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Los cinco componentes del Club de los grandes detectives reciben una carta del detective más grande de todos los tiempos, el celebre Sherlock Holmes ha decidido retarles a una competición, la cita es en el hogar de Holmes en el 221b de Baker Street y es una oportunidad que no puede ser desaprovechada, medirse a la mente más brillante, en cuanto a la resolución de misterios se refiere, no se presenta todos los días y no creo que cinco aficionados a la resolución de misterios se puedan resistir a semejante desafío.

Los cinco miembros del Club de los grandes detectives se encuentran a la puerta del 221 de Baker Street, puntuales a la cita han acudido todos y se miran a ver quien se atreve a llamar a la puerta de Sherlock Holmes.

Henry llegó puntual a la cita, como era habitual en un hombre de su status y en general en todo hombre de bien. Llegó la noche anterior a Londres y esa mañana despertó especialmente animoso sabiendo que vería nuevamente a su amigo el Sr. Holmes y quizás al adorable Watson. No sabía muy bien de que iba todo aquel juego, pero desde luego si Holmes lo había citado se sentía más que obligado a la par que agradecido. 

Tras las pertinentes presentaciones:

- Ya saben ustedes lo puntilloso que es el Sr. Holmes, por lo que si les parece voy llamando ya que es la hora exacta.

La señorita Grey no se extrañó en ser la única mujer en aquel extraño grupo. Ya conocía a algunos de los presentes, pero no a todos, así que decidió presentarse de nuevo. 

- Señores, mi nombre es Agnes Grey. Mucho gusto de conocer a los caballeros con los que no tenía el gusto de haber coincidido. Esperemos que el señor Holmes no nos haya hecho venir para nada. Hay veces que tiene costumbres poco ortodoxas.  

 Mientras me disponía a llamar a la puerta, hice las presentaciones pertinentes, mientras les entregaba a cada uno una tarjeta de presentación:

 - Capitán Gabriel Redfield, oficial de reserva del Regimiento de dragones ligeros y Investigador Privado, un placer.

 A continuación llamé a la puerta y esperé a que el ama de llaves del señor Holmes, la señora Hudson, nos abriera la puerta, con su habitual calidez y contesía.

La fiel ama de llaves de Holmes acude a la puerta, parecía que esperaba vuestra visita.

- Bienvenidos, el señor Holmes me avisó de su llegada, pero me dijo que serían cinco ¿Saben algo del resto? No me gustaría interrumpirle una vez empiece con sus asuntos.

Tras comprobar que ya han llegado todos los convocados, la señora Hudson os guía a la habitación donde podéis ver a Sherlock Holmes paseando y al doctor Watson sentado a su lado.

- Sus invitados han llegado Sr. Holmes.

Tras las presentaciones iniciales, Sherlock y Watson os comentan algunos detalles de su anterior caso, un escándalo de voces en la calle y el sonido del timbre interrumpen vuestra conversación.

- Parece que nuestro momento de triunfo no va a durar mucho. Entre, Lestrade.

Lestrade entra titubeante, y el aspecto de su rostro delata la vergüenza que siente por haber sido reconocido antes de ser visto.

-¡ Vaya, Holmes !- Exclama Watson-. Supongo que nos dirá que Lestrade llama a la puerta de una manera muy particular y que si no, hubiese reconocido sus pasos en cualquier circunstancia.

- No mi querido Watson, en absoluto - dice Holmes riéndose -. Pero dado que no ha pasado ni un segundo entre el momento que se ha abierto la puerta principal y el momento en que ha llegado hasta nosotros y que la Sra. Hudson no ha gritado para avisarnos, tengo que concluir que conocía al visitante. ¿Quién podría tener tanta prisa, y hacer que le abran la puerta tan rápido, sino el inspector Lestrade, viniendo por un caso urgente y profesional? Por otro lado, como estaba en la ventana hace unos instantes, he visto el carruaje del inspector que giraba en Baker Street. Inspector, ahora que ha vuelto a recuperar el aliento ¿en qué podemos serle útiles?

Lestrade se deja caer en un sillón y dice jadeante:

- El general Farnsworth Armstead, uno de los supervivientes y poseedor de un boleto de la Tontina de Waterloo ha sido asesinado.

- ¿La Tontina de Waterloo? - pregunta Watson.

