Partida Rol por web

La bronca voz del dragón resuena por todo el pueblo de Verdosísima. Suena potente, siseante y el sonido de numerosas chispas acompaña sus fonemas, especialmente en aquellos que son más siseantes. El dragón continua hablando al tiempo que en su boca, la mayor parte del tiempo abierta, empieza a cargar lo que parece una bola de chispas que se va haciendo más y más grande. El espectáculo es tan increíble como grotesco: la temible criatura está literalmente hablando con la boca llena de chispas, y permanece indemne como si tal cosa.

Al parecer este dragón también hablaba. Y su carácter no se diferenciaba mucho del anterior tampoco. Pero no podía prestarle atención en ese momento. Debía confiar en los que estaban sobre las murallas y contener a los intrusos abajo. Así que saqué mi gran hacha y la blandí contra el enemigo más cercano.

En ese momento que ve la avanzada de los Kobolds por el techo y a Durzo realizar el disparo con su arco corto, rápidamente se ubica cerca del pícaro para reforzar el ataque a distancia con su rayo de escarcha. Calculando la distancia para esperar realizar el ataque oportuno y no errar.

No puedo fallar

Piensa mientras un aire helado empieza a envolver su cuerpo, generándose una pequeña esfera de color cristal azulado en la punta de su dedo. Concibiendo rápidamente el conjuro mientras el destello de sus ojos resulta más brillante, repitiendo las palabras mágicas y sintiendo como la energía gélida recorre su brazo hasta convertirse en esa descarga que va en dirección contra el enemigo.

El choque de las dos fuerzas en liza se produce finalmente, y el clamor de las armas se une al bramido de los contendientes, elevándose hacia el cielo nocturno como un canto de muerte. El entrechocar de los aceros me trae el recuerdo de la batalla que hirió mi Ulthazar, la Blanca, resquebrajándola pero sin lograr que cayese. Pero, a diferencia de mis hermanos en aquel aciago día, hoy Verdosísima está preparada. Ha llegado la hora de que las acciones pesen más que las palabras, y debemos servir de ejemplo.

—¡No os separéis! ¡Que no pase ninguno! —exclamo, dando un último paso al frente, martillo y escudo en ristre. Cerrando los ojos, exhalo todo el aire de mis pulmones, regresando por un instante al frío eterno de las montañas que me vieron nacer. Y en la soledad de mi apnea, solo hay una palabra conmigo.

Moradin.

Mis ojos se abren súbitamente, centelleando con una ira glacial que solo promete muerte y olvido para quien se cruce con ellos. Mi martillo traza un arco horizontal por el aire, tan rápido que la vista apenas puede seguirlo, yendo a estrellarse contra un lado de la cara de uno de mis enemigos, rompiendo y hundiendo la mitad izquierda de su cráneo hasta convertirla en un amasijo irreconocible. Pero no me detengo a comprobar los efectos de mi devastador golpe, sino que recojo mi arma con el mismo movimiento y me dispongo a derribar al siguiente oponente con rauda e implacable eficacia.

Todo es caos a mi alrededor. Desde el portón chillan los aceros. Las órdenes de mis camaradas son respondidas por las voces de nuestros enemigos, gritos proferidos con voces cargadas de un odio casi tangible. Por el rabillo del ojo, veo a los soldados de Verdosísima armar las balistas con innegable decisión, pero el miedo en sus ojos es igual de evidente. Y por encima de todos, reinando, la odiosa sierpe voladora proyecta su gargantuesca sombra como una ominosa amenaza que pende sobre nosotros. Cierro los ojos, diminuto, y casi albergo la esperanza de que si me quedo quieto y mudo, nada podrá ocurrirme. Entonces, luminoso en la oscuridad de mis párpados cerrados, veo a Lathander.

Mi mano busca instintivamente el pequeño colgante que me regaló Gaulmond, como si su tacto metálico pudiera brindarme alguna suerte de protección. Entonces, como respondiendo a mi desesperación, empieza a emitir una reconfortante calidez que alcanza mi alma, y abro los ojos.

No puedo quedarme quieto y esperar ser salvado. Cuando escucho al buen Fornund entonar su inspirador cántico de guerra, recuerdo a mi padre, y comprendo que, si no se hace nada, incluso a las mejores personas pueden sucederles cosas horribles. Es mi deber dar un paso adelante y proteger a esta gente. Yo soy el instrumento de Su salvación.

Ya sé qué debo hacer.

Con presteza, esparzo unas gotas de agua sagrada a mi alrededor y, alzando los brazos, elevo una plegaria al Señor del Alba. Mi voz suena enorme, portentosa, y mis palabras no pertenecen a este mundo. Es la lengua de los dioses.

Lathander no tarda en escuchar mi súplica. La luna parece brillar con más fuerza sobre el campo de batalla, derramando su blanca luz sobre mis aliados.

Dedico una última mirada a mis compañeros en el portón, con la esperanza de que sepan hacerlo bien sin mí. Por un momento, me siento tentado a abandonar esta repentina determinación que me ha sobrevenido y quedarme a luchar junto a ellos en el patio. Pero mi cometido es claro. Asciendo a grandes zancadas por las escaleras que conducen a las almenas y, apoyando la mano en el hombro del soldado más cercano en señal de ánimo, miro directamente hacia arriba.

