Partida Rol por web

Ni siquiera había visto salir el virote. Mucho menos dónde había parado. Aunque un ruido seco me indicó que había golpeado carne. ¡Por Alá que fuera la del bruto! Todo estaba demasiado oscuro. Sólo escuchaba gruñir a los dos hombres y a Amira tras de mi. Aquello no tenía visos de cambiar, y aunque Miquel parecía ser ducho en el combate, aún lo era más el loco sepulturero. Mis dedos temblaban, nerviosos de nuevo, mientras cargaba de nuevo el arma que había robado en Granada, al al-barraz.

Mientras tensaba la ballesta le susurré a Amira.

— Vayámosnos de aquí, alondra. Al menos huye tú. Será lo que tenga que ser aquí.

Y ahora, en pendencia bien apretada y cercana sacaron ambos los filos cortos. La mortecina luz de la luna lamía los filos que parecían bailar al son de la muerte...

Estaba asustada y la pequeña rencilla se había vuelto más difícil de lo que en un principio parecía. Huir era parecía la única salida de esa situación, pero sabía que debíamos hacernos con esa situación y con la información que poseía el supulturero... al menos si querían abandonar ese lugar para siempre.

-Es nuestra única oportunidad para liberar a Tobías. La única de salir de aquí.

Le dije mientras trataba de mantener firme su mano a la par que él trataba de cargar de nuevo esa peligrosa arma, más peligrosa, incluso que un filo bien afilado. Si no podíamos ganar esa batalla en la distancia, solo quedaba tratar de acorralar a ese hombre por la espalda. Me incliné hacia Othmán para que nadie más nos escuchara... aunque poco entenderían en nuestra lengua.

-Ahora que está distraído, es nuestra oportunidad de atraparlo por la espalda.

No parecia que la noche fuera la de Miquel... en lo absoluto. Al menos, no la de disfrutar.

El primer filo que muerde carne es el de Gregorio, y lo hace rasgando el brazo derecho del marino. El sepulturero sonríe enseñando su pútrida dentadura...

Dudé de lanzarme en pos del sepulturero... pero no lo hice. Veía a Miquel en peligro pero no estaba en condiciones de atacar a aquel hombre con más sorpresa que la de la ballesta. ¡No era hombre de armas! Traté de colocarme a su espalda y grité, llamando su atención.

— ¡Sepulturero! ¡Confiesa lo que has hecho!

Y disparé de nuevo...

Esta vez tiene suerte el marino, y la saeta de othmán, tras fallar su objetivo, se pierde en la noche...

-Joder, no de nuevo! +exclama al sentir el tensar de la ballesta y rapidamente se apresta a huir, mientras apresta el cuchillo para bloquear futuros ataques. Mas peligro que el tal Gregorio esta resultando el mismo moro... con sus "buenas" intenciones.

El sepulturero, envalentonado por su inesperada victoria contra aquellos tres, decide no rematar al bravucón de los pelos largos. A fin de cuentas no quiere buscarse más problemas de los necesarios y, viendo que ha salido airoso de la pendencia (o eso cree), arremete contra el marino con un fuerte empujón que le hace trastabillar y apunto está de caer al suelo.

─¿Habéis tenido suficiente ya? ¡Largáos de una vez! ¡et non volváis, que la próxima vez non habré de clemencia! ─grita con aires autoritarios.

Me hubiera gustado seguir aquella pelea. Amira estaba tan desesperada porque consiguiésemos sacar algo a aquel degenerado de nombre Gregorio. Pero no había nada que hacer...

— ¡Corre, marinero! ¡Huyamos todos de aquí! No podemos contra este bestia...

Y les hice ademán para que marcharan hacia el pueblo, lejos del cementerio. Quedándome yo un poco más retrasado mientras cargaba la ballesta de nuevo, no fuera que cambiase de opinión.

Todo estaba saliendo mal. Ahí estábamos, en un cementerio cristiano y dejándonos ganar por un hombre que no parecía muy ducho en las artes del combate y que solo se defendía para proteger su vida. Algo debía de ocultar aquel hombre para defenderse de esa forma pues un hombre honrado no tiene por qué luchar ya que no tiene nada que ocultar. Y ahora tanto Othmán como Miquel huían como cobardes dejando escapar la oportunidad de obtener la información que tanto deseaban.

¿Que debía hacer? ¿Huir también? Eso solo significaba perder la oportunidad de huir de aquella jaula de oro. Pero ¿qué más podíamos hacer? Quizá no fuese muy inteligente, quizá saliese mal, pero no podíamos irnos de aquella manera y siendo vencidos por alguien como él.

Cogí una piedra mientras el sepulturero estaba entretenido con Miquel y Othmán e intenté no hacer ruido mientras caminaba para colocarme tras él y golpearle con la piedra en la nuca para dejarlo inconsciente. Quizá estaba buscando mi propia muerte con ese acto.

─¡Aaaahhh! ─el grito del sepulturero rasga la ya atormentada noche. ─¡Fideputa! ¡malnascida! ─grita mientras se encara* con la Qaina ─¡pagarades por aquesto! ¡Si! ¡et pagarades con creces!. ─Amira vuelve a ver ese fatídico resplandor metálico bajo la luz lunar y se prepara para otra funesta acometida...

Podía escapar ahora. Era un buen momento y en especial considerando como lo estaban dejando entre el moro y el maldito sepulturero…

Pero el orgullo pudo más. Si quedaba una chance de vencer… Aunque la hubiera propiciado aquella mujerzuela.

Con un gruñido de reproche para sí mismo por la tontería que hacía, Miquel intento apuñalar una vez más a Gregorio, aprovechando que este le había dado la espalda.

Asustado vi la insensatez de Amira, tratando de distraer a aquel hombretón que si quisiera podría partirla en dos. ¡No podía dejar que le hiciesen daño! Casi con sorpresa, apreté de nuevo el gatillo de la ballesta, que soltó el proyectil a la escasa luz de la noche.

Ziiium

Cuando Othmán ve la saeta adentrándose en el abdomen de su amada, reza a Allah pidiéndo que la herida no sea profunda. Jamás se perdonaría si por su culpa su bella golondrina quedara inservible para criar polluelos. También pidió lo mismo por las cuchilladas veloces que soltaba, sin ton ni son, el desquiciado Gregorio...

Caí de rodillas en tierra sobre el camposanto de los cristianos, tirando a un lado la ballesta con horror. ¿Cómo había sido aquello? Sólo escuché el golpe sordo y el ruido amortiguado de la respiración de Amira, mi amada, que había sido herida por mi. ¡Por mí! ¿No era yo, por tanto, más peligroso que el propio desquiciado sepulturero? ¡Allah!¡Ayúdala! ¡Llévame a mi! No dejes que esa bella criatura creada por ti caiga en manos de los mortales por una herida provocada por mi mismo.

Podía llorar. Podía gritar. Pero lo que hice fue abalanzarme locamente sobre el hombre aquel, tratando de apartarle de la qaina pese al peligro que podía suponer.

— ¡Ahhhhhhhhhh! — grité.