Partida Rol por web

Turno 7.

Beatriz recogió los dos fragmentos de su espada en la vaina. Ya habría tiempo de pensar en ella luego. Cuchillo en mano, se acercó con cuidado hasta la chamana. Poco a poco sentía el fuego de la gran hoguera en su rostro. Mientras tanto, Diego se agachó a recoger su espada, y una vez la tuvo en la mano, siguió a su compañera. Entre ambos, Lucca no dejaba de empuñar su también espada, y caminó hacia la hoguera* para que Ratona no acudiera en solitario. Mientras tanto, desde la distancia, Apotecario trató de disparar a la mujer. El crujido del cranequín que ayudaba a tensar la cuerda resonaba ahora mejor, pues no había gritos de lucha cerca. Tras disparar, el virote se perdió en la oscuridad**... 

Fue entonces que, mientras os acercábais, el fuego comenzaba a moverse de forma extraña, muy extraña, como si tuviese vida propia.

Lucca acompaño a Beatriz en su aproximar, muerta esa parecía que ya se habría hecho justicia y le parecía que, aunque no fuera mas peligrosa que el resto, no tenia armas que fueran mas impresionantes, si que era muchísimo mas siniestra que las otras. ¿Y vive Dios que las anteriores ya lo eran lo suficiente!.

La idea era acabar con ella y largarse de allí antes que el asunto se complicará o vinieran más amigas pero le llamo poderosamente la atención el crepitar del fuego que parecía que tomaba vida propia y eso trastoco sus planes y ralentizo sus movimientos algo hipnotizado por las llamas.

Algo estaba haciendo la bruja, que el fuego crepitaba y danzaba de forma extraña. No se daba cuenta de que la muerte le estaba llegando por la espalda, en forma de cuchillo de manufactura española, empuñado por una joven mujer que quería ser alguien en un mundo de hombres. ¡América da oportunidades a todo el mundo! Le había dicho su mentora, Aldonza de Mendoza. Y hete aquí, que esa frase marcaría el devenir de Ratona. Ahora, en este preciso momento, la mano temblorosa de la muchacha, la que sujetaba la filosa arma, avanzaba hacia su sino, clavarse en el cuerpo de la indígena.

Mil cosas pasaron por la cabeza de Ratona, pero hubo una que se grabó con fuerza en su mente. Nunca había matado, excepto en las últimas horas, y no quería ser una asesina. Bastante sangre indígena manchaba sus ropajes. Al acercarse por la espalda con la intención de asestar un fatal tajo en su víctima, Ratona flaqueó. Al final, ese pensamiento que había ganado al resto, hizo mella suficiente en la razón de la mujer. Sin bajar el arma, la llevó veloz hasta la garganta de la bruja y con la otra mano la agarró, empujándola un par de veces para que se enterara quién dominaba la situación.

-"¡Si me entiendes, para toda esta locura! ¡Vamos, hazlo!" Dijo, gritando como una posesa.

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   Por los clavos de Cristo, y todos los ángeles, arcángeles y demás, voy a ver si apuntando...

   Cargo con cuidado y apunto con más cuidado aún, a la bruja, sudando.

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Aquello le había estado preocupando y mucho, que en ningún momento al menos una de aquellas brujas se hubiese alejado del fuego, y hasta el final parecía que la última iba a estar allí. Era una mala señal, seguramente que estarían convocando a algún demonio para que les matase a todos. Cuando el fuego comenzó a cambiar, adquiriendo formas, sus peores presagios parecían a punto de materializarse.

Aun así, tal vez ellos morirían, pero aquella bruja debería pagar por todo lo que había hecho.

Avanzó y atacó con su espada a la última bruja que quedaba en pie. 

-¡Malditas brujas! ¿Qué es lo que estáis haciendo?- Casi más para el mismo, que como pregunta a aquella malvada mujer. 

Turno 8:

Diego se acercó rápidamente, una vez tomó su espada. No esperó si quiera intuir las intenciones de sus compañeros. Por ello, trató de atacar a la chamana. La mujer apenas se movió, puesto que el pirata hizo un movimiento errático mientras apuraba su cuchillo contra la carne ajena. La pregunta, al mismo tiempo, no era capaz ni respondérsela él mismo (aunque podía intuirse).

Una pequeña crisis de actuación invadió a Ratona. Tenía el cuchillo delante de sí, y aunque no pretendía (de momento) mas que amenazar a la chamana para que confesara sus viles actos, ésta se revolvió un poco, aunque no pudo evitar a la exploradora. Ahora sentía el cuchillo delante de sí, pero no dijo nada*. La mirada de locura de aquellos ojos que Beatriz tenía delante de sí le hicieron saber, sin pronunciar palabra, que la hechicera que allí quedaba no entendía sus palabras.

