malamadre! ¡Le he dado una paliza a sus compañeros y ahora se las daré a ustedes!

Los ocupantes de la furgoneta, apenas unos chavales, estaban borrachos, estaban asustados y, lo que era peor, estaban armados. Aun asi, para haber chocado con el equivalente de un arbol gordo salieron bastante bien parados del accidente.

-Chato, ¿estas bien?

-Aaaagh, mi nariz, mi pinche nariz esta rota...

Habia cuatro ocupantes dentro de la furgoneta, todos con mascaras de luchador. Ninguno estaba para hablar demasiado. El conductor y otros dos salieron a toda prisa de la furgoneta y huyeron cojeando. El cuarto, con una mascara en forma de calavera manchada de sangre en la sien, rodeo la furgoneta armado con una palanqueta.

-iCabron!-rugio Jorge Garcia blandiendo el arma improvisada-iEsto por Teresa!

El Toro se agacho para esquivar el golpe mas porque se enfrentaba a su hermano mayor que porque creyese que le podia hacer ningun daño.