Partida Rol por web

Ramón no se había alterado mientras hablaba con la señorita Beltrán. Simplemente había intentado espolear a alguno de sus compañeros (a ella estaba casi convencido que no iba a poder obligarle a decir nada) para que ella confesara lo que fuera que tuviera que confesar.

Es curioso como algo tan importante como eso, puede convertirse en despreciable y futil en menos de un segundo. En menos de lo que tardó... lo que tardó... lo que tardó... lo que tardó...

Un segundo. Y de pronto la niebla llena la cabeza de uno, la lengua y el pensamiento se traban y una sensación pegajosa como la culpa te atraviesa el pecho. Había un brazo. Un brazo colgando. Y la sangre caía, esta vez sí. Y caía. Y cada gota (cada maldita gota) caía, y repiqueteaba en el suelo como si fuera una botella de batido de fresa que alguien hubiera abocado desde lo alto. Pero no lo era.

Un segundo. Y sentir como la bilis sube a la garganta, como todo lo tan importante deja de tener importancia. Un segundo, y que la visión se desvanezca por unos instantes, y que el corazón parezca detener su constante murmullo, sustituido por el sonido, mucho más ominoso, de la sangre repiqueteando.

¿Era culpa suya? Sabia que no. Pero por mucho que su mente se lo dijera, esa misma mente le preguntaba: ¿seguro?¿seguro que no habías podido callarte y ser más discreto? ¿y que de haberlo sido no habría cambiado todo?

¿Era culpa suya? ¿seguro que no?

Caía esa sangre, contra el suelo, otra vez.

- Que alguien pare la sangre- murmuró el crítico, pálido como un fantasma mientras se pasaba la mano por los ojos como queriendo protegerlos de sus recuerdos. Y fue entonces cuando lo recordó. Había visto a ese ser antes, o alguno parecido. Esa cabeza oblonga, esos rasgos bestiales, esa velocidad, ese moverse en la ocuridad, las garrasm el aroma a putrefacción... Había sido hacía tiempo, cuando buscaba todo sobre lo oculto.- Un mechoro- murmuró- pero solo se les había visto en Méjico. No son listos, ni tienen iniciativa, son casi bestias... Alguien le tiene que dar las órdenes- murmuró en voz suficientemente alta como para que le escucharan quienes estuvieran cerca de él.

El mechoro, tal como lo llamó Ramón, aulló en lo alto de la tramoya. Ana vislumbraba claramente su sombra animalesca, moviéndose como un gigantesco y deforme felino, por encima de sus cabezas¹. Los demás se esforzaban por fijarla pero el foco dificultaba ver que pasaba.

Gerardo se vio repentinamente protegido por una decidida Ana. El chico no podía apartar la mirada del brazo amputado ¿había sucedido aquello por su culpa? ¿qué era lo que había dicho la muchacha?² Tampoco Ramón era capaz de apartar la mirada de lo que quedaba de María. Su corazón latía desbocado, aterrado. Todo le recordaba a aquel aciago suceso que intentaba por todos medios dejar atrás en sus recuerdos³.

Fue entonces cuando, quizás sin entender el peligro que corría por ello, Lucía se movió hacia la zona más oscura intentando averiguar qué les estaba atacando. ¿No había dicho Ramón que esas criaturas necesitaban órdenes? Se movió entre las bambalinas para mirar al fondo del escenario siguiendo una corazonada. ¡Había visto una sombra que se movió hacia un pasillo tras el escenario!⁴ Por desgracia el mechoro aprovechó aquella situación para caer encima de la desprevenida actriz, dejando caer todo su peso sobre ella mientras la golpeaba contra el suelo. La mujer sintió el peso del monstruo y el aliento a tumba en su cogote mientras una lengua babeante pasaba por encima de su pelo⁵.

Gerardo no se lo pensó, lo cierto es que pocas veces pensaba antes de actuar, sacó la navaja del bolsillo y salto hacia el mechoro sujetando el arma con ambas manos. El impulso fue tal que clavó la hoja completa entre los homóplatos de la criatura que aulló de dolor y lanzó un brazo hacia atrás para golpear a su atacante.

