Partida Rol por web

Las palabras del apotecario le dejaron algo pensativo, que hubiera animales tan cerca de un centro poblado no parecía lo más probable.

-Lo mismo no son animales, ni el apotecario ni yo somos hombres de campo y esas pisadas bien pudieran ser otra cosa, exploradores o espías, sabe Dios de quien. No parece tan mal idea ver qué demonios se cuece, podríamos prevenir un ataque al poblado de alguien que les quiera mal, incluso de fuerzas de represalia del gobierno. Con lo que podría ser un fin sencillo a la crisis se iría al infierno. Creo que deberíamos investigar, incluso si es un animal peligrosos y podemos acabar con el, haciendo un servicio a la comunidad podemos hacer ver que el gobernador les presta servicio. Ayudando a zanjar el asunto.

Luego recordó que el apotecario no había estado con ellos.

-Hemos hablado con el jefe local, una especie de sacerdote local que ha tomado el poder. Por cierto don Antonio, ¿no he caído en preguntar que paso con el anterior?. El caso es que Juan de Arze era un déspota de manual y que aterrorizaba a los indios, llegando, dicen, a azuzar a los perros para que atacara a la gente, niños incluidos. Dios reparte justicia de forma extraña, así que al final colmo su paciencia, le atacaron y terminaron por devorarle. En cierta manera se hizo justicia, además, al matar nosotros a los guerreros que lo hicieron o al menos poder venderlo como tal, el honor del reino queda a salvo también.

Ante las palabras de Apotecario, Diego dio unos pasos más allá de las rocas donde se había refugiado el lincenciado, y trató de observar el suelo para dilucidar huellas (pues pensaba que podrían ser más nativos, cazadores tal vez). Mientras El Bizco lo hacía, Lucca puso al día a Apotecario sobre lo que había pasado en su ausencia. Todos pudísteis beber agua de las tinajas que transportaban en aguaderas los dos caballos que llevábais. A los pocos minutos apareció Diego de nuevo, informando que había encontrado algunas huellas de pie desnuda, y que marchaban de vuelta al pobaldo de Huazamota.

A Diego aquellas huellas le parecieron las de algunos cazadores o recolectores del poblado que habían visitado.

-Me parece que son huellas de algunos indios del poblado, y que a el regresan tras haber cazado o recolectado algo. No me parece nada extraño al encontrarnos tan cerca del pueblo, sus gentes se tienen que mover en sus alrededores y eso es lo que habrás escuchado Apotecario. Pienso que lo mejor es regresar e informar de lo que hemos descubierto.- Les dijo a sus compañeros, y tras tantas palabras salidas de boca poco acostumbrada a ellas, le toco dar  un buen trago de agua, pues se le había quedado la boca seca.

Tras descubrir que aquello no eran más que huellas de algún habitante de la zona, decidísteis desandar vuestros pasos. Aún os quedaba un día de regreso para llegar a Tecuila, y antes de que el alférez Juan Marcos de Coria enviara a buscaros, como habíais quedado.

Durante el viaje de vuelta no hubo ningún tipo de evento reseñable; marchásteis con las armas preparadas por lo que pudiera pasar, pero tras hacer otra noche en la selva, llegásteis a la ciudad en el tiempo que habíais planeado, con una versión de los hechos para el Gobernador que, para bien o para mal, no sabríais cómo le sentaría.

* * *

Llegáis a Tecuila.

Y bien, díganme, ¿qué han averiguado? -os preguntó el alférez-. Una hora antes habías llegado al palacio del alférez, y éste os había brindado cobijo y descanso. Los caballos, ahora devueltos, habían regresado cansados pero intactos.

Era media tarde, casi entrando en la noche, y estábais en el patio interior del palacio de aquel alférez. ¿Han descubierto qué le pasó a Juan de Arze? -volvió a preguntaros-.

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   Pues ahí andaba yo dando vueltas, pues no terminaba de estar convencidos de que hubieran sido nativos los de las risas, que algo no me cuadraba, pero me encojo de hombros y pa'lante.

   Mientras voy perdido en mis pensamientos, llegamos al lugar, donde Juan Márquez está.

   Espero a que hablen, pero antes de entrar, les recuerdo que habría que dar parte de que las joyas y plata serán entregadas... al virrey, claro, que uno es legalista pero no crédulo. Si ya se queda las alhajas, que se las quede el que hace y deshace y no un segundón.

   De todas formas, quedo en segundo plano dando vueltas de un lado a otro. Si no hace falta que hable, mejor.

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Ante los comentarios de Apotecario de dar cuenta de la plata y joyas, Diego responde.

