Partida Rol por web

Diego, que parecía estar prestando atención a las conversaciones que sucedían a su alrededor, asintió ante la petición de su chiquilla— Por supuesto, congeniad cuanto deseéis— dijo con una sonrisa.

Nabuk, por su parte, asintió, dando permiso a su chiquilla para abandonar la reunión— Ve con la señorita Beatrice. Luego, si no has vuelto, te iré a buscar— su mirada denotaba que luego mantendría una conversación con ella. 

— He oido que Alfonso de Venecia tiene apoyos cada vez menores. Y supongo que sois conocedores del estado de bancarrota en el que se encuentra el Imperio Latino.—dijo, arrugando lo que parecía ser su entrecejo— Esos hombres sin respeto por la tradición o lo sagrado han empezado a vender nuestras reliquias al mejor postor para intentar que su poder deje de tambalearse, de manera que supongo que no cuentan con un grueso considerable de hombres, y sólo la ayuda de aliados externos a los que no tienen cómo sobornar, podría salvarlos de nuestro avance.

- Siguen contando con una fuerza numerosa que no debemos subestimar. - Añado a las palabras de Malaquita mientras me decido a intervenir. Me levanto y con movimientos gráciles me acerco hasta los Cainitas reunidos.

- Alfonso seguirá teniendo el apoyo de Guillermo pase lo que pase. Y aunque sólo estuvieran ellos dos, sus fuerzas combinadas no son algo a despreciar. - Me alegro de poder contar con la información que puede proporcionarnos el Nosferatu. No dudo que será el mejor informado de todos nosotros. - Y aunque me alegro de tener a tan bravos guerreros - continúo extendiendo mis manos para abarcar a todos los presentes, - que además traen a numerosas fuerzas bajo su mando - matizo recordando a todos las palabras de Iacobos, - me gustaría tener algún tipo de confirmación acerca de a qué fuerzas nos enfrentaremos exactamente. -

- No me malinterpretéis, no dudo de la victoria en nuestra empresa. - Digo negando con la cabeza y mostrando una sonrisa. - Sólo quiero evitar muertes innecesarias en nuestro bando. Ninguno queremos sacrificar a ninguno de nuestros hombres salvo que sea necesario, ¿verdad? -

Asiento solemnemente a las palabras de mi sire, y estoy a punto de contestar cuando se acerca el hombre que nos ha estado observando desde al lado de Ana Comnena. Mi máscara lo escudriña con su férrea expresión inmutable mientras nos habla y le contesto con la misma seriedad que llevo manteniendo desde mi llegada.

—Siempre que no sea necesario evitaremos la muerte, pero mucho me temo que un enfrentamiento como el que nos aguarda requiere tener fe en las propias capacidades y que habrá recompensa tras fenecer. Aún así debo daros la razón. Poco importa la disposición de nuestras mercedes y la de los hombres a nuestras órdenes si nos enfrentamos ante una montaña que se nos viene encima con todo su peso. Creo que por eso es buena idea que contemos con un grupo tan variopinto en lo que a experiencias, capacidades y estilos se refiere, puesto que si estamos capitaneados por líderes sabios y diligentes, y quienes estén por bajo de ellos conocen su lugar y lo mantienen con templanza; la fuerza con la que impartiremos nuestra justicia será innegable. Y sí, conocer exactamente cuántos y cómo serán nuestros enemigos, es parte de nuestra responsabilidad —miro hacia Malaquita, a sabiendas de que él probablemente tenga ya estos conocimientos o esté cerca de hacerse con ellos.

Beatrice se despidió del grupo en el que se encontraba con una suave inclinación de cabeza y después siguió a Naida hacia la salida, en pos de esos hermosos jardines que la joven deseaba visitar.

Una sonrisa suave permanecía en sus labios mientras contemplaba a la cainita de hermosos cabellos pelirrojos con un brillo divertido en los ojos al salir del salón.

Asiento a lo dicho por Iacobos con gesto totalmente confiado.

—Vamos a ganar, la fe y nuestro compromiso nos llevará a la victoria, se la vamos a quitar de una vez por todas a esos malnacidos.

Miro de soslayo al perro faldero de Comnena y niego con la cabeza, desde luego ese... individuo es de todo menos respetable, a pesar de dedicarse a insultar a mi sire, luego elogia que hayamos traído tropas, desde luego es bastante contradictorio.

Las conversaciones prosiguen y la noche progresa. 

El ambiente es más bien distendido cuando Ana Comnena vuelve a subirse a la tarima que ocupa el centro del patio, dispuesta a pronunciar unas palabras. Y en cuanto se percatan de ello, sus invitados guardan silencio, ante lo cual ella esboza una sonrisa agradecida.

— Mis ilustres y bien apreciadas señorías —comienza— Me complace sobremanera veros a todos aquí, dispuestos a enarbolar la bandera de una causa común. —dijo, y su voz sonaba potente e ineludible, resonando entre los muros del patio interior de la villa— No somos pocos, y entre todos, seremos capaces de reunir una fuerza tal que deberá ser temida por nuestro enemigo, el hereje latino, Alfonzo de Venecia. Aunque si es lo suficiéntemente necio, quizá osa enfrentarse a nosotros, y nos proporciona el placer de probar su sangre de cobarde y traidor. —ante aquellas palabras, algunos asintieron, y otros más aplaudieron, otros aún permanecían en silencio.

