André despertó por un ladrido que sonó al fondo del pasillo. Las puertas automáticas del aeropuerto se abrieron para dejarle salir a la playa. Sintió algo de aprensión al dejar la terminal.

- Puedes regresar, tienes la tarjeta de embarque en el móvil-dijo Alamein.

André asintió, aunque no muy convencido. Pisó la arena y se dio cuenta de que había dejado los zapatos al pasar el control de seguridad. Su mujer le había cacheado a conciencia y los testículos le dolían. Le había golpeado bien fuerte. Se había terminado la cerveza.

- Mira allí. Por eso no había nadie en la terminal.

La joven negra y la rubia estaban sobre la arena, sentadas, desnudas. La arena las cubría el cuerpo y parecían estatuas de sal.

- ¿Cuando sale el avión?
- Pronto, esta al caer.

Miró más fijamente a las mujeres. Las jarras de cerveza estaban vacías. No movían ni un musculo. Las piernas de la rubia sangraban, pero el mar la limpiaba las heridas, se las cerraba. Pero al momento empezaban a sangrar. Sin embargo podía andar y eso era raro.

- ¿Que esperan?
- Que las salven, supongo. Quien sabe. Son unas mentirosas.
- Las mujeres mienten siempre.
- Tengo sed, ¿tienes mi cuenco?
- Se lo dí a Atila. Estará con la azafata.
- Es igual, no quiero cerveza.

Quería alejarse de las mujeres. Sentía que si se acercaba a ellas pasaría algo malo.

- Siempre pasan cosas malas cuando te acercas a una mujer - era la voz de su esposa. Venía de la terminal, vestida de uniforme, como un policía. Le tendió unos zapatos, pero no eran sus zapatos. También una bolsa del Duty Free. La abrió y dentro había un bebé recién nacido.
- ¿Es lo que creo que es? -levantó la mirada a su mujer. Estaba desnuda y su piel parecía de plástico. Quiso tocarla. Apretó uno de sus pezones y se hundió hacia dentro, como un botón. Ella se rompió en trozos, como un maniquí. El mar barrió el lugar donde estaban y se llevó los trozos. Volvió a mirar al bebé. Lo sacó de la bolsa y el bebé ladró.

- Firme aqui -dijo quitandose las gafas.

Despues el pequeño cuerpecito se desenrrolló como un pergamino. Era una demanda de divorcio por un lado. Por el otro, de paternidad.

Pero el mar se lo llevo de nuevo, el mar se llevaba todo. Volvió su mirada a las mujeres. Ahora eran cuatro. También estaba la doctora. Venía de la jungla, cubierta de sangre, desnuda y sonriente. Se tumbó en la playa y rodó hasta quedar cubierta de arena. Después se sentó junto a las otras dos. Detrás vino una chica morena, e hizo lo mismo. La conocía, era la amiga de alguien que había conocido. Llevaba un coco en las manos y lo usaba para cubrirse el pubis. Las cuatro miraban al sol de poniente.

André rebobinó con el mando a distancia varias veces. Le gustaba la doctora y tambien la ultima. Era muy joven y estaba realmente buena. Su cola empezó a agitarse de un lado para otro.

- ¿Me da tiempo?
Alamein negó con la cabeza.
- El avión está al caer.
- De verdad que tengo ganas. Ahora tengo una navaja -y abrió la hoja. Era grande y reluciente, tan larga como su brazo. Las cuatro mujeres giraron la cabeza al tiempo y le miraron, con una expresión de miedo en los ojos.
- Te lo repito, el avión está al caer.

Empezaron a llover cabezas muy pequeñas, como de jibaro, manos de juguete, pies y despues organos internos. Un ruido fuerte venía del tiempo, como de tormenta, pero no había nubes.

- Esta al caer.

André miró hacia arriba.
El avión volaba en dirección a el, cayendo en picado

...

Esta oscuro.
Se lame una pata. Sangre. Poca.
Mas sangre en la boca. Un diente roto. Dolor.
Roto al morder la puerta para salir de la jaula.

