Partida Rol por web

Pieter lo tenía muy claro, a aquella bestia no iban a matarla con balas. Pero alguien tenía que distraer a aquel ser para que el resto pudiera tratar de obrar el milagro. Ese iba a ser él. De todos era sin duda quién tenía más posibilidades de placar al demonio aunque fuera de forma momentánea.

El soldado corrió todo lo que su maltrecha pierna le permitía, tomó impulso y se lanzó contra aquel ser. Si lograba derribarlo, igual sus amigos tenían tiempo para llevar a cabo lo que habían estando pensando. También era posible que esa fuera la última cosa que hiciera en su vida, pero... Era un soldado y a veces se requerían sacrificios en pos de la supervivencia de toda la unidad.

- ¡Aaaaaah! - Gritó aquel alemán mientras saltaba con la mirada llena de odio clavada en aquel monstruoso ser. - ¡Vamos Hans, no hay mucho tiempo! - Le gritó a su hermano.

Pieter se lanzó a la desesperada, y con una innegable valentía, hacia el ente que iba surgiendo del suelo, como una montaña grisácea.

Azhabel estaba cubierto de lo que parecía tierra derretida, un légamo hediondo y resbaladizo que hizo que el soldado no consiguiera agarrarlo, como era su intención. 

El diablo le miró, sus ojos eran ascuas llenas de furia y de diversión a partes iguales.

El intento del aguerrido Pieter provocó que una risa espantosa, profunda, surgiera de las entrañas del diablo. Quien, simplemente se sacudió de encima al alemán, que cayó unos metros más allá con gran dolor de su pierna maltrecha.

Pieter lleno de rabia tras las risas del demonio, desenfundó su arma y apuntó contra aquella criatura disparando contra ella. Las balas impactaron contra aquel ser para regocijo del soldado.

- ¡Hola plomo bestia! - Gritó. ¡Quién ríe último ríe mejor! - Y comenzó a reír de forma demencial. Pieter estaba perdiendo la cabeza.

Unos continuaron cantando, otros no. La bestia aquella surgía de las profundidades del Averno. Hans intuyó que alguna propiedad física debía de tener el demonio ya que se sumergía en el mundo de los hombres, pero conforme veía como aparecía aquella monstruosidad más sentía que el corazón se le paralizaba.

Bastó una mirada entre los tres para decidir. Grigori y Grüber tocarían la canción al revés, destruirían el amuleto y las partituras. Pero solo cuando terminasen la composición. Su hermano y él debían conseguirles tiempo.

-¡Destruye el amuleto, Grüber! Con la culada de la pistola, o písalo. Y luego rompe las partituras. Vamos!

Se quedó sin aliento cuando vio Pieter lanzarse, como un demente, contra el monstruo.

-¡¡Pieter!! ¡No! ¡No!

Apuntó, tembloroso, hacia el demonio, concentrándose en su acción, centrado sin pensar en nada más, intentando espantar el pánico que le trepaba por las piernas.  Disparó y recargó, y disparó de nuevo. *

Cuando aquel brazo enorme salió entre las astillas del suelo, Grigori casó la forma con el sonido, con las palabras de la madre, y una congoja enorme le invadió, más que el miedo, más que el terror que ahora viajaba por sus venas. Pero no el terror de saber a unos niños en manos de una despiadada madre, no. El terror por saber que había sido parte de una conjura a un demonio. Ahora no sería el responsable de no liberar a unos niños del grillete maquiavélico de su madre, sino de un mal que asolaría su querida Rusia, el mundo entero.

El grito de la abuela rompió el encantamiento que aquella visión le había producido. ¿Correr? ¿Adonde?

Él lo destruirá todo… no podremos escapar de sus garras. ¿Quién se salva de un demonio así?

Pensó rápido, no podían perder tiempo. Él no podía hacer nada contra aquello, era demasiado grande para él, para sus conocimientos, para su fuerza, para… Miró entonces las partituras sobre el piano. Si tocando aquella nana había traído aquella cosa hasta allí, ¿si la tocaba al revés revertiría el hechizo? A su alrededor saltaban astillas y piedras, el suelo se movía y todo su ser le decía que no fuera tonto y corriera para darse una sola oportunidad, una sola. Pero ya se sabía viejo, él no tendría mucho más tiempo. Pero todos los demás… los que conocía y los que no. Se decidió rápidamente, quizás aquel era su propósito real en la vida, quizás tanto sufrimiento en su vida era porque podía hacerlo. Lo había traído allí al fin y al cabo, ¿verdad? ¿Lo podría devolver al mismo lugar en el que estaba? Se miró las manos un instante, le temblaban.

