Partida Rol por web

Al alzar levemente al hombre, la capucha cae hacia atrás dejando a la vista su rostro. Es un viejo de unos 50 y pico años, con la piel realmente deteriorada. Se pueden ver marcas, unas naturales y otras echas con un filo sobre todo su rostro. Unas son aleatorias y otras podrían reconocerse como símbolos heréticos. Su pelo es largo y grasoso, muchos mechones son mogollones de pelos pegados entre sí.

Al ser zarandeado, abre sus ojos y ríe sonoramente, de forma perversa ante las palabras del joven hechicero. - El cambio, el cambio - Responde riendo todavía y comenzando a atragantarse con borbotones de sangre humeante que escurren desde su boca por las mejillas - Él vendrá por fin *gllgllgll* - La sangre termina siendo tanta que se ahoga mientras no deja de reír, salpicando la cara de Ludwig, las gotas queman aunque no le hacen daño. Ha muerto.

Al dejar caer el cuerpo, algo tiembla en su pecho. Un colgante redondo, de unos 15 centímetros de diámetro, cuelga del cuello del hereje. Aunque su contorno se mantiene redondo, cambia constantemente de forma y textura en el interior, los colores parpadean, se mezclan... a veces se forma un rostro, otras veces aparecen varias figuras moviéndose entre llamaradas, las imágenes son indescriptibles.

El enano, saltando hacia arriba para tomar impulso, descarga su arma junto con el peso de la gravedad sobre la cabra, malhumorado y mascullando insultos barriobajeros en su lengua natal, que hasta los más versados en lenguas enaniles dudan en descifrar correctamente.

Con un espasmo termina la vida de la criatura, un charco de sangre comienza a formarse bajo el cuerpo.

Exhaustos alzáis las cabezas volviendo a mirar a vuestro alrededor. La caverna, ahora salpicada de sangre en algunos puntos, tiene cada vez menos luz al haberse ido apagando las antorchas colgadas de las paredes, muy rudimentarias. Aún así, todavía es posible ver perfectamente. En el altar de piedras y pequeños huesos del centro, yace el cuerpo de una niña, inmóvil aunque al parecer todavía respirando. Algo parece brillar en varios colores bajo su cuerpo.

Tras el ruido del combate, el silencio en la cueva es casi estremecedor, apenas roto por el goteo de la humedad en los túneles cercanos, y lejanos ruidos que no reconocéis.

Aún con la daga en la mano, puesto que su tutor le enseñó que no hay que confiar en nada tocado por el caos, Ludwig se acerca a la niña, tratando de dilucidar si el malvado hechicero llegó a hacerle algo maligno o si ellos llegaron a tiempo. 

Sientes claramente que los vientos de la magia han estado muy alterados y formando torbellinos alrededor hace poco, aunque se van calmando. Sin embargo, quedan dos fuertes vórtices que los agitan: el colgante del extraño, y algo bajo el cuerpo de la niña.

Nada que venga directamente de ella.

Con mucho cuidado, Ludwig agarra la niña en brazos, intentando no entrar en contacto con lo que sea que hay bajo su cuerpo.

Al levantar cuidadosamente el cuerpo, queda a la vista, en la cima del altar de rocas y huesecillos, una roca que brilla en múltiples colores y cuya textura cambia continuamente. No tocaba a la niña directamente gracias a sus ropas y las piedras de alrededor.

Ludwig reacciona más rápido que Johan, pues el joven viajero aún está aturdido debido a las horribles visiones que la hechicería caótica y hereje del viejo brujo le había provocado. El joven aprendiz de hechicero cuestiona al anciano, pero éste sólo reponde con balbuceos sin sentido hasta que finalmente muere, ahogándose en su propia sangre. Johan escupe al suelo, cerca del cuerpo del anciano.

— La muerte nunca llega demasiado pronto para aquellos que se han rendido ante los poderes ruinosos —, espeta Johan con odio, sin dejar de mirar fijamente el cadáver del viejo hombre.

