Partida Rol por web

Intento esquivar el golpe y al instante me doy cuenta de que será un adversario difícil de derrotar, pero ya no hay marcha atrás. Mi corazón late con fuerza contra mi pecho y mi cuerpo se empieza a mover sin ni siquiera pensarlo. Agarro la espada por la empuñadura con ambas manos y cargo contra la elfa sabiendo que mi vida está en juego, que tendré que dar lo mejor de mí, pero no me iba a dejar derrotar fácilmente.

Cuando quiero llegar a ella me siento torpe y lenta, tanto que el primera espadazo no corta más que el frío viento sin llegar a superar sus defensas. Ahora la tengo más cerca, puedo verla frente a mí, fijarme en sus heridas intentado buscar su punto débil.

- ¡Parad! -se oye bramar a Fardhinn, sin que nadie le preste demasiada atención. La sanadora se acerca al Barón y parece dirigirse a él con una respetuosa reverencia.

Mientras tanto el golpe de Skadi no consigue alcanzar a la ágil Sarïf, quien consigue esquivar el espadón y tomar una posición de ventaja frente a su adversaria. La elfa la aprovecha sin piedad y asesta un preciso golpe sobre el cuerpo de la bandida, haciendo que por segunda vez tiña con su sangre la blanca nieve. Ambas guerreras pelean con toda su fiereza, aunque por el momento es aquella proveniente de Anodiras la que parece tener de su lado a la fortuna.

Mientras la bandida resiste los golpes de su contrincante, Militsa habla con sinceridad y convicción, y consigue que Zeläj de Anodiras le preste atención. El Barón ni siquiera mira al arquero; es a la sanadora a quien escucha. Por un momento se queda en silencio, pensativo, mirando a la joven fijamente a los ojos. Parece complacido por las formas que ha demostrado y por las disculpas que honestamente ha pedido.

Sin la más mínima urgencia por lo que está ocurriendo unos metros más allá, seguro de la superioridad de su herida acompañante, el Heredero de Arekenta acepta.

- Tienes mi palabra de que perdonaré la vida a tu amiga, una vulgar matona sin honor, a cambio de que devuelvas la salud a mi más preciada guerrera. Si fracasas, o si me engañas, moriréis todos aquí. Si lo haces bien os iréis de inmediato, y espero no volver jamás a ver a esa desgraciada, pues igualmente la borraré de la existencia. ¿Cuál es tu nombre?

Tan cerca de él, escuchando sus palabras, notas su fuerza interior. Percibes su gran poder, y un gran pesar, dentro de sí, y te estremeces.

Noto el tajo que me provoca su arma y gruño de dolor, pero soy más dura que eso. Por lo que vuelvo al ataque alzando mi arma buscando su cuerpo con el filo. Esta vez consigo alcanzarla por los pelos pero su armadura logra detener la mayor parte del golpe y apenas logro causar una herida superficial. 

De lo único que estaba segura en este momento es que había sido un error confiar en unos desconocidos y seguramente me costaría la vida haberlo hecho.

Había dado mi palabra de no actuar de forma hostil, y aunque sentiría el hecho de atacar a una persona cercana como daño propio, este no era el caso. Más aún cuando había sido mi compañera de viaje la que dio paso a ello.

«¿Por qué? ¿Por qué lo has hecho? ¿No habíamos quedado en que trataríamos de evitar cualquier entuerto para llegar lo antes posible a las ruinas? ¿Qué buscas con esto?», pienso mientras asisto al duelo con la misma dosis de impotencia que de indignación. «Maldita sea tu necedad por arriesgar nuestras vidas en vano y maldito yo por haber confiado en tí».

El duelo es brutal. Las dos féminas atacan con una agresividad sin igual y, aunque ahora maldigo el momento en que la conocí, tengo que elogiar la capacidad de aguante de la salvaje. Estoy seguro que yo en su lugar ya estaría en el suelo.

Estoy cerca de ellas, noto su entrecortada respiración. Este puede ser un momento crucial y dudo por un instante. Si trato de parar el duelo, puedo terminar muy malherido, además del posible agravio que pueda suponer. Si no lo hago, es probable que sea el fin de esa loca.

Las dulces palabras de Militsa parecen haber llegado, al contrario que las mías, en buena instancia al barón. Éste parece concretar con ella un trato, aunque no parece tener prisa por dar por finalizado el combate.

Maldiciendo una vez más mi suerte, evalúo los movimientos de la elfa y en el momento preciso que vaya a lanzar su próximo tajo intento interponerme.

—¡Ya basta! Sarïf, escuchad a vuestro señor.

-Mi señor Zeläj, mi nombre es Militsa y no dude que haré cuanto esté en mis manos para curar a su grandísima guerrera- en ese instante giro mi vista hacia la batalla en la que se encuentran las dos mujeres y en la que Fardhinn parece que intenta interponerse para ayudar -Disculpe mi osadía señor Zeläj, pero cuanto antes empecemos con las curas mayor será la sanación de las heridas que ella padecía – intervengo alertada por la demora con la que el señor da la orden-Temo que si su alteza no detiene el combate, se multipliquen las heridas y los heridos-

Tan cerca de él, escuchando sus palabras, notas su fuerza interior. Percibes su gran poder, y un gran pesar, dentro de sí, y te estremeces.

