Partida Rol por web

Apenas un parpadeo y, sin darme cuenta, estábamos encarados a una manada de huargos. Parece ser que estoy perdiendo facultades, o puede que este no sea el terreno en el que mejor me muevo, o, simplemente, que ir con todos ellos hace que esté menos atento al terreno y más a ellos. Sea como sea, no me he dado cuenta del asalto.

Pero la mayoría de los que me acompañan si lo han hecho. Prestos se han decidido a lanzar sus conjuros, tras el primer ataque de los animales, que han acabado con la vida de nuestro guía. Maldita sea, ahora me tocará a mí moverme por unas tierras que no conozco sin nadie que me ayude en el caso de desorientarme.

-Vaya, impresionante -adulo a mis acompañantes en su despliegue de magia. Muchos de ellos han lanzado algún conjuro contra las bestias, algunos con más éxito que otros, y yo no sé que hacer. No me parece bien dañar a una criatura que sólo está defendiendo su territorio, en el que nosotros nos hemos metido sin más. Yo sé bien lo que es eso-.

Me limito a esperar la respuesta de los huargos a la magia. Y ahora que los he visto, estoy en guardia por lo que pueda pasar. No veo necesario gastar las energías con un enemigo que está derrotado.

Reaccionando algo más lento que los demás (por estar concentrado en qué decirle a Papagena, principalmente), finalmente me doy cuenta del ataque mientras los demás ya comenzaban a lanzar sus hechizos, así que analizando con velocidad la situación me preparo para atrapar a los animales con la tierra húmeda de la zona, más fácil de moldear para el hechizo. Como fuese, no tardo en concentrarme lo suficiente como para hacerlo, y comienzo a recitar con velocidad con unos gestos que parecieran infrecuentes, tejiendo la magia de varios conjuros en el tiempo que costaría realizar uno solo para la mayoría de magos, hago que la tierra se alce en manos que atrapan las patas de varios huargos antes de endurecerse.

El hechizo de llamas que voló antes que el mío me hizo pensar en mi pasado y eso me hizo chasquear ligeramente la lengua, por lo que tuve que mirar dos veces para asegurarme de hasta qué punto mis hechizos habían tenido efecto. Psch. Que ganas tan despreciables de matar a los animales. Pienso, realmente asqueado por los recuerdos que me provocaba, no propiamente por el arte ni la intención.

Armand observó como los huargos atacaban al grupo, y antes que pudiera siquiera reaccionar todo se desmoronó a su alrededor. Vio como el explorador fallecía el primero, lo que sin duda era una noticia horrible. Armand no era precisamente rápido. La verdad es que ni siquiera había llegado a ver como los huargos los emboscaban

Quizás si me hubiera dado cuenta pensó lleno de remordimiento ante la muerte de uno de los sirvientes que les acompañaban

Pero no era momento para reprocharse nada. Miró a los huargos y vio como todos estaban apresados por la magia desplegada por el resto de magos. Armand aprovecha el asalto para prepararse a fin de poder actuar con velocidad, llegado el caso, en el siguiente asalto 

La lucha es caótica allá donde se mire, un duro enfrentamiento entre afiladas garras y colmillos que son mantenidos a distancia con esfuerzo y dedicación por los inquebrantables grogs. Las maldiciones y los improperios vuelan cuando son atrapados por los hechizos lanzados, mas cuatro de ellos consiguen librarse de los matorrales que los apresaban y se aprestan a ayudar a sus compañeros aún atrapados.

Los caballos piafan con gran estruendo, tirando de sus ataduras y tratando de alejarse del peligro a toda prisa, pero son contenidos por los criados grog antes de que puedan huir con los carros o peor aún, volcarlos

Por su parte los huargos aúllan y ladran con frenesí al verse atrapados, atacando con gran frenesí para liberarse. Pero aunque algunos logran romper las plantas que los inmovilizan y la telaraña es destrozada, permanecen sujetos por el conjuro de Barry, que se ve inmune a los golpes. Con todo, uno de los huargos no se da por vencido y tras deshacerse de sus ligaduras se prepara para asaltar a una nueva presa.

