Partida Rol por web

Gudrid se encontraba enrollando su manta cuando, al llevar la vista atrás, descubrió a Elenzeran con los ojos clavados en sus posaderas.
- ¡¿Me está mirando el trasero?! - Pensó la sacerdotisa. Aunque, para su sorpresa, no se sentía en absoluto enfadada. De hecho, no pudo reprimir una sonrisa.

Con insistencia se estiraba el bajo de la falda, pues notaba cierta incomodidad... tal vez durante la noche, mientras dormía se le habría enganchado alguna ramita.

Un grito escapó de su boca al palpar con la mano y notar el suave tacto ¡de una cola!
¡Era eso lo que el paladín miraba con tanta insistencia! Su rostro ardía de vergüenza mientras intentaba infructuosamente cubrir semejante mutación.
- ¡Deja de mirarme! - le gritó al rubio guerrero llevándose las manos alternativamente de la cara al trasero. Tal era su desesperación que la joven rompió a llorar, y entre sollozos, todos pudieron oír lo que parecía una oración.

¿Comida? dice Obelus mientras señala la dirección donde está el círculo druídico, esperando a que el resto se pusiese en marcha junto a él.

El ulfen no era una persona avispada en su estado de base, pero la merma sufrida a expensas del ritual drúidico, estaba afectando ostensiblemente en la humanidad de Obelus. Tras unos instantes, en los cuales Gudrid se horrorizó de la terrible mutación que surgió de la zona caudal de su cuerpo, el grupo prosiguió la marcha. No había tiempo que perder, pues además de temer por la integridad de todas las personas que vivían cerca de Briar Henge, los pathfinders no podían sacarse de la cabeza que tarde o temprano deberían enfrentarse a un Obelus bestial y desatado... Y eso era mejor no vivirlo...

Tras caminar durante un buen trecho, llegaron hasta una cañada algo más amplia. A medida que avanzabauas de un, el ruido de las aguas de un arroyo se hacía más patente. 

Finalmente llegaron hasta un río no excesivamente ancho pero que parecía ser profundo. Por suerte para ellos, tres troncos de árbol, se concentraban en su punto más estrecho a modo de puente improvisado. Atravesar sobre ellos no parecía una tarea demasiado difícil... 

Satinder, que era agil y sabía moverse bien por aquel terreno, se adelantó entre el grupo hasta el puente improvisado por troncos de árbol con el fin de observarlos mejor.

- La verdad es que estos troncos no parecen demasiado seguros... - dijo mirando de reojo al corpulento ulfen, cuyo peso probablemente podría romper por la mitad la madera de los troncos.
 

El arquero semielfo se acercó hasta la orilla y se agachó para mover el primer tronco que tenía ante él. A simple vista, el guerrero nirmathano pensó que aquellos maderos se zarandearían más que una hoja al viento, pero tras unos enérgicos tirones, los tablones no se desplazaron ni un dedo de la posición en la que estaban.

Un escrutinio más pausado del improvisado paso, permitió a Satinder observar los husos de ramas que mantenían los troncos inmóviles frente a la corriente del riachuelo. Aquello le hizo pensar que tal vez aquel paso fuera usado con frecuencia...

El tiempo le apremiaba. No podían perder ni un instante si querían acabar cuanto antes con la infección que empezaba a hacer mella al grupo de pathfinders. La última mácula consistía en una cola de zorra que le había salido a Gudrid, se sonrojó solo de pensar en el episodio vivido, si no fuera por la situación de urgencia que vivían el asunto tenía visos de hilaridad extrema.

Volviendo al presente, Elenzeran se encontraba ante un río con unos aparentes inestables troncos a modo de puente. Sin dudarlo el devoto de Iomedae se preparó para cruzar, no había tiempo que perder...

Vamos chicos, la Astilla Atávica ya ha causado demasiados males.

Durante todo el camino la muchacha no dejaba de preguntarse qué había hecho mal. ¿Por qué la castigaba de ese modo su señora?
Además era realmente incómodo, continuamente se veía obligada a tirar del bajo de la falda para evitar que se subiera demasiado con el bamboleo de la cola. Tenían que dar pronto con el origen de semejante mal.

Al cabo de un rato caminando llegaron al río y Elenzeran se dispuso a cruzar. Gudrid sentía un poco de miedo, pues temía que la estrecha pasarela cediese mientras cruzaban.
La joven se fijó bien en cómo pasaba el paladín y cuando hubo finalizado el trayecto, se dispuso a pasar ella.

Todos parecían tener clara la idea de cruzar por turnos. A pesar de que Satinder había explicado que los troncos estaban bien fijados, la prudencia del grupo de pathfinders seguía siendo de una exigencia altísima. Así fue como Elenzeran tomó la iniciativa de cruzar el primero. El paladín hizo un gesto para que todos esperaran mientras él llegaba a la otra orilla. 