- Una especie de lotería. En 1815, la Tontina se creó para ayudar a los veteranos de la Batalla de Waterloo, la victoria de Wellington contra Napoleón. Por una libra, se podía comprar un boleto en nombre de un miembro joven de la familia, siendo la longevidad la condición para ganar. La venta de boletos reportó más de un millón de libras, cuya mitad se donó a los veteranos y a sus familias para ayudarles si caían enfermos o en caso de necesidad. El resto fue ingresado en una cuenta en el Banco de Inglaterra, donde rindió intereses durante todos estos años. El último poseedor superviviente recibirá esta suma de dinero.

- Una verdadera fortuna, ciertamente - exclama Watson-. ¿Quiénes son los poseedores supervivientes?

- El más viejo es el capitán Robert Juergens, 82 años. Después están Anita y Claire Thomas, dos gemelas de 80 años. William Rowland, de 79 años, Peter Dudley, 77 años. Con 74 años, el general Armstead era el más joven.

- El 18, el Times organiza algo importante con los supervivientes de la Tontina - dice Holmes.

- Exacto. Un banquete conmemorativo de Waterloo en el Hotel Langham.

- ¿Por qué el nombre de Armstead me es familiar? pregunta Watson.

- Quizás esté pensando, Watson en el libro del general "Tesoros de conquistadores" - dice Holmes -. Era un coleccionista de arte de renombre, creo.

- Ciertamente, Sr. Holmes - dice Lestrade -. Se interesaba por cosas valiosas que hubieran pertenecido a militares célebres. El libro contenía la historia de diferentes objetos, relatando cómo pasaron de un coleccionista a otro. Ese libro dio mucho que hablar, no sé si me entiende. en el momento de su muerte, trabajaba en una nueva edición que debía ser publicada por Norgate y Compañía. Debía incluir un capítulo totalmente nuevo sobre el fabuloso diamante llamado la Estrella Polar, que durante un tiempo, perteneció a Joseph Bonaparte, el hermano de Napoleón. El general tenía nuevas informaciones que reconstruían la historia de la piedra hasta su actual propietario. ¿Qué piensa Holmes?.

- Pienso, inspector, que debería relatarnos las circunstancias de la muerte del general - dice Holmes.

- ¡Oh! Claro... a las 10h de esta mañana, el sirviente, que era su antiguo ordenanza, David Sennett, hizo entrar a un visitante en el despacho del general. El visitante era un hombre mayor, encorvado sobre su bastón, que hablaba con un acento francés y que Sennett no conocía. Todo esto era extraño, en gran medida porque el general nunca recibe a nadie cuando trabaja por la mañana. Pero el hombre insistió, diciendo que sí el general leía una carta, sería la excepción que confirma la regla. Y así fue.

Sennett le llevó la carta al general, que se quedó pálido cuando la leyó. Le dijo a Sennett que dejara pasar al hombre. Sintiendo que algo no iba bien, el sirviente se quedó merodeando cerca del despacho durante el cuarto de hora siguiente. Cuando parecía que la visita se desarrollaba con normalidad, Sennett escuchó distintivamente el ruido de espadas que entrechocaban. Intentó entonces entrar en el despacho, pero se percató de que la puerta estaba cerrada con llave.

Mientras intentaba forzarla, oyó un ruido de vidrio roto. Renunció a abrir la puerta, corrió a la cocina, y salió por la puerta trasera para entrar en el despacho por el jardín. Durante el tiempo transcurrido, el visitante ya había desaparecido. El general estaba apoyado contra una vitrina donde estaban expuestas figuras militares. La parte de arriba de la vitrina se había roto en pedazos, lo que explicaba el ruido de vidrio roto. Antes de que Sennett pudiera asistirle, el general soltó la espada que tenía en la mano, y cayó muerto.

- ¿Supongo que la carta que transtornó tanto al general no fue encontrada en ningún sitio? - pregunta Holmes.

- Así es, Sr. Holmes - responde Lestrade.

- Bien, inspector, vamos a dedicarnos en cuerpo y alma a esta tarea.

- Gracias, Sr. Holmes.

Tras la marcha de Lestrade, Holmes se dirige a su grupo de invitados:

- Sra. y Sres., ya tienen los primeros indicios para empezar a tomar sus decisiones, les deseo suerte.