Partida Rol por web

Acepto el trato, máster, le mato de manera implacable y algo dentro de mí se rompe para siempre.

Perfecto.

Te das cuenta en este momento que no llevas los mapas contigo. No los tienes. Los has perdido.

Espera... cuando Estelvio se sentó tras de ti en la Pulga... notaste algo raro... tuviste una extraña sensación... ¡te los robó!

Vi aterrorizada como Nara se perdía tras uno de los costados de la iglesia. Estaba claro, pensaba matar al abad...

—No, no estoy bien, Gaspar —¿cómo iba a estarlo?—. Nara ha perdido la cabeza... tengo que evitar que mate a otra persona más...

Después del abad, ¿quién sería el próximo? ¿De verdad alguien podía pensar que con el abad terminaría todo? ¿Qué el abad sería el último en saciar su sed de sangre? Yo no estaba tan segura... 

Tengo que pararle...

Sin dudar ni un solo segundo, empecé a correr en la misma dirección que había tomado Nara. Mi brazo me dolía horrores, más inclusive a cada zancada que daba... Algo no iba bien con él, y mi rostro a duras penas podía ocultar el dolor que sentía... pero, pese a todo, no desistí en mi intento de parar a Nara antes de que fuera demasiado tarde.

Intento forzar con ansia las dos puertas laterales de la iglesia, tirando y empujando. La primera se abre tras un buen empujón con el hombro.

Dentro está oscuro, avanzo con el machete en la mano y las sienes palpitando.

Agudizo el oído y miro alrededor,  buscando al abad.

A pesar de tu escasa fuerza natural, consigues derribar la puerta, puede que porque las bisagras estuviesen oxidadas. La puerta cae al suelo, desplomada, haciendo un fuerte estruendo y astillándose en el acto. El ruido resuena en todo el monasterio, y en el interior de la iglesia crea ecos que retumban en todos los rincones, contrastando con el silencio sepulcral de hace escasos segundos.

El derribar la puerta no sólo te permite acceder al interior del edificio, sino que además, el Abad deja escapar un leve ruido, una exclamación, seguramente por la sorpresa, que te permite ubicarlo, aproximadamente, en medio de tanta oscuridad.

El Abad parece asustado. Guarda silencio, se esconde... es tu presa.

Oís un ruido como de algo pesado cayendo al suelo, como tablones que vuelcan. Luego silencio...

Sunhee avanza, siguiendo el camino tomado por Nara.

Todo está muy oscuro, así que en cuanto os separáis unos pocos metros ya no os veis. En el patio os podéis orientar fácilmente, pues ya lo habéis visto, pero por otras partes de monasterio no.

Te separas de tus compañeros, corriendo tras los pasos de Nara. Avanzas un poco por el lateral de la iglesia, hacia donde acabas de escuchar el fuerte estruendo. Casi te parece ver a Nara entrando.

La iglesia tiene una puerta lateral, más pequeña que la de la fachada, que ahora está en el suelo. Nara debe haberla derribado. Dentro todo está extremadamente oscuro. Y no se oye ni un mínimo ruido.

Ojalá Sunhee pueda detener a Nara. Si alguien puede escella. Ahora me preocupan esas campanas. No nos dan tregua. Siempre al límite. Así es nuestra vida ahora. Arremeto con carrera y la maza tomada con ambas manos contra la puerta.

Doy palos de ciego y no encuentro al abad... Los nervios y el temblor me traicionan.

Lo busco, frenética, desesperada, llena de furia y sed de sangre.

En medio de mi estampida mental, se me ocurre una idea: mi zippo. Lo enciendo y veo un poco mejor, y vuelvo a buscarlo por donde escuché antes un ruido sordo.

Sabía que separarme de mis compañeros no era la mejor de las ideas, pero... no podía esperarles a que reaccionaran. Si perdía más tiempo del necesario, Nara asesinaría al abad. Debía alcanzarla antes de que continuara con su masacre, costase lo que costase. Al menos confiaba en poder hacerle entrar de nuevo en razón, y que volviera a ser la Nara que conocía...

Dentro todo era especialmente oscuro. Apenas veía unos palmo por delante mía... era casi como andar a ciegas. De hecho, instintivamente, alcé mi brazo sano para tantear las paredes conforme iba avanzando.

—Nara, ¿me escuchas? —pregunté, mientras caminaba todo lo rápido que la oscuridad me permitía—. Nara, por favor, detente... tú no eres así. Para y hablemos las dos, encontremos una solución mejor que no sea seguir asesinando personas...

Mi brazo me dolía horrores, cada vez más... Mi rostro estaba pálido y mi mirada nublada tal vez debido al cansancio, al dolor, y la angustia por todas las atrocidades que estaban sucediendo en el día de hoy. Gemía de sufrimiento cuando tropezaba con algún obstáculo y movía el brazo roto... ¿Cuánto más tendría que sufrir?