Partida Rol por web

- La niebla.- contestó el mundo mirando por la ventana - Si intentáis subir por el acantilado la niebla os confundirá y os traerá de vuelta. Como en una mala novela de terror. Y sí: lo intenté en un momento de desesperación, aunque no me sorprendió el resultado. 

Sonrió sin demasiada convicción:

- Pero eso ya da igual. Con vosotros aquí recuperaré la inspiración y podré acabar con la composición, ¡lo arreglaré todo!

- ¿La niebla? Pero Teo... - Mario no recordaba que hubiese tanta como para llegar a perderse pero Teo sonaba extrañamente convencido. Pensó en deshacer corriendo el camino andado para intentar alcanzar el coche pero le pareció ridículo siquiera intentarlo. Era obvio que podrían salir de ahí si quisieran. Decidió seguirle la corriente. -  Bien... ¿qué es lo que tienes que arreglar? ¿Para quién estás componiendo?

¿Una puerta entre muertos y vivos? ¿Qué quería decir Teo con que podrían salir pero no entrar? Ana no habría creído las palabras de Teo si no hubiese visto a Gloria el día anterior ¿Realmente su amigo había vuelto de entre los muertos? -¿Qué sucedió cuando tu barco naufragó, cuando desapareciste?-Añadió Ana a la lista de preguntas que sus amigos le habían hecho a Teo.

- Una composición magistral. ¡Estoy realizando una composición magistral! Una de tal calibre que pueda emocionar a un alma muerta. ¡En pleno sentido de la frase! - parecía tener un arrebato de locura mientras respondía a Mario - Es el trato: si una sola de las almas muertas del auditorio es capaz de emocionarse con la composición entonces ¡seré libre! ¡y además cumplirán su parte del trato! 

Luego se volvió hacia Ana:

- Oh... el naufragio.- pareció perder su energía - Fue necesario. Yo... iba a la deriva. Que adecuado ¿no? Que la vida de uno vaya a la deriva y que suceda un naufragio real. Siempre les ha gustado ese tipo de juegos macabros a partir de la ironía. Por un momento pensé que podría escapar pero ellos siempre juegan sucio. Pero ahora tengo otra oportunidad. 

Abrazó a la sorprendida profesora:

- ¡Oh! ¡Estoy tan emocionado! ¡Creo que podría componer toda la sinfonía de un tirón! Ha sido veros entrar y todas la presión se ha evaporado. ¡Rápido! Necesito atrapar esta súbita inspiración...

Se volvió rápidamente hacia el piano para probar una pequeña melodía:

- ¡Eso es! ¡Ahí estaba! Sólo necesitaba un pequeño empujón...

Otra vez resonó el aullido de aquel perro que añadía tensión a la extraña escena.

—¿En qué podemos ayudar? —preguntó Ricardo mientras se levantaba de la cama apoyando sus manos en las rodillas.

Se acercó a la ventana y miró por ella. En algún lado debía de estar aquel animal, probablemente desorientado y perturbado por esa niebla; si Teo decía la verdad.

—Me está poniendo nervioso el dichoso perro —se quejó—. En fin Teo, quiero pensar que nuestra presencia aquí es porque somos una clave para resolver este puzle y que, con tu libertad, también se garantiza la nuestra pero hay muchas preguntas que quedan sin respuesta todavía.

El detective se encogió de hombros. Como pudo se recompuso e intento asimilar las palabras de su viejo amigo. Pronto comenzó a tararear una vieja canción.

—¿Te acuerdas de esto Teo? —dijo mientras seguía con la tonadilla—. Es una vieja canción de marineros. Cuentan que hacía llorar a las sirenas y que ayudaba a que los barcos no perdieran su rumbo. ¿Algo así es lo que buscas?

Ricardo continuó silbando aquella canción. Era dulce y ciertamente podría considerarse emotiva.

—Si pudiera recordar la letra...

Teo se detuvo un momento. Luego replicó la melodía de Ricardo en el piano. Mientras tocaba seguía hablando, ahora casi en un susurro, como si su atención hacia el grupo fuera ahora secundaria. De vez en cuando tomaba notas en las partituras que tenía sobre el piano. Ahora que se fijaban había decenas de hojas rotas por el suelo.

