Partida Rol por web

Spencer aun continuaba en su puesto de oficial a cargo del archivo general de investigaciones de la comisaria departamental donde antes Harry trabajaba. Había ganado algunos kilos, como casi todo el personal antiguo, pero su afán por hurgar entre cientos de fichas y montañas de papeles no había disminuido.

-¿Así que los viejos hábitos no se abandonan tan fácil? Mmm... Aguarda un segundo a ver qué encuentro. – dijo el oficial al tomar el trozo de papel y desaparecer entre las muchas estanterías repletas de cajas con archivos.

Al cabo de un rato Arnold regresó con varias carpetas de tono amarillento, casi todas de la década del cincuenta. – Aun no aprueban el presupuesto para pasar todo a microfilm. Estos papeles solo sirven para atraer polillas. – refunfuña el hombre a mostrar los archivos a Harry.

Las cuatro carpetas contienen información sobre la desaparición de los habitantes de Bar Harbor y su investigación posterior que ningún fruto dio, dando por finalizado el caso ante un desastre natural y un posible naufragio.

En si la investigación no habla mucho sobre las personas importantes del pueblo, como el alcalde Martinson y el jefe del hospital Vannacut. Esto es debido a que los habitantes de la isla jamás pisaban tierra firme y tampoco se relacionaban con la gente del continente. Todo esto creo una especie de hermetismo que solo era roto por el comercio de la pesca entre los pescadores del continente y la isla.

El único archivo fresco data de los años cincuenta con la desaparición de los isleños durante la tormenta que asoló la costa este durante el periodo de navidad. Todos los informes anteriores sobre la isla se encuentran diseminados en los periódicos y comisarias de Bangor y Bristol.

La copia que se encuentra en la comisaria es un resumen del original de Bristol y Bangor, así como los informes policiales de las otras carpetas. Sobre Aaron Bartlevy no hay registros, ni siquiera una multa de transito o impuesto atrasado.

-¿Y bien? ¿Esto sirve o necesitas buscar algo más?- pregunta Spencer al bostezar levemente.

 Rebuscó en la mansión hasta ponerla de patas arriba. Buscaba diarios, agendas de teléfonos, libros contables, notas, correspondencia, objetos rituales...cualquier cosa que pudiera relacionar con la Orden.

Ok. Una tirada de  Percepción ayudará. También de Ocultismo.

-Gracias por tu ayuda amigo. - Le dice con una sonrisa cuando Spencer entra a por los archivos. Al cabo de un rato aparece con papeles.

-Polillas sí. Pero que quieres que te diga...yo casi lo prefiero antes que esa tecnología moderna. El olor del papel, el tacto...

El detective se pasa un rato ojeando los papeles. Finalmente levanta la vista y su amigo le pregunta si necesita algo más.

-Bueno... sobre los otros dos nombres que te he pasado, Vannacutt y Martinson, ¿no hay nada de ellos fuera de la isla? ¿No hay rastro de que salieran de ella? -Porque por lo que se ve, Aaron estaba totalmente limpio. Al menos, “legalmente”...

-¿Y no hay ningún nombre de algún pescador o mercader con barco que interactuara habitualmente con la isla? Alguien que llevase mercancias o comida o que faenara allí y pudiese haber conocido a los habitantes de la isla.

Revolver cada rincón de la mansión sin llamar la atención fue una tarea ardua. Casi dos meses de labor diario, a solas y siempre tratando de dar alguna excusa para el personal y Jules por igual.

En definitiva fue un trabajo difícil, muy físico y cansador por igual, que poco y nada arrojó sobre el pasado de James y su familia. En especial sobre Aaron Bartlevy.

Incontables habitaciones,  almacenes, desván, pasajes poco conocidos y sitios que habían permanecido por años bajo llave. Todos ellos pasaron por el ojo crítico de James.

Al examinar el ático James descubre algo extraño. Su tamaño no coincide con el total del techo asignado al ático. Ese enigma permaneció en James una semana hasta que el empresario encontró una puerta secreta con escalera retráctil que lo llevaría a la sección oculta del ático.