Se acerca al árbol. Olor. No hay perros.
Muchos olores nuevos. Raros. Animales pequeños. ¿Ratones? ¿Ardillas?

Orina contra el árbol y gime.
Amo no esta.
Alamein no está.
Atila corre entre los arboles.

Hambre. Sed. No hay cuencos.
Atila gime, pero no se atreve a ladrar.
Olores nuevos. ¿Animales grandes?
Mejor esperar. Y marcar.
Orina contra otro árbol, raro, muy alto. Hojas grandes.
Olfatea el aire.
Algo raro... ¿humano?

Corre entre los arboles. Huele la hierba. Algo huye en la espesura, algo pequeño.
Quiere cazarlo, pero lo deja ir.
Olor a humano. Quizás sepa donde está Amo.

El olor se hace más fuerte. Y otros olores.
Plástico, goma, metal.
Y sangre. Y heces.
El olor se hace más intenso.

Está tumbado a unos pasos de Atila. No se mueve.
Huele a caca, a pis y sangre.
Atila lloriquea. Olor malo. Se deja caer en el suelo y espera.
El humano no se mueve.

Un pájaro grande se posa en el humano. Mira a un lado y a otro. No ve a Atila.
Atila se relame. El pájaro picotea la cara del humano.
Atila ataca, pero el pájaro es rápido y huye.
Atila ladra, uno, dos, tres veces. Pero recuerda que no sabe si hay más animales y calla.
El pájaro grazna ofendido en el árbol, después se marcha.

Atila da vueltas en torno al humano.
No se mueve. Olfatea de cerca.
Un hombre. Mayor. No respira. Su corazón no late.
Atila le lame la cara.

No reacciona. La lengua de Atila se cubre de sangre. Aun caliente.
Espesa. Salada.
Rica.

Atila levanta la cabeza.
Mira a un lado y a otro. Jadea.
Sed. Hambre. No hay cuencos.
Gira en torno al hombre.
Gime. Gañe. Llama al Amo.
Quiere comer. Quiere saber que el Amo está bien.

Sed. Hambre.
Atila vuelve a lamer el rostro.
Sigue lamiendo hasta que la sangre se acaba.
Levanta la cabeza. Siente que hace algo malo.
Pero tiene hambre.

Con delicadeza, arranca un pedazo de la nariz y se lo come.
La noche se hace más oscura.

Aburrido, con su chaqueta del brazo, su maletín en una mano y el Playboy que acababa de comprar en la otra.

Comenzó a leer la revista sin ningún pudor. Allí no había nadie. Debía de ser muy temprano. Estaba todo vacío. En la revista para adultos fue saltando los artículos sobre coches y técnicas de afeitado hasta llegar a la carne. Modelos rubias, perfectamente depiladas y de rostros un poco equinos mostraban sus jóvenes cuerpos. Los pechos eran imposibles, redondos como bolas de balonmano, operados.

André levantó la vista. Parpadeó y se quitó las gafas con la otra mano. No se lo creía.

Había un local abierto. Ponía que vendían recuerdos y "Duty Free". Pero la música la conocía. Era un himno nupcial. Al pasar, deslizándose con lentitud puedo ver su interior. Mucho más grande de lo esperado. Era la iglesia de Notre Dame de Fourviere, en Lyon. Elena estaba a su lado, apoyada en su muleta, vestida de blanco. Todo el mundo le dijo que estaba preciosa pero era mentira. Estaba patética.

André se giró, pero el local quedó atrás. Sus gafas de sol cayeron fuera y las perdió. El sol le hacía daño a los ojos y le dolía la cabeza. Venía un nuevo local. Alguien, una mujer, gemía en italiano. La cinta le arrastró hasta un local abierto. Farmacia. Vendían preservativos de todo tipo. "Duty Free".

