Partida Rol por web

El enorme picto despertó moribundo, en el suelo de aquella cabaña. La oscuridad lo ocupaba todo y el frío febril y el hambre aturdían todos sus sentidos. Pero ante él, un desconocido lo observaba tenso.

Era un hombre barbudo, con el bello facial y el pecho empapado en sangre y cargaba lo que parecía una roca, que podría servir para aplastar la cabeza a alguien.

Miró a su alrededor tratando de averiguar dónde se encontraba, débil y aturdido, pero lo único que podía ser considerado real en aquel momento era el hombre de barba ensangrentada. El tipo de extraña mirada que sostenía una piedra de un modo que Cormac no podía definir... ¿acaso aquel desconocido quería atacarle?
—¿Quién eres? —le espetó, primero en su idioma y luego en nemedio, tensando su cuerpo ante un posible ataque.

Kirún dudó un instante cuando la vista se adaptó mejor a la figura del desconocido. Parecía recién levantarse. Era uno de ellos tras una borrachera o le había pasado como él? Pronto iba a descubrirlo.

Haciendo gesto de silencio con la mano que tiene libre, el Turano no puede mostrar más que su frustración al no entender al salvaje.

-No entiendo ni papa de lo que me dices. Maldice en voz baja en Shemita. -Hablas algún idioma civilizado? Añade en Aquilonio.

Con mas sigilo del que habías tomado jamás, lograste arrastrarte por los riscos de la montaña hasta aquella meseta. Se trataba de un corte, seguramente producido por algún desprendimiento hacia ya eones. Una mirada más exaustiva te hizo maldecir tu suerte. Un sendero duro, pero mucho más transitable que aquel por el que habías venido ascendía serpenteante  hasta la cima que se perdía mas allá de las nubes.

Te arrastraste como un reptil, con el cuerpo pegado a tierra, avanzando en contra del viento, confundiendo tu olor con el del asado que estaban a punto de devorar los pictos, y llegaste hasta la parte trasera de una de las tiendas de piel. Desde aquel ángulo, podrías rajar el tejido con tu puñal y entrar sin ser vista por los pictos de la hoguera.

Con el pulso acelerado por los nervios, apenas podíais oír las voces de los pictos que se encontraban en el exterior por encima de vuestros susurros. La precaución os hizo aguardar silencio unos instantes, cuando escuchasteis un leve rasgueo. Era apenas un leve roce del cuero contra la tierra, un par de piedras menudas rodando un par de centímetros, pero estaba ahí.

Alguien se acercaba por la parte trasera de la tienda, y trataba, sin mucho éxito, de pasar inadvertido.

—Silencio... ojos rasgados —le ordenó al turanio en un susurro, empleando la lengua de Aquilonia, y reforzando el mensaje con un gesto de su mano.
Una vez decidió que el hombre que había a su lado, aquél de enormes espaldas y barbas, era un cautivo como él y no uno de sus captores comprendió que debido a su debilidad iba a necesitar de él. Incluso el hijo de uno de los más grandes cazadores podía verse obligado en ocasiones a aliarse con un extranjero. E incluso más si tenía en cuenta la brutalidad de aquellos nuevos enemigos. Aquellos hermanos de raza con pinturas desconocidas para él aunque, claro, podía haber varios cientos de clanes a aquel lado del Río del Trueno. Y aguardando a discernir el origen del sonido que delataba un torpe movimiento en la parte trasera de la tienda, pensó en su hermano Rejvald y en qué habría sido de él si había dirigido al Clan del Lobo contra las nuevas huestes del fuerte que los zíngaros llamaban Baltar.
Se preparó para recibir al intruso.

"Bien, quiere silencio. Eso significa amigo."

Dejando de banda al picto, se aleja unos pasos sin apartar su mirada de la lona, de la zona donde proviene el ruido.

Aun con el cuenco en las manos, el barbudo turano intenta esconderse en algún recoveco de la tienda, pero manteniendo la linea de visión.

Una punta metálica apareció en el interior de la tienda. La cuchilla de un puñal atravesó las pieles con un cuidadoso crujido que solo pudieron escuchar quienes mantenían la respiración.