Para su asombro la entrada al sitio oculto se encuentra protegida por una plancha de acero. Al parecer bastante antigua y por igual olvidada.

Mientras Harry examina los papeles el otro oficial se ausenta momentáneamente, en búsqueda de café y rosquillas. Al cabo de un santiamén regresa justo a tiempo para responder sus preguntas.

-Mmmmm… sobre Vannacutt y Martinson nada más que esto de aquí- señala las carpetas amarillentas- Supongo que al ser personas importantes en su comunidad isleña no tenían necesidad de salir de la isla. Es extraño pero lo que dices es cierto. Esos isleños jamás abandonaban su isla por cualquier motivo.-  agrega el oficial a cargo del archivo, y tras pensar un poco vuelve a la carga- Los pueblos de Bristol y Bangor puede que tengan más información al respecto. No es difícil porque son los asentamientos próximos a Bar Harbor, y por ende los hospitales, estaciones de policía y todo lo relacionado más próximo.- afirma con gracia al beber un sorbo de café.

James se compadeció de su viejo adversario. El que estaba sentado en aquel sillón era a penas una sombra de la persona que había sido Rendford. Sagaz, implacable y resuelto...verlo ahora convertido en un hombrecillo asustadizo que pasaba los días adormilado en un sillón de un sanatorio mental era algo digno de compasión. Decidió darle un respiro. Lo suficiente para que se serenase un poco y su respiración recobrase su ritmo normal. Luego se acercó a él de nuevo.

-El error está en el inmovilismo-dijo con convicción-Con lo que sabemos, no podemos permitirnos el lujo de quedarnos sentados en un sillón, viendo la vida pasar. Llevan todo este tiempo esperando el momento adecuado y ahora el tiempo juega en su favor. Precisamente porque nos vigilan, debemos conocerlos y adelantarnos a sus movimientos ¿No es lo que has buscado siempre?¿Conocer la verdad? Vamos hombre, tu papel en esto puede ser decisivo. Ayudándome, te estarás ayudando a ti mismo...y a toda la humanidad. No puedes eludir esa responsabilidad.
 

James se quedó mirando la enigmática trampilla. La plancha de metal debería tener algún mecanismo de cierre. Nadie, ni siquiera su padre, haría algo tan estúpido como poner una puerta que ni él mismo pudiese abrir. Examinó cada rincón de aquella plancha.

En caso de no encontrar forma de hacerlo, siempre le quedaría la opción de intentar hacerlo por la fuerza, haciendo uso de una rebarbadora. Conseguirla no sería difícil. Era más que probable que William tuviese una en su cobertizo. Aprovecharía el día libre de su ama de llaves y con la excusa de arreglar el tejado, se encerraría en el ático y comenzaría su trabajo.

A ninguno de sus distantes vecinos les llamaría la atención un poco de ruído. Al fin y al cabo, parecía razonable que aquel caserón necesitase alguna que otra reparación de vez en cuando.

Harry escuchaba a su amigo con atención.

-Muchas gracias Arnold. Sí, supongo que tendré que presentarme en esas comisarias personalmente. Una cosa...¿conoces a alguien de esas comisarias? Es por si puedes llamar y avisar de que iré a ver si eso me facilita el recibimiento... Por cierto -dijo mientras le cogía una de sus rosquillas- no deberías comer tantas! Creo que has crecido de tamaño desde la última vez que nos vimos... -le dijo en tono de broma.

-Y ya que estamos, puedes mirar si encuentras algo relacionado con alguna secta de nombre, Las Tres Divinidades, La Orden o Los Soldados de la Verdadera Fe?

El reportero apenas puede apartar toda su atención del televisor al escuchar las palabras del visitante y antiguo oponente. ¿Acaso es debido a la excesiva confianza del empresario por hablar de forma tan distendida sobre algo que no permite curiosos?

