Partida Rol por web

Doña Golo recordó un gesto de una de las niñas del barrio, llevándose la mano a la frente demostrando sorpresa ante la ineptitud, pero no era ella quién para hacerlo. Todos podíamos errar, especialmente un enano en un bosque.

Esas campanillas atraerían a esa criatura, y no parecía buena idea. Gromenauer, digno de lo que susurran los espíritus sobre él, quería presentar batalla. Roark, digno... le quedaba grande, más bien sería "esperable" de él, se había buscado un refugio.

Ella buscó un árbol lo suficientemente robusto como para ocultarla por completo, y se sentó en cuclillas, con los ojos cerrados, al tiempo que apoyaba una mano en el suelo para intentar conectar con el espíritu de la tierra o del pasto, que le pudiera dar un indicio de qué es lo que venía hacia aquí. La lanza había quedado apoyada en el tronco, pero el escudo seguía en su mano, firme ante lo que pudiera suceder.

Gülf ladró una sentida invectiva contra la cuerda en un fluido dialecto enano. Después, sacudió la cabeza y trató de serenarse.

—Si Ooloch me ha señalado este camino, es porque estaba predestinado a tropezarme— contestó con aire solemne y el ceño fruncido.

Se sacudió las ramas y las hojas del traje con aspavientos totalmente innecesarios, y se dirigió a doña Golo:

—Usted tiene aspecto de conocer mejor estos bosques, señora. ¿Sabe de alguna bestia que necesite valerse de un artilugio tan ridículo para cazar? Seguro que se trata de algún fee o algún kobold*. No nos triturarán los huesos como una tarasca, pero sí podrían hacernos cosas peores.

Algo grande venía por entre la maleza.

Algo muy grande.

Doña Golo miraba a su alrededor ensimismada mientras los espíritus, claramente, le decían: yo que tú me fijaba en lo que viene y dejaba de buscar tesoros.

Desde lo alto del árbol Roark dejó de buscar posibles trampas porque algo más acuciante atraía su atención.

Era un gigante. Un gigante del bosque. Podía uno pensar que estaban de suerte porque los gigantes del bosque son, tradicionalmente, los más bajitos de los gigantes. A veces la gente los confundía con los ogros, pero los ogros eran un poco más pequeños. Esto era un hombre de unos cuatro metros de alto, gordo y furibundo, de piel rosada sin un ápice de pelo cubriendo su cuerpo. Iba embutido en una suerte de pieles unidas unas a otras por gruesas cuerdas, lo cual le daba un aspecto más salvaje todavía. Bramaba enfurecido mientras con un enorme tronco apartaba a manotazos los árboles del camino. El tronco, repleto de pinchos del tamaño de una persona, llevaba ensartado a un individuo con pinta de cazador. Probablemente el imbécil que había dejado ahí las campanillas seguramente influido por alguna maldita nueva moda de cazadores.

El gigante se quedó mirando a Gromenauer, Unbenennbar y Gülf, que seguían en la senda. El clérigo de Ooloch se estaba desenredando la campanilla de uno de sus tobillos mientras le echaba la bronca a un enorme árbol. Unbebbbar estaba, como era habitual en él últimamente, mirando al gigante con cara de despistado. Pero por lo menos Gromenauer presentaba una bonita estampa: con las piernas abiertas para repartir su peso, su martillo alzado, los hombros rectos. Un enano dispuesto a patear el culo de un gigante ¡toda una estampa!

La emboscada... bueno, eso era otra cosa. Al menos Roark y Golo permanecían ocultos. Los otros dos parecían estar todavía pensando en donde hacer un picnic.

- ¡BROMO DESTROZAR PEQUEÑOS RUIDOSOS! - aulló el gigante mientras apuntaba con el palo-pincho (cazador incluído) a los tres aventureros del camino.

Y parecía, sin duda, dispuesto a hacerlo.

El grupo tenía demasiada prisa por actuar. El explorador estaba valorando una buena opción y las prisas no eran una ayuda para encontrarla. Al final, las campanillas del enano habían desencadenado todo de una manera fatal y aquel gigante estaba frente a ellos escupiendo bravuconerías.

—Bromo —dijo mientras sacaba una flecha de su carcaj y la disponía sobre el arco—, ¿de verdad quieres empezar esto? Mi compañero —señaló con la cabeza a Gromenauer— acabó el solo con un golem de metal, lo cuentan todas las historias y él mismo lo ha confirmado. Seguro que por allí hay más seres ruidosos a los que puedes aplastar.