-De las joyas si te complace, parte daremos. Pero estos doscientos reales los repartimos entre nosotros, que yo no tengo ni donde caerme muerto. 50 reales para cada uno, y el que su parte no quiera, que la entregue que a los ricos seguro que les vendrá bien.- Y tras decir aquello, cogió 50 reales y paso la bolsa al resto. Que no pensaba que otra cosa pudieran sacar de aquella empresa sino miserias y penalidades. Y estaba cansado de trabajar para los ricos y poderosos que a la hora de pagar por los servicios solían ser peores que los pobres, poco o nada repartían, fruto de la avaricia  de sus cargos. 

Luego llena la bolsita, en la que tan solo había alguna pelusilla y poco más, pues tiempo ha que iba vacía. A Diego hasta se le planto una enorme sonrisa en la cara, al menos de aquel trabajo sacarían algún beneficio. Tendrían que matarlo para quitarle sus 50 reales, con aquello podría vivir bien, al menos durante algún tiempo. 

Luego ya, algo tarde acercándose el final del día, llegaron hasta el palacio del alférez, donde tras dejar los caballos, tocaba dar explicaciones de lo que habían visto. Desde luego nada de la bolsa que Juan Márquez podría quedársela para el.

Aunque el no era el más adecuado ni capaz, comenzó a comentar algo de lo que habían visto.

-Señor a Juan de Arce le mataron los indígenas. Al parecer estaba haciendo abuso de ellos, tratándoles muy mal. Hasta nos contaron que para divertirse lanzaba a sus perros contra niños. Así que llego un momento donde los indios no pudieron más y le mataron.- Eran los hechos, de forma tosca y contundente, pero el no daba para mas. 

La propuesta de Diego le parecía bien, que si Diego había sido pirata el comerciante y pocas diferencias había. Quizás que había algún pirata honrado.

Ese dinero le vendría bien, porque la corona pagaba poco y mal las joyas podrían dar problemas, el dinero, no.

Se lo embolso sin hacer ningún aspaviento ni comentario.

Diego expuso el tema de una manera cruda pero veraz, pero dejaba el asunto un poco al aire y como el alférez seguro no era hombre de buen talante lo mismo se creía en la obligación de dar un escarmiento. La verdad que preferiría que las cosas quedaran como estaban, era eso lo que les había dicho a los indios y la violencia innecesaria era mala para los negocios.

Además le daban un poco de pena.

-Apuntar que los culpables de ese matar a Don Juan, por justo que parezca, han encontrado a la justicia igualmente. Porque no se puede saltar la justicia real, si no esto sería un sin Dios. Como decidieron atacarnos, nos defendimos y acabamos con los seis culpables, que ahora están enterrados en la selva. Aunque sus motivos fueran justos no podíamos dejar impunes ese crimen. La familia alcanzara en esto reparación. Si así le parece bien, alférez.

El viaje de vuelta fue rápido y sin contratiempos. En todo el tiempo que pasé de regreso, no dejaba de pensar en lo sucedido en el viaje y en cómo había terminado la historia. El ser humano era despiadado con sus semejantes, fueran estos indios o castellanos. De seguro se me quedaría marcado lo vivido para siempre. ¿Cómo haría Aldonza de Mendoza para obviar todas estas inquinidades que vivíamos a diario?

Ya en Tecuila, fuimos a ver al alférez, que además era el que nos daría cobijo para pasar la noche. Pero antes de contarle lo sucedido, Diego repartió las monedas. Yo cogí mi parte, claro está. Me las guardé bien guardadas bajo mis ropajes. Después, ya en presencia de Juan Márquez, asentía a cada palabra de mis compañeros, que contaban lo sucedido en la selva.

-"No debemos de olvidar que les prometimos a los indios que la corona no tomaría represalias con ellos, dado que la muerte de esos guerreros es como si hubiéramos ajusticiado a los culpables." Comenté.

Mientras daban cuentas al alférez de Tecuila, en los bolsillos de cada uno descansaba el dinero efectivo en forma de monedas que habías encontrado en la hacienda. No hicieron asco a su parte ni Diego, ni Lucca, ni Beatriz. Ninguno de ellos era tan iluso como para saber que no iban a ser agradecidos por el Virrey, una vez supiera todo ésto, por ser honrados a la máxima. Tampoco tonto era el licenciado Apotecario, quedándose así con su parte.

El alférez asentía ante las palabras de Diego, mientras Apotecario escuchaba en segundo plano. Asentía Juan Márquez, escuchando la versión de los hechos que no ponían a Juan de Arze como un monstruo ante sus acciones contra los nativos Chichimecas.

Y dice vos que os atacaron... -comentó después el alférez cuando supo que los guerreros de tal etnia os había tratado de emboscar en la altura del cerro-. Y fue antes de llegar a su poblado... Entiendo... -en su mente trataba de recomponer toda aquella información-.