Entonces la televisión comienza a sacudirse en su sitio, temblando como una entidad viviente a punto de expulsar algo desde lo más profundo de sus entrañas. Algo que es visible desde el interior del aparato de imágenes y sonido.

Renford se echa para atrás en su sillón para girar la cabeza y ver por última vez a su interlocutor. -¿En realidad no lo entiende Bartlevy?- y con la mirada perdida en su inevitable destino William responde  a su antiguo enemigo, incitándolo a huir por su vida cuando algo sale de la pantalla con intenciones de dar caza al hombre en el sillón. Brazos, tal vez humanos, tal vez no, se estiran de forma antinatural hacia el sillón, quebrando los huesos en el movimiento aberrante y dejando sendos charcos de bilis en el camino.

-¡Jamás salimos de allí Bartlevy! ¡Esto solo es tiempo prestado hasta que vengan también por usted y las niñas!- sentencia el hombre sumido en la desesperanza de jamás poder escapar al mal que se manifiesta otra vez…

James miró al televisor con incredulidad viendo como aquel brazo salía de dentro. Tardó apenas un segundo en comprender lo que estaba pasando. Sin pensarlo dos veces, aferró el sillón sobre el que descansaba Rendford y lo empujó arrastrándolo con el experiodista sentado, para apartarlo del férreo abrazo de aquel brazo fantasmal.

-Pues si es tiempo prestado, aprovechémoslo bien. Tan solo de ese modo podremos evitar que se salgan con la suya. Vamos, Red...¿qué más tiene que pasar para que entiendas que no puedes permitirte pasar de esto?

James buscó en cada rincón del planchón de metal y de la escalera oculta sin hallar nada. Tal vez la única posibilidad era que su padre o alguien anterior a él hubiesen sellado para siempre esa sección de la casa. Vaya a saber el motivo porque no hay forma de entrar si no es por medio de la fuerza, y en este caso de la mano de una amoladora angular del galpón de herramientas del jardinero.

James por poco pierde los dedos de una mano al utilizar el aparato del demonio. Técnicamente es un aparato que facilita mucho el trabajo de cortar metal pero es una fuente potencial de accidentes ante su potencia y falta de agarre. En si el disco no tiene protección y las chispas vuelan en todas direcciones aparte del ruido infernal al cortar el acero.

Luego de dos horas de trabajo arduo James por fin consigue abrirse paso a la sección oculta del altillo. Por suerte en ese día los empleados tienen el día libre, al igual que su ama de llaves.

La oscuridad recibe a James al trepar los escalones hacia el altillo. Allí dentro el clima es más frio que en el resto de la casa y el aire viciado por humedad y años de encierro vuelven prácticamente insoportable continuar. La oscuridad de un recinto sin ventanas obliga a James a regresar por una linterna y algo de protección. Un atizador de la chimenea más cercana.

En el recinto oculto una infinidad de cosas llenan su espacio, logrando que sea una proeza caminar entre tantos trastos antiquísimos. Telas de araña y capas de polvo cubren todo lo presente, de entre lo cual James halla objetos familiares de sus bisabuelos y parientes más recientes. Toda clase de libros, álbumes de fotografías, cilindros de gramófono, discos de pasta y cintas magnéticas forjan un conjunto de memorias y sucesos familiares que james deberá asimilar en otro momento. Información de varias generaciones se encuentran allí, a la espera de James…

La sorpresa no acaba allí, porque detrás de un ropero el hombre encuentra una docena de esqueletos en perfecto estado, con vestimenta y todo. Los huesos descansan sobre un taburete y su postura indica que esas personas fallecieron allí mismo, como esperando algo que jamás llego. Su identidad es un misterio también… ¿Su familia asesino a estas personas? El empresario comenzó a cuestionar a sus antepasados, al igual que sus actividades dentro de la mansion.

A mitad de camino James descubre una habitación más delante de los trastos, la cual se encuentra tapiada con maderos y cerrada por cadenas con un gran candado. La antiquísima puerta tiene un par de agujeros, posiblemente de bala, que dejan escapar rendijas de luz.

