Partida Rol por web

Nieve Carmesí VI

La Mansión

Cargando editor
23/03/2009, 19:20
Pieter
Sólo para el director
- Tiradas (1)

Tirada: 1d8(+7)
Motivo: investigar
Resultado: 3(+7)=10

Cargando editor
23/03/2009, 20:00
Grüber

Grüber observaba la situación desde su posición más tenso de lo que le gustaría admitir, y sin duda el hecho de que el recién atendido Dieter decidiera seguir a Octavius era un detalle que no le hacía ni pizca de gracia, pero poco podía hacer él para convencerle de que descansara un poco. Por suerte Hans parecía más razonable, o quizá se debiera a que sencillamente la herida le incomodaba demasiado para andar, eso no importaba.

-No te preocupes, seguro que pronto la niebla se disipará y podremos continuar... mejor aquí dentro que fuera, ¿no?- comentó a su acompañante herido mientras su mirada alternaba entre la puerta del fondo y la lateral sin alcanzar a vislumbrar el interior.

-¿Estáis seguros de que separarse tanto es buena idea...?- aventuró a comentar finalmente a sabiendas de que la opinión de un sanitario apenas gozaba de importancia para algo que no fuera curar, pero aún así tenía que decirlo.

Cargando editor
23/03/2009, 20:28
Alexeva

Alexeva había comenzado a andar tras Pieter hacia el interior de la biblioteca cuando oyó la orden que el otro soldado gritaba a quienquiera que hubiese en el salón del que provenía la música.

El encontrar una fuente de iluminación para el médico perdió entonces todo su interés y, consecuentemente, la joven rusa dio un par de pasos atrás hasta el descansillo y casi pisando a Dieter en el camino. Quería ver a quién habían encontrado. Quién podía haber decidido refugiarse en la casa maldita. O quién o qué acechaba a aquellos que osaban penetrar en los interiores de la morada.

Cargando editor
24/03/2009, 15:55
Grigori

Grigori era un hombre perceptivo y gracias a ello había sobrevivido tantos años en un país caótico como Rusia. Había notado que la otra prisionera parecía saber bastante alemán y él tenía un diario, a buen seguro escrito en dicho idioma.

Vio como la rusa entraba en una sala siguiendo a un par de soldados, así que se dirigió hacia ella con disimulo y le tendió el cuadernillo manchado de sangre:

- ¿Sabrías traducirlo? - preguntó en voz baja. Hasta ese momento, los alemanes no habían dado importancia al diario, pero Grigori intuía que había algo importante en él. Su instinto le decía que el teniente sabía algo de aquella mansión y eso precisamente fue el detonante para que la casa lo eliminara. Allí había una presencia maligna evidente para una persona tan receptiva como el ruso.

Cargando editor
24/03/2009, 22:02
Director

 

Octavius revisó con cautela la sala y allí pudo ver un par de cosas:

La primera:

Tres marcas en el suelo, como de patas. En ese sitio había algo pesado sin duda, pero ahora ya no se encuentra en ese lugar.

La segunda:

Hojas de partitura cubiertas de polvo, esparcidas por el suelo. "La novena sinfonia" reza el título.

 

Notas de juego

Sigo actualizando.

Cargando editor
24/03/2009, 22:06
Director

Investigas a consciencia la habitación y descubres algo interesante.

El banquito que se encuentra junto al piano...

Está demasiado alto...

 

Notas de juego

Sigo actualizando.

Cargando editor
24/03/2009, 22:08
Director
Diario del Teniente Diederick, frente Ruso, 15 de Enero de 1915.

En algún lugar al norte de Varsovia.

Aquella ventisca iba a matarnos. ¡Maldita tormenta! Parecía como si el
propio diablo estuviese resoplando sobre las arenas de aquel jodido
desierto.

