Partida Rol por web

Ricardo miró a Ana con desaprobación.

—¿Qué haces aquí? —susurró reprimiendo un grito.

Resignado asomó un poco más la cabeza tratando de ver esa figura.

—Tienes que quedarte muy pegada a mi o cometeremos un error. Pisa donde yo pise. ¿Podrás hacer eso?

El detective apreciaba a Ana y no quería regañarle, pero tenía quizá demasiado sentido del deber y con ella cerca le iba a ser más complicado mantenerlos a salvo.

Apretó la pistola en su mano derecha y comenzó a andar hacia la delicada escalera. A cada paso alargaba la cabeza para tratar de detectar a la figura. Cogió la mano de Ana y la puso en su cintura.

—Si ves algo aprieta con esta mano. No grites... no hables.

Y así continuó hasta el final de la escalera. Hasta el piso de abajo. Estaba al lado de la columna de madera que hacía de comienzo de la barandilla de la escalera. Instó a Ana a apoyar la espalda contra ella y mientras dio un vistazo rápido en ese piso inferior.

Los espiritus... - Mario repitió frente a la ventana las palabras de Teo casi como un acto reflejo, sin ánimo de burla. Sin ningún ánimo en particular. Pero sus palabras le sonaban lejanas, ajenas: espíritus, guardianes, sombras, realidades. No comprendía cómo una persona tan cultivada como Teo se había convertido en lo que tenía al lado.
Ensimismado, quedó mirando por la ventana mientras Ricardo y Ana salían de la habitación. La melancólica imagen de un cementerio cubierto por malas hierbas llenó su mente. Pensó en su padre. ¿Cuánto hace que no visito su tumba?. Recordó el día de su entierro, recordó el día anterior en el hospital. De repente, de la nada, la imagen de Gloria le vino a la mente y un escalofrío le recorrió la espalda. Se alejó de la ventana y se acercó a Kamil.

- ¿Qué... qué opinas de todo esto Kamil? - dijo en voz más suave para que Teo no se diese por aludido.

Ricardo lanzó una ojeada desde la precaria protección que le brindaba la columna. Había un pasillo decorado con los restos de muebles que un día debieron ser valiosos con varias puertas. La del fondo, abierta, dejaba ver una antigua cocina cuya pared de losetas estaba medio destruida por el paso del tiempo, la humedad y las inclemencias del clima que se colaría probablemente por los ventanales destrozados.

Entonces vio a la niña de nuevo. Se asomó juguetónamente, imitando la posición que tenía Ricardo, sólo que desde el umbral de la cocina. Soltó una risita infanti - que en sonó perturbadoramente terrorífica. Era una niña pálida, de unos nueve o diez años, de largo pelo moreno, que volvió a ocultarse en la cocina.

Ana ladeó la cabeza y apretó los labios, estaba bien que Ricardo fuese el más experimentado pero todos estaban igual de atrapados allí.

-Tranquilo –susurró- haré todo lo que me digas- Ana se acercó más a él y comenzó a caminar tratando de pisar donde él pisaba. Puso la mano en su cintura y asintió cuando le dijo que no hablase ni gritase

Cuando llegaron al piso inferior Ana se apoyó en la columna de madera mientras Ricardo echaba una ojeada – ¿Qué has visto? – dijo en un susurro casi imperceptible.

—Es una niña —dijo en voz baja.

Ricardo caminó hacia la cocina. Instintivamente había guardado la pistola pero la mano permanecía apoyada en el pomo de la misma.

—Ey, muchacha... no tengas miedo —dijo finalmente asomando la cabeza por la puerta de la cocina.

Una niña, aquello no pintaba bien –Espera Ricardo- dijo en voz baja mientras se adentraba en la cocina detrás suya.

Ricardo miró hacia atrás.

—¿Qué ocurre? —le preguntó a Ana todavía con un ojo puesto en la cocina.

Ana alcanzó a Ricardo que estaba ya en el umbral de la cocina -Nada, es solo que no parece muy normal que haya una niña pequeña recorriendo este lugar ¿no crees?- La profesora queria respuestas también, pero viendo como habia ido las ultimas veces que se habian topado con algo parecido pensaba que era mejor no tentar a la suerte -Hay que tener cuidado.

Ambos se asomaron a la cocina en busca de la niña. 