- Las sirenas no cantaban para que los marineros no se perdieran... lo hacían para atraerlos a la desgracia. Así pasaba aquí, en Sanabrás. Mi maestro me lo contó una vez... en la playa a veces se oye un cántico que arrastra a la gente al agua, a la desesperación, como ofrenda a los dioses de las profundidades. 

Paró un momento y se giró hacia sus amigos:

- ¿Qué debéis hacer? ¡Ya lo habéis hecho! Estar aquí, recordarme que sigue existiendo la vida, que la amistad es más poderosa que la oscuridad. 

Sus ojos se llenaron de lágrimas:

- Lo daba todo por perdido. Y habéis venido sin siquiera dudarlo. Ésta es la muestra de que los Carceleros pueden ser derrotados.

Como si quisiera ponerlo en duda se escuchó el aullido del perro a lo lejos.

—¿Los carceleros? —dijo mientras miraba a Teo.

De algún modo se había dado cuenta que a Teo también le ponían nervioso esos perros.

—¿Ellos son los carceleros? —preguntó haciendo un gesto con la cabeza en clara referencia a los perros—. Cuéntanos más sobre esos carceleros.

- No, no... eso parecen perros ¿no? - contestó como si la pregunta de Ricardo le pareciera absurda - Los Carceleros... no sabría explicároslo. Son como una especie de guardianes de la humanidad. Ni yo mismo tengo claro a veces si son reales o no. 

Empezó a tocar una melodía de forma repetitiva, cambiando notas.

- ¡Creo que empieza!... que llega la musa. 

Entonces se puso a tocar sin prestar atención a los demás, como si no estuvieran. Ya lo habían visto así otras veces, en pleno delirio de composición, pero ahora resultaba raro que estando donde estaban Teo se dejase llevar por la pasión compositora y los ignorase. Claro que, después de todo, para eso los había llamado. Para que le ayudasen a recuperar la musa.

-¿Entonces cuando te embarcaste ya sabias lo que iba a ocurrir?- Era una pregunta prácticamente retórica, a Ana le habría dolido que no le hubiese dicho nada si no fuese porque no le habría creído entonces, habría pensado que su amigo estaba loco, necesitaba ver para creer.

Se movió al lado de la ventana, justo enfrente de Ricardo. Teo les había dicho que sus carceleros como los llamaba eran tramposos ¿y si a pesar de crear la melodía perfecta para ellos no le dejaban escapar? A Ana esa posibilidad le preocupaba.

Confiaba en su amigo, era capaz de crear verdaderas maravillas, pero no confiaba en quienes les había traído allí.

-¿Qué hay de tu contacto? –preguntó súbitamente a Ricardo.

Teo estaba enfrascado en su obra e ignoró totalmente la pregunta de Ana. De hecho parecía ignorar que todos estaban allí.

Ricardo le enseñó la pantalla del teléfono a Ana. Estaba apagada tal y como sugirió Mario cuando estaban fuera de la casa. En ese maldito pueblo no había cobertura.

—Aquí no hay contactos que valgan Ana —dijo volviendo a guardar el teléfono en el interior de la chaqueta.

Se encogió de hombros y volvió al piano. En la habitación había un taburete pequeño, casi del mismo tamaño que el banco del piano y Ricardo lo colocó junto al mismo para poder ver la cara de Teo mientras tocaba. Tenía esa cara que Ricardo recordaba de él cuando estaba componiendo algo. Era algo que le apasionaba y le llevaba a una desconexión total.

Ricardo tenía la impresión de que había algo detrás del comportamiento de Teo. Pese a todo, Teo nunca había sido tan hermético.

—Teo, tienes que contarme más de esa... esa historia —parecía que Ricardo había omitido alguna palabra más contundente—. Sinceramente, no me creo que nos hayas hecho venir aquí sólo para recuperar tu musa. ¿De verdad sabes como salir? ¿Por qué no bajamos a la cocina y nos lo cuentas todo tranquilamente? Esa musa no se va a ir, confía en mi.
 

El pianista erró una de sus notas. La melodía se detuvo bruscamente y volvió a empezar como si ignorase a Ricardo. Pero sucedió otro fallo y otra vuelta al comienzo. La tercera vez que falló Teo descargó brutalmente sus manos contra las teclas haciendo resonar una cacofonía infernal en aquella sala. Ricardo, sin inmutarse, seguía observando a su amigo que ahora estaba más pálido que nunca mientras contemplaba aquellas teclas blancas y negras.

