Partida Rol por web

 Introducción.

 En realidad, el Hospicio no es tan distinto de los monasterios de tu tierra.

En la fabulosa Enoch, abres los ojos a una nueva noche. La casa de Zao Lat -eres incapaz de pronunciar Saulot- parece más un jardín de iluminación que un hogar para necesitados. Y quizá sea ambas cosas, pues los que allí habitan parecen transformados, limpios de la suciedad espiritual que contamina el resto de esta ciudad.

Duermes en un humilde habitación. En realidad, todas lo son, incluso la del propio Zao Lat. Es un maestro que predica con el ejemplo. Posees una cama, un armario, una mesa y ropa. ¿Qué más necesitas?

Incluso me sobra la cama y la mesa. De hecho pido a algún sirviente que se las lleve para alguien que las necesite más. Con unas sábanas sobre una estera en el suelo me vale, y es a lo que estoy acostumbrado. Y con usar una escoba (personalmente) para barrer la habitación, no necesito mesa. La misma estera que uso de colchón bastaría.

En el armario guardo mis armas y mis dos únicas mudas de ropa, sendos trajes de moje taoísta (ya sabes, especie de kimono con los vuelos bajos atados a las piernas y sandalias). Tal vez necesite pergaminos, tinta y pinceles para practicar la meditación, pero creo que nada más.

 Todo lo que pides es razonable. Consideremos que tu habitación posee lo que deseas.

 Te despiertas a una nueva noche.  Alguien ha dejado una túnica limpia en tu armario.

Oyes, muy levemente y a lo lejos, risas, fragmentos de conversaciones.

Me despierto a una nueva noche.

Me afeito la cabeza ritualmente y paso media hora de meditación.

Después salgo de mi habitación en busca de... alguien. Mi Sire, su hermana o incluso Zao Lat.

 Caminas por el hospicio en busca de alguien. El hospicio huele a limpio, paredes  carentes de lujo innecesario y gasto. Es un lugar sobrio, donde el dinero -mucho- se invierte en los enfermos y desposeídos, no en el lujo.

Tus pasos te guían hacia el jardín central, donde Samiel contempla, con una sonrisa complaciente, a su Hermana mientras canta con otra joven, quien juguetea con un arpa de hombro que reconoces como propiedad de Saulot. Varios enfermos están sentados un poco más allá, y de vez en cuando hacen peticiones o se unen a los coros. Parecen felices.

Samiel está lo suficientemente lejos como para ver el espectáculo sin interrumpir, puedes acercarte a él sin molestar, si lo deseas. La luna brilla sobre vuestras cabezas, y en el jardín se respira paz.

Me acerco silenciosamente hacia Samiel, sin molestar a los demás, discretamente. Antes de llegar hasta él hago algo de ruido (pisar una rama o alguna hoja seca) intencionadamente, porque se supone que puedo caminar sobre papel de arroz sin que se note.

 Casi puedes ver la sonrisa amable en Samiel, quien te está dando la espalda.

- Ah. Intentas no sobresaltar a tu viejo maestro, Tsei Li. No sé si agradecer la cortesía o indignarme por el insulto. ¿Crees que ya tengo edad para estar sordo?

Contengo una sonrisa e inclino hacia adelante 30º mi cuerpo (sigo estando de espaldas a él).

-Mil perdones, maestro. Un viejo hábito difícil de abandonar... -continúo, que ya ha hecho notar mi presencia así que puedo hablar libremente-. Espero no molestar, maestro, pero tengo inquietudes que tal vez sólo tú puedas solucionarme.

 - En muy alta estima me tienes, entonces, si crees eso...

Se gira. Su rostro está tranquilo, relajado, como el de cualquier maestro mientras aguarda las preguntas de su aprendiz. De fondo el sonido de las voces y el arpa adereza la noche como un delicado aliño de miel.

- Dime, pues.

-Se trata de esta extraña ciudad en la que nadie sigue el Camino y en el que pocos actúan según su posición en el Orden Celestial... -me interrumpo-. Disculpa mis palabras, pero son los términos que llegan a mi boca desde mi corazón, y no desde mi mente. Aún así... ¿Por qué quiere el gran Zao Lat perturbar el espíritu de su Casa? Los Indignos no le agradecerán sus molestias, ni siquiera las entenderán o incluso las combatirán. Y los mortales lo mismo...

