Partida Rol por web

Mientras sales al descansillo, pisas el sobre que está justo en tu camino. Como esperabas, accedes al familiar pasillo del colegio mayor masculino oeste de la universidad Miscatonik: 12 puertas con números pintados en purpurina flanquean un pasillo decorado en madera y tonos dorados, rematado en un baño adyacente a una escalera ascendente en uno de sus lados, y en una escalera descendente en el otro. El baño cuenta con cuatro departamentos con water, dos con duchas, y tres lavabos (todos los departamentos bien cuidados y provistos de puertas con pestillo). Unos rápidos pasos se pierden escaleras abajo, pero nada más que su eco llena el vacío pasillo del lugar.

El número 15 luce en purpurina sobre la puerta de ¿tu habitación?

Casi según sales, se abre la puerta del cuarto número 15, y se asoma un hombre alto para la epoca (al que miras sorprendentemente a los ojos), pero muy delgado, tiene las manos cuidadas pero que ya reflejan el paso del tiempo. Su rostro mantiene el atractivo de sus epocas mas jovenes, esta surcado por marcadas arrugas debidas al inexorable paso del tiempo. Muestra en bigote fino cuidado y blanco, que destaca sobre su tez morena debida al sol. Lleva su pelo blanco largo pero arreglado. No seria propiamente dicha una melena , pero si un pelo largo. Lleva unas gafas de montura plateada. Viste igual que tú, cosa que no te llama tanto la atención, ciertamente.

Mientras os miráis, asoma un tercero por la puerta 19. El individuo tiene el ojo izquierdo completamente deformado: su ceja está caída, tiene poco vello, y el párpado carece completamente de pestañas. No puedes asegurarlo, pero parece una especie de herida. Aparte de eso, su aspecto parece el de una persona normal. Una que no reconoces, pero normal a fin de cuentas. Tiene la tez algo morena, y surcada de infinidad de pequeños lunares. Su pelo es abundante, pero algo fosco y fino. Su ojo sano parece muy negro, y su nariz es aguileña, dándole en conjunto un aspecto de ascendencia semítica. Aparte de unas largas y espesas patillas, no lleva vello facial: ni barba, ni bigote. Sin embargo, tiene aspecto de llevar un par de días o tres sin afeitarse. Sus dedos son largos y huesudos, y están cubiertos de vello.

Pietro, ahora John, se vuelve a su habitación con intención de irse a dormir. Se desnuda, comprueba una vez más el estado de su nuevo cuerpo. Lo mira como si fuera ajeno a él, incluso ajeno a la parte "normal" de él. Después de todo tampoco es Pietro. Aunque... ¿ha sido Pietro alguna vez...?

Se tumba en la cama, sólo con la parte superior de su pijama. Se rodea la inferior con una toalla, y cierra los ojos. Espera dormir, pero, mientras el sueño llega, intenta cuadrar en su mente lo que recuerda...

La inquietante oscuridad de la noche y la densa inranquilidad de los sucesos de las últimas horas te acompañan de la mano a una interminable oscuridad vacua, que te result angustiosamente familiar. Un ruido lejano, más mecánico que estático, pero igualmente cíclico e histeriante, te escolta durante tu asfixiante deambular por la privación sensorial.

Las luces de la mañana más parecen un recuerdo de una vida mejor en el fondo de una mente atrapada, cuando la claridad comienza a rasgar el tupido velo de tu opaca aridez onírica cuando los rayos del sol acarician las contraventanas del cuarto en que te dormiste.

Al menos es de día de nuevo; las 8:00 de la mañana, a decir por el reloj.

Dichoso sonido recurrente... el tren de mi angustia a toda velocidad, repetición inquietante de mi propio latido, del miedo de mi sueño, de mi vigilia, del miedo de mí mismo...

Queda atrás, con una calmada y plana sensación de alivio. No burbujeante, no festiva. No, simplemente, la sensación de pasar de algo peor a algo menos malo.

