Partida Rol por web

Me había olvidado de la chaqueta de Edouard y, casi un acto reflejo, me ruboricé mientras me la quitaba, presta, y se la devolvía.

—Pardón… No me dí cuenta.

Entonces dijo aquello. Vacilé un momento: Alice reclamaría que me quede un rato para charlar; entonces debería decirle que Edouard estaba esperándome y… Después, mis padres no me harían preguntas, era muy cierto, pero eso sería porque…

Arqueé una ceja y esbocé una media sonrisa.

—¿Tienes una vaga idea de qué estaríamos provocando? ¿Solo una vaga idea siquiera?

Estaba segura de que tanto Alice como mis padres interpretarían esto de una única manera: había algo entre Edouard y yo. Algo “romántico”. Y con mi amiga a punto de celebrar su boda; y con mis padres sin otro vástago al que prestar atención... Definitivamente, me harían la vida imposible. Alice, con sus preguntas. Mi padre, con sus insinuaciones. Y mi madre… Bueno, era capaz de investigar el pasado y el futuro de Edouard, interrogando a todos sus conocidos. Por otra parte, sería una excelente forma de encubrir cualquier futura alteración en mis horarios o costumbres. Incluso en mi humor. ¿Por qué no?, me pregunté.

Alcé la cabeza, lo miré a los ojos, burlona.

—D’accord. Pero solo si entiendes en qué te estás metiendo. Y —lo apunté con el índice —que conste en actas: no me hago responsable. De nada —carcajeé levemente.

-Vale, entonces hasta el próximo día.. -me dirigí hacia la puerta, pero me detuve por el camino y me dí la vuelta-.. Por cierto, ya que dice que conoce a mi padre.. Bueno, para venir aquí no le dije la verdad, no podía hacerlo sin delatarle a usted ni lo que habíamos hablado, ¿está bien así?

Esperé su respuesta, no me gustaba tener que mentir en casa, pero necesitaba justificar las ausencias. Si conocía a mi padre, tal vez no fuese necesario..

Edouard se quedó con el ceño levemente fruncido mientras se pensaba o no el coger su chaqueta. Pero pronto aquel gesto desapareció para ruborizarse ligeramente, a lo que trató de sobreponerse.

- Entonces... quédate con la... – Por su gesto se refería a la chaqueta, pero estabais ya delante de la casa Alice y no sabía si no querías que te viera con ella puesta. En todo caso lo que estaba claro era que aceptaba "el reto" – No sé, quizás me guste el experimento – Te sacó la lengua divertido. La que no parecía achantarse tampoco eras tú.

- Claro, cuando quieras – Te respondió el padre

Entonces fue cuando añadiste tus otros comentarios – Si, hiciste bien, sin duda – Dijo mientras su sonrisa se iba disipando lentamente de su rostro – Puedes usar la excusa que mejor creas, si te puedo ayudar en algo sólo me lo tienes que decir.

Carraspeó – No está bien del todo – Y sonrió de nuevo – No me hables de usted

-Está bien.. André -Se me hacía muy raro el nombrar así a un sacerdote -.. Hasta el próximo día.

Con un movimiento de mano me despedí, y avancé de nuevo por la semioscuridad de la iglesia. De nuevo me parecía fría, comparada con la cálida sacristía donde habíamos estado. En silencio miré de reojo el altar mayor, y las diversas formas de los santos, que se vislumbraban en la penumbra. Esas formas tan familiares para mí, vistas ahora incluso daban miedo.

Apuré mis pasos hacia la salida mientras mi pulso se aceleraba, y antes de darme cuenta me sumergí de nuevo en el bullicio de la calle. No perdí un instante más en dirigirme a casa, confiaba en no tener atrancos por el camino que me hiiciesen tardar más de lo debido.

- Hasta luego – Se despidió el sacerdote.

Saliste de la iglesia, y con paso presuroso te dirigiste a casa, no hubo contratiempos, aunque a lo lejos viste algunos soldados alemanes uniformados hiciste todo lo posible por esquivarlos y con éxito, nadie te importunó.

Al menos hasta que llegaste a casa, ya que al poco de cruzar el umbral tu madre te preguntó desde el salón - ¿Cómo ha ido, encontraste la documentación?

-¡Sí, ya la he traído! Mejor tenerla en casa, por lo que pueda pasar.. Bueno, voy a cambiarme y bajo a ayudarte con la cena.

No me gustaba nada tener que disimular así, pero era necesario. André me lo había pedido. ¿André?... No, no me gustaba llamarle así, al fin y al cabo era un sacerdote.. No sabía si me acostumbraría.

Abrí mi armario y escogí ropa cómoda, de la de estar por casa. Me puse unos pantalones y una camisa floja. No era un atuendo muy femenino, pero por algo estaba en mi hogar.