No es luz diurna ni nada por el estilo. Es luz artificial, y por su vaivén es posible que sean velas que permiten que James vea a través de los agujeros hacia el interior de la habitación.

Algo o alguien se encuentra allí dentro. James lo advierte por la sombra ocasional que bloquea la luz que escapa por los agujeros de la pared. ¿Cómo es posible?

Es un ático cerrado por fuera, al igual que esa habitación…

Arnold tras pensar un segundo responde las inquietudes de Harry. –Mmmmm... en Bangor no conozco a nadie pero en Bristol trabaja mi primo Max, el patrulla a diario las calles. – luego el comentario de las rosquillas causa una pequeña risa en el oficial de archivo. - ¡Es que trabajar aquí, sin la acción de la calle, engorda! Lo mismo dice Hanna cuando regreso cada tarde a casa. – luego el semblante del hombre regresa a su profesionalismo habitual cuando Harry pregunta por la secta. – Para eso deberé buscar en todos los archivos índices. ¿Podrás llamar mañana? Necesitare algo de tiempo ¿Ok?- Realmente ese archivo necesita pasar todo a microfilm, porque la búsqueda es igual que en los años veinte. Hoja por hoja…

-Sin problemas Arnold, mañana te llamo. Te agradezco mucho esto amigo mio -Le dijo con una sonrisa sincera. En los días que corrían, era bueno encontrarse con amigos de verdad- Os debo una cena a ti y a Hanna. ¡A ver cuando quedamos los cuatro! -Dijo mientras con la mano le golpeaba el hombro.

-¿Max eh? Iré a hablar con él. Dale recuerdos a Hanna.

Y con un cálido abrazo se despidió de él.

Danzar es dar vida, no morir... 

Allí se encontraba perdida entre la espesura de tanta oscuridad, vestida con un traje de bailarina negro y sus zapatos de ballet. El ático parecía estar silencioso, ensimismado ante la gracia de aquella danza donde Jules era partícipe y creadora, marcando a través de la extensión de sus piernas un compás perfecto e inmaculado. 

Su mirada permanecía vacía y carente de vida, cada expresión de su rostro refleja el gélido resonar de un alma que lejos estaba de pertenecer a ese cuerpo danzante y perfecto. Cada giro extenuaba el estado físico de la joven, sus rodillas sangran al igual que los brazos porque al caer por cansancio, algo le decía que se incorpore para continuar una pieza que no se escucha por ningún lado. 

No podía parar y estar en punto le roba las lágrimas a través de una expresión de dolor escalofriante. Su voluntad no le pertenece y ante la inestabilidad de sus movimientos, cae una y otra vez para volver a levantarse luego. Sin límite, sin freno, como una bailarina en la oscuridad que sólo tiene como misión morir en aquella magia perpetua y acechante. 

Reflejando el fulgor de su perturbada alma, enterrando lo bueno para dejar de existir... De crecer...

El trabajo con la rebarbadora, una herramienta que no dominaba, resultaba arduo y peligroso. Intentaba extremar precauciones, pero lo más precavido, habría sido no empezar con aquello. Por desgracia, esa no era una opción. Por fin después de tanto tiempo había encontrado una pista que le llevaría sin duda a conocer más acerca de su secreto familiar, de su padre y de La Orden.

Al cabo de las dos horas, un trozo de metal se desprendió de la plancha. El suficiente como para permitir que James subiese a la planta superior que tantos esfuerzos se habían tomado en sellar. James subió las escaleras con celeridad. El corazón le palpitaba deprisa. Estaba nervioso y ansioso por saber más. Al llegar arriba, fue presa de un ataque de tos cuando sus pulmones inhalaron aquel aire. Tosió hasta que consiguió liberarlos. Llevándose un paño a la boca, comenzó a recorrer la estancia con ayuda de una linterna.