Hacia el dragón.

De momento la ofensiva parecía estar conteniéndose. Mis compañeros junto a los soldados de Nighthill estaban haciendo un buen trabajo en las puertas. No perdía un ojo de las murallas. Los kobols llegarían en cualquier momento y yo tambiés tendría que poner en práctica mis dotes del combate cuerpo a cuerpo de nuevo.

Mientras no alcanzaran la muralla, debía seguir dando apoyo aéreo a mis compañeros del patio. Cargué una nueva flecha y disparé

Lo peor está a punto de llegar, si es que puede haber algo peor que un Dragón sobrevolandoos, apuntando directamente a vuestras cabezas con su aliento relampagueante. La moral entre los combatientes del patio empieza a bajar, podeis notarlo. Os queda una larga batalla por delante y los enemigos parecen ser infinitos. Fornund, Keth, vuestro flanco es quizá el más difícil de todos. No podéis esquivar ni esconderos del Dragón, porque de hacerlo los cultistas tendrían por fin la via libre para entrar. El plan de los Cultistas es sólido, muy sólido, y teniendo un Dragón de su lado os preguntais si tan siquiera vuestros esfuerzos por contenerlos servirán para algo. Pero no es tiempo de dudas. Es tiempo de actuar. Vuestros enemigos también lo saben y reaccionan primero, lanzando los dracos de emboscada a por vosotros, seguidos de todo un ejército. Cada enemigo que se os resiste os sangra a vosotros mismos o a vuestros aliados. Si bien habéis entre todos podido mantener el cuello de botella heroicamente bajo contención, cada vez empieza a ser más difícil. Los dracos de emboscada se abalanzan sobre vosotros como arietes sobre una puerta, abriendo el camino a un montón de cultistas y kobolds. 

Keth consigue apartar de un hachazo a una de las criaturas, pero la segunda le alcanza una pierna clavando sus fauces sobre el semiorco. Sin embargo, la herida no es demasiado profunda. Fornund no tiene tanta suerte: el enano es derribado por la criatura, cuyos colmillos perforan la armadura del brazo, y no solo es la criatura que tiene encima sino otra más la que se une brutalmente a devorar su brazo. Jamin y Jumen acuden rápidamente al rescate. Jamin consigue apartar al segundo draco de encima de Fornund, que en su lugar atrapa el mango de la lanza de Jamin deteniendo su ataque. Le deja la via libre a Jumen, que estampa su maza sobre el cráneo de la criatura, retirandose justo a tiempo para que un preciso sablazo de Erkel corte la cabeza de la criatura por el cuello, deteniendose el arma con presteza antes de alcanzar el del enano. No tienen tiempo para decirte nada, Fornund, pues otros cultistas, tan bien pertrechados como ellos, se abalanzan sobre ellos.

En el flanco de Durzo y Tharkael, los arqueros dejan de prestar atención al dragón y las armas de asedio, ya que si no lo hacían la marabunta de Kobolds entraría en la fortaleza. El hechicero entre los cultistas ahora centró su atención en el otro mago, Tharkael, a quien temía pues no había hasta el momento utilizado más conjuros que aquel truco de rayo gélido. No parecía quisiera querer darle tiempo a usarlos, pues centró sus misiles mágicos en él y otros dos arqueros, apoyando al mismo tiempo la ofensiva Kobold.

¿La ofensiva Kobold...? ¡Un momento! Desde donde estais, podeis ver todo lo que el mago ya no está tan protegido como antes. La totalidad de los Kobolds que le rodeaban se ha dividido entre el cuello de la botella y las murallas.

Tenéis una oportunidad.

Samtharas, no sin antes lanzar una bendición a tres de tus compañeros, eres el único que decide plantarle cara al Dragón. Tal vez por ser el único que no está ya con las manos atadas en la batalla. Tal vez por ser el único con el suficiente coraje (o quizás locura) de hacerlo. Subes a la muralla derecha, donde los guardias, aterrados, observan al dragón. Pones la mano en el hombro del más tembloroso de ellos, se trata de un joven apenas salido de la adolescencia, con casco, armadura y flechas, pero todavía no más que un chiquillo barbilampiño. Te mira, le transmites seguridad, a él y a sus compañeros. Reanudan la carga de las armas de asedio y la lluvia de flechas sobre el impertérrito dragón azul.

Tus compañeros están lidiando con el Culto del Dragón lejos de ti, pero no por ello te sientes solo. Elegido de Bahamut y Lathander... El devenir de toda la batalla esté quizás en tus manos. Todos dependen de ti. Es ahora o nunca.

FORNUND:

Una mano te agarra de los hombros y te levanta de un brazo, poniendote en pie. Es Johcet, el bandido excultista al que obligaste a cambiar de bando. "¡Maldita sea, enano!" vocifera. "¡No me hagas esto! Estoy en este agujero por tus palabras. ¡Las mismas que necesito que hablen en mi defensa mi cuando todo esto acabe! Si te mueres, estoy muerto. ¡Aunque sobreviva a este infierno!"