Gerardo se inclinó hacia la izquierda, aún sujetando la navaja, y dejó pasar el brazo por delante suya. Algo se agitó en su interior, notó como aumentaba la temperatura de su cuerpo, la sangre comenzaba a acumularse en su entrepierna, iba a perder el control si no hacía algo rápido. Cerró lo ojos, pero fue peor, las imágenes de la violación de la obra vinieron a su mente; volvió a abrirlos y miró hacia el bloguero borracho, decididamente era algo que nunca se plantearía...y así, mientras centraba la atención en el redondo e insulso rostro del hombre, el ansia pasó.

Sabía lo que era. A pesar del dolorosos golpear del corazón en el pecho, a pesar del miedo cerval que ahora le recorría y a pesar, sobre todo, de los brutales remordimientos, Ramón pensó en como poder ayudar a la señorita Góngora. No quería que muriese nadie más. No otra vez.

Sus recuerdos le golpeaban. Aquella vez no había sido tan físico, tan evidente, aunque el resultado había sido igual de salvaje. Aquella vez no había sobrevivido nadie, solo él, y de ese terrible viaje solo le quedaban los remordimientos y la obsesión.

Tenía que haber algo, alguna debilidad de esa criatura que poder gritar para que alguien la utilizara. Y a buscarla se dedicó, quizás, arriesgando innecesariamente su propia integridad, acercándose demasiado al lugar en donde ese ser amenazaba la vida de Lucía.

El monstruo lanzó un aullido brutal cuando la navaja de Gerardo atravesó su espalda. Por un momento dejó a su víctima en el suelo¹ mientras intentaba lanzar un zarpazo a su nuevo enemigo. Pero el muchacho ya se había apartado un par de pasos recuperando incluso la navaja con ese movimiento².

Si sangraba podía morir. Era una frase tan manida que a Ramón casi le avergonzaba citarla. Aún así se dio cuenta de que las leyendas decían que esa criatura era ciega. Sus ojos lechosos lo corroboraban. Si Gerardo la pudiese atraer hacia el foco obtendría ventaja para enfrentarse a ella. Por desgracia el crítico se había acercado demasiado para comprobar su suposición y el monstruo, todavía atento a lo que hacía Gerardo, le lanzó un zarpazo a Ramón intentando agarrarlo³.

Quique, por su parte, se echó a correr hacia el fondo del escenario esquivando a la criatura pero tirando al suelo a Ana en su huida⁴.

Lucía había cometido un error, pero se dió cuenta demasiado tarde. Buscando con la mirada a la criatura que había desatado el caos entre el grupo de improbables compañeros que se habían quedado aquí encerrados, se había acercado a uno de los laterales del escenario antes de comprobar si ese ser estaba allí.

Y, obviamente, lo estaba. Pero ella sólo se dio cuenta cuando un enorme peso le cayó sobre la espalda, derribándola. Golpeó la cabeza contra el suelo y, a pesar de notar un aliento cálido en su cuello, no pudo darle importancia. Poco a poco, mientras se sumía en la inconsciencia, el mundo se volvía gris a su alrededor y sólo llegó a ver una figura que corría hacia ella con un arma brillante en la mano, presto a rescatarla de lo que quiera que estuviera sobre ella, pues a estas alturas a penas recordaba qué era.

«¡Ah! Mi caballero de la brillante armadura. Hice bien en armarte como tal», pensó sin saber por qué antes de sumirse definitivamente en la inconsciencia.

Así que esa cosa era ciega, o eso había dicho Ramón, por lo que debía intentar llevarla hasta la luz y aprovechar la circunstancia para volver a atacarla. Reculó unos pasos y volvió a quedar bajo el foco, levantó el brazo y le señalo con el dedo índice: Tú, ven aquí, yo soy el elegido, esa gente no te supone ningún reto. ¿Decía eso sólo para atraerla o se empezaba a creer las locuras de su madre?