Unbenennbar señaló al noroeste con la punta de la fecha un instante e inmediatamente después volvió a apuntar al gigante. La cuerda estaba tensa y el explorador la soltaría en cuanto el gigante desatara su hostilidad.

Roark, bien a cubierto por el árbol, comenzó a preparar una flecha incendiaria. Después de todo, para algo tenía su antorcha mágica ¿no? Para iluminar y hacer arder cosas...

De repente cayó en la cuenta de algo y, sin dejarse ver, gritó a pleno pulmón —¡GUAYÁ!

El clérigo refunfuñó. ¿Gigantes en un bosque? ¿Qué clase de cliché esperpéntico era ese? ¿Qué sería lo siguiente, que el nigromante viviese en una casita de mazapán? Sea como fuere, un gigante no debía que suponer ningún problema para dos enanos y un puñado de artistas invitados.

Pasada la sorpresa inicial al escuchar el grito de Roark, Gülf se preparó para lanzar una plegaria al gran Choló. Si conseguía hacer que Gromenauer y su escudo resultasen amenazantes, quizá podrían librarse de él sin causar demasiados estragos. ¿Llevaría algo interesante encima el gigante? Si lo amedrentaban lo suficiente, quizá podrían robarle algo de lo que llevase encima.

El gigante se quedó mirando al mediano¹ un momento, quizás confundido por la gran cantidad de palabras que salían de aquella pequeña boca. Ante aquello el gigante tenía una respuesta que, normalmente, solucionaba todos los problemas:

- ¡BROMO MATADESTROZADESTRUYE!

Y diciendo aquello elevó su enorme brazo con la sana intención de hacer un 'stick total' llevando por delante en el barrido a aquellos tres individuos que estaban frente a él.

Probablemente escuchó un 'Guayá' lejano pero pensaría que era un pájaro. Ante aquella tesitura, y aunque no era época de churrascadas, el buen Roark prendió una flecha incendiaria.

Roark intentó prender la flecha con la antorcha, pero la llama se apartó de la flecha y chisporroteó. Cualquiera que viera la escena se asombraría, pero el ladrón ya se había acostumbrado al humor de la antorcha mágica. —Bonita que nos la jugamos que hay un gigante a punto de hacernos trizas, anda sé buena y prende la flecha ¿sí? 

La llama centelleó varias veces y el ladrón intuyó el problema —¡No es culpa mía! Los últimos días nos los hemos pasado sin mazmorrear y en Sarem no hay mucha necesidad de que ilumines nada y si prendes fuego a algo en una ciudad te detienen, pero ¡eh! ¡Ahora vamos a la guarida de un nigromante! La de cosas que habrá para prender fuego y la de túneles oscuros que iluminar. ¿Te imaginas? Y de aperitivo vamos a prenderle fuego a un gigante. ¿No te hace ilusión?— La llama se estiró horizontalmente hasta "asomarse" al árbol para "ver" al gigante, volvió a su posición "natural" y brilló en un tono rojizo. Eso era que sí, que le hacía ilusión. Y lo confirmó encendiendo la flecha.

Roark suspiró. La verdad la idea de una antorcha mágica sonaba mucho mejor cuando no sabía que tendría personalidad propia... Meneó la cabeza y se asomó buscando un blanco óptimo. No es que fuera un problema encontrar algo a lo que darle, pero necesitaba algo que ardiera y doliera mucho... —Ya está. Entrepierna asada.— Apuntó y disparó.

Se volvió a esconder tras el árbol. Si había acertado no tardaría en oír un aullido... Y la flecha iba bien cuando salió del arco...

El enano sabía que esto no iba a ser tan fácil como lanzarle flechas al gigante mientras aguantaban el tipo. Tendría que pensar otro plan de los suyos, de esos que solo él podía hacer.

Por suerte, esta vez era fácil. Solo había que derribar al gigante, y cuando lo hiciesen, podrían darle matarile tranquilamente. Derribar un gigante no era fácil. Por suerte lo mejor para derribar a una criatura grande y torpe es... Ella misma.

—¡Dejaos de flechas y atad una cuerda de árbol a árbol! ¡Vamos a derribar a este idiota! —grito Gromenauer al resto del grupo, mientras miraba al gigante frente a frente. Tras las órdenes, arrugó el rostro, para espetar—. ¡Eh, idiota! ¡Ven a por alguien de tu tamaño!

Y dicho esto, cargó a por la criatura. A ver quién era más duro de los dos...

