Partida Rol por web

El carruaje continuó su trayecto por las tenebrosas sendas de los Cárpatos. Rodrigo estaba en silencio, dirigiendo a los caballos y dejando a los dos vampiros cada uno con sus pensamientos. Llegarían en un rato.

De improviso, el carruaje se meneó peligrosamente y se ladeó hacia la derecha. Parecía que una rueda se había encajado en el suelo. Al tiempo empezaron a escucharse pedradas en el lado del carruaje y gritos enardecidos. Una voz conocida llevaba el protagonismo del ataque.

-¡Os lo advertí! -proclamó la voz del monje que habían conocido en la posada-. ¡Os dije que no fuérais a esa casa de perdición y ahora estáis condenados! Pero en el nombre de Dios os purgaré.

El monje venía acompañado de tres caballeros con armadura templaria pese a que la orden había sido aplastada un siglo antes. En la mano llevaban hondas con las que apedreaban el carruaje, mientras que uno de ellos, con escudo y espada, se acercaba para el cuerpo a cuerpo.

El caballero de la espada y el escudo cargó contra el pescante enarbolando su arma e intentando acabar con Rodrigo. El ghoul intentó esquivarlo saltando al techo del carruaje, pero el filo del arma alcanzó a herirle en la pantorrilla.

-¡Mis señores! ¡Ayuda!

Los otros dos apedrearon de nuevo el carruaje. El padre Augustin rezaba en voz alta.

Las incomodidades del viaje que en vida le habían parecido siempre tediosas ahora resultaban apenas destacables. Saber que no podía morir le daba una extraña seguridad e indiferencia frente al paso del tiempo. Daba igual las horas o días que tardase, jamás se apreciaría en su hermosa piel. Durante años, tal vez siglos, siempre seguiría teniendo ese aspecto.

Cuando el carro paró, levantó la cabeza hacia Damian y después miró el exterior para comprobar con irritación quién osaba meter las narices en sus asuntos.

-Viejo charlatán... -espetó entre dientes con vulgaridad.

Pero cuando el templario se lanzó a por Rodrigo un destello de malicia se cruzó en sus ojos. Atacar así a una persona sin conocimiento de causa. ¿En qué estaban pensando? Incluso antes de que Damian reaccionase, la vampiro salió del carruaje sobrecogida por una rabia desconocida y se abalanzó contra el hombre armado con las manos desnudas por delante.

El golpe de Leonore fue como la picadura de un mosquito. A pesar de que su sangre había aumentado su fuerza, el caballero templario no sintió su golpe.

Damian dio un sobresalto en cuanto escuchó las pedradas contra el carruaje, sacó su espada y salió a enfrentarse a los desconocidos enemigos que ahora se interponían en su camino.

Aprovechando que estaba enzarzado con Rodrigo, Damian le clavó la espada en el costado al templario de la espada. El humano soltó un gruñido y se giró para devolverle el golpe. Rodrigo saltó desde el techo del carruaje sobre el soldado y le clavó su daga en el cuello repetidamente entre gritos rabiosos. El soldado no tardó en caer al suelo derribado por el ghoul.

Una piedra zumbó en dirección a Damian y le dio en el hombro. Estaba envuelta en un paño mojado. La pedrada no le hizo daño, pero algo le quemó como si fuese fuego. Su carne chisporroteó desprendiéndose al contacto con el agua...

Mientras tanto, el otro hondero desenvainó y cargó contra Leonore.

La espada se hundió en la tierna carne de la noble con tanta facilidad como si de un muñeco de paja se tratase. La hizo tambalearse hacia un lado con un gemido ahogado. No podía hacer eso. ¿Cómo se atrevía a empuñar una espada contra ella? Maldito bastardo, iba a mandarlo al infierno a pedazos. NADIE volvería a rozas su piel con ningún arma sin pagar las consecuencias. Nadie...

Leonore agarró la espada del hombre que había matado Damian y con un grito enardecedor se lanzó contra el templario.

La espada le dio en un brazo y la sangre brotó entre las malla. Aquello enardecía aún más el hambre de los vástagos, que de utilizarla empezaban a notar sus reservas mermadas... Pero en la victoria se saciarían.