La mirada de Ana estaba fijada en aquella criatura animalesca. Ana buscaba en el escenario algo para golpear a la criatura que todavía estaba a horcajadas sobre Lucía y entonces Gerardo empezó a proclamarse como el elegido.

Ana ladeo la cabeza, no podía perder el tiempo así que se levantó del suelo y caminó decidida hacia la criatura. La cogió por el enmarañado pelo. La criatura no había tomado consciencia de Ana y ésta tiró de ella hacia atrás haciendo que se apartara del cuerpo de Lucía que estaba apoyada en el suelo sobre un pequeño charco de sangre que provenía de la parte de atrás de su cabeza.

Ana dio un grito y zarandeo a la criatura que acabó desplazada hasta el borde del escenario, a punto de caer al foso de la platea. La mirada furiosa de la mujer ser alternaba entre la criatura y Gerardo. Finalmente toda la atención cayó sobre la criatura y Ana caminó hacia ella golpeando fuertemente el suelo para distraer la atención de la criatura ciega.

Ramón sintió como las zarpas desgarraban sus ropas y la sangre empapaba su camisa¹. Por suerte la criatura no se ensañó con él porque primero se había girado hacia Gerardo y luego, al verse atacado por Ana, la agarró por el cuello para apartarla con un brusco lanzamiento haciendo que cayera sobre el escenario, tirando a su paso unas sillas de attrezo².

El monstruo avanzó hacia Gerardo atraído quizás por su voz, quizás por su presencia, puede que por algo más³. Estaba sediento de sangre. Pero en ese momento el foco le dio de lleno y el mechoro lanzó un aullido lastimero como si le hubieran atravesado nuevamente con la navaja. Ana se aproximó haciendo mucho ruido y de un empujón lo lanzó al borde del escenario⁴, donde la criatura se enredó contra el telón aumentando su confusión.

Ana miró a Gerardo y le hizo un gesto con la mano para que se apartara y su mirada fue a caer de nuevo a la criatura que estaba enredada en el telón. La mujer temblaba de miedo pero había algo que le empujaba a insistir en esa criatura. Algo probablemente relacionado con Gerardo al que, a todas luces, intentaba mantener apartado de la criatura. La mujer corrió hacia el telón y lo movió alrededor de la criatura tratando de envolverla en él¹.

—Vete de aquí —gritó Ana. El resto de grupo no supieron muy bien si la mujer se refería a la criatura o a Gerardo—. ¡Vete! —insistió.

No sabía por qué la señorita Losada se arriesgaba para sacarle de allí, la mejor opción ahora mismo era la navaja que tenía en su mano aunque la mujer se había interpuesto para enredar al mechoro con el telón del teatro. A regañadientes accedió a hacerle caso, se guardó nuevamente la navaja en el bolsillo y se acercó hasta la señorita Góngora, la cogió en brazos y luego reclamó la atención del bloguero borracho: ¡Eh, por aquí! No seas idiota, la salida está detrás del escenario. Ayuda al señor Moreira. Sintió como la extraña sensación le recorría nuevamente y que de alguna forma obligaba al hombre a hacerle caso, pero intentaba salvar vidas.

Ramón tenía el pecho desgarrado pero se pudo poner en pie con dificultad. Por suerte se dio cuenta en el último momento de la intención del mechoro y pudo apartarse para evitar que la zarpa le amputase la cabeza¹.

Quique se apartó cuando Ana empujó al monstruo contra el telón. La mujer se las ingenió para enredar a la criatura pero no tuvo en cuenta la impetuosidad de su movimiento y se vio enredada ella misma también en la tela. El pesado tapiz cedió al peso de ambos rasgándose y haciendo que ambos cayeran al foso².

Sin entender del todo que era lo que urgía a Ana a protegerlo Gerardo retrocedió para ayudar a levantar a Lucía, apremiando a un aterrado Quique en el proceso para que se encargase e Ramón³.

