Partida Rol por web

Hay algo que no comprendes, y nunca llegarás a comprender, te dices mirándote mientras cavilas...

¿Cómo se te puede juntar tanta roña en las uñas?

Hay algo que no comprendes, y nunca llegarás a comprender, te dices mirándote mientras cavilas...

¿Cómo se te puede juntar tanta roña en las uñas?

Te das cuenta fácilmente que ese carro es demasiado lujoso para un campesino, por sus formas. Tiene bancos en el interior, y dos pequeños armarios, aunque ahora están volcados. Algo no cuadra...

Te das cuenta fácilmente que ese carro es demasiado lujoso para un campesino, por sus formas. Tiene bancos en el interior, y dos pequeños armarios, aunque ahora están volcados. Algo no cuadra...

Te das cuenta fácilmente que ese carro es demasiado lujoso para un campesino, por sus formas. Tiene bancos en el interior, y dos pequeños armarios, aunque ahora están volcados. Y caes en la cuenta de otra cosa... En la ropa del cadáver del cochero, había un escudo de armas de un noble local, y pensándolo bien, has visto ese escudo en otro sitio. Estás seguro. Es más, estás muy seguro de que es el escudo de la Señora de Broqueta.

Nunca has estado más seguro de nada. Ahora lo complicado será contárselo a tus compañeros...

Desde dentro del carro, Gauldoth hizo una seña a Leo para que se acercara a él. No es que Gauldoth se sintiera muy cómodo haciendo una confidencia a quien, precisamente, parecía tenerle más antipatía del grupo, pero dado que por ahora adoptaba el papel (extraoficial) de líder, creía que era asunto suyo comentarle lo que había notado... suponiendo que él mismo no se hubiera dado cuenta de ello, claro.

Cuando el enorme guerrero estuvo junto a él, le susurró:

- Oye, ¿no te parece que este carro es demasiado lujoso para ser de un simple campesino? Los bancos, los dos armarios estos... Yo, por lo menos, he pasado la mayor parte de mi vida en un pueblo, y no he visto jamás un carro tan bien equipado. Esto parece más propio de un comerciante rico... o de un noble.

Se le quedó mirando, esperando a ver qué respondía.

Leo miró a Gauldoth, rascandose la corta barba, pensativo. ¿Qué escondería del resto? Una malsana curiosidad invadió el alma del joven quien, haciendo caso omiso a aquél deseo de descubrir qué demonios escondía, asintió a las palabras de Gauldoth. Al fin y al cabo eran compañeros, y aunque no le gustaba la gente que tenía cosas de ocultar, cada uno tenía sus propios secretos, secretos que debían contar ellos mismos, si así lo deseaban, sin ser obligados por nadie.

 - Tienes razón... bueno fijate... por eso serían atacados. ¡Chicos! - Llamó al resto para hacerles partícipes, girándose hacia dentro del carro con las riendas estiradas, procurando que Henry le leyese bien los labios. - Lo que ha dicho Gauldoth es cierto, este carro no es de simples hombres de a pie. Lo que nos puede resultar un tanto molesto por varios motivos. Durante el camino seremos el blanco de salteadores. Se que estamos preparados para repelerlos, pero sería mejor no armar revuelo por estas tierras. - Y además, tras esta batalla, pequeña para alguien veterano pero enorme para el grupo, por todo lo que significó, Leo pensó que habría que... dosificar... la violencia, reduciéndola al mínimo imprescindible. Evitándola en mayor medida. - Por otro lado... Si el carro éste es de comerciantes u hombres de bien, habrán salido de un lugar, y a algún lugar habrán de llegar. Y, a comerciantes y gentes de bien más de uno suele esperarlos para recibirlos. Si llegamos nosotros, con el carro y lo que pueda haber dentro, más de uno pensará mal de nuestros actos y nos trataran a consecuencia. - Leo miró a la niña. - Todos sabemos que hicimos lo correcto, pero la gente de armas tiende a ser recelosa, cortar primero y preguntar después. Y no conocemos a nadie en Moth que pueda escudarnos. Compañeros, creo que cuanto más desapercibidos pasemos, más fácil nos será evitar líos.

 Leo se giró de nuevo hacia el camino y azotó las riendas, guardando silencio y observando a todos y cada uno, las expresiones que sus comentarios habían suscitado. Algunos estarían de acuerdo, otros en desacuerdo. Así funcionaba un grupo tan heterogéneo. Y por ello Leo aguardó a que todos dieran su opinión.

