Partida Rol por web

Rathikus meditaba ante el problema que se le presentaba.

El elemental, pese a haber sido creado por un conjuro suyo, no estaba ligado a él de ninguna manera. Su creación había sido un accidente y por lo tanto nada los unía por poder. Tampoco había un hechizo de atadura ya que no existió una convocación consciente. Así que lo que tenía ahí era una criatura independiente, fuera de su plano, con la mentalidad de un bebé pero con la fuerza destructiva de una bola de fuego viviente. Seguramente los enanos propondrían un plan de choque contundente pero Rathikus sabía que sus armas no iban a poder hacer nada contra el núcleo flamígero de su 'hijo' ya que no eran mágicas. Incluso el escudo de Gromenauer corría peligro si impactaba con el elemental... y lo último que le faltaba al mago es tener a un enano cabreado además de un elemental de fuego descontrolado.

Pero le había llamado padre. Puede que mágicamente no hubiera vínculos pero el fuego sabía a quien le debía la vida. Claro que era un niño... y los niños son caprichosos. ¡Menudo lío!

Rathikus sabía que ninguno de ellos podría combatir de manera efectiva al elemental, y las quejas de sus compañeros lo devolvieron a la realidad (con metafórico tirón de orejas incluido). Que Rudar y Roark se hubiesen adelantado le seguía pareciendo infinitamente más peligroso que un infante de fuego quemando ramitas, pero no le atraía nada la posibilidad de que se le pudriese la mano al faltar a su juramento y no acudir en ayuda del mediano. Espero que después de esta misión ese mediano me enseñe alguno de sus hechizos, por lo menos ese de convertirse en alimaña para esfumarse, pensó con irritación.

—¡Fhgggrsh shhre! Mjssshrs rhekss fhrrrr mjkterrrrs fffr. Gmrrrrsh fyeeerj, fghhhhrh trrrrhssh kffffgh [1]— le dijo al elemental. Luego se dirigió a los dos enanos con el ceño fruncido y visiblemente igual de preocupado.
—A mi tampoco me hace ninguna gracia que esos dos mentecatos estén merodeando solos por las ruinas. La cueva está despejada, podemos bajar por aquí o...— se detuvo un momento al ver que Dworkin ya estaba adentrándose en la cueva —bueno, supongo que iremos por aquí. Desde luego es más rápido y seguro que bajar que ese desfiladero. ¡Gfhhhhk Mrrrrj! [2]

[1] —¡Hijo mío! Debemos marcharnos, sígueme si deseas ver mundo. Acompaña a tu padre en sus viajes.

[2] —¡Nos vamos, hijo!

El elemental se quedó un momento dubitativo. 

- fffjjsjsss... skrish srap!- dijo finalmente con un tono jovial. Bueno, todo lo jovial que puede sonar el chisporroteo de una hoguera.

Y así se dispuso a seguir al grupo de vuelta al interior. 

- He sentido cosas que arden y explotan. ¡Será divertido! 

Rathikus no estaba muy seguro de si sería divertido. Tampoco tenía muy claro que los enanos se lo tomasen a bien si entendiesen lo que decía su hijo.

—¿Vais a venir o preferís estar ahí acariciando el lomo a esa cosa de fuego? —preguntó el enano al ver que no le habían seguido en su marcha hacia las ruinas.

La verdad es que se estaba impacientando, y no le apetecía encontrarse al humano y al mediano despachurrados en el suelo por el golem. En realidad, lo que no le apetecía era perderse el momento en el que eso ocurriese. ¡Si él pudiese hacerlo, no haría tiempo que lo habría hecho!

—Como entenderás, mi buen Gromenauer, puede que vosotros tengáis experiencia en montañas, desfiladeros y escalada [1], pero yo carezco de vuestra agilidad y podría ser peligroso— explicó el mago —. Me parece más sabia la opción de Dworkin. No solo es más seguro sino que nos aseguramos de que el gólem no nos ataca por sorpresa, por no hablar de que nos proporciona una situación ventajosa para buscar a Roark y a Rudar o distraer al bruto mecánico para que puedan huir.

Una vez terminó de exponer sus razones, Rathikus se encaminó hacia las escaleras, siguiendo el paso de Dworkin. Le alegró de que el elemental hubiese decidido seguirle, ya que supondría un problema menos y tampoco quería deshacerse de él. Sin embargo, comenzó a barajar, con preocupación, los posibles problemas que podrían surgir al introducir a una criatura de fuego puro en un antiguo laboratorio lleno de elementos inflamables y explosivos.

