Partida Rol por web

¿Había llegado la advertencia de Grigori a tiempo?

Los ojos de Marev, acostumbrados a la acción, a analizar el entorno en tiempo record, se desplazaron de un lado a otro en busca de amenazas y señales. ¿Naves? Negativo. ¿Los soldados? Negativo. ¿Enemigos? Negativo. Era algo más sutil...

... pero lo percibió. En su vaivén los ojos pasaron por encima de la inquisidora varias veces. Y se percataron de algo. Se tambaleaba, poco a poco. Sus manos temblaban ligeramente, pero sus brazos estaban demasiado rígidos. Sus rodillas parecían estar fallando. Uno de sus pies se movía por si solo en un tic extraño.

Al Guardia del Cuervo le parecía que Grigori no estaba en lo cierto pero lo importante en esos momentos no era la precisión. Tras el vistazo que le indicó que el problema provenía de lo que fuera que estuviera haciendo la inquisidora le quedó razonablemente claro que aquello apuntaba a brujería psíquica. Y los guardias estaban ahí cerca. Demasiado cerca aunque se habían retirado un poco siguiendo los pasos de Quist y su apertura de la caja.

-Sea lo que sea está afectando a la inquisidora-comunicó por enlace interno a sus compañeros-Llevémosla a un lugar más apartado, esto no me da buen pálpito-sugirió para apoyar su mano en la espalda de la Inquisidora para alejarla de la zona aún más.

Si sus sospechas se confirmasen cuanta menos población imperial se viese afectada tanto mejor. Ellos eran en esos momentos la escolta de Quist, les gustase o no, y tenían la misión de protegerla de todo enemigo, como siempre, ya fuera exterior o interior como temía Marev.

Ya está bien - dijo llevándose por su ímpetu después de es escuchar a Marev. La enorme mole que era avanzó con más velocidad e la que se podría suponer dado su tamaño y volumen; se puso al lado de Quist, cerró la tapa y le arrebató el cofre - Inquisidora, salga fuera - no era una petición, más bien una orden - Hermano Marev, sacala de aquí - se giró para encararse con el general creyéndolo inocente - Siga a Marev, usted y sus hombres; toda precaución es poca - no comprendía del todo que pasaba, pero parecí algo malo.

La inquisidora no puso ningún tipo de resistencia ante la intervención de Grigori, que le arrebató la caja con facilidad de las manos. Ni siquiera la estaba agarrando, tan solo la sostenía. Grigori se fijó en sus ojos, ahora perdidos en el infinito. La inquisidora temblaba visiblemente e hizo caso omiso de sus palabras. Parecía demacrada y considerablemente aturdida...

- Yo... —su voz sonaba débil y errática. Tardó dos largos segundos en continuar— ...n-no me encuentró b-bien.

Las piernas le fallaron y cayó hacia delante. El Lord General se adelantó para agarrarla en la caída pero se encontraba demasiado lejos.

El olor era ahora claro, y su procedencia también. Veneno, veneno en la caja, liberado a través de las cerraduras que se habían ido abriendo. Un veneno desconocido para ti, que parecía actuar a muy pequeñas dosis y que había pasado casi inadvertido e inidentificable hasta que cogiste la caja.

Lo que quiera que había afectado a la inquisidora no lo hacía en Grigori, que ahora tenía la caja en su poder. Podría ser por su superior constitución de Marine Espacial y así lo pensastéis... hasta que os disteis cuenta que ni Lord Castus Iacton ni ninguno de los miembros de su guardia personal estaban siendo afectados. Sin embargo, sus reacciones no parecían sospechosas. ¿Era obra suya? Lo dudábais. Si lo era, estar presentes allí mismo y mostrar su aparente inmunidad era de una obviedad idiota.

Tenía que haber otro motivo.

Que sólo la inquisidora se viera afectada era bastante revelador a la par que preocupante. Puesto que aquel tipo de cuestiones era mejor que cuanta menos gente estuviera al tanto mejor, Marev dio un paso al frente interponiéndose entre Quist y sus compañeros y el resto de la escuadra de mando que tenían al lado. Con un siseo de despresurización se quitó el casco y miró por primera vez sin el filtro de los auto sentidos a los Guardias Imperiales

-Lord General, si usted o sus hombres no tienen nada más que añadir nosotros nos encargamos desde aquí.-franco y directo como de costumbre. Esperó unos instantes una respuesta antes de continuar-Que la Gracia del Emperador esté con usted-nuevamente realizó el saludo del aquila a modo de despedida y se giró mientras volvía a colocarse el casco. La comodidad de un canal de voz privado no era nada desdesñable.