El joven mago ahora torna su atención en la pequeña niña que, gloria sea a Ulric, aún respiraba. Sin embargo, justo debajo de ella podía vislumbrarse un extraño artefacto de diversos colores, los cuales parecían danzar en el centro de la roca, causando que ésta cambiase de color casi a cada momento. Ludwig levantó a la niña y Johan, con su mirada fija en la extraña roca, se acercó al pequeño altar. Echó una mirada a cada uno de sus compañeros y luego volvió a fijarla en la roca — ¿Alguno tiene idea de qué es esa extraña roca? —su mirada instintivamente se fijó en Ludwig, pues él era el único con un conocimiento en materia de magia y lo sobrenatural— Mi primer instinto es intentar destruirla—, comentó a sus compañeros, volviendo a centrarse en la piedra.

- Es una mierda de ratas. Ni se os ocurra tocarla con piel desnuda. Eso da a los bichos unas mutaciones monstruosas. No sé destruirla y no quiero ni acercarme. Tenemos a la niña, vayámonos de este lugar y notifiquemos lo que hemos encontrado, antes de que caigan más sobre nosotros...

El enano miraba con desconfianza aquella roca brillante.

Tras el macabro espectáculo, asintió a las palabras del matador - Debemos apresurarnos, como dije hay huellas de varias criaturas en los túneles principales y no queremos estar aquí cuando vuelvan, la prioridad ahora es llevar a la niña al pueblo, debemos partir.

Diciendo esto se dispuso a desandar lo andado, aunque cedió el primer puesto a Gunnar, dado que su raza era famosa por la habilidad con la que se movían por los subterráneos.

Johan observaba la piedra, escuchando con atención los comentarios del enano que les acompañaba y también de Gerald, pero finalmente decidió hacer exactamente lo contrario de lo que habían dicho ambos. Levantó su mano derecha, al mismo tiempo que enfundaba su espada con la mano menos hábil y, luego de aclararse la garganta, pues la lucha se la había secado, habló.

— Si dejamos estas cosas aquí muy probablemente las encontrarán los mineros, que no sabrán qué hacer con ellas y pronto el disperso poblado tendrá una sobrepoblación de mutantes, o peor aún, volverán a adoradores del caos que definitivamente sabrán qué hacer con ellos y todo lo que hicimos y sufrimos hoy aquí habrá sido en vano — habla con firmeza, aunque es claro que no intenta convencer a sus compañeros de compartir la responsabilidad — No, debo llevarme estas cosas de aquí. Yo tomaré responsabilidad tanto por la piedra como por el extraño colgante que pende del cuello del anciano. El enano ha dicho que si las tocamos con las manos desnudas seguramente nos... infectemos, pero la tela ha protegido a la niña de la piedra, así que envolveré ambas cosas en buena tela y las guardaré en mi mochila, de tal forma que no llegue a rozar con nada —, concluye, mientras se pone manos a la obra.

Evidentemente no iba a utilizar sus propios ropajes para la tarea, así que en su lugar prefirió, haciendo uso de su espada una vez más, cortar varios retazos de tela de los ropajes del anciano, lo suficientemente grandes como para envolver la piedra y también el colgante varias veces. Luego, aún ayudado por su espada, aunque esta vez enfundada, retiró con agilidad el colgante del cuello del anciano, dejándolo caer con delicadeza encima de la primera capa de tela. Mover la piedra igual que había movido el colgante era imposible, así que optó por colocar un par de retazos encima de la piedra y, luego de murmurar unas cuantas plegarias a Ulric, intentó tomar la piedra teniendo mucho cuidado de sujetarla sólo por encima de la tela, sin llegar a tocarla directamente con su mano. Si gracias a los dioses su brazo no estallaba en llamas, cambiaba de color o le crecían escamas, llevaría la piedra junto con el amuleto y luego envolvería ambas cosas con sumo cuidado, utilizando varios retazos delgados para anudar el "paquete" de tal forma que no se deshiciese.