Doña Golo se había levantado de su lugar de meditación y se quedó un momento petrificada en el suelo con el grito de ¿guerra? de Roark. Lo miró con una ceja levantada, y con la cabeza levemente ladeada. ¿Qué le sucedía a ese muchacho? Seguramente algún espíritu había hecho nido en su interior.

Salió del escondite y viendo que el enano cargaba como búfalo en estampida, decidió darle una mano. Tomó a Krokrek de su bolsa y le susurró unas palabras de aliento.

-Despierta, muchacho, hay que ayudar a un viejo conocido tuyo, Gromenauer, ¿Lo recuerdas?- le dijo -Ahora emerge por detrás del gigante y ayuda al enano a derribar a ese grandote-

Le señaló el lugar a donde quería que apareciera: justo detrás del gigante, para que con el tacleo del enano pudiera caer de espaldas, justo para terminar de darle entre todos.

Cuando el gigante estaba pronunciando la última sílaba de, probablemente, las únicas palabras que conocía, la flecha silbó partiendo del arco del explorador. Estuvo durante unos segundos perfilando el tiro, o eso es lo que contaría a sus compañeros, pero en realidad es que los músculos estaban demasiado tensos ante aquella mole que se acercaba hacia él.

Estuvo a punto de soltar la cuerda en una ocasión pero esperó a la llegada de la flecha incendiada de Roark, momento en el cual el gigante tuvo que girar un instante la cabeza abriendo un hueco en su cuello... y hacía allí voló la flecha de Unbenennbar.

Pero había apurado demasiado el tiro y ahora estaba casi frente a frente a una criatura que le doblaba el tamaño, por lo menos. Miró a ambos lados para buscar una ruta de escape confiando en que el gigante tomara otra opción.

Gülf mascó algo y se escupió en las manos, que procedió a frotar mientras murmuraba algo. Después, se preparó para pronunciar la plegaria.

En un ejercicio de incomprensible dicción, el enano emitió un sonido a medio camino entre una parrafada religiosa y un aullido. Había abierto la boca hasta tal punto que cualquier médico habría jurado que su mandíbula se le había dislocado. Los impíos brotaron como una catarata de sus fauces, concentrándose por completo en Gromenauer (y su escudo) y en la discreta silueta de Bromo.

El troncopincho realizó un bonito recorrido en arco intentando impactar en la mayor cantidad de cosas posibles. El enano salió a la carrera hacia el gigante con lo que el arma atravesó el espacio vacío que ocupaba su cuerpo. Por desgracia Gromenauer calculó mal las distancias y de pronto se encontró con una de las piernas del bruto que le asestó una patada. Más que físicamente lo que le dolió a Gromenauer sin duda fue el orgullo. Allí estaba él siendo pateado por un gigante cualquiera¹.

El que sin duda se llevó la peor parte fue Unbenennbar. El impacto de la maza le llegó en toda su gloria para hacerlo volar unos cuantos metros por el aire y estrellarse contra un árbol cercano. Lo único bueno que se llevó de todo el tema fue ver como su flecha se clavaba certeramente en el hombro del gigante.

Mientras tanto Gülf había lanzado su conjuro sobre el propio Gromenauer solicitándole a su dios que aterrase a la gran masa de músculos por la visión del enano guerrero. ¡Y funcionó! Aunque el clérigo se emocionó tanto que luego, el resto del día, no pudo volver a usar ese conjuro, el gigante dio un gritito ridículo mientras retrocedía un par de pasos.

¿Hemos mencionado la flecha llameante? Es difícil, en una situación como aquella, saber si la llamarada que empezó a quemar la entrepierna del gigante apareció antes o después del conjuro de fuego. ¿Puede que ambas cosas combinadas fueran las que provocasen su movimiento hacia atrás y que eso causase el tropiezo con el espíritu enviado por Golo? El caso es que el monstruoso humanoide se desplomó de espaldas, cuan largo era, lanzando un grito gutural que hizo temblar el follaje a su alrededor. Follaje que, por cierto, empezaba a prenderse del alegre fuego mágico de la antorcha.

Roark vio el bosque que empezaba a arder siendo el epicentro del fuego el gigante, y su flechazo. —Vaya, quién lo hubiera pensado. No es culpa mía, es algo totalmente inconcebible que arda un bosque así como así— Cargó otra flecha, esta no incendiaria para desilusión de la antorcha, y disparó.

No fue su mejor disparo. Aunque la flecha sí que acertó en el blanco, hizo poco más que un rasguño.

