Partida Rol por web

César tensó la mandíbula. Era cierto que a lo largo de su vida había compartido el lecho con muchas damas, pero nunca sin el consentimiento de estas (el consentimiento de la familia siempre fue otro cantar). Pero algo así... le parecía uno de los más horribles crímenes que se podían cometer. Probablemente fuese lo que necesitase para desahogar su ira ante las serie de acontecimientos que había desembocado en su estancia en el condado.

- Mi señor conde, sé que acabo de llegar pero... una sola palabra vuestra y cazaré al responsable de esto como el *perro bastardo* que es. - dijo sus palabras de la manera más respetuosa posible, aunque podía entreverse su ira ante el asunto.- Discúlpenme las damas por mi rudo lenguaje, pero es la única manera que se me ocurre de describir al responsable de todo esto.

Ni una mirada fue dirigida hacia ese tal Cesar, que hablaba tan rápido como sólo lo pueden hacer los que deben callar.

-Que se sabe maese Lothar, explicarlo para que podamos saber a que nos atenemos y obrar en consecuencia.

Su voz era fría y comedida, propia de los que no quieren turbias el ambiente más de lo necesario. Ya llegaría el tiempo de los gritos y las espadas.

-¿Dónde está? -preguntó la Canciller nada más aparecer.

La dama escuchó a unos y a otros esperando a que la puerta se abriera. Aquel no era el lugar en el que debía estar.

-Estoy segura de que la baronesa quiere verme, mi señor -anunció Axelle antes de atravesar la por la puerta de la habitación sin dar tiempo a que la detuvieran.

La joven Gwydion los contempló a unos y a otros; abatidos, rabiosos, impacientes y dolidos, tratando de controlar una situación que se les había ido de las manos completamente. Los vampiros estaban en el Condado y cuando la noticia volase (porque lo haría con la misma facilidad que prende la pólvora) el terror se apoderaría de todos. Y cuando eso ocurriese, ¿quién mantendría la poca estabilidad que había?

Se frotó los ojos, cansada, y de pronto recordó que no tenía que coger ningún vehículo para volver dado que ella se alojaba en los Cedros.

-Lamento no poder hacer mucho más aquí, así que si me disculpan me gustaría retirarme. Con su permiso -hizo una breve reverencia y se encaminó hacia otra sala.

Se sorprendió al ver a Sir Albert allí. No recordaba que se hubiese adelantado en la Flor de Piedra. Torció el gesto cuando el Conde contó lo sucedido; no parecía de acuerdo con que se compartiese la noticia. Cuando Ariadna anunció que se retiraba, se adelantó.

-Esperad, Dama Ariadna. He de hablar con vos en privado -dijo, siguiendo a la Gwydion a la habitación contigua.

-Lo que se sabe es muy poco, ya que le han borrado la memoria -explicó el Conde-. Fueron a por ella en su cabaña del bosque. Le dieron una paliza y abusaron de ella. La dejaron allí hasta que la Baronesa pudo ir en busca de ayuda. No tiene secuelas físicas, al menos... pero está destrozada.

El Gwydion se acarició la mejilla.

-Creemos que no se trata del ataque de un vampiro, sino de un duende. Mataron a Heltarion con armas quiméricas antes de asesinarlo de verdad.

Cuando se quedaron a solas, Lady Marion bajó la voz aún más. Buscó su mirada con decisión.

-Sé que teméis que esto haya sido el ataque de un vampiro. No es así.

Axelle entró en la habitación de Marjolaine, en la que había dormido ya varias veces. El ambiente en su interior estaba cargado por el calor y la humedad. Sir Aster estaba sentado junto a la cama de su hermana, que se había hecho un ovillo y tapado con una manta como si intentase olvidarse del mundo. El Liam miró a la Canciller con sorpresa, pero después asintió.

-Marjolaine, ha llegado Axelle.

La Baronesa se dio la vuelta lentamente. Tenía la cara amoratada, con un ojo negro y el labio partido. En torno al cuello tenía una venda.

-Dama Axelle... -Marjolaine hizo una mueca y le tembló el labio-. Venid. Aster, déjanos solas...

Sir Aster asintió y se levantó. Estaba muy afectado por lo ocurrido, pero conocía la relación entre ellas y sabia que Marjolaine confiaba en Axelle al cien por cien.

Ariadna le devolvió una mirada cansada.

-De acuerdo -respondió-. ¿Algo más?

-Oh, cielos -murmuró de manera inaudible nada más ver el estado en el que se encontraba la baronesa.

Axelle de quedó en la distancia hasta que Aster dejó la sala. Entonces se acercó y se arrodilló junto a su cama, pero no se atrevió a tocarla.

-He venido tan rápido como he podido -se disculpó y arqueó las cejas mostrando ligeramente su desazón-. ¿Cómo estáis? ¿Quién os ha hecho esto, mi querida señora?