Johan recoge sin recibir aparentemente ningún efecto, el colgante y la piedra. 

Tras esto, os encamináis de nuevo por los túneles recorridos hace un rato. Al salir del salón excavado, encontráis a los dos mancos en el suelo, sollozando.  Vuestras propias huellas junto con que Gunnar recuerda el camino hacen muy fácil regresar hasta allí. El camino es tranquilo, no escucháis más que los lejanos goteos o leves movimientos de la tierra. El túnel de la mina que atravesáis está igualmente vacío.

Llegáis a la pequeña caverna donde combatisteis al demonio y todo está igualmente tranquilo. Salís a la superficie de nuevo, encontrando el cielo encapotado y gris, amenazando lluvia con un fuerte viento. Debe ser media tarde y la luz es tenue debido a las nubes y a que el sol empezará a ocultarse dentro de poco.

Caminando pesadamente por la humedad, el barro y el viento, llegáis hasta la casa de los padres de la niña. Inmediatamente os acercáis veis como se abre la puerta y Wilhem sale corriendo de la casa.

-¡Annete! ¡Mi niña! - Exclama entre lágrimas el hombre - Decidme que está viva, por favor, ¡por todos los dioses! - Cuando llega a vosotros la cojo inmediatamente de las manos del que la estuviera llevando en ese momento y la abraza con fuerza - ¡Respira! ¡Gracias Ulrick! ¡Gracias! - Se acerca a vosotros y os abraza junto a la niña, todavía llorando, aunque esta vez de alegría.

El hombre os indica que entréis en la casa. - Entrad por favor, debéis estar cansados, heridos por lo que veo. Haremos lo que podamos. Es lo mínimo. Y nos contaréis qué ha ocurrido, si los rufianes han pagado por esto.

Era Ludwig quien transportaba a la niña, agradeciendo que se la quitaran de encima puesto que sus brazos de mago no estaban pensados para transportar peso, o eso se decía a si mismo. Resoplando de cansancio, puso su mano en el hombro de Wilhelm.

Lo que debe de hacer es llevar a la niña al templo de Shallya más cercano. Que se aseguren de que esta bien... Y bueno, no vamos a negar que a nosotros también nos iría bien que nos arreglasen los descosidos. - Trata de darle algo de humor al momento, aunque queda cínico y falso. Mientras el hombre habla con sus compañeros, Ludwig se lleva a un lado a Johan, y le susurra fuera del alcance del oído de los campesinos

Si lo que has agarrado en la mina es tan peligroso como dice Gunnar, tenemos que deshacernos de ello cuanto antes. Pero no podemos tirarlo al pozo ni nada parecido... Entregamelo, intentare estudiarlo o entrar en contacto con algún magister que sepa como destruirlo. 

El viaje de vuelta fué más tedioso de lo que esperaba, aunque al conocerse el "camino" por llamarlo de alguna forma, emplearon menos tiempo efectivo.

Aún tenía sus dudas de haber dejado con vida a los secuestradores, pero los inquisidores imperiales darían buena cuenta de ellos, probablemente desearán haber muerto en aquella cueva.

Al llegar a la casa de la niña, el padre los recibió agradecido como pocas veces en la vida había visto, supuso que por otro lado era lógico, estas cosas no suelen terminar bien después de todo.

Pero si algo le avasallaba mentalmente era el hecho de que Johan hubiera cogido el medallón y la piedra, es verdad que olvidarse de ellos tampoco era una gran solución pero...¿llevarlo consigo? No pudo sino recelar de él. La brujería puede afectar a una persona aunque ésta no lo sepa. No dudaba de que Johan hubiese tomado la decisión para limpiar la lacra del Caos de esa tierra, pero le preocupaba como pudieran afectarle tales fuerzas malignas.