El viento nos azotaba sin piedad, con aquella cadencia constante que te
sumerge en la desesperación más absoluta, castigando por igual el
cuerpo y la mente. La arena arrastrada por el aire a una velocidad
endiablada se clavaba en la piel, allí donde ésta no se encontraba
cubierta por varias capas de recia ropa. Teníamos que avanzar con la
vista fija en el suelo para evitar que los ojos resultasen dañados de forma
fatal por los elementos. Las fuerzas comenzaban ya a fallar, no nos
quedaba comida y las cantimploras apenas resguardaban los últimos
restos de un agua tan valiosa como necesaria. Llevábamos más de doce
horas vagando sin rumbo, tropezando y cayendo de rodillas para volver a
levantarnos una vez más sobre manos ensangrentadas y pies
destrozados.

Perdidos. Estábamos perdidos. Aquella ventisca iba a matarnos.
Todo había comenzado la noche anterior. Los oficiales habían dado la
orden de avanzar contra el enemigo desde sus posiciones en las
trincheras. ¿Señor, cómo es posible que el mundo cambie tanto en tan
sólo un palmo de terreno? Pasamos en un segundo de la relativa
seguridad de las zanjas a tener que enfrentarnos a un terreno horadado
por las bombas, plagado de cráteres, alambres de espino y árboles
destrozados. Trampas mortales para todo aquel que en su loca carrera
tuviese la mala fortuna de pisar donde no debía. Ni tan siquiera eran
necesarias las balas enemigas para acabar con nosotros. Y por si todo
eso fuera poco, encima nos rodeaba aquella condenada niebla que
impedía ver nada más allá de tu propia mano. Era como avanzar a través
del mismo fin del mundo, y aún así lo hicimos. Algún mandamás
engreído, sentado en la comodidad de su sillón, allá en la seguridad del
puesto de mando en retaguardia, demostrando una inteligencia
únicamente equiparable a su más que arrastrado valor, había tenido la
genial idea de que aquella niebla nos beneficiaba. ¡Nos permitiría coger al
enemigo por sorpresa! ¡Será una victoria aplastante! Lo que no pensó
aquel privilegiado de rango inmerecido es que para ello en primer lugar
debíamos llegar hasta las filas de esos Rusos, ratas de las estepas, hijos
de las hienas. Y este primer objetivo básico no se consiguió, al menos no
llegamos a verles, aunque ellos a nosotros sí. Los hombres caían a
nuestro alrededor como cuentas de un rosario cuyo hilo hubiese sido
segado por un cuchillo mohoso, trofeos tanto de las balas y la artillería
como de la misma tierra, que reclamaba su propia cuota de sangre. Fue la
peor ofensiva de la historia, al menos la peor de cuantas tuve la desgracia
de participar. Nos disgregamos sin orden ni concierto, sin rumbo ni otro
objetivo más que la pura supervivencia, como rastrojos en el viento. ¡Y
qué viento!

A las pocas horas de iniciado el ataque se desató la tormenta. Una
implacable ventisca de arena con la que la naturaleza quizás pretendiera
ajustar cuentas, justificar el desagravio y arrastrar los despojos humanos
que habían quedado esparcidos por el campo de batalla. Me encontré
vagando perdido por aquel desierto de tierra, nieve y malas hierbas que
son las estepas rusas, con la única compañía de dos de mis hombres: el
Sargento Karl, un militar de familia, con un alto sentido del honor y del
deber, un buen hombre; y el soldado Pieter, un joven y fanático seguidor
de las doctrinas, ideas y símbolos de superioridad que iniciaron la guerra,
sin piedad ni conciencia, aunque respetuoso y obediente con sus
superiores. Caminamos a la deriva durante horas sabedores de que
debíamos hallar algún lugar seguro donde guarecernos o aquella
ventisca nos mataría. El día ya comenzaba a extinguirse cuando nos
encontramos con otro de los supervivientes del ataque suicida, un
soldado de otra unidad de nuestro ejército al que a punto estuvimos de
abatir a tiros antes de poder identificar su uniforme. Su nombre es
Octavius y nos ha contado que pertenecía a una unidad de artillería que
fue sorprendida por un ataque relámpago de las tropas rusas. Tuvo que
huir para salvar la vida, como hicimos nosotros, pero en su caminar se
tropezó con dos campesinos a los que tomó como prisioneros para que
le hicieran de guías en este desolado averno. Es un hombre extraño,
como poco.