Sigo en el mismo sitio. ¡Es posible que no me parezca extraño plantearme si me he despertado en el lugar y el tiempo en el que me dormí...?! Sin embargo, así es. Un día más como... John. Pelirrojo, joven, y... mutado. Aparto la toalla de mi cuerpo, para verificarlo. Una vez lo haya hecho, está claro: vestirme, e ir a buscar al resto. Pero primero pasaré por el baño, como es lógico. Y revisaré en el espejo todo mi cuerpo de nuevo, además de asearme. Incluso... es posible que corte una de esas cerdas. A ver qué ocurre...

Las ominosas cerdas siguen allí, rezumando negro icor sobre tu cama, que comienza a tener el aspecto que otrora tuviera la de un ahora distante Gianni Vanzetti. La toalla, casi teñida de negro, resulta ligeramente terrosa en la sequedad de la sustancia que la impregna. Con tu ropa en una mano y cubierto con la toalla en la otra, te dispones a dirigirte al baño, con la intención de asearte lo mejor posible y vestirte intentano ocultar tu naturaleza; quizá de experimentar con dichas cerdas, si el estómago te da para ello. Al asomarte a la puerta, en el pasillo están Norbert y Heinrick, dirigiéndose al baño, mientras observan con atención la entreabierta puerta de Steve.

Solo en la habitación, perfilada su figura en la ventana, Pietro ve salir del edificio a sus tres compañeros.

Nada tiene que hacer, más que esperar su regreso. Suspira, no hay más...

Unos 5 minutos después de que Jane se haya ido, cuando los nervios ya amenazaban con comerse las uñas de John, el militar pudo escuchar una suave manipulación en el pomo del interior del cuarto de Wilbur, poco antes de que la puerta, inminentemente se abriera.

Pietro ve como el pomo de la puerta rueda... y no espera. Se lanza sobre ella, que ya está empezando a abrirse, y empuja con todas sus fuerzas. Su idea (o quizá su instinto), si su preparación física lo permite, es derribar al hombre que desprevenido no le espera, cerrar la puerta tras él y noquearlo con el pesado tomo que se ha llevado antes de que ni se haya dado cuenta de lo que le viene encima...

Sin muchas dificultades el fornido John derriba a Wilbur antes siquiera de que éste haya conseguido poner un pie en el pasillo, echándolo al suelo de su propio cuarto sin contemplaciones y cerrando la puerta tras de sí. El viejo comprende vagamente lo que está pasando, y se dispome a gritar, mientras se retuerce, tratando de incorporarse, antes de que el agerrido militar lo avasalle.

John, que agotada ya su paciencia no está por historias de conciencia moral, le arrea sin escrúulos, aunque sin más intención que noquearo, por lo que modula con habilidad la intensidad del golpe, no quiere hacerle daño, sólo que pierda el conocimiento.

Cuando lo haya hecho le amordazará con su pañuelo, y buscará entre las cosas de la habitación del viejo, para atarle las manos a la espalda, ni que sea con su propio cinturón. Una vez hecho esto le tumbará en su cama, inspeccionará el cuarto rápidamente pero a cionciencia (con la llave echada) y, ya después, si nada le retiene aquí, le cogerá como un fardo y se lo llevara a la habitación de los mutantes.

Wilbur intenta evadirse y alcanzar la ventana, pero John es demasiado rápido e intercepta su movimiento, dando un fuerte golpe en la mandíbula al vejestorio, que chasca por el impacto, aunque sin llegar a romperse. EL hombre suelta un quejido de dolor y se desploma en el suelo.

Entonces todo se precipita... El cuerpo de Wilbur se convulsiona como si algo horrible le hubiese hecho el golpe y John da un respingo, sorprendido. Entonces la piel del anciano, sus músculos, sus tendones... todo comienza a tensarse fuertemente, como si todo su cuerpo fuera sometido a un invisible potro de torturas. Una enorme ampolla viscosa comienza a abrirse paso en su frente, mientras el pelo, humedo del sudor ingente provocado por los tormentos se le cae a manojos. El aparente dolor al que es sometido despierta al infortunado de su inconsciencia, que al instante trata de entonar:

-¡Oh, Larga Zanca... aaaAAAAAHHHHHH!