Poco a poco, el cuchillo fue desgarrando la tienda, al principio lo justo para poder mirar en el interior con cautela, pero la oscuridad en el interior era casi absoluta. En un tajo definitivo, una mujer decidió entrar en la tienda, confiando en su suerte. Cada segundo que permanecía fuera multiplicaba las posibilidades de que la descubrieran.

Una vez dentro, preparada para saltar como una fiera sobre cualquier amenaza, sus ojos localizaron gracias a la claridad que entraba por la brecha una silueta humana tendida en el suelo. Primero pensó en acuchillarla sin miramientos. Después, cuando alzaba el cuchillo, que tal vez estuviera dormido o muerto, pues no se movió. Pero la tensión se hizo aun mayor cuando la mujer descubrió que el hombre tendido en el suelo la observaba a ella con la misma mirada depredadora, como un felino acechando entre la maleza.

El hombre que yacía en el suelo parecía mal herido, y la mujer, cansada y con síntomas de una hipotermia leve.

Un crujido distrajo la mirada de los dos. Un hombre, escondido en las sombras de un rincón, con una larga y espesa barba cubierta desangre aun goteante había pisado accidentalmente un insecto, delatando su posición.

Cormac mantuvo la posición a la espera de ver qué sucedía. La recién llegada blandía el cuchillo con entereza, no cabía duda de que sabía cómo usarlo y no dudaría en hacerlo, y el hombre del Este permanecía también dubitativo en cuanto a cómo actuar.
—¿Quién eres, mujer? —probó a preguntar en aquilonio; le había funcionado con el grandullón—. Habla o juro ante los Antiguos que, a pesar de mis heridas, haré que hayas deseado haber contestado...

La situación distaba a ser ideal, esperaba que todos los pictos estuvieran a fuera cocinando o cazando. Ni por un momento se imaginó encontrarse la tienda llena.
Tres posibles rivales. La mujer parecía débil y el recostado estaba en una situación delicada... El barbudo podría ser un problema.

-Contén tu temperamento, salvaje- Fué una sorpresa que el picto supiera aquilono, pero no se hacía ilusiones, ya había visto la manera de actuar de los bárbaros cientos de veces. -Ahora mismo dudo que te importe mi nombre. He venido a "comerciar"... -remarcó esta última palabra con una sonrisa macabra, pues en un principio esperaba que no hubiera nadie en la tienda para poder "comerciar" a sus anchas. Pero la situación era la que era y mejor sería no forzar la suerte- ...vengo por comida, no me importa ni vuestras posesiones ni vuestras vidas... Cogeré lo que necesito y desapareceré.

El joven picto sacudió la cabeza confuso, aturdido por la convalecencia, y alternando su mirada ora en la recién llegada ora en el tipo de las barbas relajó su tensión al hablar.
—Está bien... ¿alguno de vosotros puede decirme dónde estamos y qué ha sucedido? —Reprimió un gesto de dolor al posar la mano en magullada cabeza—. Estoy algo confundido, quizás por el golpe en la cabe...
Un recuerdo difuso pugnando por alcanzar su consciencia lo hizo callar para tratar de evocarlo en su totalidad.

El corpulento bárbaro estaba más desgastado de lo que en un principio parecía, ni tan solo podía acabar las frases.
-Estás en tu própio territorio... ¿O acaso te has aventurado en tierras de un clan rival? -la situación parecía diabólicamente cómica, pero le brindaba una ocasión única a Anathema de saber algo más de la zona y la situción en general.

Cada segundo que invertía en la conversación le aportaba una información preciosa, pero a la vez el riesgo augmentaba
-¿Por qué no estáis en la selva? ¿Ahora tambien os alimentáis de piedras? Dudo que crezca nada más por aquí...

Dedicó una hosca mirada a la sarcástica mujer.
—¿Crees que preguntará si tuviese respuestas? —Buscando sus ojos—. No tengo la menor idea de dónde estoy en estos momentos, pero en mis últimos recuerdos me encontraba en una incursión para recuperar nuestras tierras. Creo que lo llaman ahora Fuerte Baltar... ¿es ahí donde estamos?

Kirún permanecía inmóvil en su "escondite", consciente de que ya lo habían detectado, pero sin fuerzas ni ganas para moverse.