Mientras iban hacia la parte trasera del escenario Gerardo se dio cuenta de que Lucía estaba recuperando el conocimiento⁴.

—¡Esta loca! ¡Se ha lanzado sobre el monstruo!

Quique había recuperado la lucidez de golpe por la impresión. Trastabilleaba mientras ayudaba a ponerse en pie a Ramón en su huida hacia la zona trasera del escenario.

—¡Que huevos tiene!— continuaba el hombre sin dejar de mirar hacia atrás —¡Ha caído con él al foso!

Estaban bajando unas escaleras que daban a la zona trasera. Se veía luz procedente del pasillo que daba a la zona trasera del teatro, probablemente a la zona de los camerinos.

Ana, por su parte, acababa de librarse de la tela en el foso. Un bulto bajo el telón caído se revolvía con furia: el mechoro seguía furioso aunque aquello podría retenerlo un poco.

Gerardo se dio cuenta de que la señorita Góngora había recuperado la consciencia cuando bajó las escaleras de atrás del escenario: ¿Se encuentra mejor? ¿Puede caminar? Esperó unos segundos a que la mujer le contestara y le ayudó a ponerse de pie. Miró hacia atrás por el comentario del bloguero, no había visto salir a la señorita Losada del foso y si el mechoro se desenrrollaba acabaría con ella.

- Sigan por ese pasillo, creo que lleva a los camerinos; yo voy a ver si puedo sacar a la señorita Losada del foso - con esto sacó nuevamente la navaja del bolsillo y subió de nuevo el escenario de camino al foso; puede que fuera un inconsciente, pero no iba a dejar que esa mujer muriera por salvarle.

Ana se levantó y miró alrededor hasta encontrar una barra de metal que sujetaba un cordón para impedir que el público accediera a un pasillo que llevaba al backstage. La barra era muy pesada pero aún así la mujer la cogió con las dos manos y se acercó hacia el telón donde la criatura estaba enredada. Durante un instante estuvo observando a ese bulto que envolvía a la criatura, intentando empatizar con ella¹. Se había obsesionado y, de algún modo, sabía que tenía algo que ver con sus pasadas experiencias.

Se situó cerca del bulto que conformaba el telón y levantó la barra de metal con las dos manos. La mujer resoplaba para apenas levantarlo unos veinte centímetros del suelo. Cuando lo tuvo a esa altura lo soltó² pero la criatura se había movido y la barra no pudo impactar.

Gerardo apareció en el escenario justo para oír la pesada barra de metal impactar contra el suelo y ver a Ana mantener la mirada fija en ese bulto del telón.

Había hecho lo posible por acercarse y, quería pensar que eso tal vez había ayudado a esa mujer y al inconsciente joven que combatía con él. Pero lo único indiscutible es que había estado a punto de morir. Solo por unos palmos, solo por ese salto hacia atrás y abajo, había logrado que la zarpa, en vez de acertarle en la cabeza, le hubiera desgarrado la camisa y parte del pecho. Ahora su elegante ropa estaba manchada de sangre, y la adrenalina fue la que, de alguna manera, logró que se pusiera en pie y avanzara, con cierta turbación, junto al tal Quique (a quien el miedo parecía haber sacado de su, hasta ese momento, aparentemente inagotable estupidez)  y una Lucía que poco a poco iba recuperando la conciencia.

Iban hacia la zona de camerinos, abandonando a Ana, a Gerardo, y el saberlo hizo que el crítico se inquietara.

- No debemos separarnos- dijo mientras presionaba su mano derecho contra el pecho, que sangraba- No debemos abandonarlos. Habría que esperarlos. O retroceder.

Sin embargo en sus palabras no había convicción y, tal vez por el miedo, la estupefacción o el dolor, seguía andando. Esperando que alguien le apoyara para lograr pararse o que, por el contrario, todos siguieran avanzando, alejándose de sus compañeros.