Esta información me la guardo hasta que la cosa esté menos tensa y la pueda utilizar a mi favor. Ahora mismo no quiero entrometerme demasiado en su dolor, no hasta que tenga más confianza en mí 

Tras el golpe que Skadi asesta a la guerrera elfa, la bandida empieza a dudar de lo acertado de su decisión y teme no salir con vida de ésta. En ese momento Fardhinn irrumpe entre las dos contendientes gritando:

—¡Ya basta! Sarïf, escuchad a vuestro señor.

Sarïf parece sorprendida y también molesta. A punto está de descargar su espada sobre el cazador cuando su señor le ordena detenerse en un idioma que no es el común de los hombres.

- StädSarïf! Cümdöchlaidheämh gaisgeächmör oïrthäsïnnaïraontäruighïnn leïsnäsrainnsearänsïn.

Ante esas palabras Sarïf baja su espada, hace una reverencia a Skadi y camina sin mantener un perfecto equilibrio hasta recoger la lanza con la que hirió en primer lugar a la bandida. El combate ha terminado, un combate feroz en el que la destreza de la guerrera de Anodiras ha demostrado ser muy superior.

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La vida de Skadi a cambio de sanar a Sarïf.

Es lo pactado entre Militsa y el Barón de Anodiras. Skadi y Fardhinn permanecen a una distancia prudencial mientras la sanadora cumple con su palabra, bajo la atenta mirada de Zeläj.

Lejos de los oídos de los dos viajeros y de los de tu compañera, a un lado del camino Aretimense, esperas con Fardhinn a que Militsa sane las heridas de la elfa Sarïf y podáis continuar vuestro viaje.

Estás dolorida, tanto físicamente como en tu orgullo. Has recibido mucho daño y te has visto superada por una guerrera excepcional.

Ya es pasado el mediodía. Esperáis junto al camino Aretimense a que Militsa sane las heridas de la elfa Sarïf, cumpliendo así con su parte del trato y permitiéndoos continuar con vuestro viaje.

Habéis perdido mucho tiempo con este desafortunado y perfectamente evitable encuentro. A pesar de todo, Skadi no parece estar conforme con la resolución del combate; sangra bastante.

Te encuentras a solas son Sarïf y Zeläj, lejos de los oídos de tus compañeros de viaje. La guerrera elfa se ha desprendido de su armadura para recibir tus cuidados. Está gravemente herida, con un pulmón perforado e innumerables cortes y contusiones. Zeläj también está herido, aunque no de gravedad.

Estando aquí puedes oler la pira, sin duda son cuerpos humanos lo que alimentan las llamas.

- Hazlo.

Cuando el Señor Zeläj detiene el combate al escucharme, me siento bastante poderosa, mis palabras han hecho mucho más que saber luchar y no sólo eso, yo sola he sido capaz de que un barón perdone dos vidas.

Miro con altanería a mis compañeros, disfrutando de mi momento. Cuando la orden del rey me recuerda mi obligación.

Al comienzo de la exploración de la paciente, veo la gravedad del asunto -Son muchas heridas, me preocupa su recuperación ¿Vuestro castillo está muy lejos de aquí? Tras administrarle mis remedios necesitará reposo – y miro alrededor -Pero por aquí no veo un lugar donde pueda tenerlo, mi señor. Y además el humo que sale de la pira, discúlpeme, pero no es el más indicado ¿Estaban ofreciendo el último honor a sus seres queridos, Señor Zeläj?-

Tras irrumpir en el terreno del duelo contengo mi respiración unos segundos, quizá esperando un golpe fatal por mi estúpida osadía. Luego escuchó la voz providencial de Zeläj, que evita que sea atravesado por la espada de la elfa. 

Exhalo con alivio y durante unos instantes sigo con la mirada a la guerrera, pasando después por su señor antes de llegar a la valiente curandera. Escucho luego los jadeos de la que tengo detrás y maldigo una vez más mi suerte. Oscuros y fugaces pensamientos vuelven a mi mente, pero trato de calmarme antes de tratar con ella.

—Baja el arma. Siéntate y déjame ver tus heridas. Espero que ella pueda venir pronto y tratarlas —digo con tono amargo.

- No te preocupes. Hazlo. Sana sus heridas. Ella resistirá.

- Eso es... el último honor. A mis leales soldados. Deberías saberlo. Cuando te muerde un lobo, y mueres, es mejor que te quemen. Haz lo mismo... cuando le ocurra a uno de esos dos.

- Un consejo. Con los lobos, usa el fuego. Con los seres de otra naturaleza... corre.

La Baronía de Anodiras está al este, y hace frontera con Arekenta. Arekenta fue perdida en la Guerra del Caos y sepultada bajo hielo durante siglos. Has oído historias sobre su señor, quien tienes delante. Trata de reconquistar Akerum, liderando expediciones e incursiones armadas, a las que llama cruzadas. Rivaliza con cazatesoros y ladrones por los restos de lo que una vez perteneció a sus ancestros. Ninguna de las cruzadas que ha liderado hasta ahora ha tenido éxito, aunque dicen que ha recuperado varios objetos y artefactos valiosos que le ayudan a volver siempre con vida. El emblema de Anodiras es un campo rojo sobre el que brilla un sol dorado, representando la sangre derramada y el poder de la luz como arma definitiva contra el mal.