Partida Rol por web

Mira uno a uno al oir sus nombres, inclinando la cabeza a modo de saludo y sonriendo. Os parece que el hombre es piadoso y cortés en extremo. Sus dos compañeros también asienten al oir vuestros nombres.

Ante la negativa del Conde el hombre muestra por un momento semblante de contrariedad, pero rápidamente vuelve la amplia sonrisa a su rostro.

- Sea como decís noble Conde. Pero nosotros no dormitaremos aquí, teniendo tan cerca nuestro monasterio. Además este pueblo está maldito, sólo en el interior del monasterio se halla la seguridad... - sin dejar de gesticular con las manos para dar mayor énfasis a sus palabras.

Acepta gustosamente la botella y le da un largo trago, acto seguido pasa la botella a sus dos hermanos que la aceptan gustosos. Ambos dan un largo trago, primero Javier y después Antonio que pasa la botella a Diego.

 Vaya, no sólo se atreven a salir de noche a investigar a un grupo acampado, sino que incluso cerca de un pueblo embrujado. Con frailes como estos en el ejército, ya habríamos echado a los moros hace tiempo - piensa Rodrigo, sarcástico - A ver que decide el señor conde.

Mientras piensa, Rodrigo procura que ningún gesto delate el transcurrir de sus pensamientos. Es consciente de su papel de sirviente a las órdenes del conde y que está aquí para obedecer, no para opinar, salvo que se le interpele directamente o bien sea algo de su especialidad, como seguir un camino, cazar,...

Hermano Dionisio... -preguntó Fonseca con simple curiosidad. ¿Y cómo es que viven en el monasterio ustedes solos? ¿Qué ardides poseen para protegerse de tanto malparido en estas tierras? El Señor protege a su rebaño como es de cierto, mas el diablo campa en ancha manga cuando se acerca un bandido, un asaltador o un mataliebres... ¿o acaso tal maldición asusta dichas malas intenciones?

Había algo en los gestos de su cara que Manuel no comprendía, más bien dudaba. No obstante, la reacción de volver al monasterio parecía lógica, pues no iban a pasar la noche con un grupo de hombres armados y desconocidos. Cuando Don Alonso dijo "Por el Rey", Fonseca asintió con apoyo y respeto.

 Diego pone cara de asco ante las últimas palabras del monje. Curas que salen sin precaución en medio de la noche, invitaciones en plena madrugada a entrar en un monasterio, historias de ciudades malditas, cordialidad excesiva..., en medio de sus pensamientos, unas palabras se le escapan en alto:

Això no m'agrada gens (esto no me gusta nada)

Mas al hablar en su idioma nativo, espera que entre que entre el ruido de la otra conversación y el hablar en un idioma distinto al castellano, nadie le preste atención.

Tras incorporarme siendo ayudada por el Hermano Dionisio, y tras solicitar a mi Señor permiso para dar hospitalidad a los monjes, escucho atentamente, y en completo silencio, la conversación que se fragua a mi alrededor.

- No sé si admitir que estos monjes poseen un gran valor, o si declarar que hacen gala de una gran temeridad, al acercarse a un grupo completamente desconocido en mitad de la noche. Yo, en su lugar, está claro que no lo habría hecho. - pienso, mientras sacudo mi ropa.

Después, tras escuchar la invitación del Hermano Dionisio, me aventuro a preguntar:

- Hermano Dionisio, sin animo de parecer desagradecida, y pidiéndoos perdón por mi atrevimiento, me gustaría preguntaros una cosa: ¿Me admitirían, sin más, usted y sus hermanos, dentro de los muros de su monasterio, sabiendo que soy una mujer?. Según tengo entendido, dicho privilegio sólo está permitido a los varones. -

Aguardo en silencio la respuesta del monje.

Asiente ante la preguntas y empieza a contestarlas una por una:

- La peste asoló el pueblo hace cincuenta años. Los pocos que sobrevivieron decidieron dejar el pueblo declarando que estaba maldito, por eso no viene casi nunca nadie. Los hermanos fueron los únicos que se quedaron y por eso somos los únicos habitantes de Rolando. Los mataliebres y bandidos no se atraven a internarse en el pueblo, no pasan de donde estáis vosotros ahora mismo. Por eso pensamos que podíais ser salteadores, pero normalmente ellos pasan de largo. No pasan la noche aquí.

Después se gira hacia Iria y añade;

- Eso no es problema. Tenemos una Hospedería en una de las alas del Monasterio en la que sí se permite la entrada de mujeres. En cualquier caso, vuestro señor ha hablado. Os agradecemos de corazón las viandas y el vino. Que la bendición del Señor esté con vosotros.

Se levanta y hace el gesto de la cruz al soltar la bendición. Los dos hermanos restantes hacen lo propio.

 Maquinalmente, Rodrigo baja su cabeza y se santigua. No es creyente, pero ha comprobado muchas veces que el seguir la corriente le ahorra problemas...

