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Noldolantë - La Caída de los Noldor

Prólogo - Neruë

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07/02/2015, 19:19
Director

La luz de Laurelin lo inundaba todo con su tono dorado, y el cielo era de un azul profundo y sereno en aquel frío día. Neruë introdujo sus manos en las gélidas aguas del arroyo que correteaba en aquel inmenso campo cubierto con los primeros brotes del año. En sus palmas, el agua lanzaban destellos de luz, y entre ellos se podía ver el pálido reflejo de su rostro. Vio sus propios ojos, y alzó las manos para lavarse la cara.

El frío aliento del arroyo devolvió algo de serenidad a su ánimo, alterado desde que tuviese su última visión. Cerca de ella Arcalimo terminó de quitar las alforjas al asno que los acompañaba, dejando así pastar al animal. Neruë bebió un sorbo de agua y se incorporó, alta como era. Dejó la sombra de los sauces que crecían junto al arroyo y volvió al camino, que discurría recto y perezoso. A lo lejos vieron un grupo de vanyar trabajando en uno de los campos, abriendo una nueva acequia desde el arroyo para regar unos frutales.

Arcalimo extendió sobre el suelo una manta donde se sentó junto a su esposa, y preparó pan de camino y algo de fruta para desayunar mientras descansaban. El camino entre Tirion y Valmar no era largo, pero aún así los Eldar que lo recorrían lo solían tomar sin prisas, disfrutando del aire libre y de los espacios abiertos. En aquella ocasión Arcalimo no había hecho nada distinto a otras ocasiones, pero Neruë se sintió nerviosa por aquella parsimonia. Algo sucedía en su interior, algo que la hacía sensible al discurrir del tiempo, y sus ojos habían visto cosas que le habían robado la calma. Se sentó junto a su esposo y vistió una máscara de tranquilidad para no preocuparle, pero en su interior sentía la necesidad urgente de retomar el camino y llegar cuanto antes a Valmar. Tenía preguntas, muchas preguntas que anhelaban respuesta.

- Tómate esto, te sentará bien - dijo Arcalimo dándole un pequeño flasco que había sacado de su bolsa de viaje -. Un sorbo, no más.

Aquellas palabras la devolvieron a aquel momento y aquel lugar. Miró el flasco, con su líquido ambarino, y lo tomó.

- ¿Qué es?

- Fue un regalo de una de las damas de Estë, poco antes de partir de Lórien. Toma un sorbo.

El cristal estaba tallado de manera exquisita, con un tapón labrado con bellas filigranas y con algunos ribetes plateados recorriendo los pequeños surcos de su superfície. Al abrirlo, el aroma le recordó a las naranjas y los pomelos. No dudó en tomar el sorbo - hacer otra cosa habría puesto nervioso a su esposo -, aunque sintió inquietud pensando qué podía ser aquello. Pero llevaba toda una existencia al lado de Arcalimo, y si algo había mostrado en el pasado su esposo era una sabiduría profunda y extraña. O quizás decir "extraña" no era adecuado. Alló donde otros noldor eran de pensamiento y acto rápido, Arcalimo solía tomarse un respiro y buscar nueva luz con reposo y sabiduría. Y aquella cualidad era extraña entre los noldor. Si él creía que debía tomar aquel líquido, a Neruë le bastaba.

Si el aroma era a cítricos, el sabor era el de un bálsamo que destapó sus sentidos como un vendaval. Le calentó la garganta y el pecho, le abrió los ojos y destapó las negras nubes de su mente. Al dejar sus labios, el vial pareció brillar a la luz de Laurelin como si se arremolinara con diversión, casi vivo. Neruë parpadeó dos veces y devolvió con gesto solemne el vial a Arcalimo.

- ¿Te dijo esa dama qué era?

- No. Sólo me dijo que traía paz al espíritu. También mencionó que tienes el don que otorga Irmo, y que en ocasiones puede resultar perturbador.

Neruë se quedó en silencio, su alma desnudada ante su esposo. No había querido preocuparle, así que no había dicho nada a éste de su visión. Le bastó decirle que necesitaba ir a Valmar para convencerle a acompañarle en aquel viaje, y él no hizo preguntas. Hasta ese momento Neruë había creído haber ocultado sus inquietudes a su esposo, pero con aquel gesto había comprobado que su esposo la sentía tanto que incluso podía entenderla cuando ella cerraba su pensamiento. Quizás porque rara vez hacía tal cosa, le delataba el mero acto de guardarse de él. Arcalimo tomó el vial y lo guardó entre sus cosas, y una media sonrisa le vino a los labios. Si quería decir algo, no dijo más, y Neruë lo agradeció infinitamente. No podía hablar de lo que había visto, todavía no, hasta entenderlo ella misma no.

Se quedaron en el camino un largo rato, sentados en silencio sin hacer nada incluso tras terminar el desayuno. La luz de Laurelin sobre Ezellohar llegaba templada a sus pieles, y con los nervios apaciguados, Neruë ya no sólo no tenía prisa alguna sino que además agradecía el momento de descanso e intimidad. Algunas nubes surgieron entre las cumbres de las Pélori procedentes del gran mar, y los vanyar que trabajaban en la acequia gritaron de alegría cuando abrieron su compuerta y se inundó por vez primera.

- Gracias - susurró Neruë a Arcalimo, y le tomó del brazo acurrucando su cabeza sobre el hombro de su esposo.

