Partida Rol por web

— ¿Y ahora que pasa? — Me giro hacía la puerta al ver como Emetrio y Manciego parecen haber oído algo. — ¿Que sucede? — pregunto, mirando a uno y luego al otro. Veo como Manciego sale de la sala en busca de alguien.

Fulmino con la mirada a la moza y dirigiéndome a Osván con rostro severo y dureza en tono, digo — ni te muevas judío, no me gustaría tener que atravesarte con mi espada y que mueras por un mal entendido, así que, si aprecias tu vida lo mas mínimo, quédate quieto y no se te ocurra mover ni las pestañas, ¿entendido? — vuelvo la mirada hacia la puerta y salgo detrás de Manciego. — Estate atento, y no dudes cuando llegue el momento pues Satanás intentara confundirnos— le digo a Emetrio al pasar junto a el. 

Osván no respondió a la joven Nieus ante su pregunta. Tan sólo cuando le desató, para sorpresa del propio converso, se levantó y le dijo que se había referido a que llevaba mucho tiempo como siervo de don Osván, tal vez el que más de todo su castillo, pues casi siendo niño ya le conocía. El caso es que a Emetrio ninguna gracia le hizo que la curandera soltara al tipo, aunque en la naturaleza de la joven estuviera el ayudar más que el no hacerlo. Aún cerciorado de las maldades de Osván, el de Ribadena calló un instante, y luego preguntó ante la llegada de alguien. Manciego supo que era un hombre, y que pedía ayuda, y también preguntó por el nuevo allegado a voz limpia. Finalmente, el caballero Fernán instó con claridad a Osván a que no moviera ningún músculo hasta averiguar qué ocurría entonces con el que llegaba.

Y estando todos vosotros mirando a la puerta, que vísteis aparecer, iluminado por el resplandor verdoso del fuego esmeralda, a un tipo de rubios cabellos, largos y rizados, que llevaba una manta como protección y su pelo y hombros cubiertos de nieve. Su cara estaba blanca como la leche, pues estaba agotado tras haber estado bajo la ventisca.

Hol...la, sss,sss, señores -dijo sin mirar muy bien a quienes tenía delante, osea, vosotros, pues estábais levemente iluminados. Su voz tiritaba aún por el frío-. Bb... Bendito sea este lugar -añadió-. Creí que moríría, creía que me congelaba. Estas montañas son un inf, infierno -el tipo entendió que vosotros también os estábais refugiando de la nieve, que aún caía fuerte-. Mi nombre es... Rode, Rode-... ¿eh? -entonces se fijó en la hoguera con llamas verdes, casi azuladas, quedándose perplejo-. ...derigo. Roderigo -terminó de decir, atendiendo más a la hoguera que a presentarse-. ¿Qué está... pasando aquí? -el sujeto, de unos veinte o veintitrés años, aún se apretaba en su manta, pero os miraba algo extrañado. Ésto... si que es extraño... y no lo que he visto ahí fuera -aún no se había percatado, claro está, de los esgrafiados de las paredes, que aunque eran terroríficos, ya no se movían desde hacía minutos-.

Roderigo no llevaba nada consigo, ni animal, ni zurró ni nada; tan sólo sus prendas y esa manta que estaba impregnada en su totalidad de nieve helada.

Ya sabía la joven curandera de que Emetrio no estaba satisfecho con sus actuaciones, recriminando a Nieus de que soltara a Osván, el hombre al que le asignaba todos los males de aquella ermita y de su señor Don Álvar. Por otro lado la mirada tajante de Fernán de Pitanzos indicó a la moza que su comportamiento había estado fuera de lugar, y ella, sumisa en aquel instante por su condición de inferioridad, bajó la mirada, entendiendo que el caballero se contenía en no volcar contra ella su severidad, y es que habían otras cuestiones a las que atender. Había alguien fuera.

Manciego pedía silencio y ella no habló. Miraba hacia la puerta mientras el judío ni se meneaba, pobre de él si lo hiciera, mientras los varones de la estancia solicitaban a través de la puerta de la ermita que quien andase por los exteriores del lugar se presentase ante los congregados, apareciendo entonces un hombre con cabellos rubios, largos y rizados, y la piel pálida como la de un fantasma.

El recién allegado se llamaba Roderigo y balbuceaba, quizás por el frío o puede que por el estupor que debiera proporcionar aquel escenario donde un fuego de verde color refulgía con extraña coloración.