KETH:

El clérigo de Verdosísima está sobrepasado de trabajo. Continuamente está sanando heridas que vuelven a salir a los pocos segundos, moviendose por el campo de batalla tras las filas de aliados sanando a quien más lo necesite, para luego repetir lo mismo con los que más sanos estaban. Cuando ve el desastre que los Dracos de Emboscada han comenzado, intenta abrirse paso hasta Fornund, exponiendose. "Semiorco..." saluda a Keth, sanandole la herida de la pierna, incluso con el draco todavía encima del Bárbaro, mordiéndole. Esboza la calma de una persona llena de completa enteraza y absoluto autocontrol... o quizás... de una persona que ya se ha rendido. ¿Cuántos milagros, siquiera, le han de quedar? ¿Cuántos espacios de conjuro ha de tener? Keth, conoces a los curanderos, porque en tu tribu había un chamán. No servía quizás a los mismos dioses, pero utilizaba los mismos principios. Es imposible que Gaulmond pueda estar repitiendo tantos conjuros sanadores de forma natural. ¿De dónde diantres saca la magia para llevar sanando a media Verdosísima durante todo el asalto?

El ataque de las dos enormes bestias escamosas es tan repentino que no lo veo venir. Entre las dos me derriban al suelo y empiezan a morderme sin piedad, buscando los resquicios entre la armadura para tratar de hincar el diente en mi carne. Aprieto los dientes, tratando de resistir una presión que podría quebrarme los huesos. Tiran de mí con tanta fuerza que temo que vayan a partirme en dos. Y en el momento en que la vista empieza a nublárseme y las fuerzas a fallarme, alguien me quita de encima a los dracos. Justo a tiempo. Aún tardo unos segundos en recuperar el aliento, y me doy cuenta de que son los dos hermanos, Jamin y Jumen, los que me han salvado la vida. Aturdido, emito una interjección a modo de agradecimiento, pero no acierto a ponerme en pie. Para mi sorpresa, no es otro que el mercenario renegado al que logré unir a nuestra causa el que me ayuda a levantarme. Sonrío. Parece que no está todo perdido.

—¡Gracias, camarada! —exclamo, dándole una palmada en el hombro al humano. Sin perder ni un instante más, regreso a la escaramuza, decidido a no dejar que la marabunta se abra paso tan fácilmente. No tengo miedo alguno; sé que puedo confiar en mis amigos con mi vida—. ¡Moradin!

Mi martillo aplasta las costillas de otro kobold, que cae al suelo entre estertores. El siguiente.

Los kobolds estaban ya encima de la muralla. Em breve aquello se convertiría en un combate cuerpo a cuerpo. Localicé mis espadas cortas para tenerlas al alcance de la mano, mientras recargaba una última flecha en el arco antes de guardarlo.

Teníamos una posición privilegiada de momento para ir abatiendo enemigos antes de que nos sobrepasaran en número. No podía ayudar más a los compañeros del patio ya que escuchaba los gritos de los kobols que trepaban por el muro casi a mi propia altura.

No sabía cuantos estarían trepando, pero tenía tiempo de deshacerme de uno como mucho.

El draco apenas acababa de morderme cuando aquel shamán de verdosísima acudió y sanó mi herida.

-Gracias, amigo. -le dije.

Por un momento se me ocurrió pensar que llevaba ya un tiempo sanando a los heridos. Un shamán normalmente no podía hacer tantas curaciones sin tomarse un descanso. ¿Tan poderoso era? ¿O tenía un artefacto que lo ayudaba? Pero no tenía tiempo de pensar en esas cosas en ese momento. El calor de la batalla exigía mi concentración absoluta.

Más tarde le preguntaré a Samtharas.

Me olvidé del asunto por el momento y descargué mi hacha contra el draco otra vez.

AHHHHH.

Grita al sentir el impacto de los proyectiles mágicos, el dolor en su hombro derecho como en el vientre se hace presente y rápidamente con la mirada busca el origen de su blanco. Logrando divisar a lo lejos a un mago que se encuentra en el campo de batalla, quien rápidamente al parecer se ha preparado previamente para derrivarlo. Tomando al principio un pedazo de diamante con la mano izquierda y la junta con su mano derecha, concentrándose rápidamente.

Es probable que cuente con una resistencia al hielo

Piensa en ese momento, y sabe que solo cuenta con una oportunidad para derrotar a aquel mago. En ese momento el cristal se desvanece y  un aura de color plata empieza a emanar de su cuerpo, junto aun frió envolvente inicialmente mientras va concentrando toda su energía para realizar el conjuro.

En ese momento la concentración esta presente, puede sentir que poco a poco la estática empieza a envolverlo y el frío se transforma en un campo de descarga eléctrica rodeando su cuerpo junto a un destello neón en sus ojos.

KERON XEVITAJ

Dice en un tono más ronco , creándose una esfera eléctrica que rápidamente se dispara desde las palmas de sus manos y va tomando dirección contra el mago. Dejando una estela de electricidad que va cruzando el campo de batalla hasta dar con su objetivo.