Mientras el aasimar saltaba de un madero a otro, Gudrid se adelantó a la espera de que el paladín llegara sano y salvo al otro lado, pero de repente sucedió lo que nadie había tenido en cuenta...

El dosel de vegetal que conformaba la frondosa espesura sobre sus cabezas, comenzó a zarandearse mientras las hojas en su movimiento emitían un sonido de algo que se aproximaba a gran velocidad. Para cuando Elenzeran quiso darse cuenta, la hoja de un gran hacha se abalanzó sobre él en un tajo semicircular, mientra pendía de una gruesa soga. Aquel péndulo afilado, golpeó al paladín en su metálico pectoral y a punto estuvo de lanzarlo al riachuelo...

El bárbaro estaba ocupado mirando los pajarillos, pensando en como estarían después de cocinarlos, cuando de golpe un sonido metálico lo saca de su trance y se pone alerta, algo había atacado a...el tipo amable que le curó..rápidamente se quedo mirando alrededor para ver que había sido.

El arquero semielfo observó impasible como la gran hacha golpeaba al paladin de Iomedae hiriendolo de gravedad. Las prisas por recuperar la astilla atávica que tanto sufrimiento estaba provocando, incluyendo las peligrosas mutaciones en algunos miembros del grupo, estaban provocando que el grupo avanzase movido por la celeridad en vez de la prudencia.

Estaba claro que alguien no quería que nadie pasará por allí. Aquella era la viva prueba.

Gudrid ya se disponía a seguir el camino del rubio paladín cuando la hojarasca empezó a moverse y crujir.
De repente, la hoja de un hacha hizo acto de presencia con su cruel movimiento pendular, encontrando en su trayectoria el cuerpo de Elenzeran.
La sacerdotisa dejó escapar un grito de horror y su corazón se detuvo por unos instantes.
Tenía que ir a ayudarle.

Elenzeran cruzó de manera decidida aquella suerte de puente que conformaban aquellos troncos. A punto estaba de llegar a la otra orilla cuando un objeto metálico le golpeó en un costado. La fuerza del impacto casi le tiró al río y al inspeccionar el causante del golpe descubrió una gran hacha que había sido debidamente preparada para que cayese sobre aquel que cruzara por aquel paso. También se percató de la enorme herida que le había causado...

Pensando en la seguridad del resto de sus compañeros se giró rápidamente para advertirles de que no cruzaran antes de que pudieran descubrir si había más artilugios similares. Gudrid ya se empezaba a mover hacia los troncos...

Espera!!! Podría haber otras trampas iguales!!!

Los pathfinders actuaron con rapidez ante el desencadenamiento de la funesta trampa. Elenzeran había recibido un corte con muy mal aspecto, pero aun así, tuvo el razocinio suficiente para calmar el ímpetu de Gudrid. El paladín comenzaba a respirar el aroma de algo mucho peor que una trampa a modo de advertencia... ¡¿Quizás fuera...?! ¡¡Maldita sea!!

Cuando quiso reaccionar ya era demasiado tarde. De la superficie del agua que vadeaba el tronco donde se hallaba el aasimar, emergió un reptil de gran tamaño lanzando una terrible dentellada al paladín. Elenzeran intentó evitar el ataque de lo que parecía un cocodrilo, pero no fue lo suficientemente veloz como para esquivar los afilados dientes de aquella criatura. Las fauces del aligator se cerraron alrededor de la pierna del guerrero iomedita, y una explosión de dolor estalló en lo más profundo de su ser. Durante unos instantes, creyó que que ese condenado animal le había arrancado la pierna...

Justo cuando no podían empeorar las cosas, una flecha silbó entre la vegetación. El proyectil viajó rápido y con mala intención. Iba directo al cuello del paladín, pero cuando unos escasos metros separaban la flecha de Elenzeran, un pájaro se interpuso de forma accidental en la trayectoria de la misma. Una vez más la suerte sonrió al aasimar.

Ahora estaba claro. El peligro de aquel riachuelo no residían en los troncos que se usaban para superarlo. El verdadero peligro del río disparaba flechas cobijado tras la maleza.

La escena se desarrolló en apenas unos instantes. El paladín aún se tambaleaba por la herida recibida cuando un enorme reptil emergió del agua y le clavó una dentellada en la pierna. Por si fuera poco, todos pudieron ver cómo una atroz saeta surgía de la espesura en busca de la carne del rubio guerrero.

Gudrid sintió esas heridas en su propia piel. Todo su cuerpo se disponía a correr al encuentro de Elenzeran para calmar su dolor, pero su cabeza la obligó a parar. La pasarela era estrecha y ahí no haría más que estorbar. Era preferible que sus otros compañeros se encargasen de la terrible bestia.

Vio a Satinder junto a ella en una posición adelantada y le dijo: - ¿Puedes ver de dónde vienen los disparos?
No esperó respuesta, presta a ayudar al esforzado luchador embrazó su escudo para que aquél que tan cobardemente se escondía entre la maleza pudiera ver que allí se encontraba una fiel servidora de la Brillante Dama; y que ella cuidaba de los suyos.
Presentó pues su símbolo a modo de desafío y oró, y su voz sonó con la fuerza de mil incendios.

