Partida Rol por web

Declara ya si quieres. Esperaremos la actuación de Antonio y automáicamente actúa luego tu.

Creyendose en ventaja, Manuel aprovecha a dar un hachazo más fuerte que el anterior esperando ser más dañino. O directamente, letal.

Envalentonado por la torpeza del ser al haberse caído al suelo, se cree capaz de seguir esquivándole como hasta ahora, por lo que vuelve a atacarle, aún con el hacha, pero ésta vez falla. 

 Antonio, como los animales acorralados, se lanzo al ataque. Sabía que eran pocas las posibilidades que tenía de hacer algo contra la criatura pero los nervios le vencieron. Si al menos tuviese tiempo para realizar un ritual...

 En aquel momento, vi como maese Antonio se lanzó torpemente a intentar herir a aquella horrenda criatura con su filo, pero el esfuerzo no sirvió más que para demostrar que, a pesar de intentarlo con ahínco, a veces sólo con la intención no basta.

 Entonces me lancé al ataque contra aquel bicho surgido de las pesadillas más horribles, interponiéndome entre él y mi compañero de viaje.

 - ¡ATRÁS MAESE ANTONIO! ESTA CRIATURA PODRÍA DESTROZAROS - Gritando esto descargué una estocada contra el ser sin brazos, en su pecho y penetrando hasta las entrañas de aquel nefasto ser.

 - PODRÍA VOLVERSE INVISIBLE Y HECHIZARNOS CON SU CANTO, ES UN COLACHO - Continué gritando. Y pensé que la mejor manera de evitar escuchar el canto de aquel engendro era sumirme en mis propios gritos, que además podrían atraer la ayuda de los demás compañeros, si andasen cerca.

 Me situé en guardia tras propinar la estocada y esperé el envite del ser de pesadilla, gritando como si anduviera poseso, pero un grito lleno de ira, al pensar que aquella bestia inmunda pudiera ser la responsable del rapto de los chiquillos.

 - ¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHH!

Antonio puso su vida en peligro lanzándose torpemente. No es que esto siempre fuera asi, sino que, seguramente, el temor por la betia y  la oscuridad del bosque le hicieron fallar. No obstante, allí estaba Álvar, embistiendo a la bestia mientras se interponía entre su compañero y ésta, a la cual le propinó un tremendo tajazo con su espada a la altura del pecho, casi en su cuello...

El golpe fue brutal. Vísteis hundirse casi todo el ancho del filo en su pecho, mientras emitía un alarido de dolor infernal... No obstante, la criatura parecía crecerse, abría el picho y en un salto espectacular se lanzaba contra cada uno de vosotros.

La criatura ataca y ataca (1 ataque a cada uno).

Ésta se abalanza sobre Álvar, concretamente contra su pierna para picoteársela. Álvar nota sus cuernos, el pelaje y el tintineo del pico contra sus ropas. Sin embargo, no consigue herirle y sale rebotado hacia atrás, por lo que no tiene tiempo de coger impulso y agarra bien a Antonio con esas horribles uñas, retorciéndole el abdomen..., su gruesa ropa, de poca protección, no impide propinarle un daño importante, terrible. ¡¡Veis como sus uñas son incrustadas totalmente en la barriga del alquimista y éste se retuerce en un dolor terrible y en un grito absolutamente demoledor!!

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Sin embargo el ataque de las garras hubiera ocurrido en realidad de no ser por la enorme suerte de Antonio, que logra esquivar el ataque (leer la aclaración más abajo) ;)

Noguera barre literalmente el aire con su hacha y le propina un golpe tremendo en el pecho con su hacha, clavándole el filo con gran precisión. La criatura emite un alarido tremendo, se contonea torpemente y de un enorme salto se eleva hasta la copa de un árbol, desde el cual propina otro salto hacia el vacio, la oscuridad del bosque... perdiéndose entre él... la criatura ha huido.

El bosque seguía igual de cerrado, igual de tenebroso. En esos momentos escuchabas un tintineo de espadas no muy lejos de alli.

 Antonio gritó de dolor mientras caia al suelo. Notaba la sangre, calida, derramarse por su piel mojando sus ropas. Por suerte Alvar estaba allí para ayudarlo, pero de no ser por él, el viejo sabá que habría muerto a manos de la criatura y hubiera acabado siendo su alimento. ¡Que estupido había sido al lanzarse asi contra la bestia! Antonio se arrastró por el suelo para alejarse un poco de la criatura y trató de ponerse en pie. Cuando lo consiguió se quedó observando la pelea para buscar el momento preciso en el que poder asestarle un golpe fatal a la criatura, si no ayudaba a Alvar quizas ninguno saliese del bosque...

El vuelo se alejaba como un pequeño tintineo. Un rugido de espadas y cortes no muy lejos de allí llegaba a tus oídos.

