Partida Rol por web

Polvo eres...

Epílogo

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30/05/2011, 19:22
Director

 "La lluvia golpeaba las ventanas de aquel mohoso y decrépito edificio, acompasando los pasos de Margaret, una señora algo gorda y entrada en años, que subía por las escaleras tarareando una alegre cancioncilla que su padre le había enseñado de pequeña, una vez que fueron de acampada a las afueras de la ciudad. Por desgracia, desentonaba bastante, aunque tampoco parecía haber nadie cerca para oírla. El bloque de viviendas permanecía en silencio, como si estuviera dormido, expectante, esperando a recibir alguna descarga que le devolviera a la vida. Y no era algo fuera de lo común: Hacía tiempo que las familias habían comenzado a desalojar el lugar, o, al menos, las que tenían dinero para pagarse un piso en algún lugar más seguro y nuevo. Saber que tu hogar se cae a cachos no es una idea tranquilizadora, desde luego.

A Margaret, en cambio, poco le importaban esos detalles. Ella ya era mayor, y estaba demasiado apegada a esas paredes como para intercambiarlas a cambio de seguridad y estabilidad. ¿Seguridad? Bah... Cuándo una se hace mayor, la preocupación por alargar la vida desciende de forma inversamente proporcional al interés por actividades y detalles que antes nunca le habrían llamado la atención. A sus setenta y pico años (Hacía tiempo que había dejado de contarlos), Margaret tenía claro cuales eran sus aficiones. Le gustaba ordenar su correspondencia, charlar con el vecino de enfrente de su casa, coleccionar plumas de pájaro, imaginarse formas entre los posos del té, leer historias infantiles, y visitar a Angela. A eso último se dirigía en aquel momento, aunque en esta ocasión, no podía evitar subir refunfuñando. Sus tobillos se quejaban bajo el peso de su orondo cuerpo, y comenzaba a temer que dentro de unos años ya no podría subir todas esas escaleras sin hacerse picadillo las espinillas

Cuando llegó a la puerta de Angela, se la encontró medio abierta. Suspiró. No era la primera vez que pasaba en los últimos días. Desde que había vuelto de esas vacaciones en Martin's Beach, llevaba unos meses algo distraída. Distante, extraña. Sí, esa era la palabra. Extraña. Antes, cuando Margaret hablaba con ella, solía ver cierta chispa en sus ojos, una sonrisa implícita que la hacía sentirse mejor. Angela siempre había sido una persona activa, llena de energía. Energía que, normalmente, acababa por trasmitir al resto. Sí, era una buena chica

Ahora, en cambio, las cosas eran diferentes. Maldita sea, no tenía ni idea de que había ocurrido en Martin's Beach, pero por la cara que ponía cada vez que mencionaba el tema, no estaba segura de querer saberlo. Además, había perdido ese brillo. De alguna manera, parecía que la escritora amable y misteriosa que había conocido hacía ya unos años se hubiera recubierto de una extraña capa de arcilla y yeso, como si tuviera miedo de dejar salir lo que fuera que tenía ahí dentro. Y no es que Angela hubiera sido nunca muy comunicativa... ¡Pero es que esto ya era exagerado! Por supuesto, siempre evitaba el tema. No es que Margaret fuera la mujer más sabia del mundo, pero tenía la suficiente experiencia como para apostar a que no había ocurrido nada agradable. Cuando una persona evade algo de manera tan clara y directa, normalmente ese algo implica algún suceso traumático e intenso. Sucesos que, a decir verdad, es mejor olvidar

Así que, por así decirlo, había aceptado el trato, y no preguntaba más de lo debido. Un mudo acuerdo tácito entre las dos, mediante el cuál Angela seguía recibiendo las visitas de Margaret con una sonrisa, aunque fuera forzada, a cambio de que la anciana no se interesara más de lo debido en asuntos que no le correspondía saber. Quién sabe, puede que últimamente las cosas estuvieran yendo a mejor. Su vista ya no era lo que fue hace tiempo, pero juraría haber vislumbrado un rastro de esa chispa en sus ojos, en alguna conversación que habían tenido durante las últimas semanas. Con un poco de suerte, el tiempo curaría lo que no parecía curable, y Angela volvería a ser la de antes

Pero ahora debía lidiar con otra distinta, un maniquí, una copia barata de la obra original. Tendría que lidiar con ese extraño despiste que se había adueñado de ella, y que la hacía caer en las mismas imprudencias una y otra vez: Dejar la puerta abierta, no mirar a los lados antes de cruzar la calle, olvidarse de recados y tareas pendientes... De alguna manera, le daba la sensación de que la chica parecía estar en otro lado. Y luego estaban las excentricidades, claro. Como, por ejemplo, apartarse de la puertas nada más abrirlas, fuente de bromas por parte de Margaret, que solía fantasear con que Angela tuviera unos muelles unidos a un resorte en sus rodillas, el cuál se activaría siempre que un picaporte se girase. Angela solía sonreír de forma educada, aunque no decía nada