Ayudé a mi madre en la concina. Se me daba bien, aunque de momento solo cocinaba cosas sencillas. Las veces que me había encargado yo de la comida a la gente le gustó. En el pueblo solía cocinar para el abuelo, y eso también da práctica. En poco tiempo, puse la mesa y nos preparamos para cenar.

Tus padres no insistieron ni tuvieron motivos para indagar más, así que el resto de la noche transcurrió sin más novedades, al menos hasta las dos de la madrugada.

No estás segura, quizás por la tensión o quizás escuchaste algo, pero el caso es que estando en tu cama te parece escuchar algo proveniente de la calle. Tu cuarto, en el primer piso de la casa da a la calle.

Quizás habían sido imaginaciones tuyas, pero suelo… si unos pasos, de al menos tres personas ¿Merecerá la pena investigar o mejor permanecer en la cama?

La ventana de mi cuarto era pequeña, pero entraba la suficiente luz durante el día, y la claridad de la luna por la noche. Podía asomarme, y otear las casas vecinas, y la calle a menudo bulliciosa y alegre. Pero por la noche, su aspecto lúgubre no me invitaba en absoluto a asomarme.

En el pueblo se veían las estrellas, y me encantaba asomarme e intentar imaginar formas en ellas, uniéndolas de las más dispares maneras. El abuelo me decía que ya las habían unido antes que yo, y que tenían ya formas, y nombres, pero.. a mí no me interesaba, me gustaba más ver en ellas lo que yo quería ver..

De nuevo escuché ese sonido de pisadas, que me interrumpió en mi recuerdo. No podía resistirme, la curiosidad era más fuerte. Me asomé a la ventana, procurando no mover las leves cortinas que mamá había colocado para mayor discrección.

Contuve la respiración, y poco a poco fui asomando mi cabeza, sin rozar la cortina. Esperaba ver quién podía ser a esas horas..

Por la calle viajaba un grupo de gente, vestidos con demasiada ropa y además cargaban con pesadas maletas. Parecía tratarse de una familia, también habían un par de niños, ellos también cargaban con cosas.

Miraban en todas direcciones como si temiesen ser descubiertos, entonces descubriste quien era el padre, era el dueño del horno de la esquina y toda su familia. A la mente te vino que eran judíos, y algo habías escuchado que los alemanes odiaban a los judíos ¿Pero era necesario tanto? ¿No estaban exagerando?

Llegaron delante de un portal y llamaron a la puerta con los nidillos, al poco la puerta se abrió, no habían encendido la luz, y la familia fue entrando dentro.

Ví que, fuese como fuese, querían entrar en la casa clandestinamente.. Sentí pena por ellos, por esos niños que tan tarde en la noche huían con sus padres, y necesitaban esconderse.

Sí, posiblemente fuesen judíos, y sabía que los nazis los buscaban. No entendía su persecución.. ¿Habían hecho algo? No sabía mucho sobre ellos, pero no creía que fuese nada tan grave como para obligar a huir así a una familia entera.. o cientos, quizás miles de ellas..

Antes de entrar en la casa, me pareció que uno de los niños me miraba.. Posiblemente mirase en mi dirección, solamente, pero por un instante me sentí taladrada por esos ojos interrogantes, que no entendían qué pasaba. Lo ví abrazarse a un muñeco hecho con trapos, y cómo su padre tiró de él para entrar en la casa.

Me acosté de nuevo en cama, cuando ví que nada más pasaba, pero no pude conciliar el sueño.

Aquella mirada me conmovió. Parecía tan perdido.. ¿Cómo podía alguien hacer sufrir a un niño?

Te costó un poco dormir tras lo que habías visto, y aún no lo sabías pero era una de las cosas que recordarías siempre.

Pero te dormiste, había que seguir con la rutina, con el día a día, los soldados alemanes consiguieron transmitir en el ambiente una presión intangible, pero patente. La policía fue relevada de sus funciones y se estableció una nueva policía. Algunos franceses, vecinos, comenzaron a aparecer con un brazalete con el emblema nazi, ellos serían el nuevo orden en la ciudad, pero también supusiste que colaborarían con el ejército enemigo, por lo que algunos comenzaron a considerarlos traidores.

Pasaron los días y por fin llegó el día que había que acudir al confesionario, era por la mañana y tenías tiempo para preparar todo tipo de excusas.

Me levanté de un salto, quizás algo más nerviosa de lo normal. Hoy era domingo, el día en el que debíamos reunirnos de nuevo..

Rápidamente me vestí y me arreglé. Un vestido sencillo, y recatado, pero al fin y al cabo de domingo. Me miré en el espejo, y me encogí de hombros. "Bueno, es lo que hay", pensé. No me consideraba una belleza, ni lo pretendía. Sólo quería ir cómoda, y sin estridencias que llamasen la atención sobre mí.

Hoy es un día importante..

Me dirigí hacia donde estaban mis padres.