Bien, estas indicaciones serán muy útiles para el virrey. Son tiempos de paz, pero hay ánimos de sublevación y guerra -respondió el de Coria-. También os digo -mirando ahora a la Ratona-, que lo que prometieran a esas gentes queda a su discreción y responsabilidad. Quizá Arze se lo mereciera, quizá no. Y quizá las razones de los indios sean mentira, o quizá no... En fin, sea como sea, esta noche pueden descansar aquí, con fray Antonio. Mis criados les darán habitación y cena. Si me disculpan, he de atender a mi mujer. Que descansen esta noche -y el alférez salió de aquel patio tipo claustro, introduciéndose en el palacio y subiendo los escalones a una sengunda planta.

No tardaron en prepararos unas habitaciones cerca de la de fray Antonio. Eran cuartos de invitados, pero lo suficientemente limpios y espaciosos como para poder decir que era de los mejores sitios en los que habíais dormido en vuestra vida. La cena consistía en un cordero asado, con una especie de guiso de legumbres propios de la zona, algo de vino, queso y pan.

* * *

Pasó algo menos de una hora y, justo antes de marcharos todos a descansar, Diego y Lucca parecieron escuchar algo que procedía de la calle. Eran como pisadas, ruidos también de tablones, y parecía que habían sucedido hacía escasos segundos. Salísteis todos a la puerta del palacio, y el sol ya se había escondido. Sin embargo, algo llamó la atención de los dos citados: Diego vió una marca en la puerta de la vivienda del alguacil, y Lucca en otra vivienda más allá, a unas diez varas de distancia frente al palacio. Y era otra marca similar.

Eran como... como...
... sangre, y vísceras humanas.

Unos garabatos en las maderas de ambas puertas, garabatos formados por el embadurne de aquellos restos.

El comerciante y el licenciado, tal vez algo más instruido en prácticas nativas por alguna razón, se dieron cuenta de lo que pasaba (y se lo contaron a sus compañeros): sospechaban que se trataba de algún ritual chamánico. Rituales había muchos, y eso era sabido, pero colocar vísceras humanas en una puerta sólo significaba algo muy concreto: algún tipo de mal de ojo o maldición enviada a los dueños del lugar. Lo curioso era que no solo el alférez Juan Márquez tenía aquellas señales en su hogar, sino otros palacios.

En pocos minutos comenzásteis a escuchar gritos, gritos de la gente de la ciudad, y más que gritos eran quejidos; vecinos que habían percibido algo en sus puertas, criados que habían salido a la puerta para ver qué pasaba. Todos ellos habían visto las marcas similares en las suyas puertas. Y en Tecuila mucha población o servidumbre era de etnia nativa, por lo cual también podía saber el significado de tales actos (como Lucca o Apotecario).

Un par de muchachas cruzaron una calle cercana a la vivienda de Juan Márquez de Coria, y parecían como huir de algún terror cercano. Tales dos jóvenes, de apenas veinte años, eran nativas y siervas de alguna personalidad de la ciudad, del cabildo, o de algún burgués de importancia. Al pasar corriendo vísteis lágrimas en sus ojos, y sólo pudísteis arrancarle de sus bocas algo así como "¡Tzitzimime! ¡La Madre! ¡La Madre!". Después desaparecieron en la oscuridad de la noche.

Eso sí, quienes hubiera hecha tales pintadas, no podían andar muy lejos.

Aquellos ruidos le hicieron ir a ver que era lo que pasaba, y lo que encontró no se lo esperaba. Si que estaban mal las cosas, estaban en medio de una revuelta o algo parecido. Los indios parece que ya no podían aguantar mas y allí se iba a montar una buena.

-Vamos a por lo que han hecho las pintadas. No pueden andar muy lejos.- Diego trató de escuchar o ver alguien en las calles cercanas, aquellos que hubiesen hecho las pintadas tenían que llevar encima restos de sangre y vísceras, tenían que poder dar con ellos.

Se asomo a varias calles con la esperanza de ver a los responsables de aquello, si daban con ellas podrían enterarse de lo que pretendían, y quien sabe si hasta podrían pararlo.

Asombrada por lo que ocurría fue poco. Los indígenas se habían vuelto tan osados, que habían venido a Tecuila a maldecir, batallar o vete tú a saber qué. Me volví corriendo a mi aposento y recogí mis bártulos, que no quería ir en bragas si salíamos a ver qué pasaba. Ya en la puerta, vi que Diego opinaba de investigar lo sucedido.

-"Estoy lista, podemos dar una vuelta y ver quién ha hecho esta asquerosidad." Comenté.

Puedes ver a varias figuras corriendo entre las calles de la ciudad. Si decidiérais perseguirlas, podríais hacerlo.