Damian rugió de dolor por el agua que le quemaba la piel y miró al causante de su herida. Se abalanzó sobre él con los ojos inyectados en sangre y profiriendo gritos de rabia mientras enarbolaba la espada con su mano izquierda.

Damien cercenó la cabeza del soldado que manejaba la honda. La sangre se derramó como una exquisita fuente mientras el cuerpo se arrodillaba frente a él. El padre Augustin soltó un grito aterrado y salió corriendo entre los árboles. Y no hay nada que anime más a un soldado que el enemigo que huye...

Rodrigo intentó apuñalar en el cuello al templario que seguía en pie, pero la armadura repelió su tajo.

La sangre alentó la furia de Leonore, que descargó de nuevo la espada contra el templario.

Leonore volvió a manejar la espada y sólo gracias a su fuerza sobrenatural alcanzó a cortarle el brazo a la altura del codo. El soldado perdió pie y se golpeó contra el costado del carruaje, aullando de dolor. Y la deliciosa sangre se desparramaba por todas partes.

Damian, alentado y enardecido por el derramamiento de sangre y por ver caer arrodillado a su enemigo decapitado, aulló por su victoria.

Al ver huir al monje, una sonrisa maligna se dibujó en su rostro.

- Ni lo intentes...

Estaba completamente fuera de si. Un soldado con honor como había sido él anteriormente habría aceptado la rendición de su enemigo, pero esta vez no era ningún soldado el que se revolvía en su interior. Ya no tenía un corazón que latía y comprendía la piedad.

Su fuerza sobrehumana y su superior velocidad hicieron que alcanzarle fuera fácil. Nada más alcanzarlo le asestó un tajo certero en una de las piernas que lo derribó.

- ¿A dónde crees que vas?- dijo arrastrando las palabras.

Lejos de horrorizarse por lo que acababa de hacer, Leonore cargó contra aquel hombre indefenso ignorando incluso a la Bestia que rugía de hambre en su interior. Si hubiese podido verse desde fuera de sí misma habría huido hacia Dios sabe dónde. Ella enarbolando una espada con más bien poca destreza, con un aspecto desastroso, impregnada de sangre y sucumbida a la ira, asestando golpes furiosos repetidamente contra el templario. No quería alimentarse de él. No le importaba el sonido de los huesos crujir bajo el metal, pues había escuchado los suyos propios y los de Damian hacerlo la noche anterior. Ni siquiera las vísceras y la sangre esparcidas por el suelo. Sólo deseaba reducirlo a nada, a un amasijo de carne y metal para que jamás pudiese volver a hacerle daño a nadie. Ni a ella ni a nadie.

-No... volverás... a herir... a nadie... nunca... -repetía entre murmullos con cada puñalada. Habían intentado matarles, pero ellos ya estaban muertos. Era como golpear el humo con una espada.

-Ilusos… -balbuceó incorporándose para contemplar su obra maestra.

Se restregó el rostro tratando de quitarse algo que le había salpicado. No era sangre exactamente, algo un poco más consistente y viscoso. Poco a poco, al observar aquel diminuto trozo de carne que se había pegado a su piel, fue consciente de lo que acababa de hacerle a aquel hombre. La verdad de su comportamiento, violento e irracional, le golpeó la mente de forma contundente. Apenas quedaba un ápice reconocible en él. Soltó la espada aterrada, como si fuese un objeto maldito que durante unos gloriosos instantes la había poseído. Eso, algo debía haber tomado el control de sus actos, de otro modo la Leonore que conocía jamás habría podido hacer algo así. Retrocedió todo lo que pudo incapaz de apartar los ojos del cadáver, como si aquello le diese morbo. Y algo dentro de ella se consumía de dolor, hambre y rabia.

“Está bien así. Si no me habría hecho daño. Ya me lo ha hecho” pensó, y fue capaz de separar la mirada para recaer en la herida de su costado. Pero igualmente, era injustificable. Damian y Rodrigo la habrían defendido. Dierck la habría defendido de seguir vivo. Pero no lo estaba porque ella había suplicado por su muerte. Ella lo había matado, se había alimentado de él hasta matarlo.

Volvió a mirar a contemplar su asesinato, y un grito desgarrador se escapó de lo más profundo de su alma como si la estuviesen matando de nuevo.