Amanda estaba en la ducha, aplastada contra el doble vidrio de seguridad. En el Hotel Style, en el barrio del Castello, en Milan, todo era de gran calidad. Detrás de ella, estaba André.

- ¡Usa un condón, maldita sea! -les gritó, pero no parecían escucharle. Estaban muy ocupados.

Sonó un timbre. André se giró y vio otra tienda abierta, decorada con dinosaurios de colores que sonreían. Pero había algo tétrico en sus sonrisas. No sonreían con los ojos. Se burlaban. Era un parque infantil, un lugar donde dejar a los críos para que te dejaran de agobiar en el aeropuerto. "Duty Free". El timbre sonó de nuevo y Elena apareció desde la cocina sentada en su silla de ruedas eléctrica.

- ¡No abras! ¡Elena, no abras!

Elena abrió la puerta. Tras ella apareció Amanda, alta, de labios carnosos, morena, con el pelo negro largo y liso atado a la espalda en una coleta. De su pecho colgaba una mochila y dentro había un bebé dormido.

- ¿Está el señor Kubiak? -su inglés era malísimo.
- Ha salido -respondió Elena-. Volverá esta tarde. Si quiere dejarle un mensaje...
- Es la mujer. Usted, ¿verdad?
- Si, soy la esposa de André. -respondió ella con suspicacia, apartando un mechón rubio de delante de sus ojos.

Amanda pareció dudar. Pero la duda fue barrida de inmediato por un arrebato de orgullo. Se envaró.

- Este es Marco -dijo acariciando la cabeza del bebe, con una mezcla de odio y ternura-. Es hijo de André.

Elena quedó congelada. Tomó la tarjeta que Amanda le dio, con movimientos mecánicos, sin vida.

- Estoy en este hotel.

André sollozó en la cinta. No quería ver lo que seguía a continuación.

Licorería. Vinos, licores. "Duty Free". Máximo 3 botellas por cliente. Pero daba igual.
Bastó con una.

Elena, en la cama, tendida sobre su propio vómito. Un blister de doce pastillas de diazepam. La botella de Coñac Paradis Imperial que guardaba para una ocasión especial. Y un papel garabateado con odio y rencor.

La cinta seguía adelante.

Productos para animales. "Duty Free".

Sus perros estaban dentro de dos transportines naranjas muy caros, esperando a que los embarcaran. La azafata rebuscaba entre los sacos de comida algo que se le había caído al suelo, ofreciéndole el culo a Atila que ladraba loco de deseo dentro del transportín. Alamein ignoraba la escena y le miraba directamente a André.

- ¡Sal de la cinta! ¡No sigas adelante!

Pero siguió adelante. A pesar del miedo que iba creciendo en su interior. Miro el playboy. Estaba lleno de carne. Cuerpos de modelos sonrientes, depiladas, con rostro equino. Un brazo allí, una cabeza aquí. Dos piernas separadas. Una con un trozo de cadera. Un balón de balonmano con un pezón encima.
Asqueado, lo dejó caer.

La cinta se terminaba. Al final de la misma estaba la puerta del avión. Dos sonrientes azafatas, hermanas gemelas sonreían y daban la bienvenida. Detrás de la puerta, en el interior, había dos hélices que despedazaban a todo el que entraba.

André recordó súbitamente y trató de retroceder. Pero no pudo.

Una avalancha de gente le había alcanzado y lo empujaba.

- ¡Llegamos tarde a la isla! -gritaron en perfecta armonía hombres y mujeres.

Las manos le empujaban el costado, las piernas, la cara, y la puerta del avión estaba cada vez más cerca.

- ¡Pero no lo veis! ¡No lo veis! ¡Vais a morir!
- ¡No importa! ¡Vamos a la isla! -respondieron las voces, a coro.
- ¡Pero que demonios es eso tan importante en la isla!

Sobre la puerta del avión vio un cartel que le hizo, en cierta manera relajarse y aceptar su destino.

"Duty Free"

Las manos le empujaban y le llevaron hasta allí.