— Les haremos pagar una a una todas las vidas que le arrebataron a nuestra querida Ciudad Dorada desde que enturbiasen las sendas de la Cuarta Cruzada. Y pagarán con su sangre el precio de todas las reliquias mancilladas y vendidas al mejor postor para llenar las arcas de un gobierno impostor que ensucia todo lo que un día significó pasear por la capital de Bizancio —añadió, alzando su puño, y su presencia pareció engrandecerse, y muchos no pudieron evitar observarla, admirados— ¡Lucharemos por lo que es justo! ¡Dios mismo estará de nuestra parte! ¡Haghia Sophia será vengada! ¡Miguel será vengado! ¡Las buenas gentes de Bizancio recibirán una digna sepultura hecha de los cadáveres de sus vulgares asesinos!— ante aquel último énfasis, algunos rugieron, al reconocer en sus palabras el nombre de Miguel. Rugieron al escuchar el nombre de la mancillada catedral de Haghia Sophia. Los aplausos se sucedían, la mayoría asentía, y de pronto...

El sonido de cristales a romperse resonó entre las paredes del patio interior, y seguidamente una explosión de luz y fuego que cegó momentáneamente a los que habían posado su vista en el escenario, se propagó desde la derecha de la tarima, provocando gritos de asombro y confusión.

Antes de que pudieran reaccionar del todo, los presentes se vieron asaltados de nuevo por el ruido de los cristales, y otra explosión de fuego y luz hizo su acto de presencia, esta vez sobre un tapiz, situado a la espalda de Ana Comnena, que de pronto se vio rodeada por las llamas que comenzaban a lamer y devorar con avidez la madera de la tarima y los muebles que había sobre ella, así como la tela de los tapices situados alrededor del patio. 

El rostro de la mujer bizantina pasó del fervor al horror en cuestión de instantes, mientras miraba alrededor, desesperada, buscando una salida.

El fuego se extendía también en dirección contraria, acercándose a los cainitas allí presentes, que empezaban a notar cómo el pánico deseaba hacer presa de ellos. Un pánico instintivo y animal, que podía causar mayores destrozos que el mismísimo fuego, y que los hacía a penas consciente de los gritos que los criados, alertados del peligro de sus señores, empezaron a proferir, moviéndose frenéticos ante la emergencia.

Bonito discurso. Enardeciendo a las tropas. Puedo ver en los ánimos de los presentes cómo se ensalza la llama de la lucha en sus corazones. Has aprendido bien querida Ana.

Pero algo o alguien ha esperado el momento oportuno y ha dado al traste con tus intenciones. El discurso se ha ido a la mierda y el brillo de las llamas refulge en la noche y se refleja en los ojos de todos los presentes. ¿Qué demonios?

Tengo que hacer algo, debo pensar con rapidez. Me acerco dos pasos a uno de los sirvientes que observan anonadados la escena con la intención de darle un par de órdenes y que reaccione de una maldita vez. Llego a sujetarle por el brazo y el hombre gira el rostro para mirarme aterrado como si hubiera cometido una falta grave. En el fondo así es.

Pero otra llama surge cuando el fuego alcanza uno de los tapices, una llama que se eleva por encima del resto alumbrando la estancia y me hace girar el rostro. Noto como algo pugna dentro de mí. Es una sensación conocida, aunque largo tiempo mantenida a un lado, casi olvidada. Es la Bestia. Un instinto visceral de supervivencia se apodera de mí y mis ojos se tiñen de rojo. Todo se nubla, oigo algo parecido a un gruñido gutural y me noto correr… pero no recuerdo más.

Cuando Comnena llama nuestra atención me vuelvo hacia ella para escuchar su discurso atento. Por mucho que no tenga mucha simpatía hacia su persona, hay que reconocer que su discurso está inspirado y con él ha conseguido ganarse a la gran mayoría de los presentes.

Pero todo se echa a perder cuando aparece el fuego... esas lenguas rojizas cargadas de calor y que provoca un terror en nuestra especie que dificilmente puede soportar.

Por fortuna para mi, la experiencia en el campo de batalla da sus frutos y no sucumbo a la Bestia interior que ruge por su supervivencia.

Asiento brevemente ante las palabras de Malaquita, Iacobos y Demetrios, pues no puedo sino estar de acuerdo con su prudencia, aunque mi alma de guerrero me esté pidiendo a gritos entrar en guerra. Una cosa es la valentía y otra cosa la temeridad. Y había sobrevivido a demasiadas guerras para no saber distinguirlas.

Y luego la anfitriona hizo acto de presencia otra vez, con un discurso de enardecimiento de las masas. Eso se le daba bien, como a todo su clan, si bien no era la sombra de lo que pudieron hacer los Toreador en Constantinopla, los ideales que mostraba eran justos y valerosos, fuera cuales fueran sus intenciones. El fin era el mismo, y eso es lo que me importaba.

No puedo evitar cerrar mis puños con fuerza ante la mención de la cuarta cruzada, o clamar un grito cuando menciona a Miguel y la venganza. Ansiaba la llegada de ese día. Ansiaba recuperar el sueño de Miguel.

Pero mis ánimos se ven destrozados con el inicio de ese fuego, que crece, amenazante, desde varias direcciones. Miro a un lado, y a otro, planeando qué poder hacer. Noto el calor en mi piel. El brillo del fuego. Veo a Ana Comnena demasiado cerca del peligro, pero no puedo hacer nada. Crece dentro de mí. Ya lo había sentido antes y aún no conseguía controlarlo. Era mi bestia, asustada, ansiosa. Tenía que salir de ahí...