Ahora somos diez almas caminando contra el viento. La ventisca va a
matarnos. ¡Maldita tormenta!

No se realmente como lo hacen los demás, como logran colocar un pie
delante del otro para seguir avanzando. En mi caso, creo que me
mantengo en pie únicamente gracias a la imagen de mi querida Kerstin
que se mantiene en todo momento fija en mi cabeza y se superpone al
vuelo de la tierra a mi alrededor. Su rostro, su hermoso rostro, me guía y
me impide caer. En mi mano derecha sostengo el fusil, en mi mano
izquierda, encerrada en el puño, guardo la última carta que he recibido de
mi esposa. Tres semanas atrás nuestra unidad quedó aislada del grueso
del ejército y el correo se interrumpió. Ahora aquel papel cargado de
líneas y sentimientos muestra tantos pliegues como granos de arena mi
rostro, aunque por mi propia vida juré que impediría que uno sólo de
aquellos sucios trozos de tierra deshonrara su pureza. La carta
permanece en mi mano izquierda, casi puedo sentir el calor que
desprende, fruto del amor y el cariño. El fusil sigue en mi mano derecha,
noto su gélido contacto, invención del odio del hombre, que dedica sus
esfuerzos a ingeniar nuevas formas de matar. ¡Kerstin! ¿Qué estará
haciendo ahora? ¿Cómo será aquel mismo día en nuestra preciosa
Bacharach a tantos kilómetros de allí? ¿Volveré algún día a verla? ¡Ojalá
pudiera estar ahora mismo a su lado, paseando por las floreadas calles!
Un pueblo pequeño, de casas blancas y tejados inclinados, de vigas de
madera vieja y macetas en las ventanas. Con olor a leña y chimenea, con
sabor a tradición y hogar. Situado a orillas del Rin, en uno de sus
recodos, una de sus idas y venidas, serpenteando a través de un valle
verde como ningún otro. Un lugar donde la vida no pasa ni transcurre,
sino que se desliza, dejándose llevar por el ritmo lento de sus aguas. Un
lugar sin tormentas de arena, sin muertos, sin fusiles… sin dolor.
¡Maldita ventisca! ¡Maldita guerra! ¡Maldita sea la avaricia, el orgullo, la ira
y la prepotencia de los hombres!

Vamos a morir aquí como no encontremos pronto algún lugar donde
refugiarnos. Los campesinos rusos nos guían campo a través, pero
sospecho que andan tan perdidos como nosotros. La situación se
descontrola por momentos. Pieter no oculta sus deseos de pegarles un
tiro y abandonarles como cadáveres anónimos en mitad de la nada,
aunque de momento el sargento Karl consigue mantenerlo apartado de
ellos. Y Octavius… Octavius no dice nada, apenas habla.

¡Un momento! ¿Qué es aquello? ¿Acaso…? ¡Si! ¡Es una luz! Una luz en la
distancia, débil pero se percibe a través de la niebla. Es posible que se
trate de alguna granja o una casa de campo. Sea lo que sea se trata de
nuestra única oportunidad. Los demás ya la han visto y corren hacia allí.

Todos corremos...

 

 

Notas de juego

Sigo actualizando.

Cargando editor
24/03/2009, 22:05
Alexeva

- Déjame ver- contestó secamente la guerrillera tendiendo la mano aunque toda su atención estaba puesta en el soldado que estaba apuntando a alguien dentro de la sala de baile.

Al contrario que Grigori ella no tenía interés alguno en el diario, no pensaba que fuese a encontrar nada más que un diario de batalla, pero no pudo negarse a la petición de su compatriota. Con lentitud, con un ojo puesto en el diario y otro en los soldados, empezó a leer en busca de algo que pudiese servir de utilidad dada su situación.

Cargando editor
24/03/2009, 22:09
Director

Todos se quedaron quietos por un momento, cuando escucháis como la campesina rusa comienzó a leerle en ruso a su compañero campesino sobre un libro que él le dió.

Cuando de repente, una canción comenzó a sonar en toda la mansión.

Cargando editor
24/03/2009, 22:16
Director

En el momento que la música comienza a sonar, ves como las teclas del piano se mueven solas, al ritmo de la melodia.