Con renovada ferocidad, el huargo libre esquiva a los grogs paralizados sin prestarles la menor atención para centrarse en una presa diferente y mas suculenta, los desarmados e indefensos magos. Resulta un espectáculo aterrador y mas aun cuando salta hacia vosotros mostrando sus afilados colmillos extremadamente largos y afilados dispuestos para arrancar la carne de los huesos.

Pero esta vez preparados, los grogs se colocan en posición de combate y hacen frente a la bestia que se abalanza sobre vosotros. Perfectamente coordinados, se apartan de la trayectoria del huargo solo para colocarse en sus flancos y sin darle tiempo a reaccionar hunden sus espadas en la carne del animal haciéndole soltar un alarido de dolor. La sangre brota a chorros, empapando a los hombres y tiñendo la marea de plantas de un rojo carmesí. Un último gruñido sale de las fauces del animal, que dándose por vencido se desploma en el suelo.

Tras el caos inicial, ahora todo el mundo estábamos espectantes. Los hechizos para atrapar e inmovilizar a los huargos habían surtido efecto, incluso habían atrapado a algunos de nuestros acompañantes. Inmovilizados no suponían una amenaza, pero no se podía decir lo mismo si conseguían librarse del enredo.

-No es necesario acabar con más vidas sin una buena justificación, nosotros hemos perdido y ellos también. No se necesita derramar más sangre.

Clavo una rodilla en el suelo y extiendo una mano hacia el primero de los huargos que estaban en mi área de visión. Entrecierro los ojos y susurro unas palabra tranquilizadoras, esperando que eso calme al primero de ellos. Tras pronunciar aquellas palabras al primero, giro el torso y me centro en el siguiente de los huargos, haciendo los mismos movimientos y repitiendo las mismas palabras. Uno a uno hasta que termino con el grupo.

Con cada frase pronunciada, una mezcla de olores se iba haciendo más fuerte. Humedad, tierra virgen removida, un dulzón indescriptible y el aroma de varios animales. Intensificándose con cada hechizo lanzado.

-Con eso debería bastar, evitad los movimientos bruscos -digo mientras me levanto con algo de esfuerzo, visiblemente cansado por lo que acababa de hacer-. No soy quien para decidir la suerte del difunto, pero lo recomendable sería dejarlo para que la manada se alimente, que la naturaleza siga su curso -estaba convencido de que esas palabras no caerían bien a muchos de los acompañantes, pero la vida sigue aún cuando desaparecemos de este mundo-.

Lo que ese Bjornaer sugería era, era... bueno, era racional. Y nos evitaba tener que cavar tumbas bajo la atenta mirada de unos enormes depredadores que de todas maneras podrían escarbar en la tierra mejor que nosotros para desenterrar y devorar los cuerpos. No, que se los coman, total...

-Que los grogs recojan sus enseres personales, no podemos ir dejando rastro de que la Alianza ha pasado por aquí. Además, seguro que tenían amigos o familiares o algo, querrán tener alguna cosa.

No es que Excelsius fuera la persona más empática del mundo, pero tenía sus momentos, al menos para ser mago.

-Respecto a los huargos, creo que ahora que están así lo mejor sería acabar con ellos y quedarnos con su vis, que nos podría ir muy bien. Ya sabéis, una línea de arqueros disparando en oleadas y todo lo más agresivo de lo que dispongamos como magos también. Ahora que ya no estamos sorprendidos tenemos clara superioridad y supongo que si superaran el primer momento huirían y no nos volverían a molestar... Pero todo eso son elucubraciones mías. Ummm, espero no haber ofendido a nadie, sólo digo lo que me pasa por la cabeza.

