Partida Rol por web

Hace horas que no han hecho nada más que torturarte. Ahora arrastran tu cuerpo desfallecido a través de los fríos pasillos de las mazmorras de Desembarco Del Rey. A tus lados van quedando numerosas puertas de madera, cerradas a cal y canto, algunas roídas, o destrozadas por el paso del tiempo, ojos sin vida te miran desde los resquicios de las mismas. Te sorprende observar como algunas puertas ni siquiera permanecen cerradas, si no que siquiera están, en su lugar, decenas de hombres maniatados permanecen en el interior, incapaces de dar un solo paso, desnudos, desnutridos, consumiéndose en la oscuridad que solo se extingue fugazmente con el paso de la antorcha del carcelero.

Tu alma, aun joven, sufre un espasmo de miedo al ver estas escenas realizadas sin remordimiento. Cuando permanecías fuera, en las calles, escuchabas de vez en cuando, rumores acerca de este lugar, como el peor destino que podía sufrir cualquier ser humano. Se hablaba de extraños aparatos de tortura, capaces de extraer toda fuerza del hombre, para dejarlo convertido en un espectro sin vida, de ingeniosos y malévolos artilugios con la función de llevar al hombre hasta el máximo de dolor físico que pudiera soportar sin perder la consciencia, pero que a su vez no ponían en riesgo ninguno su integridad, permitiéndose así, repetir el proceso a lo largo de un infinito de dolor.

Tú no habías conocido el invierno, eras joven y te habías criado en la opulencia respecto a aquellos tiempos, por lo que los guardias habían sido sumamente benevolentes contigo y tan solo te daban palizas, quizás debido a tu corta edad, quizás a que nunca se te había cogido cometiendo ningún acto tan terrible como el que allí te había arrastrado. La que si que habías conocido era la justicia del pueblo, la de los comerciantes que prefieren defender ellos mismos sus negocios mediante técnicas disuasorias que dos de tus dedos ya habían probado. Para ti, a ver sufrido esto sin derramar una lagrima real, era prueba de tu hombría, y seguro estabas de haber podido sufrir cualquier tortura que aquí se realizara, con el pecho henchido y el rostro alto. Para ti, las historias de este sitio eran cuentos, exagerados por mercaderes que querían asustar a los picaros, tonterías absurdas tan irreales como las de las bestias mágicas de más allá del muro. Ahora tú alma esta encogida y tu cuerpo dolorido.

El carcelero te suelta, dejándote caer sonoramente al suelo, mientras busca una llave, colocado ante la puerta de tu nuevo hogar.

Encerrados desde hace días, semanas quizás, imposible contar el tiempo, pues nada aquí es regular y el sol nunca alcanza a adentrarse entre las grietas de las húmedas mazmorras de Desembarco Del Rey.
Las comidas son pobres e infrecuentes, cuando llegan, difícil es definirlo como algo comestible, pero se hace, por necesidad, por el hambre que atenaza el estomago y te mantiene en la esquina de tu oscura celda, con el animo destrozado y las manos temblorosas, incapaz ya de clamar tu inocencia, de pedir clemencia, o de rogar tu muerte.
Ya no hay palabras en tu garganta, seca y agrietada, en la que el paso del agua se ha convertido en un recuerdo del pasado, un añorado recuerdo que en ocasiones parece, nunca fue real.
Las palizas ya no duelen, son una rutina, que te sorprendes agradecido, pues te devuelven a la consciencia de que sigues vivo. Pero estas también menguan, los verdugos solo disfrutan con los vivos gritos de dolor de los recién llegados, que aun conservan fe y esperanza grabadas en su alma, a ti te la arrancaron a latigazos.

Tu celda consiste  en un pequeño cubículo, de paredes de piedra, con pequeños montones de paja húmeda esparcida por el suelo y sin ninguna luz en su interior, la puerta es recia madera, con largos y sangrantes arañazos grabados en su historia a los que también sumaste tu marca ante el palidecer de tus fuerzas.
El día que llegaste aquí, había un anciano, el te contó, o al menos susurraba, la historia de sus dos antiguos compañeros, al parecer sus hijos, los había asfixiado mientras dormían para ahorrarles la pena del sufrimiento, ninguno se había resistido, y el sabia que había obrado bien pese a lo que te repugno en un principio, los cadáveres permanecieron allí largo tiempo, y la vida del anciano, aguanto hasta aquel momento.
Desde entonces permaneces solo, meditando a lo largo de la eternidad, envidioso de la suerte de los muchachos.
Algo se oye en el pasillo aparte de lloros y suplicas, algún guardia se aproxima a ti o a las celdas anexas, te acuclillas en tu esquina, cubriéndote el rostro con las manos y colocándote en posición fetal, probablemente te espere una paliza o quizá comida, aunque una parte de ti aun confía con vana esperanza de que quizás sea la hora de llevarte al cadalso.