-Tenemos que sacarla de aquí. No se encuentra bien y creo que nos ha ocultado información. No es el lugar, pero sí puede ser el momento. Máxima discreción-pudieron oír sus hermanos por el comunicador mientras volvía hacia ellos.

Astramael percibió la precisión de la maligna influencia, sólo afectando a la destinataria de la caja. La reacción protectora de Grigori pareció apropiada, pero no así aquel despache que hacía de los testigos y tal vez implicados. No se podía acusarles de nada, aún, pero podrían aportar información.

Un momento, mi señor, si es tan amable. ¿Cuándo y cómo le fue entregada esta caja? -después se giró a la inquisidora- Señora, ¿qué decía el mensaje?

Aunque tal vez toda aquella reacción de debilidad se debiera a una desagradable noticia oculta entre los signos del mensaje: la muerte del inquisidor...

Agarró a la inquisidora al caer y miró a Marev... Le entregó la caja al bibliotecario que empezó a hacer preguntas inoportunas y salio corriendo del lugar; mientras lo hacía se comunicó por el canal de escuadra - Respira irregularmente, pedid un médico, tengo que alejarla de la zona de exposición - actuó por puro instinto.

La escena se había tornado confusa y por un momento se dieron órdenes contradictorias, pero el conflicto se resolvió rápido. Grigori había apartado a la inquisidora del epicentro de la acción, pero con ello no había logrado que su salud mejorase. Pero en algo tenía razón el Guardián de la Tormenta y es que la mujer necesitaba ayuda médica urgente, pues corría el riesgo de morir allí mismo.

Mientras tanto, en manos ahora del bibliotecario de los Ángeles Sangrientos, las runas de la caja seguían destellando en verde y ámbar, como si reclamasen merecida atención.

El olor era ahora claro, y su procedencia también. Veneno, veneno en la caja, liberado a través de las cerraduras que se habían ido abriendo. Un veneno desconocido para ti, que parecía actuar a muy pequeñas dosis y que había pasado casi inadvertido e inidentificable hasta que cogiste la caja.

El Lord General Castus Iacton miró alternativamente a los dos Marines durante un instante, su expresión convertida en una máscara de confusión y desubicación, pero cuando fue consciente de la gravedad de los acontecimientos y del modo en que estos podían repercutir (así, a priori, granjeandole unos problemas pero que muy serios con la Inquisición) reaccionó de forma rápida y casi brusca:

— Ah, no, no, nada de eso. Nadie dirá que un responsable planetario no prestó la debida atención a una inquisidora —dijo, ceñudo. Se volvió hacia sus soldados—. ¡Escuadra Omicron, encárguese de encontrar un médico tan rápido como sea posible! ¡¡Vamos, qué hacen ahí parados!! ¡¡YA!! —los soldados se dispersaron en todas direcciones como arma que lleva el diablo y mientras se alejaban Iacton añadió—. Sargento, le hago responsable personalmente si tarda más de dos minutos.

—Escuadra Ipsilon, cubran el perímetro y requisen un transporte. Soliciten —un eufemismo obvio— asimismo la obediencia de las tropas más cercanas para que custodien la ruta hacia el Hospital más cercano. Vosotros dos —los dos soldados más cercanos— quedan bajo las órdenes directas de estos Astartes y les ayudarán a custodiar la maldita caja.

Se volvió hacia vosotros:

—Por mí podéis hacer con ella lo que os plazca —había recuperado el aura de autoridad, e ignorado el comentario de Marev acerca de el papel que él podría o no haber desempeñado en el asunto—.  La caja la dejó hace casi un año el maestro Vincent en sus aposentos, con orden de ser entregada a Quist si esta aparecía por el planeta. De algún modo la esperaba —su expresión se tornó impaciente—. Y ahora si me disculpan tengo asuntos que atender y un cuello y una inquisidora a los que salvar —añadió, pero permaneció en el mismo lugar.

No le gustaban las soluciones de compromiso improvisadas ya que carecen la perspectiva global y suelen desembocar, según su experiencia, en nefastas consecuencias imprevistas. También era cierto que no estaba en disposición de discutir con un Lord General. Aunque los Astartes no estaban supeditados a la reglamentación militar habitual, y la Deathwatch menos al tener tratos con la Inquisición, las cosas serían mucho más sencillas para todos si no se formaba un conflicto entre ellos.

