Partida Rol por web

Según salís por la puerta de la iglesia os encontráis la imponente figura del Centurión con su largo abrigo forrado de piel y dos pistolas cruzadas en el cinto. Se dirige hacia la iglesia y tiene la cabeza hundida entre sus amplios hombros. Su aspecto era mucho más triste y deprimido que el día anterior, y estaba tan demacrado y pálido sin duda por no comer nada durante aquellos días.

Buenos días, señores. Dijo el centurión al verlos aparecer en la puerta. ¿Cómo os va en vuestros rezos? Supongo que los cumplís al pie de la letra.

El destino era una sentencia y de alguna manera no había forma de escapar de esta locura. Lo cual Inha simplemente no dijo nada y bajó la mirada mientras recogió su chaqueta empapada de agua bendita para llevarla consigo y de esa forma secarla de alguna manera cuando tuviera un instante de paz. 

Una vez siguió el camino hacia la salida, sintió como un escalofrío la recorrió entera al ver la presencia del Centurión allí. Estaba claro que de esta situación nadie se salvaría, así que impregnada de resignación miró al hombre con cierto aire cansado. Había sido una noche demasiado intensa. 

—Cada vez es más difícil, necesito comer y descansar. 

A pesar de la cara de espanto que habían puesto Tsibulia y el resto de cosacos, rápidamente se les pasó el espanto y hablaron de Fyódor casi como de un saco de patatas se tratara. Ante las palabras de libertad que Tsibulia le dijo a Ilya, el pelirrojo salió de la iglesia convencido de escapar de allí sin miramientos. «No creo que el centurión ande cerca con sus mosquetes, tendrá cosas mejores que hacer», pensó el pelirrojo mientras salía de la iglesia, con ganas de echar a correr.

Sin embargo, para desagrado de Borotkin, justo al salir de la iglesia se encontró de frente con el centurión y sus pistolas, como si lo hubiera invocado con sus pensamientos.

—Ah, por todos los demonios —masculló en voz baja.

Escuchó las palabras de Inha a su lado y se fijó en ella. Tenía su chaqueta en la mano, empapada con el agua bendita y se la notaba aterida de frío y apenada. Ilya no estaba de humor para sus romances, aquella noche se había dado cuenta de que quizá estaba en la antesala de su muerte, pero al ver el hermoso rostro de la joven sufriendo pena no pudo dejar de compadecerse de ella y de sentir ganas de consolarla. Ilya se quitó su propia chaqueta y, sin mediar palabra, se la puso a la muchacha sobre los hombros:

—Tenga, señorita Inha, quédese con mi chaqueta hasta que la suya esté seca —le dijo con una sonrisa. Sin embargo, ya no se trataba de la típica sonrisa seductora y alegre que normalmente esbozaba el pelirrojo, sino una sonrisa compasiva y pausada, mezclada con cierta tristeza. Los acontecimientos de esa noche habían hecho mella en él—. No se preocupe, ya sólo queda una noche. Si aguantamos una noche más, seremos libres. Le prometo que, cuando salgamos de esta, la llevaré a ver el sol salir tras las aguas del Dniéper mientras degustamos unas delicadas fresas silvestres y un suave oporto. Vayamos ahora a reponer fuerzas para así pasar mejor esta última noche.

Finalmente, respondió al centurión de forma escueta y serio, pues no tenía ganas de intercambiar palabras con aquel sujeto:

—Tenga por seguro que cumplimos religiosamente con nuestra obligación, señor. Ahora nos gustaría comer algo caliente antes de ir a descansar antes de la última noche.

Con una sonrisa que reflejó cansancio, Inha aceptó la chaqueta de Ilya ya que estaba muerta de frío. Incluso le regaló una dulce caricia en la mejilla al pelirrojo que reflejó no solo él gesto y la gratitud de aquella joven sino también lo congelada que se encontraba. 

No obstante respondió escueta a la promesa de su compañero seminarista. 

—Le tomo la palabra, me gustaría. 

Y no dijo nada más, solo se puso la prenda e intentó no temblar por el frío. Necesitaría un buen baño caliente para sacarse todo lo vivido la noche anterior. 

Antes de salir de la iglesia, dejé escondida la estaca que usaría en la siguiente noche.

- Hemos cumplido con los rezos, se lo aseguro. Tengo la boca seca y la garganta destrozada- dije al centurión... y no mentía.La interminable letanía que había pronunciado toda la noche me estaba pasando factura- Necesitamos comer y dormir. Y más sal y agua bendita para la noche.