Justo entonces la mujer se desprendió un poco de la exploradora, y entonces llegó Lucca. Acudió con su espada, mirando desde detrás el fuego, como hipnotizado por él. Quizá por este extraño embrujo, el espadazo que le dedicó, al igual que el pirata Diego, no fructiferó (y de hecho pasó cerca de Beatriz).

Al mismo tiempo, Apotecario se qudó allí detrás, muy alejado, pero con la vista puesta en las ahora cuatro siluetas que se recortaban contra el fuego (la de la mujer nativa y sus tres amigos y compañeros). Entonces se apoyó en una roca, cargó el virote con el cranequín y se apoyó en la gran piedra. Guiñó un ojo y se quedó apuntando. Suave... muy suave**...

¡Ikta huei! ¡Ikta hay mahta huaei! -estaba claro que aquella mujer estaba delirando; o eso diría cualquier que allí la viera. Sin embargo vosotros sabíais que no era así, que estaba  sodomizando al fuego con los demonios de su propia cultura... En esos momentos el fuego comenzó a moverse más y más rápidamente, como si un viento capaz de mover una carabela entrara entre sus lenguas doradas y anaranjadas y lo azotara fuertemente.

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   Es ahora o nunca, después de apuntar un rato a los ojos, disparo y que sea lo que el dios verdadero quiera.

   - Si estás arriba mirando, ¡espabila y echa una mano!, - mascullo, sea herejía o no, ya puede echar una manita.

   Disparo.

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Tras avanzar hasta la última de las brujas tras recoger su espada del suelo, no logró acertarla. El fuego se movía cada vez más rápido, más amenazador, como respondiendo a las impías palabras de aquella bruja.

En esta ocasión, ya estaba junto a su adversaría y se centraría en tratar de acabar con ella, no había tiempo que perder, y ya iban con cierto retraso, mucho se temía que en cualquier momento pudiese salir algún demonio del fuego.

Sus compañeros no parecían tener remordimientos a la hora de matar, con lo que casi me dan a mi en vez de a la bruja. Los ojos de esta, totalmente idos, me confirmaban que no me haría caso, ni aún con el cuchillo en la garganta. Con un movimiento rápido, me aparté justo a tiempo para no ser herida por Lucca, que aún estando la indígena parada, no logró acertarla. ¿Magia negra tal vez? Diego tuvo el mismo efecto. Me quedé pensando qué hacer y al ver el fuego, comprendí que aquella mujer iba a liberar algún demonio del Infierno. Agarrando el cuchillo con fuerza, intenté acuchillarla varias veces para parar aquel aquelarre.

Los terribles hechos que desgranaba la noche estaban haciendo mella en la cordura de Lucca que comenzaba a dudar si lo que estaba ocurriendo era del mundo real o una pesadilla. Ese lento entender le había pasado factura en su eficacia en el combate, casi había acuchillado a Beatriz y le costaba tomar decisiones pero poco a poco se iba centrando.

El objetivo parecía claro, había que acabar con este impío aquelarre y fueran o no ciertos sus temores sobre las consecuencias de este había que administrar justicia a estas brujas y sabía que en un juicio solo habría una posible sentencia así que en cualquier caso acabar con ellas era hasta misericorde ya que si el santo oficio actuaba aquí todo iría más lento para ellas. Lo que tampoco, a la luz de sus actos, le hubiera parecido mal.

Pero ahora se apoderaba de el una febril ansia de justicia y con ella ataco a los restos del macabro aquelarre uniéndose a sus compañeros en ese acto que esperaba fuera el final.

Turno 9

Diego no hizo si no lanzar un espadazo contra aquella mujer. Ésta no parecia querer atacarlos con el cuchillo, sino más bien se defendía de cuantos ataques pudieran sobrevenirla, atendiendo más que nada al fuego. También seguía dedicándole palabras extrañas.

La hoja de la espada hirió gravísimamente a la mujer en el vientre:

(Daño a Ch8): (10 +2)(+7 por Crítico)(-2 por Defensa Total): 17 puntos de daño.

Tenía pues también una corazonada Beatriz. No se fiaba del fuego. Tal vez estuviera controlado por aquella extraña mujer indígena, y pensando tal, la Ratona trató de acuchillar a la bruja. Por su parte, el cuchillo se le resbaló unpoco entre sus dedos, pero pudo sostenerlo enseguida (lo que hizo que casi lo perdiera*). Después lo volvió a intentar, pero no logró apuñalarla.

Fue entonces que un virote voló por encima de vuetras cabezas; un virote que, esta vez, viajó directamente hasta el cuerpo de aquella extraña mujer y descendió un poco clavándose en él:

(Daño a Ch8): (7). 7 puntos de daño**.