- ¿Quién sois vos que se aventura en noche de ventisca a las montañas nevadas sin zurrón, acémila o mayor posesión que su propia persona?... - preguntó Nieus claramente desconfiada y sorprendida, pensando que quizás el joven extraño había sido atacado por bandidos, pero.... ¿quién sería tan loco como para hacer pillaje en aquellas cordilleras?... No, no debía ser necia, no era normal la presencia de Roderigo, como tampoco era normal nada de lo que allí sucedía -... Esta ermita no está bendita, el fuego es verde, las paredes escupen sangre y los viajeros que a ella llegan como vos sois, está rodeado de un halo de magia oscura e irracional... Tendréis que explicar vuestra procedencia, si al señor de Pitanzos le parece bien exigiros las palabras que expliquen vuestra aparición... - dijo la joven cediendo la concesión al varón de mayor rango, intentando congraciarse en parte con él, pues su mirada severa la llevaba clavada, estaba claro que la mujer temía que hubieran enfados o discusiones entre ellos, si querían salir indemnes de aquella aventura, debían llevarse bien y colaborar entre todos.

El temeroso Emetrio  retrocedió ante la llegada del desconocido , intentando alejarse sin el ojo quita al recién llegado y al blasfemos judío, pero entre la llamas verdad, las blasfemas imágenes y aquellos sospechosos se veia rodeado por la maldad.

-Atras maldito demonio, alejaros de nuestras almas fieles - le soltó al recién llegado

-Acabe con ellos Don Fernan, son impíos demonios que arrastrarnos al infierno pretenden, es imposible transitar sin lumbre ni equipaje los caminos de la montaña , el blasfemo judío los ha llamado hallandose perdido ante nosotros- tras esto escupió hacia el judío con odio.
 

Era bastante raro que con aquel tiempo alguien atreviérase a cruzar por esos peligrosos caminos, pero al fin y al cabo nosotros también nos habíamos arriesgado a una aventura acuciados por la necesidad de la familia de don Álvar. Por ese motivo no entendía la reacción de mis compañeros, recriminando e incluso exigiendo Emetrio dar muerte al recién llegado. ¿Acaso se habían vuelto locos todos? De acuerdo que lo que estábamos viviendo pondría de los nervios hasta al ser más sereno y que las brujerías y acciones diabólicas que estábamos presenciando sólo podían ser obra del maligno, pero pretender ver al extraño llamado Roderigo como un demonio, hasta ahí podíamos llegar.

—¿Qué os trae por estos caminos con semejante tormenta? —Intenté preguntar con una calma que estaba muy lejos de sentir, pues la luz de las llamas verdes a mis espaldas daban un halo bastante aterrador al lugar—. Si buscais refugio creo que aquí no lo vais a encontrar pues nos encontramos sumergidos en una serie de inexplicables hechos que nos traen con los pelos de punta. Mas, acabáis de decirnos que vos también habéis sufrido alguna visión ahí fuera. Contadnos por favor, quizás así podamos entender qué mal afecta a este lugar.

Quizás no fuera yo el más indicado para poner un poco de orden en la escena, de hecho no recordaba haber hablado tanto seguido desde que me había visto obligado a realizar la misión, pero si perdíamos más los nervios con todo lo que estábamos viendo y sintiendo, acabaríamos todos locos y recelosos hasta acabar matándonos los unos a los otros.

Todo es tan extraño en este lugar, que hace perder los nervios con demasiada presteza. Esas impías figuras, llorando sangre y moviéndose en las bóvedas, más luego, el fuego fantasmagórico, y ahora un caminante solitario y misterioso en medio de la ventisca, me ha dejado mal cuerpo y algo aturdido. Veo a mis compañeros alterados y confusos, algo normal, pues yo mismo, incluso con mi excelente, entrenado y más que demostrado temple, encuentrome un tanto desorientado, con tal manifestación demoníaca y tan burda brujería. 

Hemos de calmarnos si queremos sobrevivir a semejante infamia. Nuestro enemigo no es otro, sino el mismísimo Lucifer, si consigue que reine el caos, seremos pasto de demonios en menos de lo que un gallo canta. Cierto es y bien sabido por todos, que el diablo adopta muchas formas y desconfiar puede la vida de uno salvar, pero solo en plenitud de sentidos podre desenmascarar tal amenaza. Así pues repongome de lo acontecido, al mismo tiempo que compruebo como Manciego, el cazador, intenta poner orden, y recibe al recién llegado con una gran demostración de diplomacia y sobriedad. "Bien Manciego" pienso con algo de alivio tras comprobar que todavía queda en el grupo un mínimo de sensatez.