Tras no percibir ninguna señal por parte del guardia, Daamir empezó a asomar su rostro entre los brazos que le protegían, estaba seguro de que aquel guardia se había detenido en frente de él, si se fijara en él sólo vislumbraría los pies en medio de la suciedad de las piedras. Supongo que ha llegado mi hora, no podía cortarle las pelotas a aquel bastardo y salir impune. Mientras empezaba a incorporarse decidió mostrarse resuelto: Padre no crió a cobardes, plantaría cara a la muerte y la miraría con orgullo.

La puerta se abre, un mar de luz se adentra, de las manos del que crees el carcelero. En su mano porta una antorcha, cuyo fulgor inunda la estancia. Decenas de ratas salen corriendo en todas las direcciones, huyendo de el, como si fuesen conscientes de que es la única persona en este pútrido infierno a quien aun hay que respetar.
A sus pies, un bulto descansa, una figura casi inerte de cuyos labios se exhalan gemidos de dolor y rabia.
El carcelero te mira y sonríe con una macabra mueca que proyecta terroríficas sombras en las paredes, producto del fuego.
¿Aun vivo? ¿Rata inmunda? ¡Toma, para que muerdas!
Patalea al joven, empujándolo a entrar.
 

El carcelero abre la puerta, en su interior, una figura esquelética, vestida con harapos y con largo pelo cayendo a ambos lados de su sucio rostro se yergue lo mas derecha que le permite su maltrecho cuerpo, su posición pretende ser desafiante, y el centenar de ratas que huyen del fuego del carcelero entre sus pies, le da un aire terrorífico, como si fuera el señor de las mismas.
Tu exhalas aun dolor, gimiendo en el suelo mientras el carcelero le habla.
¿Aun vivo? ¿Rata inmunda? ¡Toma, para que muerdas!
Tras ello, te patalea, invitándote a entrar en la celda.

Al oír al guardia -parecía que aquella vez, la visita no iba con él- el preso se incorporó cegado por aquella luz ¿cómo podía ser que lo que más ansiaba en aquel momento pudiera convertirse en su tormento? ¿cuantas noches llevo en este agujero? Se preguntó para sus adentros. Al ver al joven no pudo evitar sentir cierta alegría, pena por aquel pobre desdichado y alegría por su suerte: Ahora tenía un acompañante con quien compartir las penas y los desalientos en la oscuridad de la celda.

Tras esperar que el carcelero saliera de la estancia se dirigió a aquel chaval, debía rondar su edad y se le veía tan sucio como debía estar él. Pronto los rasgos del recién llegado se fundieron en la oscuridad al desaparecer la fuente de luz.

-¡Chico! ¿Te encuentras bien? ¿Cómo te llamas? Le preguntó de manera apremiante, rezaba porque aquel compañero de celda le durara más que los anteriores...

-¡Que los Otros se lo lleven! Maldijo el prisionero al no obtener respuesta alguna. Se volvió a su posición en la celda y aguardó en la estancia, hacía mucho que dejó de rezar, los dioses para él estaban muertos y de momento el destino no parecía cambiar. Había contado cada una de las piedras de sus muros una y otra vez: mil seiscientas cincuenta y tres había. Incluyendo las diminutas que apenas se veían en las juntas. Las esposas fijadas al muro por medio de los eslabones de la cadena le habían magullado los brazos y los tenía en carne viva, pero hacía tiempo que había dejado de sentir dolor. El tiempo pasaba inexorable y no tenía nada que hacer.

Volvió a mirar el cuerpo que seguía sin moverse. No tenía nada mejor que hacer así que se entretuvo hablando con él: -La ceremonia de iniciación ehhh. No te preocupes es la peor, luego habrá más pero ya te las esperas, con el tiempo te acostumbras, eso es lo peor creéme acostumbrarte a esto, ya no hay más que rutina. Esperaba que aquel cuerpo diera síntomas de estar vivo, una conversación ahora sería bastante agradable, reflexionó para sus adentros.

Tras una larga retaíla y otro silencio aún más largo, Daamir se impacientó.

