Partida Rol por web

Las cadenas volaron, tratando de morder mi carne y evitar mi ataque...si bien me impidieron los movimientos que me llevarían hacia su cabeza, no lograron evitar que sajara profundamente uno de sus brazos...

Me retiré con premura, pues no quería estar al alcance de sus peligrosas cadenas...con los músculos tensos, preparados para el próximo ataque...

Nuevamente Renato evitó perder la cabeza, a cambio de recibir un peligroso corte en el brazo. el pequeño pícaro no podía salir del atolladero en el que se encontraba. Consiguió desarmar, nuevamente, a la sombra, pero su cuerpo se llenaba de cortes, uno tras otro.

Cansado y sin saber como reacionar, finalmente el pequeño pícaro giró sus muñecas y buscó que sus cadenas volvieran a golpear el brazo con que Hugo portaba el arma, pero esta vez no quería desarmarlo... solo dañarle el brazo.

Pese a que llegue a golpear su brazo sano, una de mis dagas voló de nuevo...intenté recogerla lo antes posible. Con una voltereta recuperé mi arma, pero antes de que me pudiera incorporar, su cadena golpeo fuertemente en el brazo que la recuperaba...

El dolor recorrió mi brazo, entumeciéndolo temporalmente, giré de nuevo para encarar a mi adversario, recuperando poco a poco la movilidad del brazo...desde luego, no iba resultar fácil detener el movimiento de sus cadenas...

El dolor que sentía en el brazo, me recordó lo peligrosas que eran las cadenas de Renato. Que no dejaban de oscilar en una danza mortal...pero era el momento, debía mantenerme fuerte, sereno, centrado en mi rival...mis ojos se concentraron en las elipses que trazaban sus cadenas en el aire, quizás en algún momento dejaría un resquicio...

Y así fue…por fin un hueco en su defensa...mis músculos se accionaron, guiados por unión de espíritus, recuerdos del pasado, movimientos memorizados, que debía aplicar ahora...este era el momento...

La carrera comenzó, dirigiéndome directo a por el, dejando el polvo de mis pasos a mi espalda...por un momento el rugido de la muchedumbre desapareció, como también desapareció el dolor del brazo...aunque nunca desaparecía el de mi alma...

Una de mis dagas centelleó al sol, mientras se dirigía hacia mi rival, que se cubrió el pecho. Más, solo era un engaño, pues aquella daga nunca llegaría...mientras se concentraba en ella, la otra trazaba un giro lateral, rasgando el aire, antes de probar su carne…guiada por los recuerdos, que también pueden ser letales.

Cerré los ojos, pues ya no eran necesarios, y sentí como la daga se hundía en su cuello, con un horrible ruido...Mis ojos se abrieron de nuevo, al menos le había suministrado la muerte rápida que aquel buen luchador merecía...

Soy Hugo, mensajero de la muerte…mi alma está ya condenada, tan sólo me queda cumplir mi destino y el tuyo...

De nuevo, me encontraba en la arena. Aquel perfume inconfundible, mezcla de tierra, sangre, y maldad proveniente de los elfos oscuros que esperaban de nuevo su festín de sudor y sangre...

De nuevo, escuche el ruido de las cadenas al izar la verja metálica que daría paso a mi próximo rival. Me mantuve quieto, expectante, esperando saber quien sería el gladiador que se enfrentaría a mi. Y allí apareció el hombre de los escudos, Parnassus. Observé como se dirigía hacia el centro de la arena, hacia mi encuentro, hacia nuestro destino.

La última lucha con aquel hombre había sido casi una tortura, separado de mis dagas, y armado con una pesada espada, no fuera rival para él. Acaricié mis preciadas dagas, sólo con ellas podría tener una pequeña oportunidad, desde luego, trataría de no desperdiciarla.

Nos encontramos de nuevo Parnassus, espero ponértelo más difícil esta vez...

Mis dagas abandonaron sus fundas, preparadas por si tenían la oportunidad de probar su carne...el combate iba a comenzar.

Parnassus saludo con una ligera inclinacion a Hugo, mientras el asesino giraba en torno a el tanteandolo:

-Saludos, Sombra. Hay una cuestion que me causa cierta curiosidad: te dejaste finalmente morder por la serpiente? El otro dia, mientras me encaminaba al puerto, te vi enfilar hacia el mercado. Has barajado aceptar la proposicion de Esteban? Debes saber que lo que el mercader desea es matarme... no solo a mi; tambiÃ(C)n a varios otros companeros del coso. Pero no en la arena, sino fuera de ella, lejos de los monjes. Seras su brazo ejecutor, guerrero?- pregunto Parnassus mientras giraba repentinamente, proyectando su escudo contra el torso de Hugo.