No estoy seguro de haber oído lo último que había dicho Excelsius, pero si estaba sugiriendo eliminar a esas criaturas, tendría que pasar por encima de mí. Me siento en el suelo dando la espalda al árbol que había reformado Papagena, pudiendo mirar hacia los huargos y hacia mis compañeros. Empiezo a movier el cuello de un lado hacia otro, hombros y brazos, para intentar darles un poco de riego. Tras esos conjuros me había quedado sin fuelle.

-Ghassân, tráeme algo de agua -me paso la mano por la frente y la nuca-. Creo que no te he escuchado bien, Excelsius. ¿Dices de matar a esas criaturas por un puñado de vis? Eso no pasará estando yo aquí -no era necesario hablar más, había sido bastante claro con eso. Seguía mirando, con gesto serio, a los sodales. No iba a cambiar de opinión respecto a ese tema-.

No estaba en mi mejor momento para encararme con varios magos, pero si había que llegar hasta ese extremo, lo haría con tal de que los huargos no acabaran muertos por un motivo como ese. Confiaba en que alguien de los presentes se pusiera de mi parte con este tema, pero era una esperanza que se difuminaba con cada segundo que pasaba.

Estaba mirando en silencio a sus compañeros discutir por lo que hacer con los huargos. Era evidente que el salvaje iba a saltar como si le hubiesen quemado cuando Excelsius, joven e insensato, dijo de acabar con ellos. Papagena tampoco se quedaría corta en su reacción ante tales palabras. 

Además de la irritación por haberle salido mal el hechizo se estaba poniendo de peor humor. - ¿Os dais cuenta de que estáis perdiendo un tiempo valioso que el asesino estará aprovechando mientras vosotros discutís? - dijo en un tono de lo más seco. Idiotas... 

-Vale, vale, no os pongáis así. Dejemos tranquilos a los huargos asesinos de hombres y continuemos como si no hubiera pasado nada. Tenemos un asesino de gente *importante* que se nos está escapando... -dijo Excelsius alzando ambas manos en gesto apaciguador. Lástima del acento que había dado a "importante", palabra potencialmente muy poco apaciguadora.

Papagena no habia querido intervenir, esperaba que la resolucion de Oskari fuera suficiente como para evitar que ajusticiaran a aquellos animales, aunque aquel Excelsius parecia excesivamente interesado en ello, pero Septimus fue la voz de la razon en aquellos momentos. Habia que marchar en pos del asesino, sin embargo miro a los grogs un segundo.

- Que sean ellos los que decidan que hacer con su compañero, estoy de acuerdo en que deberiamos permitir que la naturaleza siguiera su curso, pero entendere que querais darle sepultura a vuestro camarada. Si es asi, Aigor os ayudara a cargarlo a la carreta.

Y sin mas se sube a la grupa de Jax dispuesta a marchar ya.

Armand se quedó unos segundos observando a Oskari y finalmente asintió y miró a Septimus.

- Hablas con la voz de la razón. No es momento para disputas, ni retrasos. Pero tampoco abandonaremos a las bestias que nos han atacado sin provocación alguna por nuestra parte a aquel que nos servía fielmente. Nuestro explorador probablemente tuviera familia y querrá velarle. No se dejará un cadáver a las alimañas  - mira a Papagena y a Oskari- Espero al menos que recordéis que el fallecido nos servía y lo hacía bien. No era un trozo de carne, ni era menos valioso que vuestros huargos, sodalis - dicho esto el quaesitor ayuda a los grogs a subir el cadáver al carromato, y luego mira a Excelsius- Tienes razón sobre la vis, pero no es motivo para que dos de los nuestros se enfrenten. Espero que cuando nos enfrentemos con nuestro asesino no echemos en falta la vis que ahora no tenemos - luego mira al resto- Supongo que no hay problema en tomar la vis que puedan tener los huargos muertos, ¿no?