No le dio tiempo a Lucca a reaccionar, sino que al escuchar el silbido del virote, en su intención de atacar a su rival, se detuvo. El comerciante genovés y sus compañero vieron cómo ésta había recibido un terrible impacto mortal en el mismo corazón...

No le dio tiempo a Lucca a reaccionar, sino que al escuchar el silbido del virote, en su intención de atacar a su rival, se detuvo. El comerciante genovés y sus compañero vieron cómo ésta había recibido un terrible impacto mortal en el mismo corazón...

Entonces, de las llamas comenzó a asomar una extraña figura:  su aspecto era el de un esqueleto humanoide gigante, con apenas jirones de piel y carne pegados a los huesos. Entre las lenguas de fuego parecía que llevaba, colgado en su cuello, collares de corazones y manos humanas, portan faldas hechas de conchas marinas... Su intención estaba clara, quería salir de allí, de esa cárcel de fuego. No obstante, en el momento en que Apotecario remató a la bruja indígena, ésta dejó de canturrear aquellas letanías, y el fuego volvió a devorar a la silueta que parecía querer salir de la hoguera...

No tardó el fuego más unos pocos instantes en consumirse rápidamente, quedando todos vosotros a la luz de algunas antorchas que había en los alrededores del claro.

El peligro había pasado, y entonces pudísteis descansar un rato*.

En aquella ocasión la bruja no pudo evitar el golpe, con enorme fuerza el tajo provocó la salida de mucha sangre de aquella malvada mujer. Pero aun parecía quedarle un halito de vida, cosa que se termino cuando un certero virote se calvó en su negro corazón. 

Al momento aquella especie de ser que se estaba formando en el interior de la enorme hoguera, pareció ser devorado por esta. Cuando vio esto, Diego se quedo más tranquilo, pues no sabía que tipo de demonio podía salir de todo aquello.

Y trató de ver que era lo que había allí, ya había visto los cuerpos de dos niños, y quería saber que más había en las inmediaciones de aquel fuego. Tal vez encontrasen algo que les indicase lo que estaban haciendo aquellas brujas. 

-Parece que al final hemos terminado con esto. Sea lo que fuese, lo que pretendían esas brujas.- Dijo a sus amigos. -¿Necesita alguien ayuda? Ya que una vez nos recuperemos un poco, habrá que pensar en volver e informar.- Aunque no sabía de que era de lo que tendría que informar, ya que todo lo vivido aquella noche era muy extraño y sangriento.  

Beatriz trató de acabar con la bruja jefa, pero lo que vio de reojo en el fuego hizo que por casi se le cayera la daga de las manos. Un extraño ser, ¡un demonio!, trataba de salir de su prisión ígnea. La letanía que canturreaba la indígena debía de ser un hechizo de invocación, de ahí los niños sacrificados. Entre Diego y un certero disparo de Gutiérrez, la bruja exhaló su último aliento, dejando de salmodiar y no concluyendo el hechizo, ya que el fuego envolvió al ser del inframundo y fue menguando rápidamente hasta desaparecer. El silencio cayó sobre nosotros pesadamente. Me volví y miré hacia todos los lados, para asegurarme de que todo había concluido.

"Sí, parece que ha terminado. Dios bendito, ¿qué hemos presenciado?" Dije asustada aún.

Beatriz miró a su alrededor, por si acaso hubiera algún otro evento o suceso que los volviera a sorprender, pero no fue así. Ya no había brujas, sólo sus cuerpos, y la hoguera se había consumido por completo. Por su parte, Diego se acercó a los rescoldos del mismo, y notó que había arena oscura, cerca de los maderos que habían utilizado para crear la hoguera. Seguramente algún tipo de de sal oscura (de momento indeterminada), que parecía haber hecho bailar al fuego junto con sus cánticos.

A su lado, además, yacían los cuerpos de los tres niños degollados, y sus tripas desentrañadas de su cuerpo. Sin duda un espectáculo demoledor...

Eso sí, no tardó el pirata en recordar, y hacer saber a sus compañeros, que la figura que había asomado entre las lenguas de fuego era un ser que, según él creía, ya había escuchado en boca de otros. Antes de su llegada al Nuevo Mundo, e incluso antes de surcar los mares en una galera, Diego había sido esclavo en una hacienda. En tales lugares se contaban muchos sucesos, verdaderos o no, de la idiosincrasia de la tierra de los nativos.

Una de ellas era la existencia de un ser terrible, criaturas que moraba en la oscuridad, quienes odiaban a la humanidad, y que solían aparecer, si se las convocaba, en los márgenes del amanecer y la noche.

De aspecto esquélito y jirones como piel, su carne no eran sino trozos de músculo rancio pegados a sus hueso. Portaban extrañas conchas en su cuello, a modo de colgantes, y no se sabía si eran del sexo masculino o femenino.