Dworkin esperaba en la caverna, en la base de las escaleras. A un lado esperaba un almacén de material peligroso y, tal vez, un golem. Al otro una palanca y un destino incierto. Miró hacia arriba y distinguió la silueta de Rathikus seguida por la iluminación llameante del elemental.

No parecía muy inteligente llevar a un elemental de fuego a un almacen de material inestable. Decidió que iría hacia la palanca pero siguió esperando a los refuerzos. Ya se habían separado suficientemente.

Gromenauer se encogió de hombros y se deslizó ladera abajo con la agilidad que caracterizaba a los enanos. Más o menos la de un canto rodado. ¿Quién quiere ser cuidadoso cuando se es resistente? En un periquete estaba sacudiéndose el polvo de camino a las ruinas, en busca de aquellos dos zascandiles que se habían ido por su cuenta.

Por su parte Rathikus tras encogerse de hombros se dirigió hacia el interior para seguir a Dworkin. Tras él la pequeña llama viviente avanzaba casi a saltitos, como feliz de ir de aventuras.

Tras dejar que el enano se fuera hacia las ruinas las cosas siguieron su curso.

Dworkin esperó a que bajase el mago. Y el mago bajo. 

El mago esperó a que bajase el pequeño elemental. Y el pequeño elemental bajó.

Lo malo es que el pequeño elemental derritió la escalera de metal a su paso, dejándola inservible para volver. 

Dworkin no era herrero pero era enano. Calculó mentalmente el calor que podría desprender una llama capaz de derretir el metal y el resultado, aunque aproximado, no lo tranquilizó demasiado.

Aquel extraño trío estaba ahora en esos túneles sopesando sus opciones. Bueno, en realidad dos sopesaban las opciones. Era complicado discernir si el elemental sopesaba algo o simplemente miraba embobado a su alrededor. Al menos mantenía cálido el ambiente e iluminada el área.

Podían ir por el pasillo que conducía a la pared de la palanquita o volver a la sala de las cajas. 

Una vez junto a Dworkin, y de vuelta en las ruinas, ya podían decir que estaban de nuevo en la misión. El aterrador siseo del metal de los escalones al derretirse, hizo que Rathikus agradeciese su agilidad mental a la hora de haber evitado el abrazo del elemental. El camino se bifurcaba hasta la habitación de las cajas y la pared de la misteriosa palanca. El mago miró a Dworkin, que miraba con preocupación al elemental. Imaginó que habían llegado a la misma conclusión. Tal vez la sala de las cajas sería demasiado volátil para una criatura de fuego. 

—Puede que este sea un buen momento para examinar esa palanca, ¿no crees, Dworkin? Tal vez encontremos otro pasadizo. Dudo mucho que ese alquimista preparase dos golems.

- Genial- protestó el clérigo cuando fragmentos de la escalera empezaron a caer con el paso del elemental- supongo que ya no vale echarse atrás.

- Desde luego seguir el pasadizo es mucha mejor opción que meter a tu amigo en el almacén de sorpresas explosivas- dijo encogiéndose de hombros.

El camino ahora profusamente iluminado gracias al poder llameante del elemental no parecía haber sufrido cambios durante su estancia en el exterior lo que le decía que su suposición era cierta y el golem no podía adentrarse en aquel pasadizo.

Pensó que todo hubiera sido más fácil si le hubieran hecho caso desde el principio.

El enano se aproximó al final del túnel, a la pared de la palanca. Sopesó la situación y finalmente decidió hacer lo más evidente: tirar de ella. Tampoco es que fuera una palanca descomunal: era más bien una manilla oculta entre los ladrillos. Por eso ninguno de los dos - quizás tres - se sorprendió cuando la pared giró sobre si misma descubriendo lo que parecía un laboratorio de alquimista. 

Aparte de la puerta al otro lado, convenientemente cerrada, había un montón de cosas en aquel lugar.