Miraba interrogante al centurión. ¿Realmente ignoraba aquel hombre  lo que estaba pasando?

No sé cómo podría decirlo, excelencia, pero he visto allí tantas cosas..., cosas diabólicas..., que poco ha faltado para agarrar el gorro y salir corriendo de la iglesia.

¿Qué estás diciendo?

‑Es la pura verdad, señor. La hija de su excelencia era una... Por supuesto que analizando las cosas con lógica es preciso tener en cuenta que era de noble estirpe. Sin embargo... Mis compañeros también podrá decirle... 

¡Terminad de una vez! ¿Qué pretendes decirme? ¡Hablar! ¿Qué quiere decir este atajo de temblores que tenéis como camarada?

Intuías que el centurión no era tonto y, a la fuerza, tenía que haber oído alguno de los rumores sobre su hija. Puede que estuviera buscando obtener la confirmación. Ningún pueblerino se atrevería a decirle que su hija era una bruja, pero puede que unos extranjeros si tuvieran los redaños necesarios.

De hecho, te ves en la obligación moral de decirle la verdad al centurión.¹

- ¡ Pues que su hija es una bruja!  ¡ Una sierva de Satán!- estallé. - No finja que no lo sabe. Todo el pueblo lo sabe, debería ser ciego y sordo para no haberse enterado. ¿ Qué pretendía? ¿ Que purificáramos su alma a costa de nuestras vidas? Y si sigue sin querer creerlo, acompáñenos esta noche en la iglesia.

Respiré hondo. No tenía ni idea de por donde podría salir este arranque, pero qué más daba, morir a manos del padre o de la hija... 

No pudo evitar el gesto de sorpresa que surgió en su rostro cuando Mykola dijo aquello y fue respaldado por Yure. Rápidamente miró a Ilya para saber que hacer, aquello era un verdadero desmadre y la reacción del Centurión podía ser muy desmedida considerando que estaba armado. 

—Efectivamente es una bruja si...

Y no se atrevió a decir nada más, temía por sus compañeros y sus sospechas al fin de cuentas era un pensamiento compartido por sus compañeros. Al menos aquello era aliviador. 

Mykola salió de la iglesia con un desparpajo desmedido, como parecía ser habitual en él, al enfrentar al centurión con una velada referencia a que… su hija era una bruja, como terminó de confirmar Kovalenko. Ilya levantó las cejas con una moderada sorpresa. Entendía la rabia que debían sentir todos, no era ajeno a aquello, aunque en su caso se había manifestado más bien por un deseo exacerbado de escapar de allí. Ciertamente, de la boca de Kovalenko salió un buen puñado de verdades, pero Ilya no tenía claro qué podían ganar con decirle al centurión claramente aquello.

Vio que Inha lo miró interrogante antes de decir unas palabras entrecortadas. Ilya la agarró del brazo, la atrajo hacia sí y le tapó la boca para que no continuara diciendo nada más. El pelirrojo aprovechó que la atención del centurión estaba puesta en Mykola y Yure, que eran quienes lo habían enfrentado directamente, para escaquearse disimuladamente hacia un costado, tratando de arrastrar con él a Inha, con mucho cuidado y sigilo. Si tenían un poco de suerte, mientras el centurión respondía a aquellos deslenguados, ellos dos podrían dar vuelta a la esquina de la iglesia y, quizá, echar a correr hacia los bosques desde allí. Buscar la libertad lejos de aquel lugar maldito.

Al notar que el pelirrojo directamente le tapó la boca mientras la rodeaba con los brazos, pudo comprender la intención y simplemente esos ojos azules lo entendieron todo. No dijo nada porque no podía, pero miró los alrededores cercanos y le indicó a Ilya por dónde ir, quizás en ese intento de pasar desapercibidos. 

Mykola asintió ante las palabras de Yure poniéndose a su lado.

O el centurión era muy tonto y desconocía lo que ocurria con su hija, o por el contrario, colaboraba con ella de alguna manera, o estaba hechizado por la bruja...quién sabe.- pensó.

Después de lo que le habían dicho, delante de varios de sus hombres, igual el jefe cosaco decidía pegarles un tiro allí mismo- teníamos que haber comido algo antes de abrir la boca- se dijo a si mismo mientras se agarraba las tripas.