-Grigori, no te alejes mucho. El Lord General ha enviado a por un equipo médico-informó a su compañero por el comunicador-Será mejor que la Inquisidora esté presente cuando lleguen para que la atiendan-tras ello giró la cabeza hacia Castus Iacton, inclinándola levemente.

No tenía que ser una sensación agradable ser mirado por el frío casco de un Marine, como si de un objetivo más se tratase. Pero a su forma de verlo aquello estaba a un solo paso de convertirse en zona hostil.

-Muy bien Lord General-le dijo por el altavoz incorporado del casco-Esperaremos al equipo médico. Si bien espero que entienda que todo esto tendrá que figurar en el informe de misión-en el fondo a Marev le importaba poco qué entendiera de ahí, mera información, un aviso, lo que quisiera. Él sólo transmitía el procedimiento.

Una vez más volvió al uso del comunicador interno para hablar con el bibliotecario -Hermano Astramael, ¿encuentra algo en la caja que hubiera sido pasado por alto por la Inquisidora?-para él los símbolos no significaban nada, pero era consciente de que sus conocimientos esotéricos eran nulos. Algo de lo que estaba profundamente agradecido al Emperador.

El guardian de la tormenta dejó el cuerpo sobre el suelo cuando percibió que no había más rastro del veneno - Hermanos, estoy a treinta metros de vuestra posición, al mismo nivel... esto pinta muy mal y no poseo habilidades como médico... ni tan si quiera comprendo la fisionomía de un mortal - se quitó los guanteletes de la servo armadura y empezó a desabrochar un poco la la ropa que pudiera tener tratando de aliviar, si es que tenía, alguna presión que sintiera y le dificultara la respiración - Negativo Hermano, no podemos arriesgarnos más y acercarla al epicentro de la emisión del gas o lo que haya sido, no estoy muy lejos

Astramael dejó caer la caja y la alejó de una putada. ¡Veneno! ¿Veneno en una caja legada por un Inquisidor? No había podido ser él, sin duda alguien se había infiltrado y depositado el veneno en ella.

La traición acecha en cada esquina y en cada humano.

Veneno -respondió a Grigori- Necesitaremos un sabio que lo identifique, podría conocer el antídoto.

— Que así sea —respondió Castus Iacton, sin prestar demasiada atención a las palabras de Marev. Parecía impaciente (y no era para menos) y golpeaba rítmicamente el firme con el pie de manera desquiciante—. Me haré responsable —comentó, como aquel que firma una sentencia de muerte para sí mismo.

Pasó un minuto infinito sin que nada remarcable ocurriese. Parecía como el tiempo se hubiera detenido para dejar plena constancia de aquel momento agónico, de aquel destino fatal que iba a correr la inquisidora sin que allí, en el mismo centro del poder imperial del sector, nadie pudiera hacer nada por ella.

Era absurdo.

El Lord General estaba inquieto, pero trataba de no mostrarlo más de lo necesario. Sin embargo, sentía el susurro de la muerte desde lejos, que con la voz de Quist parecía decirle "Tú eres el próximo"

¡¿Dónde coño estaba ese maldito médico?! ¿Por qué tardaba tanto? Cuando volviera, iba a hacer pagar a su estimado sargento Thess cada segundo de dolorosa espera que le estaba haciendo sufrir. Por su madre que en el seno del Emperador descansaba que le iba a hacer comerse sus propios genitales en salsa con cuchillo y tenedor, servidos en bandeja de oro. E iba a pedir repetir

Iacton no era tonto y no había llegado a Lord General por su falta de luces. Iacton sabía —como sabía todo el mundo sin duda— que si la inquisidora tomaba la mala decisión de palmarla no sería la única y él había comprado todas las papeletas para ser el chivo expiatorio de un crimen execrable. Él y no otro era el responsable directo en ese planeta (de eso y de tantas otras cosas que nunca las recordaba todas). Él y no otro había llevado hasta allí la caja y se la había entregado (maldita fuera la hora), siendo además el último en tocarla antes que ella. Él y no otro había dado las órdenes en el momento crítico. Si Quist moría, su nombre pasaría muy rápidamente a la lista borrada de la ignominia y la Inquisición hacía mucho que no conocía la palabra clemencia.

De alguna forma, Iacton se sentía hasta extrañado por no haber sido ejecutado sumariamente ya... pero al parecer aún guardaba un resquicio de autoridad y los Astartes lo respetaban. Dió gracias al Dios Emperador y suspiró... Tenía tantas cosas que hacer...