Mientras los grogs van cargando al muerto y al herido en el carromato, la lluvia amaina poco a poco hasta acabar cesando en apenas unos minutos, aunque dejandoós a todos menos a Excelsius empapados de la cabeza a los pies. Los huargos ahora solo se concentran en librarse de sus ataduras, pero sin la ira que los invadía antes. Los que escapan ayudan a sus compañeros hasta que cuando todos están libres huyen hacia la espesura. Orgulloso, Jax lanza un aullido de victoria.

Remiel no entendía a algunos de aquellos magos, que parecían sentir un mayor aprecio por unas bestias salvajes que habían tratado de devorarles segundos antes que por sus compañeros de la Orden. Además, uno de ellos había amenazado a los demás con combatirles si osaban atacar a los lobos salvajes... Como si respetara más a aquellos animales que a los soldados que habían entregado sus vidas para defenderles.

No, nada de aquello tenía sentido para él, y empezaba a pensar que quizás alguno de sus compañeros Magus tenía algún interés en hacer fracasar la misión. Al fin y al cabo, defender a quienes les habían atacado no parecía una estrategia vencedora. Pero él era Remiel, el aprendiz de un mago demoníaco; si insinuaba que quizás había un traidor en el grupo, era probable que la mayoría de los dedos le señalaran a él como el sospechoso principal. No, más valía guardarse esas ideas de posibles traiciones y dobles intenciones para sí mismo.

Continuemos, pues. Esperemos no tener que enfrentarnos de nuevo a estos huargos que ahora dejamos huir...

Con dos leves gestos, Remiel invoca un suave calor que seca sus ropas, dejándole listo para continuar el viaje.

Una media sonrisa aparece en mi cara al escuchar que dejarán en paz a los huargos. Había intentado matarnos, eso no lo discutiré, pero hay otras formas de controlar a un animal salvaje, más allá del acero. Si peligrara nuestra propia existencia a raíz del frío o del hambre, no me opondría a que se matara a un animal salvaje. Pero no por la vis que puedan poseer.

-Incluso podéis comeros al que está muerto, si eso es lo que queréis. Es joven y no se le ve mala pieza -doy un trago al pellejo de agua que mi ayudante me trae y me levanto apoyándome en él. Era casi imposible que alguien como Ghassân pudiera con un tipo como yo, pero al menos me servía como apoyo para llegar a la carreta-.

A trancas y barrancas, con algo de esfuerzo, me subo arriba para quedarme sentado junto al herido, y cerca del muerto. Ya había escuchado la opinión que tenían al respecto y, sinceramente, no era algo que iba a quitarme el sueño. El azar hizo que tuviéramos que trabajar juntos, pero no dijo nada de que tuviéramos que congeniar y pensar lo mismo.

-Espero que alguien tenga el Aprehender la Esencia de la Magia(1), porque en caso contrario, como alguien no haya leído dónde se concentra su vis, va a ser difícil cargar al bicharraco... -dijo Excelsius refiriéndose al huargo abatido. En cualquier caso, como él no disponía de tal hechizo ni de la fuerza necesaria, volvió a acomodarse en el caballo que le habían prestado y se preparó para seguir la marcha, decidieran lo que decidieran los demás.

Remiel se acerca al huargo caído y, tras murmurar una breve letanía latinaja, abre las mandíbulas del animal que apenas unos minutos antes había tratado de convertir a los magos en un sabroso desayuno. Pero la presa se había convertido en cazador...

Homo Huargi lupus est, rumía el mago.

Remiel saca una pequeña navaja de entre sus ropajes y, clavándola con fuerza en las encías de la bestia, empieza a hacer presión, hasta que logra hacer saltar uno de los colmillos del huargo. Se limpia la sangre de las manos con un poco de hierba húmeda y se levanta con el puntiagudo diente entre los dedos.

Aquí está la Vis del huargo; me parece interesante que defendáis con tanta vehemencia su Vida, y no os preocupe que acabe de extirparle su Alma. Sois un Magus peculiar, Oskari Toivonen.