Por otra parte, la explicación del fraile suena convincente. Aún así, piensa que se arriesgaron demasiado, pero él no es su niñera, ellos sabrán lo que se hacen

Id con Dios, hermanos -dice Don Alonso, haciendo un saludo con la mano mientras se alejan.

Luego mira alrededor, para ver cómo su gente mantiene los ánimos aún en mitad de la noche. Se siente satisfecho, y mientras se sienta, el suave crepitar de la lumbre, con sus luces bailando en las caras a su alrededor, es como un arrullo en mitad de la noche. Mientras añade unos leños más, para mantenerla, mira hipnotizado en las brasas, disfrutando del frescor de la brisa por el lado que no da al fuego.

Cuando ya están solos, terminando la botella de paso, comenta a los demás:

Pienso que si la tal maldición es la Muerte Negra -se santigua- más seguros estaremos aqui que entre los muros donde se aloja. El campo abierto es más saludable, creo. Ya me pesa haber dado palabra de visitarles, porque no me hace gracia acercarme a tales lugares... pero también es verdad que andamos muy cortos de víveres, y los hermanos nos podrán seguramente proveer.

Sea como sea -continua- ellos al menos están sanos. Estaremos atentos por si algún habitante del monasterio presenta signos del mal, y en tal caso, palabra o no palabra, nos iremos inmediatamente.

- Así sea Señor- Diciendo esto, los tres hermanos emprenden el camino de regreso al Pueblo.

Tras terminar de santiguarme, aún no siendo demasiado creyente, pero no deseando ser acusada por los monjes de herética, o algo peor, y tras observar como los recién llegados se marchan en busca de la confortable seguridad de su monasterio, me acerco lentamente a Don Alonso De Ortiz, y le susurro:

- Mi Señor, se que habéis dado vuestra palabra de visitar el monasterio después de que los primeros rayos del alba aparezcan, y nada existe más lejos de mi deseo que el que Usted rompa dicha palabra, pero, no sé por qué, no me inspiran confianza los monjes con los que acabamos de hablar. Hay algo en ellos que me dice que no son de fiar. -

No quiso señalar algo más. Las dudas asaltaban a Fonseca, pero ya estaba bien de especulaciones. Él era un hombre de experimentar, no dilucidar sin argumentos. Habría que ver, primero, y luego actuar, si fuera preciso.

Con una ligera reverencia a su señor, procedió a meterse bajo la manta de nuevo, listo para dormir.

 Diego, desde que se aseguró que los monjes se habían ido, y sin escuchar las conversaciones de sus compañeros, se tumbó en el suelo y se tapó con su manta, dispuesto a dormir. Ya desde el lecho, dijo en alto a sus compañeros.

-Despertadme para mi guardia o dejadme dormir hasta que toque irse. Un soldado necesita dormir bien para poder luchar mejor. Y una espada en condiciones no os vendrá mal. Ojalá me equivoque, pero presiento que mañana tendré que usar la mía.

Y sin mediar mas palabra, se fue al mundo de los sueños.

Finalmente te ha tocado hacer la siguiente guardia, durante algo más de una hora escuchas a tus compañeros respirar de modo regular(alguno de ellos incluso ronca) la única luz que tienes es la de la hoguera, que sólo ilumina unos pocos pasos en todas direcciones.

A lo lejos, el pueblo de Rolando y en lo alto de un pequeño montículo el Monasterio. Con los ojos entrecerrados esccudriñas el monasterio con curiosidad, desde donde estás a penas se ve la silueta.

Todavía sigues dándole vueltas a la extraña visita de los hermanos, ¿unos monjes viviendo sólos en un pueblo fantasma? es bastante extraño, te empiezas a preguntar qué os esperará mañana en el Monasterio. Pero entonces recuerdas lo insistentes que fueron los tres hermanos en que los acompañáseis.

Es todo tan extraño...

Ciertamente, sigo pensando que aventurarse así, hayan visto hermosas mujerzuelas o viles bandidos, es arriesgado, sin conocer los propios deseos y corazones de aquellos que otena, qué despropósto... -pensaba Manuel.

De algún lugar del sendero, en la falda de la pequeña loma en la que tenéis el campamento te llegan sonidos de muchos pies arrastrándose, de ramas quebrándose,de ruidos metálicos, de un gran gentío que viene en vuestra dirección.

Además escuchas cánticos al principio muy muy lejanos, pero cada vez puedes escucharlos mejor...

La algarabía se acerca cada vez más y más, hasta que por fin a lo lejos, a los pies de la lomas divisas un grupo de varias decenas de personas que vienen en dirección al campamento, con la oscuridad no puedes distinguirles correctamente pero parece que todos van de negro o marrón. Vienen andando bastante rápido mientras cantan y cantan cada vez más alto.