-Venga no habrá sido para tanto, ¿estás ahí? Preguntó mientras le tiró un pequeño guijarro que tenía a mano.

El golpe contra el frío y sucio suelo de la celda le había dejado aturdido. Escuchaba una voz cercana pero el olor a suciedad, meados y demás de la estancia le resultaba aún más real. Cansado, agotado y sin fuerzas para hablar decidió cerrar los ojos durante unos instantes...

- Venga no habrá sido para tanto, ¿estás ahí?

Una voz y un leve golpe en el cuello le despertaron de su letargo. Lo primero que hizo fue mirarse la mano y comprobar aliviado que aún conservaba ocho dedos. Al menos esta vez no le habían quitado ningún dedo de más, un alivio.

Después se puso en pie y busco el aire más limpio y fresco posible mientras se tambaleaba esforzándose en que la sangre volviera a correr por su cuerpo.

Que el padre me de fuerzas para seguir vivo un poco más. No quiero morir aún, tengo muchos años que vivir aún, si consigo salir de aquí. Me llamo zacarias, ¿Cual es tu nombre compañero?

Y zacharias se acerco a la puerta de la celda para observar el pasillo y la cerradura. Y después se volvió para comprobar la celda por si había alguna ventana o algo que le sirviera para saber donde estaba.

La respuesta hizo que Daamir diera un suspiro contenido al ver que no estaba solo, al menos por un tiempo. Vio su figura moverse a lo largo de la oscura estancia de un lado a otro. La esperanza todavía la tenía, esa sería la primera en abandonarle...

-No te molestes Zacarías. Te presento la celda: está hecha de mil seiscientas cincuenta y tres pedruscos de distinto tamaño, al menos a la vista, el que te tiré es el único que pude sacar. No recuerdo qué numero era

Se oyó un tintineo de cadenas que evidenció a su acompañante un cambio de postura por otra más cómoda.

-Por cierto, te dije mi nombre pero creo que estabas más para allá que para acá. Soy Daamir, Daamir Wolfskin y tengo mucho tiempo libre, cuéntame como llegaste aquí. Le interrogó el preso.

Yo soy zacarias. Lord Zacarias del lecho de pulgas, señor de la esquina de la calle de los sederos con la calle mayor, guardián de la ganzúa y protector de mis ganancias - afirma mientras hace una ostentosa reverencia. Y preferiría no saber porque tú estas aquí. Si vamos a compartir esta lujosa estancia prefiero poder dormir sin pensar en tus crímenes así como no alardear de los míos.

Pese a todo el muchacho observa la estancia, sobretodo la cerradura, buscando una posible forma de salir de aquí. Al fin y al cabo la parte más fácil podría ser abrir esa puerta.

Si has contado todas las piedras de esta sala es que te aburres mucho. Dime, ¿Que horarios hacen los guardias por aquí? ¿Cada cuanto tiempo pasa un guardia a revisar esta sala? ¿A que altura estamos de las catacumbas de la ciudad?

Mientras formula las preguntas su atención sigue fijada en la sala, no en su compañero de cuarto.
No he venido aquí a hacer amigos. Mi intención es salir de aquí como sea.

Tu celda consiste en un pequeño cubículo, de paredes de piedra, con pequeños montones de paja húmeda esparcida por el suelo y sin ninguna luz en su interior, la puerta es recia madera, con largos y sangrantes arañazos grabados en su historia.
La cerradura es hierro oxidado, quizás manipulable si dispusieras de algún material para ello.
Por todo lo demás, esta vacía, aunque una parte de ti, aun puede abrigar esperanzas de encontrar alguna forma de escapar cuando tus ojos se hagan completamente a la oscuridad, aun así, parece que no hay mayor salida posible.

La mano te ha derivado a las prisiones de la ciudad, es tu primera visita a la misma, y no te ha reconocido, quizá por ello, o por el poco tacto que hallas podido tener, tan solo se te ha permitido, llevarte a tres presos de los sangrientos calabozos de Desembarco del rey. Ahora te encuentras sobre ellos, frente al guardia que custodia la puerta de acceso a los mismos.
Escuchas el rechinar de cadenas y los lamentos que atraviesan las puertas de hierro, madera, las piedras y barrotes que separan a esos hombres de la libertad.
No eres un necio, has oído hablar de este lugar, uno de los más oscuros y sangrientos de poniente. Pocos hombres entran aquí y vuelven a ver la luz del sol, muchos ni siquiera llegan al cadalso, o siquiera a ser juzgados.
La sala en la que te encuentras posee paredes compuestas por grandes bloques de piedra. Una mesa tras la que se halla el guardia devorando su temprana cena, y un par de camas colocadas a un lateral de la estancia para los momentos en los que los guardias se toman un descanso.
Tras de ti, la enorme puerta de madera que da acceso a este lugar, tras el guardia otras dos.
Por lo demás, no hay mas mobiliario y tan solo unas antorchas, que pueden ser extraídas de sus posiciones, iluminan el lugar.