Me yergo tanto como puedo, quedándome lo mas gallardo posible en tales circunstancias. — Mi nombre es Fernán de Pitanzos, caballero de la orden de Calatraba y protector de los pueblos cristianos — Digo mirando a Roderigo, fijamente a los ojos, buscando en ellos el mas mínimo atisbo de mal alguno, mentiras, o demás intenciones dudosas, o reacciones extrañas. — Contadnos, si, por favor, ¿a que os referís con esos hechos extraños de los que has sido testigo?, aquí como puedes ver, también estamos sufriendo sucesos de difícil explicación. — Hago una pausa, mientras miro las verdes llamas — Me temo que estamos algo nerviosos, así que, cuanto antes escuchemos su historia, antes podremos empezar a calmarnos. Siento que nuestros modales no sean los más adecuados, pero en esta situación que nos encontramos, toda precaución me parece poca — quitome del cuello la cruz de ébano y enrróllola en la mano, dejándola visible para aquel extraño. Prosigo — Bien Roderigo, si es tan amable, ardo en deseos de escucharle, ¿de donde viene?, ¿a donde va?, ¿que ocurrió ahí fuera? — 

La condensada pero exacta explicación que Nieus otorgó a Roderigo fue suficiente como para que levantara las cejas (que aún las sentía) por el estupor de tales palabras. Si ya de por sí era extraño y desolador un lugar en ruinas en medio de la noche, imagínense vuestras mercedes el aderezarlo con tamaños condimentos. Antes de poder decir nada, Emetrio escupió un bonito apelativo al recién llegado, y es que el joven criado no confiaba, a priori, de su presencia. Osván volvió a mirar mal al de Ribadena tras el escupitajo; incluso le parecía que aquella extrañas visiones de la pared y el fuego hubiesen afectado demasiado a Emetrio. Pareció que el cazador estaba más calmado, y reprodujo las palabras de la curandera con una mayor objetividad, aunque tal buena descripción no sirviera para calmar los ánimos a Roderigo, ya que se había percatado de que algo (o todo) no iba muy bien allí dentro. Después, las últimas palabras, que eran las del caballero Fernán, parecieron dar cierta calma al allegado, tanto por quien era (un siervo devoto de Dios), como porque parecía el único que le daba voto de confianza directo para explicarse.

Soy buhonero, natural de Muel, allá muy lejos -eso era en el Reino de Aragón-, e iba desde Puente Pumar hasta Lombraña -ese era el pueblito más cercano a Tabledo, la aldea de vuestro señor don Álvar-; bueno, y antes de Santa Olalla a Puente Pumar, y también a otros tantos parajes. Pero en mitad de la montaña, hace ya -y se puso a pensar-, unas cuantas horas, que unos bandidos me atacaron. Bueno, nos atacaron. Mi hermano Julián, que no es mi hermano -aclaraba-, sino un buen amigo, que sucumbió en el filo de esos "hidelagranputas". Que eran bandidos y uno más que nosotros, y le cosieron a puñadas. Yo pude escapar, y Dios me dio buenas piernas para ello. Pero... ¡eh!, que no nevaba, nada de eso, ni tormenta ni ventisca, ni nada. Era media mañana,el sol aún arriba, y cuando mis piernas iban ascendiendo el monte un mal golpe debí darme -el tipo se inclinó, se descolocó los cabellos y pudísteis ver una gran pitera bajo sus rizos, aún sangrante-. Y luego, ni asno, ni alforjas, ni zurrón, ni mercancía. El Trigo, el cordel y la madre que los parió, ¡que lo perdí todo! Cuando desperté, ya les digo, era por la tarde, o eso creí, pues ya sí había ventisca, y me andaba yo por este paraje. Dios no sé que ha podido ver en mí, pero gracia me ha hecho en encontrar este sitio: sin más bandidos, que no sé qué hizo con ellos, sin mi amigo, y sin los objetos del mio oficio. Pero ahora me dicen todos vos que este lugar es como el infierno... ¡Menudo día! -dijo, como maldiciendo su suerte-. ¡Ah, si! -entonces miró a Emetrio-, que yo demonio no soy, joven, que lo único que hago aquí es buscar refugio, y también os digo que ahí fuera, a no muchas varas de aquí había un tipo desnudo en medio de la nieve. ¡Os lo juro, con perdón! -mirando al caballero-. No encontré razón alguna, pensándolo mientras creía que la ventisca me llevaba, de cómo diantres alguien podía hacer escaramuza bajo la nieve, con este frío, sin helársele la piel, los huesos y las nobles partes. O un loco o un destartalado. Muy alejado estaba, y lo perdí de vista. Sino, le hubiera preguntado.