Biro con presteza sobre un talon, y el otro escudo detuvo dos ataques cruzados, antes de que el anterior volviera hacia su adversario, golpeandolo en la frente. Aturdido Hugo reculo esquivando, tratando de mantenerse alejado de los pelirosos lances del favorito del coliseo.

Las palabras de Parnassus debieron de afectar de algún modo a Hugo, pues se lanzó hacia él rápido y expeditivo, tratando de acabar con él en un solo ataque doble al corazón y a la frente. A duras penas consiguió el guerrero de los escudos detener su empuje el tiempo suficiente como para abrir un leve hueco y dejarse caer sobre la espalda, colocando sus pies en el abdomen de Hugo. La tierra le arañó los omóplatos, pero el asesino salió proyectado contra la pared del circo y el cráneo se abrió allí como un melón maduro.

Las respuestas tendrían que esperar...

Una ensimismada Deseo entró en la arena, la mirada fija en algún punto indefinido, y las facciones endurecidas por alguna particular preocupación. O quizá no, quizá ese fuera su habitual modo de encarar las peleas.
La mujer era alguien de pocas palabras, y no se dejaba ver fuera del círculo del coso. De modo que, ¿quien podía decir con seguridad cómo era la extraña pelirroja?

Frente a ella, viéndola llegar como un lobo agazapado, una sombra gris, quizá a punto del salto definitivo a pesar de aparentar calma. El misterioso hombre del país de los Príncipes de la Noche, sin lugar a dudas. Sin lugar a dudas, también el país de la luchadora.

Ambos un enigma para los vociferantes espectadores de las gradas. Ambos contenidos, una a cara descubierta, otro sumido en la tiniebla de su embozo. Ambos letales.

-Saludos, Hugo, aquí me tienes de nuevo.

Deseo plantó su Guadaña a su lado, hizo una leve inclinación de cabeza, y la arrancó de nuevo de la arena en un alarde de potencia de su brazo derecho, que la alzó como si el arma no fuera tan pesada y tan grande como para ser manejada con los dos...

El tiempo se había detenido...la tenebrosa ciudad elfa había quedado atrás, su ruido, los seres oscuros que la habitaban, el olor a sangre y arena...el fluir eterno se había detenido...Cada molécula de mi ser concentrada, tratando de alcanzar una paz que nunca llegaba, aunque la ansiara con todo mi ser...

Poco a poco, lo fui sintiendo...latido a latido, pulsaciones...recuperando la consciencia de mi propia vida, notando de nuevo la vitalidad de mi ser...noté el peso de mis dagas, de las extensiones de mis brazos perfectamente equilibradas, en mis puños cerrados...Lentamente mis ojos volvieron a la vida, comenzando de nuevo a ver formas, colores...

Y allí la vi aparecer, con su sinuoso andar, meciendo sus caderas en un oscilar sin fin. Pero mis ojos no observaban aquello, sino que estaban fijos en aquella enorme guadaña, que con total seguridad había segado numerosas vidas...

Cita:

Saludos Deseo, hace ya tiempo que no nos encontramos…veremos que nos depara el destino en esta ocasión...

La guadaña comenzó su amenazador baile, el combate había comenzado...

El brusco giro de su guadaña hizo que ésta rasgara el aire en busca de uno de mis brazos...Pero ésta, solo encontró eso...aire. El tiempo de meditación que me había tomado, había conseguido el efecto deseado...La mente actuó sobre mi cuerpo, apartándome de aquella peligrosa arma, alejándome del peligro...

Al instante reaccioné, recordando los movimientos adecuados, largamente entrenados en una vida ya olvidada, perdida por la búsqueda que se me había encomendado. Mis dagas cruzadas a la altura del pecho, salieron como un relámpago, seguidas por una estela plateada y un suave silbido. Liberadas ya de su unión, una al sur, la otra al norte, mientras sus filos alcanzaban un premio que mi alma perdida, no deseaba...

Cuando mordieron la suave piel de su cuello, mis ojos se cerraron, al tiempo que el rugido del excitado público aumentaba. Con triste voz manifesté:

Soy Hugo, mensajero de la muerte...mi alma está ya condenada, tan sólo me queda cumplir mi destino y el tuyo...

Ricardo entró en la arena. Su contrincante era Hugo. Un adversario duro. Muy ofensivo y muy parecido a él.

Veamos como sale esto