Tras un rato en el carro, Kaia se percató de que allí había algo que no cuadraba. Era como muy lujoso para ser un carro de comerciante. Le recordaba a los que tenían su familia. No obstante tenía una pregunta que hacer. Como iba delante con Leo, dirigiendo los caballos, se giró y abrió las cortinas para hablar.

- Tengo algo que comentar, a parte de lo del carro. Cuando salí corriendo hacia los bandidos una bola negra de magia o algo así pasó muy cerca de mi… Venía de nuestro grupo…

A Kaia no le gustaba la magia. Tampoco tenía un gran conocimiento sobre esta, pero sus abuelas en ocasiones hablaban de herejes y la Inquisición. Decían que la magia era mala, cosa del demonio, y que el verdadero arte era el uso del Ki, que usaba la fuerza interior. Si estaba con un mago quería saber quién era.

Las palabras de Kaia se clavaron como agujas heladas en la espina dorsal de Gauldoth, quien tuvo que hacer acopia de toda su fuerza de voluntad para no echarse a temblar. Sabía demasiado bien la reacción que la magia provocaba en la mayoría de las personas: después de todo, le había costado la expulsión de la caravana en la que había ido de Dalaborn a Goldar, y de pocas no le había valido acabar en una hoguera. Sabía también, o al menos suponía, lo que Kaia no decía, oculto tras el tono de curiosidad con el que había hablado.

De todas maneras, no era como si pudiera ocultar eternamente su arte, pero hubiera preferido confesar sus habilidades en un contexto menos incierto; una población, por ejemplo. Era verdad que conllevaba el riesgo de atraer la indeseable atención de las gentes temerosas de Dios, pero también era verdad que empezaba a caerle en gracia a, por lo menos, una persona del grupo, y que en el peor de los casos eso le permitiría salir de la comitiva con una patada en el culo en vez de con un acero en las tripas.

Decidido. Tenía que posponer su revelación, por lo menos hasta que estuvieran en un lugar más seguro. No se atreverían a ajusticiarle por la brava si estaban entre más gente.

- ¿En serio? -respondió por fin a la joven, con el mejor tono de inocencia y desconocimiento que era capaz de fingir; uno que, en contadas ocasiones, hasta había servido para engañar a su maestro y que no le castigara por su última trastada- Yo ni me enteré muy bien de cómo fue la pelea. Tendremos que hablarlo con calma cuando hagamos noche. Viendo lo que les ocurrió a los antiguos dueños de este carro, no sé si ahora es buen momento para debatir quién hizo qué a cada rato.

Gracias a... a quien sea que llevo máscara, pensó el brujo. Dudaba mucho que su cara reflejara en aquel momento el aplomo que pretendía aparentar en sus palabras.

- Es cierto, este carro no parece de simples campesinos. Es probable que el interés que había detras de los salteadores era más económico de lo habitual. - entonces escuchó las palabras de Kaia, frunciendo el ceño en el proceso. Él era también poseedor de el Don, y por ello su mente estaba más que acostumbrada a esas cosas, más todavía cuando él viajaba en busca de lo sobrenatural. Era una parte de Gaïa que no se podía dejar así como así, era demasiado importante.

- ¿Y qué importa eso, Kaia? En el caso de que fuera magia, yo no me preocuparía tanto, la magia no es nada sin alguien que la ejecute, de modo que la magia en sí no es maligna, lo es si la utiliza alguien con fines malignos. Además, tampoco hay diferencia entre la magia y la espada, puesto que ambas son habilidades igual de valiosas que hay que entrenar. No sé quien será el causante de esa bola energética, pero me alegro de que esté con nosotros, al igual que me alegro de que el resto lo estéis. - dijo Rolan con seriedad, mirando a la joven phaiana, pero sin sonar agresivo o molesto en ningún momento. - Aun así, opino como maese Gauldoth, lo mejor será que hablemos con un techo sobre nuestras cabezas, un plato lleno y una jarra de cerveza en nuestras manos. -

No estuvo muy atento a la conversación de sus compañeros. Estaba ocupado extrayendo un cuaderno y un trozo de carboncillo bastante destrozado, y garabateaba sin mirar al papel. Se enteró de algo de lo que dijo Kaia, y miró a Gauldoth de reojo. Sabía que había sido él. Miró a Kaia y después a Gauldoth, y después siguió escribiendo; que ella entendiese lo que quisiese. En todo caso, Kaia también tenía un par de esqueletos en el armario en ese aspecto.

Finalmente, le tendió el cuaderno a Rolan, con letra grande y un poco infantil, pero fácilmente legible a pesar de que se había emborronado un poco mientras escribía. Le señaló la anotación en concreto, para apartar su atención de otras cosas que había apuntado antes.