Él medio sonrió de nuevo, pero no dijo nada.

El sonido de unos cascos de caballo deshizo aquel instante perpetuo. Un viajero solitario se acercaba desde Tirion sobre Túna, y desde la lejanía uno podía ver que su corcel era magnífico. Tan magnífico como el del rey. Y cuando estuvo más cerca, vieron que era el corcel del rey, pues quien lo montaba era el mismo Finwë. Neruë fue la primera en darse cuenta, y enseguida se puso en pie. Arcalimo empezó a recoger la manta mientras ella se acercaba al costado del camino, y allí se quedó plantada, sintiendo el destino cabalgar en su dirección. Sintió las sombras de su sueño siguiendo los pasos de aquel magnífico corcel. Incluso bajo aquel cielo azul y aquel día de dorada y cálida luz al pie de los árboles, Neruë entendió que veía el destino en movimiento, pero no entendía por qué. Quizás Finwë sintió algo también, porque clavó en Neruë sus ojos desde muy lejos, y no los abandonó hasta detenerse a su lado.

- Aiya, mi señor - saludó Neruë a Finwë -. ¿Qué os trae a Valmar, si puede saberse?

- Aiya, Neruë de Cuiviénen. Deseo ver a nuestro señor Manwë. ¿Vais o venís de la ciudad?

- Voy, pero a pie y con mi esposo.

- Entiendo. En tal caso, os deseo un buen camino.

Finwë retomó la marcha.

- ¡Mi señor! - exclamó Neruë, y el rey se detuvo.

Pero ella no dijo nada. No sabía qué decir, porque no entendía qué sentía en aquel momento. ¿Debía detener a Finwë? ¿Podía detenerlo? ¿Y por qué sentía tal cosa?

- ¿Puedo saber por qué vais a hablar con nuestro señor Manwe?

- Es un asunto privado. Por eso voy solo.

No dijo más, y girando nuevamente el cuerpo de su montura zanjó la cuestión y cerró toda opción a preguntar más. No quería hablar de ello, y no lo haría incluso si Neruë le forzaba a ello. Se le hizo un nudo en el estómago al ver cómo el rey arrancó repentinamente un galope, como si desease alejarse de los presagios que le traía Neruë a toda prisa. Y a cada cabalgada, Neruë sentía el reloj de arena del destino vaciándose a pasos agigantados.

Junto a Arcalimo retomaron el camino, y ahora había prisa en sus pasos, pero con el asno a su lado no había modo alguno de avanzar más deprisa. Aún les quedaba media jornada de viaje yendo a buen paso.

- Adelántate - dijo Arcalimo repentino -.

Neruë agradeció a Ilúvatar haberle entregado en suerte tal esposo, con el que no debía mediar palabra alguna para entender su corazón, y tras besarle en la mejilla devoró el camino tan presta como su piernas le permitieron. Pronto dejó tan atrás a su marido y al asno que no podía distinguirlos, y al final de la jornada las puertas doradas de Valmar se dibujaron ante ella. Le saludaron con alegría los guardianes vanyar, que se quedaron estupefactos cuando no sólo no se detuvo, sino que pasó de largo como una exhalación sin entrar en la ciudad.  Guiada por un sentido invisible se dirigió al Máhanaxar, el anillo del destino ante las puertas de Valmar donde los Valar se reunían.

Finwë se cruzó con ella, su pesar sombrío, su caballo yéndose de aquel lugar. Helada, Neruë se quedó quieta entendiendo que llegaba tarde. Sintió las hebras del destino cerrándose alrededor de su rey, y éste pasó a su lado sin alzar la voz, sin mediar palabra, a paso lento. Se alejó, y sólo cuando se perdió tras las puertas doradas hacia el corazón de la ciudad Neruë fue capaz de moverse de nuevo. Y lo hizo en dirección a la figura oscura que había ante ella.

Notas de juego

Turno inicial para Neruë, en que conecto la parte final de tu historial con el prólogo general de Finwë y la historia del Silmarillion.

Finwë acaba de ir a ver Manwë para pedirle casarse otra vez y así poder tener hijos, y Namo ha declarado una espera de diez años de los árboles (cien años) para concederle la petición ante la negativa de Miriel. Esto, por supuesto, Neruë no lo sabe, pero su sensibilidad ante las fuerzas del destino le ha hecho anticipar cuánto mal surgirá de todo este asunto. También puede anticipar cuánta grandeza vendrá de ello, pero eso lo dejo a tu juicio.

La figura oscura es, por supuesto, Namo. Si el vala había ayudado a Neruë desde la distancia, ahora está físicamente presente para contestar preguntas. Dado que es parte de tu historial, te dejo libertad para preguntar y responder.

Del mismo modo, te dejo libertad para entrar en Valmar y hablar con el rey si así lo deseas. Él se mostrará esquivo, pero puede llegar a admitir lo que ha hecho - alegando que él tiene derecho a ser feliz en esta tierra bendita. Estará descansando en la casa de los viajeros, donde seguramente también espere Arcalimo con el asno. Si quieres tener una conversación con él, puedes. Si no te atreves a llevarla por completo, puedes pasarme una lista de preguntas y te daré las respuestas o reacciones de Finwë para armar el turno.

O puedes emplear el resto del turno para lo que precises, si quieres llevar la historia en otra dirección.