Partida Rol por web

Como cabría esperar ante tal escena, Leonora gritó desbocada al contemplar a su posiblemente mejor amigo recordado en tal estado.

La mole sanguinolenta, despellejada, descarnada, chirrió, intentando articular algún sonido comprensible.

Huía de otro ser idéntico, que, sospechaba que de modo idéntico, acababa de sufrir la tremenda transformación ante sus ojos. Y ahora, consciente de la impresión que acababa de recibir Leonora, su conciencia sólo fue capaz de detener a ese cuerpo, mirarla con ese ojo agónico, y probar de decir apenas unas palabras. No eran una explicación. Eran un lamento...

-Soy... John... Pietro. Ayúdame... Ludm... aghhh.... atrás... Wil... Wilbur...?

Pero cuando Leonora gritó, Pietro sintió que esa era la manera correcta de enfrentarse a lo ocurrido, claro! debía gritar, estaba aterrado, aterrado de sí mismo!!!

AAAAAGGHHHHHHH!!!

Una terrible sensación de pavor, de odio y de pánico le embargó, y descontrolado se acuclilló, doliéndose.  Se giró, o lo intentó, proyectando la dolorosa mirada ahora hacia el lugar del que venía, allí donde lo que había sido Wilbur, o lo que nunca lo había sido en realidad, debía haber caído, a juzgar por el sonido que escuchó...

Hecho un ovillo intentaba cubrirse, rozando la más terrible de las locuras...

Mientras agonizaba deglutiendo sus propios desperdicios, Leonora, pasado el instante de pánico, corrió hacia él y puso sus manos, o sus garras, cerca y lo miró tratando de que él hiciera lo propio con ella (sin mucho éxito, dados los nuevos intereses culinarios de John) y entonces cantó:

-Oh, corazón de mi ser, no atestigües en mi contra, no te rebeles contra mi antes de traspasar las puertas que velan los terribles guardianes, no hagas que mi nombre se ensucie ante los jueces!

Su mirada era de esperanza, a pesar de que muy posiblemente, en realidad había perdido el juicio y tan solo buscaba un modo de expresar sus últimos sentimientos al moribundo...

Con las fauces llenas de girones de dermis y otros tejidos propios, sin duda, Pietro escuchó desde su círculo sanguinolento en el suelo las palabras de Ludmilla. Y en ellas sintió la grandeza de la Luz, la Certeza de la Santidad. ¡Ah, la mujer, la bella Ludmilla que hablaba de sentimiento!

Intentó asentir, mientras un hilo de baba roja caía lentamente por la comisura de su labio, ansiando y desesperando el contacto de la garra de aquella diosa...

E intentó repetir su cántico, aunque fueran sonidos inconexos los que pronunciara...

-¡Oh.... cor... coraz... on de mi... seeeer.....!

Repentinamente fuera de sí, con la cara desencajada por el terror, Virginia acelera hacia el hombre despellejado y lo patea sin consideración. El impresionante golpe hace salpicar la sangre y Leonora está a punto del pasmo cuando ve ascender la cabeza del pobre militar y luego descender contra los escalones. Sin embargo, milagrosamente y para mayor pánico, el ser masticante sigue vivo.

Desde las cuencas descarnadas los globos oculares del que ha sido Pietro, y ha sido John, se clavan con el velo de la incomprensión en el rostro de Ilona.

No pronuncia palabra, quizá no pueda. Apenas unos sonidos guturales acompañan el seco crujido del hueso al golpearse su cráneo contra el mármol del escalón. La piedra se está tiñendo de escarlata por la sangre salpicada, y girones de carne se esparcen por doquier, mientras él, aún con su propia piel colgando de la mandíbula desencajada, intenta incorporarse...

-Pero... ¿qué haces loca?

Gritó desesperada, levantándose y propinándole un fuerte empujón a Ilona con la fuerza necesaria para estamparla contra la pared más cercana... aunque con poca firmeza.

-Es Pietro, es que no lo ves Pietro...

Y rompió a sollozar, vencida por los acontecimientos.

El que puede que otrora fuese un hierático militar consigue incorporarse babeando sangre, mientras la loca mujer joven vuelve a echársele encima. Sin embargo, Leonora la aparta levemente en el último momento, haciendo que su intento falle por poco. AL ver la reacción de la mujer, la joven objeta:

-¡La loca eres tú! ¡Él sufre y si no lo ayudamos acabaremos como él!- dice la muchacha fuera de sí, con los ojos a punto de salírsele de las órbitas.

Entonces Virginia toma al despellejado de la cabeza, y sin contemplaciones comienza a estamparlo una y otra vez contra las escaleras, hasta que todo comienza a teñirse de un rojo homogéneo...