Damon no está nada satisfecho del modo en que se está desarrollando su misión como reclutador de la Guardia de la Noche. Teme no estar realmente a la altura de las elevadas expectativas… y teme por encima de todo defraudar la confianza que el Viejo Oso, el Lord Comandante Mormont, ha depositado en él al enviarlo al sur a buscar nuevos reclutas adecuados para unirse a los hermanos juramentados que deben proteger el Muro.

Aunque el término de “adecuados” es un cómico eufemismo teniendo en cuenta que la inmensa mayoría de los candidatos no son más que criminales, ya presos y ya condenados, que solo se plantean la opción de vestir el negro por el perdón de todos sus delitos que supone hacerlo, según las leyes ancestrales de los Siete Reinos.

Si bien debe recordar que él mismo fue en su día uno de esos criminales desesperados, y si sus huesos dieron a parar en el Muro sólo fue como alternativa a la horca, tras ser atrapado cazando furtivamente en el Bosque Real, así que no es el más adecuado para prejuzgar a sus involuntarios candidatos… nadie puede anticipar cual será su verdadero potencial…

Esta es la primera ocasión en que lo envían al sur como reclutador y la tarea supone un reto para cualquiera, no solo has de realizar un largo viaje en solitario por unos caminos que no siempre son tan seguros como deberían, sin contar con más recursos que tus propias habilidades, sino que después debes presentarte a todos los señores y autoridades a lo largo del recorrido, para suplicar que te concedan hombres válidos que puedan ser candidatos para entrar a formar parte de la Guardia de la Noche. Y no todo el mundo aprecia a los cuervos…

Pero incluso entonces, solo has afrontado la parte más fácil de la empresa: luego resta volver hasta el lejano Muro llevando contigo a todos tus reclutas, que raramente te acompañan voluntariamente. Una caterva de criminales forzados, algunos de los cuales estarían más que dispuestos a matarte para huir… si les dieras la oportunidad.

Damon no sabe si ha sido por buena o mala fortuna, pero en esta ocasión le negaron la mayoría de los presos de Desembarco del Rey para entregarlos a casi todos al cadalso, al hacha del verdugo. Un fin más rápido que congelarse el culo en el frío norte, sin duda… No sabe si lo escogieron por sí mismos o lo decidió alguien por ellos, pero la cuestión es que no había prácticamente nadie para el Muro, salvo algunos raterillos de poca monta que ahora le entregan con desdén los Capas Doradas…

¡Cuanto menos el viaje será menos peligroso que si llevase consigo una docena de bandoleros!

Así que un ladrón, bastante orgulloso por lo que se veía. El también era testarudo cuando llegó recordó con nostalgia, y tenía esperanzas y... Bueno sueños no, de eso nunca hubo posibilidades.

-Te lo pondré fácil, los guardias pasan para las comidas y las 'caricias', al principio tocan unas cuantas así que tendrás visitas dentro de poco. Sin embargo nadie sabe los que hay vigilando por los pasillos, una alarma y se acabó todo. Dejó que pasara tiempo para que sus palabras calaran. -

Bueno si no tienes intención alguna de contarme tu vida te contaré la mía, con el tiempo aprenderás que tendremos mucho tiempo libre y estar ocioso es una forma de no volverse loco... Como te dije, mi nombre es Daamir Wolfskin, tengo 17 años y soy el hijo de Addran Wolfskin. Subrayó las palabras haciendo una reverencia no sin cierta sorna imitando a su interlocutor.

-Como imaginaréis mi padre murió, si dijera que era perfecto mentiría, pero quién lo es cuando tienes que alimentar a tu familia y no hay medios, así que diría que tenéis bastante en común. ¿Cuántos años tienes? Da igual, lo que te contaba... Podría decir que él no tuvo la culpa de ello porque quién suele tener la culpa del hambre. Obviamente los señores no lo vieron así, un error le hicieron chocarse con la persona equivocada. Sin juicio ni nada lo rajaron ahí mismo, en medio de la calle ante cientos de transeúntes. Y todo por traer a sus hijos una hogaza de pan. Daamir tomó una pausa para recobrar el aliento, aquella parte siempre le costaba, daba igual que hubieran pasado nueve años.