Pero en aquel instante, vio como Pieter y Hans corrían hacia aquella cosa. Los tiros comenzaron a resonar en el salón del baile, por encima incluso del estruendo que los rodeaba.

Tomó la decisión, se volvió a poner delante del piano y comenzó a tocar...

La rabia embargó a Pieter, que aunque había salvado la vida, en contra de su propio presentimiento al lanzarse contra la criatura, estaba empezando a desquiciarse. La visión era demasiado pavorosa, y el sentimiento de impotencia, agudo.

Así que descargó su arma contra Azhabel, y a sus disparos se sumaron  a los que Hans, tembloroso y mucho más centrado, y quizá precisamente por eso mucho menos seguro de sí mismo en aquellos instantes de locura, realizó casi al mismo tiempo.

Las balas de Hans se perdieron, no así las de su hermano. Pero el demonio las absorbió en su carne, aullando, aunque sin desfallecer. Hicieron sendos agujeros en lo que quizá era carne, o quizá otra cosa. Un líquido espeso y negro brotó de los agujeros, mezclándose con lo que fuera que cubría la superficie del demonio, y el hedor de ambos fluidos se mezcló, azotando los sentidos.

Mientras, Grigori pensó deprisa. ¿Qué podría no sólo detener al demonio, sino devolverlo al Averno...? Lo que habían hecho para convocarlo había sido, sin lugar a dudas, alguna especie de Ritual, de Conjuro. Había que deshacerlo. Contrarrestarlo.

La Canción de Cuna. Maldita fuera, malditos los espíritus traidores, el engaño, el Mal que contenía aquella Casa.

Frente al piano, aún con la melodía en la cabeza, el campesino inspiró profundamente, y rezó. Necesitaba de toda su concentración para poder hacer lo que se le acababa de ocurrir. No es que fuera difícil, no es que fuera complicado... es que era casi imposible.

Y empezó a tocar la Nana del revés, iniciándola por las notas del final, y yendo hacia delante con ella, y... sí. Canturreó. 

El sonido era extraño, y las palabras ininteligibles. Parecía que lo estaba consiguiendo...

Hans había gritado a Grüber para que se deshiciera del Medallón. Y para que rompiera las hojas de la partitura.

El médico aún no había reaccionado, pero los que sí lo hicieron fueron los espectros que les rodeaban. Empezaron a ulular y a volar a su alrededor, el frío llenó el salón, sumándose a la tormenta, y el miedo agarrotó los cuerpos de los vivos, tanto como estaba agarrotando las almas de los muertos...

Gruber trata de  pisotar el medallon para romperlo en mil pedazos,  pero las cosas salen mal.
 

No, el Medallón no se rompió por mucho que Grüber lo pisoteara. Azhabel y la madre rompieron a reír, con un estruendo tétrico.

Entonces, ante la extrañeza de todos, Grigori el primero, los dos pequeños sumaron sus voces a la del ruso, cantando la Canción de Cuna Fúnebre con él. No sirvió para el contrahechizo en sí, pero al ruso sí le sirvió. Su voz se volvió más segura, y las notas sonaron más firmes. Aunque el resultado era una triste y extraña cacofonía...

Nana Invertida

-¡¡CORRED!! ¡¡¡POR DIOS TODOPODEROSO, CORRED!!! ¡¡¡SALID DE LA CASA!!!

El Demonio casi había salido por completo del Abismo, y sus carcajadas se convirtieron pronto en rugidos, rugidos de furia y de placer al mismo tiempo. El espectro de la mujer daba vueltas volando a su alrededor, a una velocidad vertiginosa, riéndose aún.

Los espíritus de los dos niños se quedaron junto al piano, cantando, guiando a Grigori, ayudándole a acabar la Nana Invertida.

El alma de la abuela voló hasta la puerta, gritando a los vivos que huyeran, haciéndoles señas desesperadas hacia la reja exterior de la Mansión.

¿Quizá ahora estaba abierta...? 

El espíritu de la abuela los comninaba a escapar. Dejarían libre a un horrendo demonio. Si todo esto no era más que una pesadilla infernal.

Su mirada aterrada iba de esa Cosa a su hermano, y de allí a Grigori. ¿Serviría de algo? El ruso estaba como hechizado, tocando las teclas poseído. Ajeno al derrumbe de la casa, a la inminente destrucción de todos.

Golpeó el medallón con la culata de su fusil, agarró los restos y los lanzó contra Azhabel.