Tu propio dolor, desgarrado amenaza con olvidarte en un confín recóndito del universo hasta que el rojo se transforma en negro. Tu entorno es un manto de oscuridad sólida durante lo que te parece una eternidad en la que el sonido de los golpes contra los escalones parece extenderse hasta el infinito.

A pesar de lo que cabría esperar, en lugar de espaciarse, el sonido se acelera y acelera, hasta convertirse casi en un ntraqueteo inhumano. Te sientes como encerrado en tu cuerpo, en una asfixiante sensación de no ser tú mismo. Algo te sigue moviendo; sientes los golpetazos a los lados, como si la demente Virginia continuara zarandeándote a pesar de que evidentemente ya habrás muerto...

Los gritos que Leonora profería antes de que por fin cerraras los ojos parecen haberse quedado suspendidos en el aire, como un disco de vinilo estropeado. ¿Cuándo terminará esta angustia? No sabes si podrás soportarlo mucho más. Tratas de aislarte de la cacofonía, y entonces distingues una voz; una demasiado familiar. Quiza ni siquiera es un sonido, sino palabras en tu mente. ¡Sí! ¿Podría eso ser un recuerdo? Quien sabe. Analizas las palabras; las masticas y las degustas. Te sientes como si te hablaras en segunda persona, como un desconocido cualquiera dirigiéndose a otro, sin nombres ni detalles:

Mi hijo y yo hemos subido en Londres. ¡Qué viaje! En el tren hay muchas tensiones. Las suficiente para moverlo. Desde las 16:00 horas hasta París me encontré con el yerno de la víctima en la biblioteca. Tampoco queria mucho a su difunto suegro. Entre otras cosas hemos jugado una partida de damas.

Entonces el traqueteo se vuelve abrumador y regresa el oscuro silbido, esta vez con mucha más claridad. Todo es terriblemente desconcertante. Tus ojos se abren de sopetón a una oscuridad menos densa: una puerta de bisagra ominosamente familiar, con pestillo, y una ventanilla translúcida son todas las salidas de este pequeño espacio blanco, ahora a oscuras, en el que hallaremos un water, y un simple lavabo con espejo, acompañado de toallas color crema. El equilibrio en la amontonada salita es precario, debido al movimiento del tren en el que indudablemente estás. En una esquina del departamento, una maleta anuncia lo que posiblemente sea tu equipaje.

Más todo esto es secundario, pues, a pesar de que evidentemente tu grito ha sido recibido por la soledad del departamento, tu piel, ¡SÍ! ¡TU PIEL! Ha sido recibida por tus temerosas manos, mientras te incorporabas y comprobabas anonadado y febril de alegría que todo estaba en su lugar. No sabes cómo, pero vuelves a ser el pelirrojo de hace apenas unos minutos, vestido en un coqueto pantalón pijama de franelilla, con el pecho descubierto.

-No, no, no, no....

Pero todo parece indicar que sí. Todo regresa. Para bien, según como. Miro mis manos, la piel en ellas. Eso es bueno. Pero estoy en el tren... y mi vello es pelirrojo. No soy Pietro, soy John. Estoy en el tren... de nuevo.

Me derrumbo sobre mí mismo, sollozando como un niño. Siento alivio por un lado, y una profunda, profundísima desesperación por otro....

Finalmente, sorbiendo como puedo, me limpio los ojos con el dorso de la mano. Parpadeo varias veces. He de afrontar la realidad que me rodea, sea la que sea, sea la que toque ahora. Miro a mi alrededor... la maleta.

Despacio me levanto de la cama, la tomo y la abro. Esparzo su contenido encima de la colcha, y empiezo a buscar datos. Una minuciosa búsqueda... de nuevo.

El billete hallado en la maleta no dejaba lugar a dudas: era para una persona y era para Estambul. La sorpresa fue encontrar los peculiares documentos que descansaban junto con el propio billete. Uno era evidentemente un panfleto publicitario de la compañía ferroviaria Orient Express; el otro era sin lugar a dudas un contrato, firmado por el señor John Price, avalando el suculento crédito adquirido de la compañía ferroviaria con una exquisita obra de arte, consistente, a decir por la descripción, en el Cetro Kalsh Herungeën, originalmente correspondiente a la nobleza normanda. Se adjuntaba una foto del cetro.

Documentación del tren

El contrato, firmado igualmente por A. Rodman (jefe de tren y apoderado de la compañía), y E. Picson (testigo de la compañía), era igualmente atestiguado por Norbert Price, en el lado del interesado.

Además de eso, el equipaje incluía ropas sobrias pero de gran calidad, y la documentación de un coronel del ejército inglés, destacado al parecer en la embajada en Francia, con una foto de lo más parecida a la que podrían haberle sacado al que la sujetaba. Entre sus presuntas pertenencias, John pudo encontrar así mismo una pistola moderna de buen calibre, de aspecto bien cuidado, con todo lo necesario para su mantenimiento (calibre .32).