Antonio, logró incorporarse pero un dolor atenazante le impedía respirar. Las heridas, ademas de la tos convertían cada aliento en una tortura. Las ropas, se le pegaban al cuerpo con la sangre, que no cesaba de manar. Ayudar a Alvar ocupaba su mente, pero esta quedaba adormecida por el dolor y la perdida de sangre.

En lugar de empuñar la espada, agarró con fuerza el medallón y empezó a musitar unas palabras. Casi un rezo, pese a que el pequeño medallón era pagano. Un simple detalle que podía costarle la vida en cualquier parte, pero que ahora carecía de importancia pues un cálido aliento de vida volvía a su cuerpo, las heridas ya no dolían tanto y la vista ya no estaba nublada. Incluso la tos parecía haber menguado.

Cuando vi a maese Antonio gravemente herido, comprendí que sólo estaba yo entre él y la bestia. Era lo único que separaba a mi compañero de viaje de una muerte segura... si no es que fuera ya demasiado tarde y ya la hubiera encontrado su fin con la mortífera embestida que aquel ser inmundo. Al tiempo que ataqué con temple y decisión, grité sin contención, para liberar mi ira y rabia junto con el golpe de mi espada.

- ¡MUERDE EL POLVO, SER INFERNAL! ¡PRUEBA EL SABOR DE ESTE BIEN TEMPLADO ACERO!

Acerté la estocada en aquella cabeza de pesadilla, golpeando fuertemente, entre el pico y los cuernos. Me preparé entonces para la reacción rabiosa de la criatura, pues no dudé que el golpe le habría hecho verdadero daño. Mi principal preocupación era evitar que pretendiera acabar con maese Antonio, así que procuré por todos mis medios, interponerme entre él y el ser.

El "zarpazo" del noble Álvar fue tremendo; le asestó un tremendo corte sobre la cabeza, hundiendo el acerco desde arriba hasta abajo. Aún en medio de la noche pudísteis ver cómo Álvar le había destrozado el cráneo con un corte recto y oblicuo, pero aquella bestia con alas seguía "coleando".

Un grito de dolor, seguido de tantos otros y un avance sin vuelo posible mostraba aquella cosa. Iba de un lado para otro con sus garras clavándolas en la tierra, como un polluelo que todavía no sabe volar y pretende imitar a sus padres, siendo posible únicamente casi arrastrarse. Nuevos gritos de dolor. Terribles. Jamás habíais oído nada semejante; el demonio mismo habitaba en esa criatura ¡qué aberración! ¡Qué escena!

Álvar y Antonio respiraban, tomando aire profundamente mientras veían retorcerse al ente y mientras intentaba escapar entre los árboles con un paso ridículo y muy malherido. Un rastro dejaba en la hierba... ¿sangre? Bueno..., sangre maldita, más bien...

En esos momentos, escuchásteis un chasquido, un: BZZZZZZZZZZZZZZ.... CHACK!!!! Dicho chasquido estuvo precedido por un zumbido cortante en el aire. Era una flecha. Vísteis como desde la oscuridad una flecha recorrió el espacio entre vosotros y el colacho, y se internó justo en el trozo de cabeza que aún seguía unida a su cuerpo. El ser gritó por última vez hasta precipitarse en el suelo con sus alas abietas, pereciendo finalmente y de una forma limpia tras una breve agonía de espada. Acto seguido apareció Antón con su arco en la mano.

Mi se.... Mi señor Noguera... -entré en el claro gritando una vez que vi a esa cosa perecer- Creo que... ¿eh...? ¿do...dónde está?

Vi a don Álvar y a don Antonio, pero no a mi amo.

¿Que ha pasado aquí, mis señores? -les pregunté. ¿Dónde está don Noguera? ¿No está con vuesas mercedes?

Entre resuellos, Antonio se guardó de mostrar el medallón antes de contestar.

-No hijo, no estamos con Nogera. Estabamos buscando por este lado del bosque cuando esa criatura de satán nos atacó-de nuevo la tos producida por la agitación interrumpió las palabras de Antonio.

- ¡Certero disparo, Antón! - Exclamé exultante al ver que habíamos conseguido abatir a la bestia. La flecha de Antón fue la puntilla que, como mínimo, evitó que el ser inmundo huyera e intentara algún diabólico ardid.

Miré unos instantes mi espada, manchada de aquella sangre putrefacta. 

En seguida me dirigí a maese Antonio, pues malherido como estaba pudiera necesitar de cuidados. Mientras me arrodillé donde él estaba echado, aproveché para limpiar la sangre del filo contra las hierbas y matojos de alrededor.

- Válgame Dios, maese Antonio, estáis malherido. - A penas distinguía sus heridas, pues en la negrura de la noche no era capaz de distinguir mucho más que manchas de sangre empapando sus ropas.

Dirigiéndome nuevamente al sirviente de don Noguera, le espeté:

- ¿Dónde están los demás, Antón? ¿Qué hay de don Noguera? ¿Y Lucio? ¿Y el moro*?