"Carruaje de nobles, llevaban el escudo de la Señora de Broqueta. Tal vez deberíamos dejarlo o podrían acusarnos a nosotros"

Miró al hombretón, esperando a que transmitiese su mensaje.

Rolan miró la libretita de Henry con gesto interrogante y su rostro empezó a arrugarse según leía la nota. Asintió al hombre, diciéndole un mudo: 'Gracias.'

- Atentos, Henry ha reconocido que el carruaje pertenece a la Señora de Broqueta, y que si nos lo llevamos podrían acusarnos a nosotros de este asalto. No me había dado cuenta de ese pequeño detalle, y creo que tiene toda la razón. - le dijo Rolan al resto del grupo, dejando ya de lado el anterior tema.

Hanna salió de su nebulosa personal (la sangre seguía adherida a las uñas de un modo que necesitaría agua caliente y estropajo para salir de ahí) y, como si acabase de despertar, llegó a tiempo para escuchar a Kaia. Aquello le hizo dar un vuelco en el estómago. Ella había creído ver que era Gauldoth, lo que le había hecho sentir aún más apegada al misterioso hombre enmascarado. Sin embargo, sería bueno decirlo para dejar las cosas claras.

-Yo sé hacer magia -dijo Hanna con una sonrisa triste (triste por los sucesos recientes, no por la magia)-. No lo sabíais, ¿verdad? A veces se me olvida comentarlo.

Kaia habría pasado por alto el comentario de Rolan y se habría centrado en el hecho de que podían acusarles de no ser por la clara afirmación de Hanna. ¿Ella? ¿Magia? Pero si era una niña adorable y… La Ryuan apretó el puño y entornó los ojos hacia la chica.

- Fantástico…

Corrió de nuevo la cortina de mala gana y tiró de las cuerdas para frenar el carro. Seguir avanzando montados en aquel chisme era arriesgado.

Y más arriesgado era viajar con herejes.

- Leo, para.- le susurró- No quiero viajar con gente que usa trucos sucios. Si tu quieres... puedes quedarte. No importa.

La Ryuan saltó del carro y desenvainó uno de sus sais para cortar las cuerdas que amarraban al caballo de la derecha. No iba a dejar a Leo allí tirado, así que le hizo una seña para que la imitara, aunque sabía que él no iba a aprobar lo que estaba haciendo. Tampoco tenía mucha unión con el grupo, aunque Hanna y Henry le caían realmente bien, pero no lo suficiente como para crear sentimientos realmente intensos de cariño o fraternidad. Si algún día volvía a cruzarse con ellos, se disculparía.

Leo abrió los ojos con exageración, y se apresuró en tomar las cuerdas del caballo, para razonar con la Ryuan. Malditos orientales y sus cuentos de viejas...

- Kaia. La magia no es mala, sólo depende de en qué manos caiga. ¿Crees que Hanna haría daño a alguien? Vamos, Kaia, es sólo una niña. La viste llorando cuando le cortó la pierna a ese hombre. Que haga magia no significa que sea mala. No hagas una locura. Esto es Moth, y en Moth nada es seguro. Si te vas tú sola sólo conseguirás que te maten. Además... Ella no es la única que usa... trucos sucios, como tú los llamas. ¿Cómo demonios explicas lo que haces tú, eh? Aquí el que esté libre, que tire la primera piedra.

Vaya, vaya, vaya. Gauldoth nunca se hubiera esperado reacciones como las que acababan de tener Rolan y Hanna. El robusto y gigantesco norne había mostrado una apertura de mente desconocida entre las gentes con las que había tratado hasta ahora, y Hanna resultaba tener, según sus propias palabras, los mismos talentos que él... o puede que mejores aún, ya que ella era más que capaz de manejar la espada. Por contra, la reacción de Kaia ante esta última confesión había entrado dentro de lo esperado, dentro de lo deprimentemente común entre los seres humanos.

Cuando ella paró el carro, Gauldoth se despojó de su capa y envolvió con ella a la muchacha que acababan de rescatar, y que todavía nadaba en las aguas del sueño. Poniendo su mochila al hombro y cogiendo a la niña en brazos, bajó con cuidado al suelo, y esperó a que los demás le fueran siguiendo.

- Yo la llevo. Mejor que los que sabéis manejar la espada tengáis los brazos desocupados -les dijo a sus compañeros. Ya habría tiempo en la primera parada de responsabilizarse de la esfera de energía. A no ser, desde luego, que Kaia, Henry o Leo empezaran a hostigar a Hanna por su confesión, o a Rolan por su actitud tolerante.