La cocina estaba bastante maltrecha, como el resto de la casa. La mayoría de los azulejos de las paredes se habían desprendido por el paso del tiempo y los muebles de madera, pese a que se notaba que antaño fueron de calidad, pendían ahora resistiendo apenas el paso del tiempo. Varias lareiras, cocinas de leña, formaban los fogones de lo que en un pasado debió ser un lugar de mucho trabajo, donde probablemente se sirvieran opulentas comidas para muchos comensales. A un lado había una gran chimenea de piedra sobre la que todavía permanecía una estructura de metal destinada probablemente a soportar algún caldero de proporciones gargantuescas donde preparar potajes. Y tras los restos de una mesa enorme, frente a la puerta trasera entreabierta, estaba la niña.

Había algo en ella desconcertante. Era una niña en camisón, sí, de unos nueve años y de largo pelo enmadejado negro. Pero su mirada, su rostro, no parecía definirse del todo. No es que fuera neblinoso ni espectral. Era que simplemente costaba retener sus rasgos, como si aquella niña fuera un compendio de todas las niñas de nueve años que hubieran conocido. Y luego estaba esa mirada fija, penetrante, sin atisbo de miedo. Una mirada anciana que para nada se correspondía con la edad del rostro que la encerraba.

- No deberíais haber venido... pero aquí estáis. Será mejor que no interfiráis.

Era extraño escuchar una voz claramente infantil decir esas palabras de forma tan firme. 

Kamil se acercó a Mario, como si quisiera evitar que Teo les escuchase, aunque aquello pareciera improbable estando en la misma habitación. 

- No sé que disir. A mí me parece una mala película de fantasmas pero ya hemos visto a uno y me cuesta menos tener la minte abierta que permanecer encerrado en una concha de... ¿cómo lo llaman? escepticismo. Eso. Por el momento debemos reconocer que todo lo que nos ha sucedido es extraño, partiendo de la idea de que Teo ha sido dado por desaparecido hace años pero... ¿y lo de anoche en el bar? Hay algo en todo esto que tiene más pinta de sen... sueño... que de realidad.

Mario había preguntado a Kamil por su opinión de la situación. Antes de que respondiera tuvo la necesidad de volver a la ventana. Esa niebla juguetona le abstraía demasiado. Definitivamente algo extraño había en ella; era demasiado visible, opaca en exceso. Cuando se acercaba al suelo no cubría todo el espacio y se podía distinguir cómo el viento hacía que se deslizase entre las lápidas. Era hermosa.

Estaba de nuevo tan absorto en el paisaje que cuando escuchó la respuesta de Kamil parecía que hubiera pasado un mes mirando esa escena.

- Sí... un sueño. ¡Esa es la sensación que tengo yo también! La situación te empuja a dejarte llevar para ver qué pasará, ¿verdad? Es como... como si total, no fuese a pasar nada, acabaremos despertando. Pero...

Mario intentó hacer memoria de todo lo que había pasado desde que recibiese el e-mail de Teo. ¿Podía ser un sueño de verdad? De repente miró al polaco fijamente a los ojos. Era bastante atractivo, nunca le había visto de esa manera. Aún así, eso no le frenó a la hora de darle un bofetón y quedarse con su mejilla girada esperando otro en respuesta.

Esto descartará esa opción.

Ricardo estuvo a punto de dar un paso atrás pero apretó los dientes y caminó hacia aquella extraña niña. Con un gesto protector de la mano indicó a Ana que se mantuviera alejada de la niña.

—¿Interferir en qué, pequeña? —preguntó manteniendo cierta distancia, más quizá por no espantar a la pequeña que por su propia seguridad —. Estamos aquí para ayudar a un amigo. Lo comprendes, ¿verdad?

La niña sonrió de medio lado. Seguía siendo muy desconcertante ver esos gestos tan adultos, tan controlados, en un rostro infantil.

- ¿Amigo? Os ha traído a nuestro lado y ahora estáis atrapados con él. ¿De veras crees que merece ese nombre? - la niña miró hacia la puerta que tenía a sus espaldas - Oh, Tomás, deberías dejar esa costumbre que tenías de vivo. ¿Acaso no sabes que escuchar en las sombras está muy mal visto?

- Vieja Felisa... así te llamaban en vida y ahora lo eres de verdad ¿no es así? 

A espaldas de la muchacha había aparecido un hombre alto y fuerte, de pelo canoso y prominente mostacho. Vestía unas ropas de marinero que parecían permanente húmedas, incluso con retazos de algas y en su mirada se adivinaba un incierto peligro. Su voz era grave, como el viento que sale de las grutas marinas. 