El día anterior había comido poco y bebido mucho, su estomágo estaba vacío y sus nervios, después de una noche con aquella bruja loca, estaban a flor de piel.

Esto es un motivo más para que continúes rezando. Ahora comprendo mejor porque mi querida palomita tenía tanta preocupación por la salvación de su alma. La belleza de su alma inmortal solo es comparable a la belleza de su cuerpo, y esta belleza tienta a los hombres de alma débil. Reafirmo sus palabras apoyando una de sus grandes manos en una de las pistolas y fijaba su mirada en la parejita de enamorados. Puede que si solo uno tratara de huir fuera factible, pero huir dos de un grupo de cuatro implicaba que la mitad de personas desaparecían delante de sus narices. Y al parecer, el Centurión no era un tonto. 

Muy bien, continuar con la lectura tal como he ordenado. Además, pensar en que ya sólo queda una noche, y al rezar y leer los textos sagrados estáis cumpliendo con vuestro deber de buenos cristianos, y además recordar que seréis espléndidamente recompensados.

Luego poso su mirada con visible desagrado sobre vosotros. Vuestras ropas están sucias, no podéis velar a mi palomita como es debido vestidos como mendigos de Kiev. Después de la pelea de la noche, las ropas ya ajadas por el tiempo se habían terminado de romper y ensuciar, además de estar mojada. Ir al rio con Tsibulia, Halia y las otras mujeres han ido a lavar la ropa pronto. Decirles que os den algo decente y limpien vuestras ropas.

Tsibula y otro cosaco os hicieron de guía hasta la orilla del rio. Las mujeres lavaban, hablaban en voz alta y se reían con aun más fuerza.

Al veros llegar, Nadia, la niña que había estado contando historias sobre la bruja, volvió a interesarse por el tema. ¿Hay alguna señal que permita saber si alguien es o no es una bruja? Pregunto en voz, tal alta que Tsibulia la escucho.

Ninguna, y cualquier cosa que se haga es inútil; ni las oraciones sirven.

Estás equivocado, amigo mío. Dijo Doroch que siempre quería calmar los ánimos. Hay ciertos sabios, a quienes Dios les ha concebido especiales dotes de inteligencia, que han dicho que las brujas se distinguen porque tienen un pequeño rabo.

Para mí, todas las mujeres viejas son brujas. Dijo Tsibula.

¡Idiota! Gritó Halia, la mujer Tsibula, que en aquel momento lavaba una camisa blanca. Tsibula sonrió satisfecho al ver que había herido la vanidad de su mujer. Nadia, celebrando la broma, soltó una carcajada tan estruendosa que pareció el mugido de una de sus vaca.

Mientras caminaban al río guiados por los cosacos, Ilya comentó, ya sin pudor o remilgos:

—Parece, entonces, que todo el mundo en este lugar sabía bien lo que se cuece con ese demonio de la hija del centurión. A nosotros nos tienen de víctimas propiciatorias, chivos expiatorios. No les ha debido sorprender la muerte de Fyódor y, en realidad, más les debe sorprender que nosotros sigamos vivos. Somos prisioneros, compañeros, eso es lo que somos.

Cuando llegaron al río, los lugareños se pusieron a conversar de brujas. Aquello era casi una burla.

—Poco importan las señales para saber quién es una bruja —terció Ilya—. Yo os aseguro que la que está metida en un ataúd en la iglesia es una bruja. La pregunta no es cómo lo sabemos, la pregunta es cómo acabar con ella de una buena vez. Supongo que a todos vosotros en esta aldea os interesará que esa bruja desaparezca; pues bien, entonces nos vendría muy bien una ayuda, saber algo más sobre ella. ¿Qué nos podéis decir?

Mientras decía esto, el pelirrojo miraba las espantosas ropas que había allí. Prefería mil veces seguir vistiendo su ya sucio traje antes que ponerse aquellas prendas de pueblerinos.

No pudieron escapar ante la presencia del Centurión y tuvieron que ir a las orillas del río para conseguir un cambio de ropa, en se instante desvío la mirada hacia Mykola por todo lo que había pasado. Pero poco podía hacer, ya las preguntas las hizo el pelirrojo, así que directamente se puso a buscar ropa para ella así en algún momento tendría la oportunidad de cambiarse. 