Tras evaluar los daños con una mueca de fastidio, el ladrón cogió la antorcha y echó a correr hacia el árbol de su derecha. Casualmente el desalmado explorador estaba estampado contra ese mismo árbol. 

—¿Como lo llevas?— dijo mientras se parapetaba en el lado opuesto del tronco al que abrazaba Unbenennbar y le lanzaba un odre con agua para que echara un trago.

—¿Qué ha pasado? —dijo el explorador mientras le caía el odre de agua al lado—. Madre mía, siento como si me hubiera pasado un camión por encima.

Un momento. ¿Un camión? ¿Qué diablos era un camión? Estaba claro que Unbenennbar estaba muy afectado por el golpe del gigante y no decía más que cosas sin sentido.

Dio un largo trago al agua y alargó la mano para que Roark le ayudara a esconderse detrás del árbol.

—¿Sigue ahí? —preguntó atemorizado.

Doña Golo se asomó de nuevo, y vio que el caos se había hecho forma en aquel lugar del bosque. Vio volar un cuerpo, después el fuego comenzó a emerger, y recordó las palabras de una colega: "siempre tienes que tener un espíritu del agua, nunca se sabe cuándo te puede venir bien". Pero también recordó que ella lo había desoído porque le había robado unas sandalias y nunca lo admitió.

Gromenauer necesitaba ayuda, y ella todavía estaba en forma como para hacerlo. Corriendo con la lanza frente a ella, el escudo firme a su lado, y los ojos entrecerrados formando una cara de velocidad, se lanzó (con la lanza) contra el gigante caído. Se impulsó en la piedra Krokrek, y saltó sobre el gigante con un intenso:

-¡Iaaaaaaaááááá!-

Pero cuando estaba en el aire, se dio cuenta que no estaba tan en forma como pensaba...

Me parece que el factor sorpresa se ha ido al garete, pensó Gülf. Si el nigromante todavía no sabe que un grupo de metepatas se dirige a su torre, es que es más tonto que una piedra.

Preparó su maza de combate. Había llegado el momento de ponerse manos a la obra. Con los árboles en llamas y un gigante acojonado, aquella refriega no podía ser más emocionante.

—¡NO ESTÁ MUERTO LO QUE RONCA ETERNAMENTE! —vociferó mientras arremetía contra Bromo.

—Grrrrrr —gruñió el enano mientras se incorporaba tras el topetazo. Por supuesto, no había sido nada contra alguien tan duro como él, pero... ¡Cómo se atrevía ese ser a patearle así! ¡Lo pagaría caro!

Colocándose su casco, Gromenauer partió raudo a aprovechar la ventaja que le daba ahora el gigante. Un buen golpe en la cabeza, ahora que llegaba, sería suficiente para atolondrarle lo suficiente como para ver qué hacer con él.

Así, cuando estuvo a su altura, se subió a su espalda y sobre sus hombros, decidió porpinar un buen testarazo. Casi tan fuerte como para derribar a un enano.

En las tabernas de Zork se decía que te metían una 'paliza de goblins' cuando un grupo de oponentes más débiles en apariencia se acercaban a un objetivo más grande y poderoso para rodearlo y zurrarle con saña, tirándolo al suelo y pateándolo sin piedad. Los enanos tenían más clase que los goblins pero cuando se daba el caso de que un gigante del bosque se dejan de combates caballerescos - tonterías humanas - y aprovechan la oportunidad para que no se levante de nuevo.

Y así fue.

El gigante cayó como un peso muerto.

Bueno, no tan muerto porque cuando doña Golo intentó atacarlo recibió una tremenda patada que la hizo volar hasta el árbol donde se encontraba ya Unbenennbar tirado. El golpe sonó drástico y la vieja animista recordó de pronto lo frágil de la carne y, sobre todo, de los huesos¹.

Gülf saltó emocionado sobre el pecho del gigante en llamas para estamparle su maza en pleno pecho. Bromo se intentó incorporar con un rugido mientras agarraba al clérigo con la intención de lanzarlo lejos. Pero eso nunca llegó a suceder. Gromenauer estaba ya sobre él. Había trepado por su espalda y descargaba fieramente su maza en la cabeza del bruto, de tal manera que saltaron carne, trozos de hueso esparciéndose por todo el bosque. No por nada tenía un martillo tan escabroso como contundente².

Bromo yacía eternamente dormido, como bien había citado Gülf. El problema es que su gigantesco cuerpo empezaba a convertirse en una pira de tamaño descontrolado cuyas llamas ya habían saltado a los arbustos cercanos.