Tzitzimime.

Por lo que escuchó, y ahora sus compañeros lo hacían, Diego sabía que tales bestias con tal oscuro nombre rondaban a los humanos para robarles el aliento y causarles la muerte. Tal vez fueran inmortales, o tal vez no; pero su presencia aseguraba la muerte para los testigos. Aquellas brujas parecían haber invocado a uno de estos seres, o al menos a punto habían estado de hacerlo.

Y poco más. Diego aún recordaba estos detalles. Tal vez hubiérais sido los primeros testigos de su existencia, o tal vez era otra criatura distinta a la que el pirata recordaba. Sea como fuere, habíais sobrevivido a sus secuaces, las chamanas.

Por otro lado, nada de valor encontrásteis por allí, ni tampoco ninguna pista de aquellas mujeres o su ritual. La única certeza que teníais era que la sangre en las puertas de los palacios y otras casas de Tecuila, embadurnadas éstas también en vísceras, procedían de esos tres malogrados niños allí yacientes.

La noche era cálida en mitad de la selva.

Tras la experiencia del combate, que había ido bien a pesar de todo, y el estrés que supuso le fantasmagórica imagen de las llamas, Lucca, se apoyó durante unos instantes en un árbol para coger aliento y dar un vistazo al campo de batalla.

Todo lleno de sangre y vísceras, afortunadamente ninguna de ellas eran las suyas ni las de sus compañeros y parecía que todo había salido más o menos bien pero sentía que algo se repetía.

Cuando estuvieron en el poblado de los indios también parecía que el caso estaba finiquitado pero surgió esto y la verdad, se resistía a creer que las dos circunstancias no estaban conectadas.

Dio un vistazo distraído por la zona, aunque su ansia de encontrar algo de valor era grande le repelía un tanto el escenario por donde tenía que buscar y abandono pronto.

-En cualquier caso, unas indias desnudas y sarnosas dudo mucho que puedan aportar mucho a mi bienestar económico futuro. Pensó.

De todas maneras y con ánimo de tirarlo más adelante se llevó algunos colgantes de esas brujas y un cuchillo para enseñárselo al franciscano por si fuera importante o les condujera a algo.

-Me gustaría comentar este hecho a más altas instancias y al buen padre que nos ha servido de guía, no vaya a ser que esto no acabe aquí y que estas brujas no sean las únicas que tienen estos planes u otros distintos para sembrar el caos entre los buenos ciudadanos de la villa. Esto parece muy serio y me cuesta creer que sea un caso aislado.

Nada más había allí que pudieran hacer, todo había terminado. Tras relatar a sus compañeros lo que el pensaba que podía ser lo que vieron entre las llamas, tocaba irse de allí.

-No, señor Lucca, esto no parece casual. Mas bien los ánimos están calientes entre los indios, y como no se anden con cuidado, habrá un alzamiento. Y mucha será la sangre que se vierta. Mejor que se anden con cuidado.- Pero eso eran cosas que de ellos no dependían. Ellos informarían de lo que habían visto, y de como las cosas se podrían poner muy feas, pues todo apuntaba a un gran descontento entre los nativos. A que los excesos de algunos señores estaban llegando a calar en aquellas gentes. 

-Regresemos al pueblo e informemos de lo que aquí hemos visto.- Pobres niños, de buena gana les daría sepultura, pero el estado de sus mutilados cuerpecitos era algo que seguro que alguien más querría ver, para que así no quedase duda alguna, acerca de la procedencia de lo que aquella noche había manchado muchas de las puertas del pueblo. 

Tras descansar unos momentos, y luego de revisar aquí y allá, solo tocaba dar media vuelta y volver al pueblo. Lo que allí había sucedido no tenía explicación alguna, salvo que las brujas hubieran echado algún tipo de incienso al fuego que había hecho que tuviéramos ilusiones creadas por ellas o por nuestra debilitada mente. Registré a la bruja jefe, por si tuviera algún tipo de planta o polvos, para llevarlos a la ciudad y que los analizara algún químico.

-"Sí, creo que lo mejor es que volvamos al pueblo. Aquí ya nada podemos hacer." Dije, mirando de reojo los cuerpos de los niños. "¿Los enterramos antes?"

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   Tras caer la bruja, me recuesto contra un árbol sudando copiosamente, mientras cierro los ojos y trato de equilibrar mis latidos frenéticos con mi respiración entrecortada, poco a poco me tranquilizo.

   Con precaución, salgo de mi escondrijo tras recargar la ballesta y me aproximo despacio, mirando a todos los lados.

   - ¿Está muerta, está muerta la bruja? -

   Me acerco y la pateo un poco para asegurarme.

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