Y luego, esa extraña obsesión con los periódicos. Tenía su casa llena de periódicos, y no solo prensa diaria; También periódicos especializados, relacionados con la ciencia o la medicina. A la escritora nunca le habían interesado demasiado aquellos dos campos, y en cambio, ahora, parecía que no hubiera otra cosa. Ya se la había encontrado más de una vez recortando necrológicas o noticias algo siniestras, como si estuviera preparando un macabro mural con vete tú a saber que objetivo

Eso sin olvidarse de sus repentinos cambios de actitud. Hacía dos días, sin ir más lejos, había tenido un repentino ataque de ansiedad cuando Margaret dejó la puerta de la habitación abierta para que entrara corriente. "¡Cierra la jodida puerta!" había gritado, sin aviso previo, haciendo que la vieja diera un respingo, estupefacta. Luego parecía haber vuelto en sí, y se había disculpado, algo avergonzada. Era solo un ejemplo de los pequeños desvaríos que tenía, que aunque no solían ser tan frecuentes, daban a todo el marco general un tono oscuro y retorcido. No, su mente no estaba bien, eso estaba claro. Algo había roto ahí... Y esas cosas tardan en alegrarse

La encontró frente a su máquina de escribir, encarada a la ventana con la vista perdida. Frente a ella, un papel en blanco, sus manos posadas sobre las teclas sin llegar a apretarlas, temblando brevemente al compás del traqueteo de las gotas sobre el cristal de la ventana. Decidió acercarse lentamente, intentando no sobresaltarla

-"¿Angela?"

La escritora se giró, lentamente, y pareció advertir la presencia de Margaret. Sonrió, pero su sonrisa era vacía, tan vacía como la hoja que había frente a ella. No, no eran buenos tiempos para la escritora, eso desde luego. No tenía ni idea de que historia habría mandado a su editorial unos meses después de volver de Martin's Beach, pero no debía de haberles gustado mucho, ya que la habían despedido. De hecho, la carta en la que se lo comunicaban era bastante explícita. No es que Margaret fuera adivina ni nada parecido, pero ver frases como "¿Esto es una broma, no, Angela?", "Se te han cruzado los cables", o "No sé en que estabas pensando, pero esta obra nunca verá la luz" la hacían dudar de la integridad de dicho escrito

Lo más siniestro había sido la reacción de Angela. Pudo comprobarlo en primera fila, ya que había sido ella quién le había entregado la carta. La escritora se había limitado a leerla una vez, luego otra vez, y una última, y acto seguido la había dejado sobre la mesa. Su expresión no mudó en ningún momento, y cuando Margaret le preguntó que tal se encontraba, se había limitado a encogerse de hombros y cambiar de tema. Nadie tiene una reacción así cuando le despiden del trabajo

Desde entonces, ya no había escrito. Margaret solía verla frente a su máquina, con los dedos posicionados en las teclas, preparada para escribir... Pero nunca imprimía una letra. Pareciera que su mente no quería funcionar, que sus manos se negaban a plasmar aquello que las mandaba el cerebro. Parecía que la propia Angela tuviera miedo de lo que pudiera escribir. Y luego estaba su vida social. De alguna manera, parecía que la joven estuviera apartándose de todas las personas cercanas a ella. Margaret seguía pudiendo acercarse, pero juraría que ya llevaba unos cuantos meses sin oír hablar de J.P., el amigo periodista con el que se había ido de vacaciones. Quizás Angela había cortado el contacto, quizás, simplemente, ninguno de los dos quería volver a ver al otro. Quién sabía

Aquella visita fue breve. Margaret tenía que ir a cuidar a sus nietos, y no tenía mucho tiempo para hablar. Le dejó una empanada que había hecho especialmente para ella, y luego la deseó suerte. Angela se limitó a sonreír y a despedirse con voz queda y susurrante. Lo que no sabía Margaret es que, cuando salió, Angela volvió a sentarse. Y, tras media hora, escribió algo, al fin. La primera frase en varios meses. Acto seguido se levantó, se tumbó en su cama, y comenzó a sollozar

Allí, en la máquina de escribir, cuatro palabras solitarias impresas en el papel

No se puede volver"

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30/05/2011, 19:24
Director

Nadie hecho de menos al bueno de Bialy. Tan solo Tesla. Que se extraño de no recibir mas telegramas, ademas ni siquiera se preocupo de volver al puesto de trabajo que tanto esfuerzo le había costado conseguir. Vista su gratitud no tardo mucho tiempo en reemplazarlo por otro y olvidarlo.

Aparte de Tesla otras 3 personas no lo olvidarían jamas;
Angela, la que le disparo en la cara pensando "pobre Bialy", y en verdad lo hizo por compasión.
J.P. Compañero hasta ultimo momento, jugándose su vida y su salud mental para intentar ayudar.
Y como no el amor platónico, Marion, que seguramente estará enferma mental, y a la que Bialy siempre lamentara no haber insistido la noche en el hotel y no intentar entrar en su habitación pensando que estaba acompañada.

Solo ellos todas las noches al irse a dormir recordaran la cara del"pobre Bialy" diciendo -Angela cierra la puerta....!-

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