Prepárate vos, señor Roderigo -decía Osván ahora, con el apelativo de señor no porque lo viera de buena alcurnia, sino por la educación de acabarlo de conocer-, que ahora te volverán a llamar improperios, sino te atan a uno poste o columna.

La verdad es que Osván estaba molesto, muy molesto por vuestro trato hacia él.

Escudriño escrupulosamente al recién llegado, no me fío de nadie a estas alturas, pero ciertamente que tras un exhaustivo examen visual, no hallo en él sospecha alguna.  No reacciona ante la cruz de extrañas maneras, así que, dudo que demonio sea. Aun así prudencia tengo, pues no esta de mas, y no termina de gustarme su historia,  — Un hombre desnudo, dices — digo con incredulidad — Si eso fuera cierto, ya estará muerto el pobre desgraciado, con semejante clima no sobrevivirá ahí fuera ni un minuto más, y eso sin contar a lobos y demás cosas que puedase encontrar. — jugueteo con la cruz en mi mano — Claro que a la vista de los recientes acontecimientos de extrañas condiciones, no se puede asegurar que sea un hombre de carne y hueso, sino mas bien podría tratarse de una alucinación por vuestra parte, cosa no tan extraña dadas las circunstancias, aunque, ya no se que pensar acerca de fantasmas y seres viles después desta noche, y lo más sabio sería no descartar nada en absoluto, hasta que todo esto halla acabado. 

Me giro hacía el judío y vuelvo a señalarlo con la espada — Cállate o yo mismo te arrojare a las llamas, no volveré a advertirte — escupo las palabras con absoluta hostilidad.

Nieus escuchaba las palabras del buhonero, creyendo sus palabras por supuesto. A pesar de que fuera extraño de que alguien pudiese hacer negocios por allí, y que tuviera la mala fortuna de ser atacado por bandidos, a veces la realidad superaba el mito y se cumplían situaciones totalmente fuera de toda probabilidad.

Lástima sintió la joven cuando Roderigo comentó que lo había perdido todo. No sería la primera persona que perdía sus más valiosas posesiones en el invierno, estando condenado a morirse de hambre por inanición. Pocos remontaban a veces ante tales desdichas.

Lo que realmente le sorprendió fue que hubiera un hombre tirado desnudo en medio de la nieve. ¿Cómo era eso?... Aquellas afirmaciones eran extrañas pero la mujer no tenía motivos para no creer en él, al fin y al cabo tras haber mostrado un golpe en la cabeza parecía mantener su sesera intacta, algo que no parecía compartir el señor de Pitanzos, pues el buhonero podría haber pensado cosas que realmente no sucedían.

Osván por su parte, rencoroso, hizo unos comentarios con acritud ante las actuaciones de los sirvientes de Don Álvar, provocando que la joven curandera le dedicara unas palabras.

- No tenemos porqué atar a nadie más...., ni faltar al respeto de los aquí congregados... El miedo nos supera y el escaso descanso hace que quizás estemos más sensibles que.... - la orden de Don Pitanzos hacia Osván, tan dura y severa provocó que hasta la misma muchacha se callara, y es que no estaba el horno para muchos bollos.

Nieus quedó pensativa unos instantes. Por un lado sucedían cosas malignas en aquella ermita. Por otro lado había llegado un extraño del que nada sabían, pero tenía algo claro que comunicó a sus compañeros de viaje:

- No debemos salir de aquí pase lo que pase. Aún haya un hombre en la ventisca, a pesar de que los acontecimientos de esta noche nos impida conciliar el sueño... Compartamos con Roderigo nuestro fuego, como todo buen cristiano haría mientras le curo la herida de la cabeza, la cual no tiene un aspecto particularmente bueno... - asevera la mujer tomando de la mano a Roderigo y acercándole al fuego, observando el golpe y sacando de su alforja las hierbas y vendas necesarias para mejorar su situación. Actuando como siempre de manera dulce y atenta, aunque por algún motivo, quizás por el miedo, provocó que no estuviera demasiado atenta, metiendo el dedo en la herida, literalmente, causándole dolor a Roderigo, el cual podría maldecirle en latín y en idioma vulgar de los campesinos.