Aunque claro, todo había sido desacertado contra la bruja. Si ellos no tenían la clave, ya no sabía que opciones pillar porque con el correr de las noches, más fuerte se hacía. No era el fuego, el agua bendita apenas y las palabras sagradas tampoco es que hicieron demasiado. Por ello estuvo muy atenta a las respuestas que puedan surgir, ese era el punto. 

Mykola aceptó la ropa que le ofrecieron- es de cuarta o quinta mano- pudo deducir al instante. Tendría cómo unos cuarenta años, pero al ser de un tejido basto, había aguantado bastante bien.
Fueron hacía el río, el Sol golpeaba fuerte, y el músico limpiaba la ropa que le habían dado mientras la ponía a secar, se puso unos pantalones cortos mientras escuchaba hablar a la gente.

Allí, tumbado al Sol, ordenando la ropa, parecía un efebo de la Antigüedad.

Ilya había tomado las riendas de la conversación y el músico no pudo más que asentir, pegando el oído para intentar escuchar algo que les ayudara contra la bruja.

Se sentía agotado, pero debían aprovechar el día para recabar información, todavía les quedaba una noche- una noche más...- murmuró con un escalofrío- ojalá no llegara la noche.

La niña que estaba fregando al lado del rio, limpiando unas camisas de hilo blanco, se acercó alertada por las palabras de Ilya. ¿Qué pasa? Si vais a armar escándalo que al menos sea cantando y no voceando como niños mal criados. Se dice el pecado y no el pecador, pues en esta aldea se dice el pecador y no el pecado.

La niña, con un cesto de ropa limpia, se alejó unos metros del grupo de mujeres con la excusa de daros ropa limpia.

No sé cómo puedo ayudaros. La hija del centurión siempre ha sido una persona reservada y que visitaba mucho el bosque. A pesar de ser la chica más guapa del pueblo siempre rehuía de los chicos y buscaba la soledad. ¡La gente decía que era rara, y no se equivocaban!

Siempre se ha dicho que las brujas nacen y no se hacen. Seguramente la hija del Centurión ya tenía alguna marca de bruja en su cuerpo, pero creo se convirtió en una verdadera bruja cuando encontró algo en el bosque. ¿El qué? No lo sé. Supongo que algún objeto pagano.

Solo hay un edifico en el boque, una casa, las ruinas de una antigua granja. Un rayo cayó hace muchos años sobre la granja matando a todos los que vivían en ella y reduciéndola a cenizas. Nadie se acerca a ese lugar por miedo a los espíritus de los muertos. Sin perder tiempo, Nadia agarra a Yure fuertemente de la mano y tira de el. ¡Si hay un lugar donde esconder un objeto maldito tiene que ser ese!

La niña corre por el bosque, las ramas y arbustos os arañan la cara y las raíces y piedras hacen que trastabilléis en un par de ocasiones. Nadia corre con renovadas fuerzas y tira con firmeza de Yure. Lleváis corriendo más de diez minutos por el boque cuando al final salís a un gran claro.

En el centro del claro hay varios postes ennegrecidos, vestigios de una antigua cerca quemada. En medio de ellos hay dos construcciones más grandes, de piedra y maderas, también totalmente calcinas. La vegetación ha creído de nuevo entre los recovecos de las calcinadas ruinas, lo que indica que el incendio fue hace muchos años, puede que cuando ocurriera el incendio ni siquiera Nadia hubiera nacido.

Entonces un escalofrió recorre todas vuestras espaldas. No podéis creer lo que estáis viendo. Es la misma granja donde os encontrasteis con la bruja. Las misma casa donde estaba el diabólico gato negro y la cabeza del cosaco dentro de un tarro de conservas. Pero ahora toda la casa estaba quemada y en ruinas.

Sorprendentemente, el centurión no perdió los estribos como esperábamos. No hubiera solucionado nada haciéndonos daño. Realmente aquel hombre nos veía como la única oportunidad de salvar el alma de su hija. 

Llegamos al río donde lavar nuestras ropas. Allí estaba Nadia, la parlanchina niña que conocimos el día anterior en casa del centurión. Tras explicar que la hija del centurión podría haberse transformado en bruja tras encontrar algo en el bosque, nos indicó el camino a una casa abandonada. 

Tuve una sensación de dejá vù, porque la ruinosa casa a la que nos llevó era igual que aquella en la que pasamos la noche que la bruja nos "acogió"

Sin duda, allí debía haber algo. Busqué entre los escombros, por si pudiera encontrar alguna pista...aunque aún no tenía muy claro "objeto pagano"  estaba buscando.