-¡Muere maldito! ¡Regresa a tu cueva infernal!

Pieter vio como su hermano se disponía a lanzar el amuleto contra el demonio, pero... ¿Lo había roto? No lo parecía desde luego.

- ¡Que haces, Hans! - Gritó Pieter

Inmediatamente salió corriendo en dirección a su hermano. Tenía que evitar que hiciera una tontería. Pero no iba a llegar hasta él, era imposible. No lo lograría. Pieter se fijó en décimas de segundo en que el fusil de Grüber estaba apoyado cerca de donde él se encontraba y lo agarró. Por suerte, tras su intento por reducir al demonio, había caído a su lado y el amuleto volaba en su trayectoria a gran velocidad. 

Odiaba el deporte de los yankies, el beisbol. Le parecía una aberración, pero tuvo que batear. Tomó impuslo con ambas manos agarrando el fusil por el cañón y entonces lanzó un golpetazo en el momento en que el amuleto pasaba por su lado. Si la suerte estaba de su parte lo golpearía con la culata del arma y lo rompería en mil pedazos. Si, ese no era su día, se volvería a poner a merced de Azhabel y sólo Dios sabía que sería de él.

El médico  escucho la voz de la fantasma, y sintio como lo necesitaban en su pueblo, sabiendo que no podia hacer mucho huyo,  trató de salir de ahí, ir hacia la puerta, salir vivo...

Estaba asustado pero pensaba en su familia, el pueblo, la gente que había confiado en él. Tenía que sobrevivir

Así que no lo pensó, gritó un

VAMONOS DE AQUI

Y siguió corriendo, hacia la salida.

A partir de ese punto, todo sucedió a una velocidad de vértigo, y cada uno fue consciente de lo que ocurría sólo a través del velo de la irrealidad mezclada con lo imposible.

Grigori acabó su interpretación, y levantó la cabeza de las teclas del piano, mirando hacia los espectros de los dos niños, a la espera de lo que fuera a suceder. Había hecho lo que había podido, y lo había hecho bien. Pero, ¿habría servido de algo...?

Hans lanzó el Medallón hacia Azhabel después de que tanto Grüber como él mismo, a taconazos y balazos, intentaran romperlo sin éxito. La mujer seguía riendo con esa risa maléfica, estridente. La rabia y quizá la locura empezaban a minar a Pieter, quien desesperado usó su fusil para golpearlo cuando pasó junto a él, volando.

La abuela seguía gritando urgiéndoles a salir de la Mansión antes de que fuera tarde. Grüber fue el primero que le hizo caso, y empezó a correr, dentro de su estado maltrecho, hacia la puerta principal de la Casa, para intentar alcanzar la reja.

Y entonces, quizá porque la Nana invertida había surtido efecto, quizá porque el Medallón se precipitó por el abismal agujero abierto bajo los pies del demonio, desapareciendo en las entrañas del infierno, Azhabel rugió como nunca hasta ahora habían escuchado. Su grito heló la sangre de quien lo oyó, era un aullido de dolor, impotencia y poderosa furia, furia desatada... pero sus piernas dejaron de moverse, y empezaron a hundirse de nuevo en el lugar del que estaba emergiendo. 

Sus brazos intentaron alcanzarles, sus garras se clavaron en las paredes, en el suelo, intentando evitar lo que ya estaba siendo inevitable. Se hundía.

El espectro de la mujer por fin dejó de reír, y su risa se convirtió en un grito de sorpresa y angustia, en un ruego y en desesperación. Su alma se fue alargando, atraída por la caída del demonio hacia el Averno, y siendo ella misma arrastrada con él hacia el mismo Infierno.

Y entonces las almas de los niños sonrieron, se acercaron a la del padre, y fueron haciéndose luminosas y trasparentes hasta desaparecer. Y aquellos hombres que estaban siendo testigos de los más horrible, lo fueron también de lo más etéreo, porque de toda la casa surgieron luces que formaron espectros que se volvieron transparentes hasta desaparecer. De ventanas, de habitaciones, de todos los rincones las almas de los desgraciados que habían sucumbido durante los años de Maldición surgieron y se redimieron.

Pero el horror aún no había finalizado, y aunque la abuela estaba empezando a brillar, llamada por el descanso eterno, no les dejó, agradecida. Porque la Mansión entera estaba colapsando, y debían abandonarla... o morir en ella...

-¡¡¡POR LO QUE MÁS AMÉIS, HUID!!! ¡¡¡VAMOS, SALID!!!