-A raíz de ello juré venganza, a los siete recé, al anciano en concreto por ejemplo, le pedí explicaciones, a la madre le pedí por mi familia, al desconocido por mi padre y por supuesto al guerrero porque me diera la habilidad y la posibilidad de venganza. Los dioses fueron de alguna manera piadosos y dos años más tarde aquel malnacido se agarraba la chorreante entrepierna sin dejar de pegar alaridos... Música celestial. Y ésta es la razón por la que estoy aquí.

El preso se guardó algunos detalles de la historia, algunos eran preferibles llevárselos a la tumba, si ese día llegaba. Permaneció con la mirada escrutando a su interlocutor esperando alguna reacción por su parte.

La sonrisa de zacarias se fue desdibujando a medida que la cruda realidad se asentaba a su alrededor. Busco entre sus ropas las habituales ganzúas que siempre solía llevar encima pero ya no estaban allí. En su lugar solo había una polilla, polvo y vacío.

Bien, ya has podido alardear de tus crímenes. Los míos no son gran cosa, crecí en el lecho de pulgas y pronto aprendí a conseguir lo que se necesita para subsistir. Tuve la fortuna, o la mala suerte según se miré, de juntarme con un grupo de criminales mayores que yo. Al principio solo tenía que vigilar, después empecé a participar más activamente para conseguir mejores ganancias y aprendí algunos trucos.
Los comerciantes me atraparon varias veces pero como solo era un muchacho me perdonaban tras darme unos cuantos golpes y amenazarme. No esperaba llegar hasta aquí pues mis crímenes no eran tan graves.
Me temo que es poco probable que pueda volver a celebrar mi día del nombre y alcanzar tu edad.

Si pudiera encontrar algo con lo que trabajar con la cerradura tal vez podría abrirla... - pensaba zacarias mientras poco a poco sus ojos se iban habituando a la oscuridad del lugar.

-No era mi intención alardear. Pensó para sus adentros, pero era inútil decir nada. El recién llegado parecía empezar a asumir su situación y no tenía ninguna palabra de consuelo, cualquier palabra de aliento las usó en sí mismo y ya no le servían de nada.

Tal vez continuaran hablando más tarde, hasta entonces dejaría que el único sonido del lugar fuera el goteo incesante de la húmeda celda, sonido que poco a poco fue embotando sus sentidos y se entregó al abrazo del sueño.

Zacarias pronto optó por tomar asiento y esperar acontecimientos. El silencio de su compañero de celda era un alivio para su dolor de cabeza aunque tampoco tenía nada de lo que hablar. Dos presos encerrados en una celda no es que tuvieran muchos temas de conversación.

Cuando perdí los dedos pensé que nada podría ser peor. Me equivoque, "esto" es mucho peor.

El tiempo transcurre, Zacarías alterna entre las paredes y la puerta a la espera de un milagro en forma de grieta, ganzúa, o cataclismo mágico que le permita abandonar esos muros, pero esté no llega. Woolfskin en cambio, duerme en un rincón, despertando cada poco y observando las sombras en movimiento del joven vagabundeando por la celda. Es un espectáculo sumamente lamentable que le hace revivir sus primeros días allí.
Los pasillos están mudos mas allá de gritos de dolor y suplicas de muerte, pero los dos levantáis el rostro cuando en el pasillo se escuchan las pisadas del carcelero.
Su andar es algo que Wolfskin ya conoce, dejando que su antorcha golpee las puertas que va dejando atrás, pero deteniéndose cada poco, para pavor de los que se encuentran en las celdas de sus lados, como un recordatorio de que en cualquier momento pueden sufrir de su sadismo.

¿Que os trae por aquí? Tal vez venís por las vistas… ¿O quizás buscáis habitación? ¡JAJAJAJA! Bromea el guardia, con estridente risa, dejando que trozos de su comida salgan disparados de su boca, que enjuaga rápidamente para dar un largo trago a su bebida. ¿Cuántos os llevareis esta vez? Los tuyos no hacéis mas que limpiarme el calabozo, ¿Es que no hay ratas en el resto de este maldito reino? Te mira de arriba abajo. A ti no te conozco… Vuelve a su comida. Es igual. Supongo que ya sabrás como funciona esto, ¿No?