- No lo sé. - confiesa finalmente Teo - No lo sé. No sé como se sale de aquí. Si cumplo el pacto... si la melodía funciona... 

Rompe a llorar desconsoladamente:

- No lo sé... ¡tenía tanto miedo! ¡Y estaba tan solo! Los espíritus son confusos... unos dicen que los Carceleros cumplirán su parte del pacto pero otros afirman que es mentira, que nunca nos dejarán salir de aquí. Yo... necesitaba creer que había una salida... necesito creerlo... 

Ana resopló, al parecer estaban atrapados de verdad, debían planear un modo alternativo de escapar por si las cosas se torcían.

No le cabe duda de que el resto tiene la misma impresión y la actuación de Teo se lo confirma, ni siquiera el mismo confía en que los vayan a dejar salir de allí.

Se acerco al piano y puso una mano sobre el hombro de su desconsolado amigo –Tranquilo Teo, encontraremos la manera de salir de aquí, no tiene por qué no cumplir su pacto- dijo sin mucha convicción -¿Sabes quienes podrían ser esos carceleros?.

- No he visto más que sombras acompañadas de sonidos irritantes... dicen que cada uno los ve a su manera, enfocando sus miedos. Protegen las puertas que se mueven entre las distintas realidades y nos mantienen encerrados aquí.

Se giró hacia el piano volviendo a tocar febrilmente: 

- La melodía... debo componer la melodía.

En ese mismo momento se oyó un portazo en algún lugar de la parte baja de la casa.

Toda la información que iba soltando desmembrada Teo estaba resultando demasiado indigesta. El asunto de los carceleros no se formaba todavía del todo en la imaginación de Ricardo. Y de pronto el portazo... Ricardo como instintivamente echó la mano a su arma y en pocos segundos la tenía en la mano y preparada. Corrió hacia la puerta e hizo un gesto al resto del grupo.

—Manteneos atentos, voy a echar un vistazo. No se os ocurra salir de aquí sin avisarme.

Uno por uno hizo confirmar a los todos los presentes que la orden estaba clara. Necesitaba tenerlo todo controlado para poder maniobrar de manera inteligente.

Una vez confirmado salió de nuevo al rellano mirando hacia la escalera. Entornó la puerta tras de él y lentamente se acercó a la barandilla de la escalera para echar un vistazo.
 

Ana asintió, no demasiado satisfecha con su respuesta, Teo volvía a estar inmerso en su composición.

-Espera Ricardo –dijo cuando el hombre casi atravesaba el umbral de la puerta- Voy contigo- Ana salió detrás del detective para ver qué era lo que había originado aquel ruido.

- ¿La... la niebla?

Mario negaba con la cabeza a todo lo que escuchaba. No quería incomodar a Teo e intentaba disimular. Era obvio que no estaba en sus cabales. Pero le parecía ridículo cómo Kamil, Ana y Ricardo en menor medida parecían seguirle la corriente con demasiada normalidad.

- No... a ver. Centrémonos. Podemos volver al coche, no tiene pérdida. No hay tanta niebla.

Mientras miraba por la ventana que daba al exterior el portazo sobresaltó a Mario. Enrique se adelantó ordenándoles quedarse en la habitación, cosa que no le pareció del todo mal - ¿Hay alguien más en la casa Teo?

Ana siguió a Ricardo pese a su orden directa. Mientras salían por la puerta pudieron escuchar la contestación que Teo daba sin dejar de tocar febrilmente:

- Oh, los espíritus... están por todas partes.

El detective ya estaba asomado a las escaleras cuando escuchó crujir el suelo de madera. Ana no había obedecido su orden y se aproximaba por su espalda.

Abajo estaba todo bastante oscuro pero Ricardo habría podido jurar que alguien se había movido rápidamente hacia el interior de la casa, por debajo de la balconada que formaba la propia balaustrada. ¿Una niña en camisón? ¿Había visto a una niña en camisón?

El pianista estaba inmerso en su momento de creatividad. Mario, mientras tanto, se asomaba a la ventana. Afuera había una considerable niebla, eso era cierto, pero de ningún modo tan abundante como para poder perderse. Desde donde estaba alcanzaba a ver la parte trasera de la mansión. Y no era una visión especialmente agradable. Tras la casa había un pequeño terreno cercado por un muro bajo de piedra en el cual unas lápidas perdían la batalla contra las malas hierbas. Al parecer a aquella casona no le faltaba siquiera el camposanto particular.