- Vieja Felisa - repitió como una salmodia - que sirves a los Carceleros como un perro Guardián. Señora de los Resignados, que en vida nunca pudiste salir de tu habitación y una vez muerta temes escapar de esta prisión. ¿No te das cuenta de la oportunidad que se nos brinda?

El individuo hablaba con la niña como si Ricardo o Ana no estuvieran presentes, aunque no les quitaba ojo. ¿De dónde había salido? Parecía como sí, repentinamente, hubiera aparecido de la nada. Pero no es que se materializara o que fuera traslúcido como un fantasma. Simplemente antes no estaba ahí y ahora sí.

Ricardo reculó en el suelo caminando sobre sus manos. La pistola había caído al suelo y el detective se apresuró a por ella apoyado de nalgas en el suelo. Con el pulso tembloroso apuntó con el arma a la nueva figura que acababa de aparecer más como gesto instintivo que como seria amenaza.

—¡Qué carajo! —exclamó—. Otra vez esos carceleros. ¿De que diablos habláis? ¿Qué sois exactamente?

Pese al frio del lugar Ricardo comenzaba a sudar levemente. Su corazón iba a mil. La historia comenzaba a no tener sentido y la mente racional del detective empezaba a colapsar.

Para mi sorpresa, cuando Mario salió de su ensimismamiento y abandonó la ventana se acercó a Kamil y situándose frente a él le dio una bofetada en la mejilla derecha.

- Pero... ¿qué te pasa? - dijo en respuesta al tiempo que le devolvía la bofetada, hecho que Mario sin duda esperaba ya que había dejado su propia mejilla ofrecida como si de una analogía bíblica se tratase. Después, Kamil se llevo la mano al lugar donde Mario le había golpeado.

- ¿Qué esperabas que pasase? ¿Qué ti despertarías en tu cama?

Aquel comportamiento parecería incluso divertido si no fuera por el ambiente opresivo, que hacía que hombres racionales se comportasen de manera tan extraña. Pero mientras ambos intercambiaban bofetones, siendo ignorados totalmente por un Teo ensimismado, se dieron cuenta de que de la parte inferior de la casa venían voces. No se entendía lo que decían pero aunque una era la de Ricardo, que sonaba un tanto nerviosa, había otra era de un hombre desconocido y una tercera de una niña.

La niña sonrió ante el desconcierto de Ricardo. Otra vez esa sonrisa extraña, adulta, ¿cómo lo había llamado el otro individuo? vieja. Vieja como el mar, como las montañas, una vejez siniestra e inhumana.

- ¿Nunca te has preguntado qué pasa con las promesas incumplidas? ¿Quién lleva la cuenta de los agravios sin respuesta? ¿Nunca has deseado algo o a alguien con verdadera pasión, siendo capaz de vender tu alma por ello? Los Carceleros son quienes acuden a esas llamadas. Pero siempre piden algo a cambio, y si no lo cumples...

Se encogió de hombros.

- Somos los que no hemos cumplido nuestra parte. Y pagamos por ello. No seáis estúpidos: no os recomiendo desafiar a los Carceleros. Estamos tan cerca de...

- ¡Tan cerca de nada! - interrumpió Tomás - ¿Cuánto llevas aquí Vieja Felisa? ¿Cincuenta años mortales? ¿Sesenta? ¿Cien? Yo he perdido la cuenta. Ya ni siquiera recuerdo cual es mi deuda. Los Carceleros nos tienen engañados ¡no esperes clemencia!

El hombre dio un paso hacia Ricardo:

- No le hagas caso. Los Resignados se equivocan. Temen al castigo de los Carceleros pero no se dan cuenta de que no hay mayor castigo que permanecer aquí encerrado por toda la eternidad. Ni muertos ni vivos. ¿Quienes somos? Somos la Santa Compaña, somos almas en pena, fantasmas, espíritus, penados... hay tantos nombres para nosotros como quieras pensar. No podemos salir de aquí ni hacer nada por salir. Pero vosotros estáis vivos. Vosotros podéis intervenir. ¡Ayudadnos y podréis salir de aquí con vuestro amigo!

Kamil levanto uno de sus mano como queriendo hacer un inciso. - ¿Has oído eso? - le preguntó a Mario cuando oyó las voces que venían del piso inferior de la casa.

Aunque le parecía identificar una de ellas como la de Ricardo, las otras dos le resultaban desconocidas y no podía oír la de Ana. ¿le habría pasado algo a ella? pensaba preocupado mientras Teo seguía componiendo sus acordes...