 - Es probable que Saulot no reciba agradecimiento alguno, cierto es. Pero, ¿acaso el sol espera que le den las gracias por hacer crecer los campos, joven Tsei Li? ¿Y eso  le quita algo de su valor? Mira a tu alrededor y ve cuán equivocadas son tus palabras. Ahí tienes lo que alguien podría llamar "una perturbación del espíritu de la casa de Saulot" -esboza una amable sonrisa-. Y lo que mis ojos ven, sin embargo, es a un grupo de personas compartiendo aquello que las hace felices. ¿Cómo puede ser eso otra cosa salvo perfección?

Hace una pausa y deja que sus ojos se deslicen de nuevo al grupo. Su Hermana ha improvisado algo de percusión con una caja, y ríe, satisfecha.

-¿Ha de necesitar un hombre una razón para buscar la belleza? No, pues la belleza que se busca en pro del egoísmo no es belleza, entonces; sólo es belleza cuando libremente se pide, libremente se otorga y libremente se reparte entre quienes la desean. Lo que hace Digno a Saulot e Indignos a quienes no son él es que Saulot reparte -belleza, salud y bienes- sin esperar, sabiendo que quizá sus dones caigan en saco roto, pero comprendiendo que si a uno sólo sirven, su propósito está hecho.

>>Se te ha dicho: Una espada es una espada porque hiende el aire y corta. Pero no se te ha dicho: y si la espada no cumple su función, si permanece  en el armero, sigue siendo una espada. Asimismo, la generosidad es tal  por su voluntad de serlo, no por su éxito al serlo. Esto es lo que define el espíritu de Saulot: su deseo de perturbar la paz de su casa si a otros sirve de algo.  Que sea así tu deseo de justicia: sin esperar nada y sabiendo que puede fracasar.

Asiento seriamente.

-Razón tienes, maestro. Pero sin duda has de advertir -apunto rápidamente- que la espada, queramos o no, hiende el aire y corta. Y los Indignos lo verán y querrán quebrarla. Rompiendo así el sueño del gran Zao Lat, el tuyo y el de la bella Rayzeel junto con las esperanzas de dar calor a los ateridos. Si forjamos la espada -añado, evidentemente refiriéndome a mi tarea- los Indignos se alzarán... como así lo hicieron hace un par de lunas.

 - Así que, para evitar que te roben la luz, ¿es mejor vivir a oscuras? Lo que ha de perderse, se perderá; aprovecha el momento y que cada instante sea precioso, pues nada dura eternamente. Las grandes obras están condenadas a grandes finales, como Saulot sabe; pero eso no les resta un ápice de su valor mientras permanecen. 

Sonríe de nuevo, exudando amabilidad y paz.

- Te preocupas demasiado, joven Tzei Lu. ¿Porqué no te relajas? Disfruta de esta noche perfecta. Tienes la luna, tienes las estrellas, tienes las risas de los que te rodean y la belleza de la música. ¿Porqué sigues inquieto? ¿Qué necesitas para calmar tu espíritu? Si vas a decirme que comprensión, deja que te advierta que entonces jamás estarás calmado.

Suspiro y asiento.

-Es posible, maestro, que jamás encuentre el Equilibrio. Pero no dudes de que lo intento -amago una sonrisa-. Despertar esta nueva consciencia... es mucho más complejo de lo que suponía al principio. Pero, por favor, no dejes caer en saco roto lo que te he dicho, maestro, a pesar de que no soy digno de darte consejos: avisa al gran Zao Lat. Hay que prepararse.

Sin duda la música es hermosa aunque extraña a mis oídos. Me fijo en las dos mujeres, en cómo interpretan la música y en cómo eso afecta a quienes les rodean.

La otra mujer tiene aspecto de mortal, ves que respira y ríe con naturalidad; incluso ves unos restos de manzana mordisqueados en el banco de piedra donde está lo que presupones es su chal. Sin embargo, al utilizar la Disciplina sobre ella, compruebas que es una no-muerta. Su ropa, a diferencia de la de Rayzeel, es más cara y delicada, eso sí. Te llama la atención, sin embargo, que pese a parecer adinerada -o pertenecer a alguien adinerado- lleva muchas tobilleras y pulseras de cobre y cuero con aspecto muy viejo. Quizá tengan valor emocional, porque es evidente que se las puede permitir de oro.

No parece que ninguna de ellas esté empleando una Disciplina, sino que encandilan a su público porque disfrutan con lo que hacen, sin más.  Están tan distraídos -tanto ellas como los mortales que las rodean- que no parecen haberse dado cuenta de tu presencia o de la de Samiel.  De un vistazo rápido no parece más que un grupo de personas disfrutando de la vida.

-¿Quién es la mujer que acompaña a tu hermana, maestro? Sé que cualquiera puede entrar en la Casa de Zao Lat, pero me sorprende ver a una Wú yòng aquí. Por lo que me has contado... sólo nos desprecian.