Determinado que ambos desconocidos no eran miembros de la tribu local, el turano se relajó vagamente.

-Yo tampoco se donde estamos. Dice con un susurro casi inaudible. Yo también estaba explorando, en las selvas de más allá del Trueno, cuando caí en una emboscada. Lo siguiente que recuerdo es despertarme aquí, sin mis compañeros.

Para terminar su interrupción, mira a la mujer y añade con un hilo de voz... -No tendrás algo de comida?

¡El hombre de las barbas era un extrangero! La situación empezaba a tener un cáliz más imprevisto. Y las situaciones imprevistas aportaban pocas cosas buenas.
Alzó una ceja mientras escuchaba a dicho hombre. La situación le empezaba a serle familiar...

-¿Sois prisioneros? ¿Os han capturado esos perros? -El semblante de la mujer empezó a relajarse y por primera vez desde que entró en la tienda bajó el cuchillo- Entonces mejor que nos larguemos de aquí, aunque no tengo nada para comer, por eso me he arriesgado a acercarme aquí... Ummm, ¿sois silenciosos? Podemos probar suerte en otra tienda.

El picto miró hacia la mujer, primero con desconfianza y luego con resignación, ¿qué otra cosa podía hacer más que confiar en ella?, y terminó por asentir alargando su mano al turano en busca de un apoyo para ponerse en pie.
—Vamos allá —añadió—, y espero que seas en esta ocasión más silenciosa que cuando te acercaste a la tienda, mujer... o esos malnacidos acabarán con nosotros antes de que demos dos pasos.

La pieza de piel que cubría la entrada de la tienda se descorrío de golpe cuando Cormac esta a medio camino de levantarse. La luz os cegó por un instante pero no necesitabais ver lo que había al otro lado para saber que no eran mas que problemas

-Zia ha pavak'lo talu-nele!

Aquella lengua os era desconocida para todos, algún dialecto de algún clan del los Caimanes, tal vez, pero no necesitabais entenderlo tampoco. La voz era rabiosa y gutural y pronto a las palabras se le sumaron los hechos.

Os habían descubierto hacía rato, debisteis tener mas cuidado a la hora de hablar, bajando más la voz*.  Dos salvajes asaltaban la tienda por el frente blandiendo garrotes decorados con pinturas y piedras engarzadas y largos cuchillos de hueso afilado. Se adentraron en la tienda tan rápido como pudieron y se lanzaron sobre los cautivos, tratando de machacarlos con los garrotes.

Anathema aun estaba dándose cuenta de la situación cuando oyó algo a su espalda. Os habían rodeado. Otro de ellos desgarraba la abertura por la que había entrado Anathema. Levaba una lanza corta de madera endurecida y un hacha corta de sílex. mientras arrancaba el último jirón de piel con el hacha soltó una lanzada al interior dirigida a las costillas de la mujer.

En el exterior se oían mas voces, todas similares. Llenas de rabia e ira, alarmadas que corrían hacia la tienda arrastrando armas que no pudisteis ver, pero seguramente, pronto tendríais que evitar.

En cuestión de segundos la situación se había vuelto crítica. Sin duda el hambre la había vuelto descuidada y jugaba a favor de los odiosos salvajes.

Cuando comprendió que los tres estaban en un grave apuro desenvainó sus armas con intenciones de llevarse tantos pictos por delante como su cuerpo le permitiera. Pero los muy sucios ya habían planeado la jugarreta y abrieron la piel de la entrada con la intención de encegarlos.
Contra Anathema la táctica funcionó, pues cuando se encaró al malnacido que quería atacarla por la espalda, sus ojos no acertaron a detectar la maliciosa lanza.

-¡Yack! -exclamó apretando los dientes. El dolor se repartió inmediatamente por el resto del cuerpo de manera que durante un instante dudó sobre la localización de la herida.
El dolor también fué un aviso sobre lo que le esperaba si no abría una ruta de escape

Kirún se sobresalta al oír la voz del salvaje dando la alarma. Rápidamente se encara con uno de ellos e intenta meter obstáculos en medio. Parece que surte efecto y el ataque del picto es entorpecido y falla.

Aun así, las fuerzas le flaquean al barbudo, impidiéndole reaccionar antes que su adversario.