Marjolaine sorbió por la nariz y se acercó al borde de la cama. Extendió una mano, buscando la de Axelle.

-No lo sé. No lo recuerdo. Me han borrado sus caras... pero me han dejado el resto. Oh, Axelle, ¿por qué no os llevé conmigo? Aunque... no... Mirad lo que le han hecho al pobre Heltarion. A vos también os habría matado. Sabían lo que querían... -Se echó a llorar otra vez. Por sus ojos enrojecidos debía de llevar horas llorando sin parar.

-La criatura que os atacó... pagó por ello. Y ahora necesito vuestra ayuda para encontrar a quien ha ultrajado a Marjolaine.

César anotó las palabras del Conde. - Es posible que fuese algún plebeyo descontento en busca de venganza... o algún enemigo del Condado, buscando sembrar la desconfianza, mi señor.- La mano sobre la empuñadura de Bianca se tensaba, esperando que le dictasen un objetivo. Estos acontecimientos se parecían demasiado a lo que había dejado en casa.

Ariadna resopló, disgustada. Cambió el peso de una pierna a otra y volvió a mirar a Lady Marion.

-Ya, bueno. Si lo que buscáis es una espada la Canciller o Sir Aster estarán más que dispuestos a ayudaros. Si se trata de artes, vos sois experta en lo que a criaturas extrañas se refiere en comparación con cualquier otro duende. Así que no veo qué tipo de ayuda puedo ofreceros.

-Me he ofrecido para investigar este asunto en nombre del Conde, y vos no sólo pertenecéis a su Consejo, sino que formáis parte de la corte de Lady Marjolaine. Sois la única con la capacidad para representar ambas partes. Y nadie mejor que vos para vigilarme, que tan poco confiáis en mi.

-Os equivocáis. No quiero vigilaros, quiero estar lo más lejos de vos que me sea posible -corrigió. Suspiró y se llevó la mano al rostro, presionando las yemas contras los párpados para calmarse-. Disculpadme, lady Marion. No estoy precisamente calmada. Seré concisa: Ni quiero juzgaros ni quiero meterme donde no me llaman. Voy a tener que pasar aquí unos cuantos meses más y preferiría tener una estancia medianamente tranquila. Pretendía volver a la Corte pasado algún tiempo, pero creo que se me necesita más aquí que en otro lado. Así que me quedaré, y vos a lo vuestro y yo a lo mío. Le dije a Sir Aster que pondría a su disposición todos mis recursos para resolver este asunto. Si vos estáis a la cabeza de la investigación me parece correcto. El Conde confía en vos, cosa que espero que valoréis, y desde luego tenéis conocimientos para saber donde buscar más que cualquier otro. Seguiré vuestras directrices y haré lo que me pidáis por Marjolaine. De todo lo demás, no quiero ni mentarlo.

Se quedó en silencio unos instantes, con los labios tensos. Cuando habló, su voz sonó melosa, demasiado para no ir cargada de algún veneno oculto.

-Lamento que os sintáis así, y sobre todo que penséis que no aprecio la confianza del Conde. Sin embargo, como ya os he dicho, el atacante de Lady Marjolaine es probablemente un duende, no un vampiro, y vos entre todas las personas deberíais haberos dado cuenta. ¿O acaso hizo falta golpearos o reteneros a vos? ¿Os dejó alguna marca? Me consta que el mordisco de un vampiro no causa dolor, ¿sentisteis vos dolor? ¿Qué sentisteis, me pregunto?

La Gwydion se quedó paralizada ante el comentario. Estuvo a punto de darse la vuelta y marcharse, pero finalmente ladeó la cabeza y chascó la lengua.

-Algo muy diferente a lo que padeció Lothar, seguro. Estaba tirado en el suelo retorciéndose y llorando de dolor... Gritando. Una tragedia que no reaccionarais a tiempo.

La Eiluned quiso mantener la expresión inmutable, pero se llevó una mano al corazón como si la hubieran herido allí. Se quedó en silencio unos instantes, recuperándose.

-Una tragedia -asintió, un poco ronca-. Una cobardía por mi parte, una estupidez. Pero se lo hice pagar. Arriesgué mi vida, toda mi sangre, y no me arrepiento. La destruí. Y después volví a destruirla. Sin dudarlo. Porque había herido a Lothar, el hombre donde yacen todas mis lealtades. Recordadlo, Ariadna.

Se había acercado más a la Gwydion, casi sin darse cuenta, pero ahora se separó de ella, miró hacia otro lado y suspiró, derrotada. Se dirigió a la puerta que daba a la habitación donde esperaba el Conde con Sir Albert y el Scathach, dispuesta a marcharse.

Al ver que Lady Marion se iba, ella hizo lo propio.