Partida Rol por web

Darius saca la espada y pone cara de circunstancia - pero que demonios?!?! avanzando hasta la altura de borateo.

Ya no había mucho en lo que Valandil pudiera ayudar. Wilbur, Borateo y Darius formaban un muro infranqueable, que dificultaba la puntería con su honda. Aún así, lo intentó. La cuerda girando produjo un zumbido al dar vueltas y al final soltó la pequeña bola de acero que silvó muy cerca de la oreja derecha de Wilbur hasta estrellarse en la frente de uno de los mineros, haciéndole caer muerto al suelo.

Como una marea, el cuarto minero suplió a su compañero y se avalanzó sobre Wilbur, pero el hechicero tenía un talento natural para moverse dentro de una mina, y se mostraba ágil e inalcanzable para sus enemigos.

Los otros dos mineros cargaron contra Borateo y Darius, sin temor a que el diestro lancero Borateo volviera a hacer de las suyas.

Wilbur aprovecha la oportunidad para darle un tremendo mazazo al minero número dos, gritando a sus compañeros:

- ¡Vamos coño! ¡Que los guerreros sois vosotros!

Grito que es contestado por el certero disparo de Valandil.

 Wilbur maldijo entre dientes al ver como Wilbur se exponía de forma innecesaria, y que sin armadura alguna plantaba cara a los mineros. Le había avidado de que retrocediera, si no lo hacía pero para él.

 Como ya le pareció al montaraz algo profundo había cambiado en estos mineros, esa forma de despreocuparse por su bienestar y la forma de atacarlos, arrojandose encima suyo para incarles el diente... algo les había pasado, estaban como poseídos.

 En cualquier caso dejó las reflefiones para después y planto la lanza para empalar a los insensatos que se les tiraban encima de nuevo... Se precipitó, al pretender encajarlos a los dos en su ataque no apuntó suficientemente bien al primero de los enanos, el segundó quedó clavado en la lanza.

 Viendo que a su lado se había colocado el guerrero recien llegado, hizo sue cuerpo a un lado y descargó un fuerte golpe con su diestra protegida por el guantelete armado, los bordes acerados de este arrancaron trozos de piel y carne del rostro del enano. Luego tomo de nuevo el asta de la lanza con las dos manos.

El minero que corría en dirección a Darius jamás llegó a su destino. En lugar de eso cae al suelo ante una nueva punzada de Borateo. El minero que corría hacia Borateo, recibe un golpe perdido de la maza de Wilbur, y estrella su cara contra el guantelete de Borateo, en una conmoción doble que le cuesta la vida.

Tan solo queda un enano, sin herida alguna, más allá de los negrones de la explosión.

Wilbur continua avanzando, enfervorecido y casi cegado por la lucha. Parece que las batallas alterasen su generalmente mesurado temperamento para sacar la bestia que lleva dentro.

Se coloca de modo que el minero queda entre el y sus compañeros y suelta un nuevo mazazo, que roza la cabeza del minero pero no hace impacto por muy poco.

Empieza a transpirar, pero la furia que se refleja en sus ojos no dice nada bueno acerca de sus intenciones.

La lucha que se presentaba ante ellos parecía estar llegando a su fin. De los enanos furibundos únicamente había uno que seguía mientras el resto yacía en el suelo entre sangre y trozos de piedras desprendidas. Lyranden cargó su ballesta y la guardó entre sus pertenencias para después desenfundar sus armas de combate cuerpo a cuerpo. Una vez hecho esto comenzó a avanzar hacia el combate por si fuera necesaria su ayuda, aunque con la presencia de Borateo no parecía hacer falta.

Al llegar a la vera de Borateo espero a que los mineros pero estos no llegan, al menos vivos...
Pero su estado es demasiado raro para matorlos sin mas - mmm, el que queda debemos dejarlo vivo!

Wilbur arrincona al minero contra la pared, sin llegar a lastimarlo. Darius le ayuda, golpeando la cara barbuda del enano con la empuñadura de su espada. El golpe resbala por la barbilla sin que la víctima llegue siquiera a cerrar los ojos como acto reflejo al impacto.

Más atrás, Valandil tiene a Borateo en frente, y le cuesta apuntar, pero avanza con Lyranden y busca un hueco. ¡ZAS! La bala de honda se incrusta en un ojo del enano, aplastando el globo ocular hasta sustituirlo. La sangre se mezcla con el líquido incoloro del interior del ojo, haciendo caer por la mejilla una lágrima de extraño tono rosa. Se repite la imagen a la que dió lugar Darius: el siervo de Moradin no se queja de los golpes, no deja escapar chillidos de dolor, no retuerce su cuerpo al sentir que le lastiman.

El enano forcejea con Wilbur, sin llegar a zafarse de su posición, ni probar la rica carne de hechicero.

Grrrrrrrrrrr...

 La escena parece un cruce entre un infierno y una pesadilla, de la luz trémula de la linterna que cuelga de la mochila de Borateo se proyectan dantescas sombras en las irregulares paredes de la mina, en el suelo yacen los cuerpos sin vida de tres mineros que poco antes les habían acompañado y a los que habían venido a proteger, no obstante allí estaban, matándolos como cuales perros rabiosos.

 Con un arranque de fría rabia, el pelirrojo da una fuerte embestida hacia adelante, cargando todo su peso en la nueva lanza, toda embadurnada de sangre fresca, y logra encontrar el cuerpo del enajenado enano, la punta entra con fuerza en el cuerpo, abriendose paso por piel, carne y cartílago, empalando al pobre diablo...

Wilbur observa la acción de Borateo con deleite y murmura:

- Siempre he querido probar esto.

Momento en el que descarga un tremendo mazazo sobre la cara del probablemente ya para entonces fenecido minero, aplastándola contra la pared de la galería y reventándola totalmente, salpicando sangre, sesos y astillas de hueso en todas direcciones.

Se queda mirando a lo que queda del malogrado minero, los restos de cuya cara son ahora una irreconocible abominación sanguinolenta, con una sonrisa de oreja a oreja.

Borateo saca la lanza clavada en las vísceras del pobre enano, que cae al suelo. El combate ha terminado. Esos plebeyos mordedores se lo pensarán dos veces antes de volveros a incluir en el menú... Claro que, ahora sus cadáveres no tendrán ocasión de plantearse los dilemas de la vida, ni los pormenores de una dieta equilibrada.

Wilbur observa la acción de Borateo con deleite y murmura:

- Siempre he querido probar esto.

Momento en el que descarga un tremendo mazazo sobre la cara del probablemente ya para entonces fenecido minero, aplastándola contra la pared de la galería y reventándola totalmente, salpicando sangre, sesos y astillas de hueso en todas direcciones.

Se queda mirando a lo que queda del malogrado minero, los restos de cuya cara son ahora una irreconocible abominación sanguinolenta, con una sonrisa de oreja a oreja.

Entre los sesos esparcidos y los fragmentos de cráneo roto, Wilbur encuentra una pequeña gema: un ónice negro.