Cargando editor
24/03/2009, 22:17
Director

Notas de juego

Ya podéis postear.

 

Cargando editor
25/03/2009, 07:28
Octavius

tras su fusil, el mestizo aleman se adentro en la sala, en la que encontro tres marcas en el suelo, como de patas.
sin lugar a dudas eran de algo pesado, pero no estaba en la habitacion.

cerca de las mismas algunas hojas de partitura cubiertas de polvo, esparcidas por el suelo. "La novena sinfonia" reza el título.

- la habitacion esta vacia...

dijo con voz firme, pero fue interrumpido por la novena sinfonia

- pero... que...?

Cargando editor
25/03/2009, 11:33
Pieter

Después de haber realizado una investigación a fondo en la habitación notó algo extraño el el banquito cerca del piano, se aproximaba para realizar un vistazo mas detallada mente, pero de repente.... Pieter pego un salto hacia atrás al oír sonar el piano solo, mientras las teclas de este se movían desorbitadamente haciendo compañía a la melodía que sonaba, era la novena sinfonía de Beethoven, casi empezó a disparar a diestro y siniestro pues el susto que tenía dentro del cuerpo no le dejaba recapacitar, pero se tranquilizó algo y no disparo, miraba de un lado a otro muy nervioso buscando alguna explicación no encontrando nada...

Poco a poco con el fusil armado, camino pausada mente acercándose al piano, cerca del banquito pego una patada a este para tirarlo y apartarlo, quería ver mas de cerca el piano que sonaba solo, las piernas le temblaban, no sabía que pensar, ya cerca del piano pegó otra patada a este para ver si así lograba hacer callar a esa maldita sinfonía, pronto no lo soportaría y se pondría a disparar...

Cargando editor
25/03/2009, 16:13
Grigori

Notas de juego

Corrígeme si me equivoco pero... ¿no estábamos en 1914? Lo digo por la fecha del diario...

Es para no liar al resto y postear en consecuencia.

Cargando editor
25/03/2009, 18:39
Director

Grigori, la fecha es 1914.

Es una errata. No lo tengas en cuenta.

Cargando editor
25/03/2009, 19:21
Grüber

Cómo era de esperar, el doctor no recibe ninguna respuesta por parte de nadie, así que acaba por levantarse, dirigiendo una última mirada de duda a Hans... pero su paciente parece algo dormido o aletargado debido a la herida, así que niega con la cabeza y acaba por acercarse a pasos largos hasta los dos rusos, que parecen estar confabulando en su contra y encima inspeccionando una posesión que podría tener datos confidenciales del teniente.

-¡Trae aquí ladronzuelo!- replica como el que riñe a un niño travieso de diez años, arrebatando el diario de las manos de Grigori (o Alexeva) con un gesto rápido a sabiendas de que no podrán negarse dada su situación, pues si no hubiera sido incapaz de hacer algo así.

Observa unos segundos la endurecida tapa componiendo una expresión nostálgica y aprensiva antes de que el sonido de la música le saque de sus propios recuerdos con un respingo exagerado.
-¿Qué diablos hacéis?- pregunta escandalizado ante la idea de que a sus compañeros no se les haya ocurrido otra cosa que ponerse a "jugar" con los instrumentos de la casa.
-¡Creo fervientemente que deberíamos reunirnos y planear mejor nuestros pasos...!- exclama insistiendo en el tema sintiéndose bastante frutado por los nulso resultados -Sargento...- añade entonces en dirección a Karl esperando que añada algo de organización a la situación.

Cargando editor
25/03/2009, 23:53
Alexeva

La campesina rusa ni siquiera trató de evitar que Grüber le arrebatase el diario ensangrentado de las manos. Estaba ensimismada escuchando la canción. Cada golpe, cada nota, le transportaba poco a poco hacia su infancia.

Una vez sus padres les llevaron a ella y sus hermanos a Tsaritsyn, una única vez. Actuaba el ballet nacional. Esa vez fue más que suficiente para que quedara fascinada por el sonar del piano siguiendo la melodía escrita años antes por un famoso autor del imperio. Mas en aquella ocasión la música era viva y alegre y los bailarines de movimientos gráciles. Ahora, en cambio, sonaba tenebrosa y oscura e introducía el miedo por cada uno de los poros de su piel.