- ¡Elenzeran! ¡Escúchame bien! Iomedae cuida bien de su siervo, pero te aseguro que Sarenrae también vela por ti. ¡Sigue en pie! Mientras mi corazón siga latiendo, tú no caerás.

Del cuerpo de la joven sacerdotisa emanó una ráfaga de energía curativa que alcanzó a todos los que allí se encontraban, restañando las heridas de los que necesitasen curación.
La Flor del Amanecer nunca abandona a los que sufren.

El invocador había parecido ajeno, durante un día, al mundo que le rodeaba. La influencia de la Astilla Atávica pesaba sobre él. Pero ahora se encontraban en un nuevo peligro, y no se iba a dejar vencer tan fácilmente. Avanzó hasta la orilla del río mientras gritaba a Rampart:

 - ¡¡¡RAMPART!!! ¡¡¡AUXILÍA AL PALADÍN!!! - Aunque el grito no dejaba de tener un cierto vacile en la voz, ..., la influencia se dejaba notar, aunque Ewan tratase de concentrarse e impedir esa pérfida influencia.

Intentando que esta influencia no mermase su concentración, evocó uno de sus pequeños orbes ácidos y lo dirigió hacia el cocodrilo de grandes dimensiones que había emergido del río. Sin embargo, su orbe, aunque bien dirigido, se topó con una ola, producto de la agitación de las aguas por parte del cocodrilo, que diluyó el orbe antes de que pudiese impactar en el objetivo.

Nuevamente el grupo era objeto de asedio de enemigos, por si la trama del puente del río y el salvaje cocodrilo hambriento no hubiera sido suficiente flechas procedentes de tiradores ocultos acosaban al paladín.

Satinder descolgó su propio arco y con unos dedos tan agiles que eran casi impercetibles cuando se movian tensó la cuerda con una de las flechas y apuntó al cocodrilo que tanto daño podría causar al paladin de Iomedae. En aquellos momentos el semielfo sabía que en quien más podía confiar era en su arco, pues si sabía manejarlo bien sus flechas siempre harían el trabajo de cualquier guerrero sin ni siquiera ensuciarse las manos.

A pesar de las numerosas heridas recibidas el fiel servidor de Iomedae permaneció en pie, a duras penas pero en pie. Un trámite tan banal como el cruce de un río se había convertido en una celada demasiado peligrosa para parecer casual... Los enemigos se multiplicaban.

De pronto sintió el calor de la arenga de Gudrid, y después la energía curativa restañó parte de sus heridas. Tenía que seguir luchando, dio un paso hacia la otra orilla, desenfundó su enorme mandoble y descargó su hierro sobre la reptiloide criatura.

La energía vigorizante de Gudrid fue bien recibida por el paladín aasimar, que se tambaleaba en el tronco tras un par de pérfidos ataques. Por suerte, la puntería de Satinder parecía estar de dulce y uno de sus proyectiles se hundió en la dura piel del reptil. A pesar de eso, el animal continuaba vivo y seguía siendo una poderosa amenaza.

Elenzeran alzó su mandoble y lo descargó en una maniobra con la cual, esperaba derrotar de una vez por todas al animal. Pero era demasiado duro. La hoja del iomedita apenas pudo atravesar la correosa y pétrea piel del cocodrilo. 

La manifestación extraplanar de oso blanco, con extrañas protuberancias azules iridiscentes, se acercó hasta la posición de Elenzeran, atravesando el tronco, y descargó un bocado sobre el impresionante cocodrilo, acompañando este de un ronco, profundo e impresionante rugido.

Rampart acudió al auxilio del guerrero sagrado. Ewan dominaba la voluntad de aquella criatura astral similar a un oso y le había rogado que se lanzara al combate. El oso extraplanar avanzó por los troncos saltando con precisión de uno a otro. Finalmente llegó hasta uno que le permitía incordiar al desmesurado reptil. Sin pensarlo, lanzó una potente dentellada que se hundió en la endurecida piel del animal, pero aun así, el animal no tenía excesivas intenciones de declinar...

En esta ocasión, Elenzeran no estuvo tan afortunado, y mientras festejaba que Rampart hubiera herido al peligroso cocodrilo, una nueva flecha volvió a silbar hincándose en uno de sus brazos... El dolor era insostenible, si perdía el equilibrio se hundiría en aquel cauce sin remisión.

Ahora ya podía ver a la mente que había gestado toda aquella celada. Se trataba de una semielfa acomodada entre la maleza con su letal arco largo compuesto. Era tan bella como perniciosa... 

El paladín arrancó la flecha de su brazo y pudo observar que la punta del proyectil estaba fabricada a partir de plata ¡¿Acaso pensaba que eran licántropos?!