La pared giró revelando la habitación oculta. Si hasta ahora Rathikus se había llevado una mala impresión del alquimista por chapucero, aquello había terminado por cambiar irremediablemente su opinión. Se hallaban ante una especie de laboratorio oculto, con una mesa de mármol blanco en el centro con símbolos —que el mago reconoció como alquímicos— tallados, aunque con innumerables y pegajosas manchas de todos los colores que uno pudiera imaginar. Desperdigados sobre ella, se hallaba un enorme libro con cubierta de cuero agrietado, rodeado por varios tubos de ensayo cubiertos por una gruesa pátina polvo y telarañas. Desperdigados por el suelo, había más frascos rotos o derramados y vacíos, trozos de pergamino, legajos y grimorios maltratados tanto por manos descuidadas como por el tiempo, placas de metal de gran tamaño, unos cuantos tornillos y algún que otro engranaje oxidado.

Aquella habitación era para un hechicero lo que una tienda de juguetes a un niño pequeño. Rathikus no dudó en acercarse a inspeccionar el libro que había sobre la mesa. Sopló la portada, levantando una gran polvareda que le hizo estornudar sonoramente.

El libro no tenía ningún título legible, tan sólo un icono central enorme en el que se mostraba una especie de calamar gigante rodeado por símbolos que representaban a los elementos más conocidos (auga, aire, fuego y tierra) así como otros más arcanos (energía, rayo, poder, sabiduría...). El libro, pese a su apariencia, no era mágico. Rathikus no sentía ese cosquilleo particular que emiten las cosas que albergan magia. Más probable es que fuera un tratado de alquimia pero parecía de los caros ¿por qué lo había dejado abandonado allí? Ahora que lo pensaban con más calma... ¿qué había sido del dueño de aquellas ruinas? ¿Alguien se lo había contado? ¿O los aventureros habían llegado hasta aquí de forma totalmente despreocupada?

Rathikus examinó el volumen a conciencia. Se sintió un poco decepcionado al no notar ningún cosquilleo al pasar la mano por las inscripciones de la portada, pero decidió guardarlo en su bolsa para estudiarlo con comodidad más adelante (o venderlo, quizá).

Sin darse por vencido, e intuyendo que en aquella habitación podría haber algo mágico, decidió concentrarse y usar su poder para realizar un examen más concienzudo de la habitación. 
Estiró los brazos en cruz, con las manos extendidas, y cerró los ojos. Trató de concentrarse únicamente en su respiración; en cómo, cada vez que sus pulmones se ensanchaban y se contraían, su cuerpo emitía algo parecido a líneas invisibles de referencia que cubrían toda su estancia, como si tratase de elaborar mentalmente una cartografía del lugar. Aquello que vibrase, como tirando de sus cuerdas invisibles, sería un "eureka" [1] en toda regla.

Dworkin dejó que Rathikus se adelantase. En aquel territorio, sin duda el mago era el mejor explorador. Mientras el hombre curioseaba entre las cosas dispuestas sobre la mesa, Dworkin se acercó a una estantería de gruesa madera. Se la veía firme pero también era evidente que había pasado tiempos mejores.

Algunos instrumentos extraños descansaban sobre los estantes así como algunos manuscritos y libros amarillentos.

- Este debe ser su laboratorio- comentó el clérigo- es un tanto extraño que, quien quiera que habitase estos muros, lo dejase de esta manera, ¿no te parece? Todo está en su sitio, como si el alquimista hubiera salido de la habitación hace sólo cinco minutos. Algo debió hacerle desaparecer de repente. Pero, si alguien le atacó, es evidente que no llegó hasta aquí. Es extraño...

Cuando creía que estaba a punto de sentir algún tirón psíquico que le confirmaría la presencia de algo mágico en la sala, la ronca voz de Dworkin lo devolvió a la realidad como si de un mamporro mental se tratase.

—¡Mmmmggg!— gruñó exasperado —Sí, en efecto, puede que este fuese su laboratorio secreto. La cantidad de polvo y telarañas, así como el estado general de la casa, me hace pensar que lleva muerto mucho tiempo. Los contenidos líquidos de los frascos se han secado completamente, pero las condiciones del lugar parece que han ayudado a conservar frescos los documentos. No parecen en absoluto carcomidos— elucubró, mientras observaba de cerca uno de los trozos de pergamino del suelo —. Puede que tengas razón y algo le atacase. ¿Has encontrado algo interesante, por ahí?— preguntó, dándose por vencido y acercándose a la estantería donde estaba el clérigo.