Sin embargo el miedo no podía hacer que también se sintiese maravillada por lo que algo tan simple con un par de tablas y unas cuerdas podían llegar a producir. Con paso lento y tembloroso, empezó a avanzar hacia el salón de baile.

Cargando editor
26/03/2009, 10:09
Octavius

un piano sonando solo podia significar que alguien lo tocaba...

octavius se dio media vuelta y con paso firme se dirigio a la habitacion del mismo, para comprobarlo

- pero quien esta tocando esa cosa?

Cargando editor
26/03/2009, 18:24
Director

Alexeva echó un nuevo vistazo a la entrada. De pronto se quedó boquiabierta. En la entrada había un niño. Un niño pequeño, de unos seis años. Vestía una ropa de domingo: un traje negro, con adornos dorados en sus mangas. Parecía un pequeño uniforme. Luego se fijó mejor: no parecía un uniforme. Parecía un traje de luto. Un niño vestido de luto en una mansión abandonada. Aquello era ridículo. Los ojos del crío, enormes y verdes, lo miraban carentes de toda curiosidad. Su rostro era pálido. Abrió la boca como si fuera a decir algo, pero en ese momento un montón de gusandos salieron serpenteando de la oscuridad de su mandíbula. Alexeva contuvo la respiración y se frotó los ojos. Repentinamente el muchacho salió corriendo hacia el salón de baile. Por un momento Alexeva solo sintió el latido desacompasado de su corazón. ¿Había visto aquello de verdad? ¿Qué podía hacer un niño en aquel lugar? Había algo en la zona donde se había encontrado el niño: gusanos. Una bola de gusanos que ahora se esparcían por la madera podrida...

Cargando editor
26/03/2009, 18:31
Director
Todos quedaron estupefactos al sentir la música y al ver las teclas del piano moverse solas al compás de la música. Pero cuando la música que sonó en toda la casa acabó, las teclas también han dejado de sonar.
 
El reloj comenzó a sonar otra vez… doce campanadas… ¿Han pasado ya dos horas desde que todos entraron a la mansión? Sólo se han movido un par de metros dentro de la casa… ¿Dos horas?
 
Ninguno de los presentes pueden dar crédito a todo lo que está sucediendo en la casa… es todo tan extraño…
 
Tal vez el soldado tenía razón… tal vez tenían que haber salido de la casa cuando hubo oportunidad…
 
Tal vez los obuses y el gas mostaza eran el paraíso comparado con lo que están pasando…
 
Pero en ese momento, todos escucharon un grito desgarrador…
 
Todos, soldados y campesinos se giraron para ver de donde provino ese grito, ya que sonó muy cerca… a pocos metros de donde se encontraban.
 
Y allí lo vieron…
 
Era Dieter.
 
Dieter gritó como nunca mientras se llevo ambas manos a la garganta. Sus ojos se salieron de sus orbitas cuando los abrió como platos mientras sus manos intentaron quitarse algo de encima, algo que le presionaba la garganta…
 
Todos pudieron ver las marcas de los dedos que se formaron en la garganta de Dieter. Sus ojos se pusieron rojos… desde cualquier posición se podía ver como sus labios se tornaban azulados mientras que su boca se abrió y cerró varias veces, cual pez fuera del agua.
 
Después el cuerpo de Dieter se elevó. Sus piernas flotaron en el aire y se sacudieron de un lado a otro, mientras que sus manos intentaban deshacerse de lo que presionaba su cuello con fuerza.
 
Entonces se hizo el silencio…
 
Y en ese silencio todos escucharon como el cuello de Dieter se rompió.
 
*Crack*
 
Y como esas manos invisibles que lo presionaban lo sacudieron por última vez en el aire, para arrojarlo sobre una de las ventanas, haciendo que los cristales se rompan y que su cuerpo quede colgado boca abajo de las rejas que impiden que los del exterior puedan entrar…
 
O los del interior puedan escapar…