-Buenos días- les saludé, dándoles un beso a cada uno, y sentándome-. Hoy es domingo.. ¿Qué habéis pensado hacer?

Tus padres te saludaron – Pues no lo habíamos pensado – Te comenta tu padre a la hora del desayuno – No está el ambiente como para ir de excursión por ahí, si tu madre no le apetece algo en concreto iré a comprar el periódico y me quedaré en casa.

Tu madre negó con la cabeza – quizás a la tarde podríamos dar un paseo – Le responde

Esto te dejaba vía libre al menos hasta después de comer.

Papá era estupendo. Podía pasarse horas y horas leyendo cualquier cosa, analizándolo todo. Mamá decía de broma que si alguna vez lo perdíamos, lo encontraríamos entre las páginas de algún libro, y era cierto. Para él, lo de quedarse en casa no era ningún suplicio, sino más bien una recompensa. Él, su pipa, y un libro por leer..

Eso lo había heredado yo, pero no con tanta pasión. La lectura era uno de mis quehaceres favoritos, pero confiaba en que había muchas cosas que me aguardaban más allá de la puerta de casa.. Y hacia ellas iba.

Esta vez me despedí de ellos sin concretar mucho, sólo que iba a dar una vuelta, y me dirigí hacia la iglesia, a ver al padre André.

Caminaba confiada, ya no me imponían tanto los viejos muros del edificio, ni la vetusta solemnidad que lo envolvía de misterio. ¡En su interior me aguardaba gente que creía que mi labor era importante!

No podía fallarles.

Tus padres no pusieron ninguna pega y te dirigiste hacia la iglesia. Hoy el día era soleado, uno de esos que apetece pasear y la temperatura es ideal.

Llegaste sin problemas y tras esperar el momento oportuno pudiste entrar en el confesionario, casi no hizo falta ni que abrieses la boca – Me alegro de verte Justine, ve a la puerta de atrás de la iglesia en diez minutos, tengo una cosa para ti. Ahora vuelve a un banco, santíguate y reza un poco para disimular – Fue breve y directo ¿Pero de que se trataría?

Me sorprendió la directa forma de hablar del padre André, y no me atreví a decir nada más. Asentí con la cabeza, y me dirigí a uno de los bancos desocupados.

Tenía que hacer tiempo, y me dispuse a rezar. No era yo de muchos rezos. Me gustaba más hablar, en todo caso. Puede que fuese un pecado, no lo sabía, simplemente hablaba mentalmente con las imágenes como si pudiesen escucharme.

El altar era magnífico, además de tallas habituales tenía imágenes de santos que yo no reconocía, pero me gustaba verlas. Una de ellas me llamó especialmente la atención.. Era una talla de mujer, menuda y hermosa. Con pálidos cabellos dorados envueltos en un manto, y portaba una bandeja. No conseguía distinguir qué llevaba en ella, y me esforcé. Dos bultitos. No lograba saber qué podían ser.. Estaba pensando que se lo preguntaría al padre André, cuando de pronto miré el rostro de la imagen.. Sus ojos estaban vacíos.

Me horrorizó pensar en ello, ya no pude volver a mirarla..

Antes de que me diese cuenta, ya era la hora de acudir a donde el sacerdote me había dicho, así que me santigüé con la mirada baja, y me dirigí hacia la puerta.

Efectivamente, el padre había ido muy al grano, cosa que no era habitual al él. Te sentaste en aquel banco como una feligresa más aunque te quedaste un poco atormentada por aquella visión. Al cabo de unos minutos te santiguaste y saliste de nuevo por la puerta principal.

Rodeaste la iglesia para acudir al lugar indicado, el portón lateral estaba abierto tan sólo un resquicio, nada más empujaste el portón apareció el Padre – Hola Justine ¿Cómo estás, ha ido la semana bien? – Te dijo sonriente.

No dejaba de estar algo preocupada por el encuentro, pero el sacerdote se mostró cordial, y eso me devolvió la confianza.

-Bien, gracias. No he tenido problema, he ido a trabajar cada día. Poco a poco el trabajo en la fábrica se me hace más fácil, a fuerza de costumbre.. -miré a mi alrededor, estábamos solos-.. ¿Vendrán los demás?

- Ajá me alegro – Dijo con una sonrisa – Aunque haces cara de que este trabajo de fábrica no acaba de ser de tu agrado – Te dijo de forma comprensiva.

- No, o bueno, normalmente os veré por separado – Hubo una ligera pausa y de pronto reaccionó – Te dije que tenía una cosa para ti – Retrocedió sobre sus pasos y se acercó a la pared, allí había una bicicleta – Es para ti, ven acércate, te enseñaré una cosa – Sacó el manguito del manillar – en este tubo meterás mensajes, bueno, tú solo harás de mensajera, acudirás por las tardes a la casa que te diga, te entregarán un mensaje que guardarás aquí y me los traerás a este mismo lugar... ¿Alguna pregunta?