No tardo Diego en ver a varias figuras que se alejaban corriendo.

-¡Mirad! Allí están los responsables, vayamos a por ellos.- Comento a sus compañeros antes de salir en post de aquellos que tan extraña conducta habían mostrado aquella noche, en la esperanza de que aun estuvieran a tiempo de evitar que las cosas empeorasen. Pues al parecer la revuelta era algo mucho más cercano a la población de lo que habían pensado. Esta no se limitaba a algunos lejanos poblado indígenas, sino que parecía querer extenderse por todo el territorio a gran velocidad. 

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   Al ver las casas marcadas, me recordaron las historias del antiguo testamento cuando los judíos marcaron las casas, lo del éxodo de Egipto. Cuando sacrificaron un cordero y con su sangre y restos marcaron las casas de los que vivían judíos para que los monstruos enviados arrasaran todo menos esas casas. Bueno, pues aquí lo mismo, pero a la inversa.

   - Han marcado las casas con sangre y restos para ver quien debe ser castigado, deberíamos dar aviso al primero que veamos de fiar, soldado, criado, para que de aviso al gobernador de que cambie de casa de inmediato, por otra no marcada, que posiblemente vayan a atacar  las casas marcadas. -

   Y como no era plan de ir a solas por las calles en una noche así, añado.

   - Por lo demás, os sigo. -

   Menos mal que su equipaje era exiguo y lo cogía en un instante.

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La escena que estaba viendo de las entrañas y la sangre era mas de lo que se hablaba en voz de baja de brujas y satanás que de la vida real, del día a día.

Luego pensó que sería alguna manera de amedrentar a quienes allí vivían, que no era nada sobrenatural aunque sí muy preocupante en lo que parecía un paso más hacia la rebelión.

Lo mismo no estaba todo controlado como pensaba él.

Había que hacer algo y parece que Diego había tomado la iniciativa, hombre de acción no parecía que hubiera dudado, asi que desenfundo la espada y corrió en pos de el.

-¡Te sigo, Diego!.

Lo que dijo el apotecario le parecía algo excesivo pero bien pensado ele studioso era el y bien se decía que el gran éxito del diablo era hacernos pensar que no existía, asi que mejor cuidarse en salud.

-Ocupese usted de dar esas instrucciones mientras nosotros intentamos coger a quienes han hecho esto. Luego reunase con nosotros que necesitaremos de su saber.

Otra vez en la brecha.

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   Los cojones iba a ir en medio de la noche dando tumbos en solitario a meterme en casas marcadas para masacrar a sus ocupantes, si claro, en vez de eso me limito a asentir.

   - De acuerdo, al primer soldado o criado que vea, le pongo sobre aviso para dar eso, aviso a los ocupantes, mientras no creo prudente separarnos si andan gentes locas asesinando, les sigo. -

   Moviendome nerviosamente de un lado a otro, continuo.

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Pareció que Apotecario tenía en mente las sagradas historias de la Biblia, y sin duda que aquellas escenas tenían cierto parecido. Diego logró advertir a los que parecían haber embadurnado con vísceras y sangre algunas de las puertas de la ciudad de Tecuila. El pirata no pudo apreciar con claridad sus identidades, sino sombras en la noche que desaparecían en los callejones de Tecuila. Beatriz fue a por sus cosas, Lucca desenvainó su espada y Apotecario le hizo una señal al criado del alférez Juan Márquez, el mismo que os había servido la cena, que andábase en una ventana de la segunda planta, observando qué ocurría de puertas para afuera. El criado asintió ante el sobreaviso del licenciado y desapareció de ventan para adentro. Apotecario también se unió a sus compañeros, no queriendo quedarse sólo en aquella pequeña ciudad. Diego lideró con su vista al grupo, y corrísteis hasta la última posición de las siluetas.

* * *

En pocos segundos, tras internaros detrás de la iglesia, vísteis dos sombras más, ¿cuántos delincuentes había? Y corrísteis tras ellos. Sin embargo, no tardaron éstos en llegar al límite de la ciudad y comenzar a adentrarse en la espesura errática, en la noche, alejados de toda civilización cristiana (como era en esos momentos la población de Tecuila). Iban hacia el norte, curiosamente en la misma dirección a la que días atrás os habíais dirigido.

Mientras habíais estado corriendo por las callejuelas, más población había salido a la calle, algunas al escuchar gritos de vecinos, y otras para comprobar qué pasaba, qué habían hecho en las puertas y a qué se debía aquellos movimientos en mitad de la noche. Comenzó a reinar cierta confusión en Tecuila.

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   Un vistazo rápido solo me da sombras, y gentes, así que visto lo visto, o lo no visto más bien, para de camino para charlar con las gentes del lugar antes de proseguir en pos de sus compañeros.

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