Emetrio escuchaba las escusas del buhonero con escepticismo, pero no tenia manera de demostrar que sus sospechas no eran erradas - Yo no confio en tal historia, hombres desnudos en la nieve  y asaltos en la montaña, lo cual pareciese muy oportuno para justificar su llegada y desviar las malos ojos- tras esto  Emetrio se agacho donde estaba sin soltar el Bordón-  me quedare aqui y no quitare el ojo de vuestras personas, si alguno trata de volver a invocar el mal sobre nosotros , ni la buena espada de Don Fernan podra salvaros de tomarme la justicia divina por mi mano en nombre de dios, nuestro señor.

Aquella historia no tenía nada de especial, pues muchos eran los que en base a su desconocimiento se adentraban por aquellos caminos de montaña que, siendo traicioneros como eran sobre todo con aquel tiempo, cogían desprevenido al caminante insensato que se atrevía a emprender viaje. Y un buhonero tenía que viajar de aldea en aldea si quería comer caliente.

Lo que sí me resultó más sorprendente, aunque no debería después de todo lo que habíamos visto en la ermita esa noche, y aún seguíamos viendo pues las llamas continuaban danzando con esos tonos verdosos tan inquietantes, era escuchar lo del hombre desnudo en la nieve. Un loco sin lugar a dudas o un adorador del mismísimo diablo, pues a esos les gustaba andar en cueros por el mundo sin importarles las inclemencias del tiempo, no en vano estaban protegidos por el mismísimo Satanás.

—¿Pudisteis ver al tipo? —Pregunté, pues una idea empezaba a rondarme por la cabeza que no me gustaba lo más mínimo—. ¿Era viejo o joven? —Sólo esperaba que aquel al que andábamos buscando, y debido a la soledad de aquellos parajes, no se hubiera vuelto loco de repente y ahora anduviera triscando por la nieve buscando a saber el qué.

Observé a la moza cómo intentaba curar la herida del recién llegado, aunque en esa ocasión no parecía tener demasiada suerte en su intento demostrándome, una vez más, que el influjo de ese maldito lugar al que habíamos llegado tocaba incluso las dulces manos de la curandera.

—¿Y lobos? ¿Habéis encontrado lobos? —Quise enterarme yo de esa cuestión pues, si los lobos no rondaban fuera, quizás era mejor pasar frío a la intemperie que quedarnos en un lugar maldito como estaba resultando ser la ermita.

Todos seguíais extrañados por la situación que estábais viviendo, y por la llegada de aquel buhonero, cuya historia era cuanto menos extraña, pero que también era raro que mintiera con toda aquella escarcha sobre sus cabellos y la manta en la que se abrigaba. El caso es que el único que se percató entre aquella palabrería de un nuevo posible evento fue el cazador Manciego. Su oído de cazador le alertó, y alertó con él a todo el grupo. Escuchó unos pasos en el exterior de la ermita, como alguien caminando. Y así se lo hizo saber a sus compañeros. Percibía pasos, aquí y allá, pero cada vez más cerca, es como si alguien se aproximara pisando el gran tomo de nieve acumulada fuera. Pisaba, andaba, volvía; pisaba, pisaba, ¡corría! ¡Corría y corría! ¡Y venía! Todos os pusísteis en guardia, pues ahora todos oíais aquellas zancadas. ¡Alguien se aproximaba! ¡Algo iba a penetrar en la ermita maldita!

Un gran impacto hizo penetrar en el interior de la ermita a una figura alta, desnuda, y de piel rojiza. Parecía un hombre, pero sus ojos refulgían blancos como la nieve, y eran brillantes como el sol del mediodía; en su cabeza dos protuberancias sobreslían, como cuernos de carneros aún pequeños, y en su espalda una espina dorsal llena de salientes le hacían un aspecto terrorífico, ¡era un demonio! Al final iba a tener razón Roderigo, y tal vez aquella figura avernal fuera lo que vió.

¡La madre que me parió! ¡Es el Mal! -espetó Roderigo mientras se daba cuenta, al tiempo que vosotros, de la maldad infernal de aquel lugar-.

¡GRAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA! -rugió aquel ser refulgente-. Y el fuego de la hoguera se avivó mucho más en aún lenguas de esmeralda-. Entonces se lanzó contra Osván.