El agudo grito de desesperación desgarra el aire desde su garganta, cuando su tensa piel se resquebraja con un sonido rasgante, dejando su carne al aire por doquier. Los jirones de pellejo sanguinolento se esparcen por el suelo, y la figura parece crecer hasta los dos metros y medio, como si su débil carcasa no hubiera podido mantener la fuerza de su crecimiento desmesurado. Al momento siguiente la ampolla en su frente se parte por la mitad, abriendo los párpados de un amenazador ojo rojizo, mientras un profundo crepitar enrarece el aire a su alrededor.

Evidentemente el ser está vivo, de algún modo imposible; cosa que queda más que patente cuando el ser se incorpora lentamente, con un gesto que promete dolor.

Al instante John comienza a sentir un fuerte escozor en la piel, similar al de las quemaduras solares.

-¡Jooooder...! ... ¡AGHHH!

Incapaz de decir más, de pensar más, Pietro comprende que no tiene nada que hacer contra tamaño ser, cuya envergadura supera con mucho la suya...

...justo cuando empieza a comprender que él mismo va a ser víctima de un cambio.

No esperará a que se produzca, ni esperará a ver de qué increible modo va a atacarlo ese despellejado terrible. Se gira, gritando aún, y sale corriendo de la habitación del viejo, intentando llegar a algún lugar donde protegerse de... "eso".

John se giró para dirigirse escaleras arriba, mientras el enorme monstruo andrógino avanzaba tras él pesadamente, como una terrible estatua nacida de una pesadilla psicótica... una demasiado real. Sus piernas se movían veloces cuando el monstruo lo interceptó en la escalera, John en el rellano entre ambos pisos... el ser aún en el piso inferior. Una sola vez le bastó mirarlo; una sola vez para sentenciarlo. John sintió como si ese ojo oradara en su interior; como si cabara en su propia alma, hasta encontrar algo pequeño y oscuro; algo que comenzó a crecer hasta volverse inconmensurable... desde su interior.

Al instante la quemazón en la piel del militar pareció multiplicarse a la enésima potencia, hasta que su aliento se convirtió en un grito que le partió la garganta antes de morir en la afonía. Apenas unos instantes se posó aquel tercer ojo en su pecosa piel de pelirrojo, y esta, sus músculos, sus tendones... todo comenzó a tensarse fuertemente, como si su cuerpo fuera sometido a un invisible potro de torturas, mientras el pelo, humedo del sudor ingente provocado por los tormentos se le caía a manojos. Finalmente la dermis cedió y se resquebrajó como cuero viejo, con un sonido rasgante, dejando su carne al aire nocturno. Los jirones de pellejo sanguinolento se esparcieron por el suelo, y el señor Toshack cayo aneghado por la debilidad causada por el dolor, mientras la inercia le hacía recorrer unos últimos pasos, proyectándolo contra los escalones, notando el insoportable tormento del contacto de la ropa y el suelo contra sus nervios desnudos; sangraba copiosamente, dejando un reguero carmesí al retorcerse, que manaba escaleras abajo en una tétrica alfombra.

Nada había salido de él, o al menos nada visible... y sin embargo, allí estaban los pedazos de su cáscara pelada, languideciendo húmedos sobre la escalera del edificio.

Su cuerpo apenas había rozado el millar de suplicios que supone la escalinata, cuando John oyó a su espalda, más abajo en la escalera, algo desplomarse desmadejadamente, como si su perseguidor se hubiese tropezado y no hubiera vuelto a incorporarse.

Entonces, con puñados incontables de seco dolor, su ojo derecho miró instintivamente hacia la parte superior de los escalones, por donde un ruido apresurado se dirigía hacia él. Al enfocar en la sequedad de su órbita, advirtió a Leonora observándolo incrédula en toda su estatura.