Lo que encontró arriba le resultó desconcertante. Algunos objetos no distaban mucho de lo que se podría esperar de cualquier trastero. Pero lo primero que le llamó la atención es la gran cantidad de información que atesoraba aquella estancia en forma de películas, libros, diarios...

Luego vería los esqueletos de aquellos doce hombres. 12 como 12 son las horas ¿Qué había pasado allí?¿Los habían dejado a su suerte para que muriesen?¿Cuándo? James examinó si poseían algún tipo de ropa entre sus restos o algún otro detalle que le permitiese hacerse una idea de a qué época habían pertenecido aquellas personas y cuánto podían llevar allí.

Y por último, estaba aquella puerta. Una puerta que albergaba algo que James temía descubrir. Alguien llevaba allí encerrado...¿cuánto tiempo?¿Por qué?¿Y de qué forma habría sobrevivido todo ese tiempo? No, lo que hubiera allí, o había muerto hacía mucho tiempo, o no era de este mundo. Y por el movimiento que percibía en su interior, era más bien lo segundo.

James estaba tan afectado por su hallazgo que ni siquiera se había dado cuenta de que su hija estaba presente. Obviamente, el ruído de la rebarbadora era tan notorio que no pudo alejar la curiosidad de la niña que lo había seguido hasta el desván. Pero ¿qué hacía con aquellos extraños ropajes? Que James supiese, la danza nunca le había llamado la atención. Ni siquiera recordaba haberle comprado aquella ropa.

-¡Jules...tú no!-acertó a decirle.

Pero la muchacha no le respondía. Completamente ausente, parecía comportarse como si de una de esas bailarinas de cuerda se tratase. La elegancia y precisión de sus movimientos era tan sorprendente como incomprensible, teniendo en cuenta que no había recibido instrucción en danza. Necesariamente, su comportamiento era debido al efecto que aquella estancia causaba en ella.

Y de pronto, empezó como a perder energía. La muchacha caía y se volvía a levantar, una y otra vez. Y su rostro, antes inexpresivo y hierático, comenzó a transmitir dolor y tristeza. James corrió a socorrerla.

-¡Hija mía!¡Despierta!

Incapaz de hacerla reaccionar, la agarró y levantándola en brazos, la bajó a la mansión alejándola de aquel misterioso lugar hasta llevarla a su habitación, dejando cerrada la escalera.

Una vez allí, volvió a intentar hacerla volverse en sí.

Mientras James literalmente arrastra al reportero fuera de la sala del televisor se da cuenta que están solos en todo el nivel. Al menos en el pasillo no hay guardias pero las celdas si tienen habitantes.

Al mirar hacia atrás lo único que el empresario distingue es el apagón de la luminaria de la sala del televisor y la oscuridad siguiente.

-B…bratlevy…tiene que huir… “eso” no se detendrá hasta llegar a mí. Si usted se queda… entonces…-

Harry se despidió de su compañero y volvió por donde vino, con un único pensamiento. Planificar el viaje a Bristol y tal vez a Bangor si fuese necesario.

El viaje no era mucho trajín pero tal vez si la búsqueda de los archivos, lo cual podría llevar un par de días o todo un día completo si Harry partía antes del alba.

Incluso pensó en llevar a la familia de viaje para disimular la ausencia. Aunque eso era menos probable…

Harry salió por la mañana en dirección a Bristol. Le explicó a Sara que estaba siguiendo a una persona relacionada con un caso de los que llevaba como detective privado y que seguramente estaría fuera un par de días. Así cubrió su ausencia, no era de extrañar pues como detective, tenía que hacerlo más de una vez.

Luego ya se lo explicaría con calma a Sara. Primero Bristol, luego ya vería si pasaba por Bangor.

El viaje fue tranquilo, rodenado más de un entrante de agua. La verdad es que el paisaje era bonito, ayudaba a relajarse.

Finalmente llegó a su destino. Harry aparcó delante de la comisaría de Bristol. Bajó del coche y se dispuso a entrar.