Kaia abrió la boca todavía más sorprendida. Había esperado que quizás defendiera a Hanna, que defendiera a la magia, que le dijera que Moth era peligroso. Pero que le dijera que lo que ella hacía también eran también trucos sucios después de haber estado en su casa, con su familia, y que su abuelo le había acogido enseñándole a luchar, e incluso revelándole parte de aquellos secretos…

- ¿Dónde ha quedado el respeto, Leo? Kisaragi, quien a mi me enseñó que eso es malo, y quien te dio cobijo y te enseñó; mi abuelo, fue quien me enseñó esas artes que nada tienen que ver con la magia.- la ryuan entrecerró sus pequeños ojos, llenos de decepción.

¿Dónde había estado metido aquel muchacho todo aquel largo y tedioso tiempo? Había cambiado. Mataba sin piedad, defendía a los herejes. ¿Sería él también un hereje? Leo siempre había sido un buen chico, alguien bondadoso, respetuoso, y su mejor amigo. Odiaba a su familia por haberlo echado, aunque sabía que ella les guardaba más rencor que él. Él siempre creía en la bondad de las personas, en que había algo de luz en todas ellas, muchas veces había hablado de eso. Pero no había visto nada de luz en aquellos bandidos.

La muchacha agarró las riendas del caballo y tiró cortando la última atadura para montarse. Pero Kaia, por mucho que dijera, no quería irse sola.

- Ven conmigo, por favor. Eres el único que me importa de este carro…- susurró.

- No. Quédate aqui... Kaia espera... - El joven, tomando de las riendas a un caballo, siguió a la joven hasta ponerse delante de ella. - Escucha... Perdoname, no quería herirte ni decir que fueran trucos sucios. Es esta maldita atmósfera, saca lo peor de mi.

 No podía dejar que la joven se fuera. Kaia era la razón por la que se quedaba en el grupo. El resto, o le ponía nervioso o aún no les conocía. Y sí, Leo era muy tímido hasta que entablaba conversaciones. Él nunca iniciaba nada, no sabía romper el hielo. Si Kaia se iba él iría tras ella.

 - Rolan tiene razón, la magia en sí no es mala. Y el... odio que tienen muchos, como los Inquisidores, es porque no entienden la magia. La gente tiende a desconfiar en lo que no conoce. Tu propio abuelo me enseñó que, en ocasiones, las apariencias engañan y que las cosas peligrosas son malignas cuando alguien las utiliza con su propio bien. Tú... usas el ki de una forma... pura me atrevería a decir, pero seguro que hay quienes lo usan para su propio beneficio. ¿Acaso eres tú equiparable a esa gente? Igual pasa aquí, la magia en si no es mala, ni malvada... lo es cuando alguien la utiliza para hacer daño al resto. - Durante su discurso el joven hablaba tranquilo. Había cambiado, si, incluso parecía haber desaparecido el brillo inocente de sus ojos del tiempo en que llegó a la casa de los Narugi. Parecía más reservado, desconfiado y no dudaba en matar cuando la ocasión lo requería. Pero, en el fondo, seguía siendo el mismo Leo que entró, abrumado por la novedad, a servir a los Narugi. - No... te vayas Kaia... - Dijo en voz baja, acariciando distraído la quijada del caballo de Kaia mientras la miraba. - El grupo no... no sería lo mismo sin tí. - Y qué demonios, Leo seguiría a la muchacha allá donde fuera, pero había empezado a gustarle el variopinto grupo, y si bien no había hecho lazos con ellos, sentía una extraña lealtad que le impedía abandonarles a su suerte. 

Kaia clavó sus ojos en Leo y después miró con cierta angustia hacia el interior del carruaje. No podía decir que de verdad quería irse, pero su orgullo y sus creencias siempre habían estado por encima de todo lo demás, y más en cuestiones de magia o Ki. No toleraba que intentaran comparar esas dos ramas tan opuestas. ¿Qué sabían ellos de la magia? Solo traía problemas con la Inquisición, y la Inquisición era mala.

- Leo, no me gusta la magia. Y de repente parece que todo el mundo hace magia o defiende la magia fervientemente. Puede que tengas razón con eso de que depende de quién la utilice, pero el Ki se aprende, con la magia se nace. ¿Qué son ellos para tener magia o no? No me gusta, Leo…

La muchacha apretó la mano entorno a las riendas del caballo y bajó la cabeza.

- No me siento a gusto con ellos…