Partida Rol por web

Los europeos, con el doctor y la baronesa en el centro del grupo, comenzaron a moverse prudentemente hacia la salida de las ruinas. Allí un par de docenas de indígenas observaban la discusión, ahora casi a gritos, que mantenían el jefe y el chamán, y su número iba creciendo.

Y todo sucedió increíblemente deprisa.

Sheshneeg alzó la mano sosteniendo un abalorio que chasqueaba, hecho sin duda de huesos, y escupió una canción a la cara del Padre de Todos. Éste echó mano a su nuevo cuchillo de metal, pero antes de poder hacer nada más, uno de los acólitos saltó sobre él intentando apuñalarle en el cuello. Ambos rodaron por la nieve mientras los otros se enzarzaban a su vez en un violento combate.

Los nativos del exterior gritaron, alarmados. Una madre agarró a su hijo pequeño, arrastrándole fuera de allí. Un joven aulló señalando con dedo acusador al Lector del Cielo. Otro hombre desenvainó su propio cuchillo de hueso...

Catalina gritó, horrorizada, cubriéndose la boca con las manos. Un golpe de estado, pues no era otra cosa. Un futuro oscuro le aguardaba a esta gente si el poder eclesiástico  se convertía en la cabeza del gobierno. Y el padre de todos había tratado, en cierta medida, de protegerles y ser justo... buscó con la mirada a Duwhitzin.  Ella tenía la magia de mujeres, quizá pudiera hacer algo. Tal vez era, en cierto modo, una figura de autoridad que pudiera decantar a los guerreros indecisos a favor del Padre de Todos.

- ¡Duwhitzin! ¡Duwhitzin! -la llamó, buscándola enloquecida en el barullo de gente que esperaba fuera de las ruinas- ¡Haz algo! ¡Protege a Wranalok! -casi suplicó. Si Sheshneeg y su gente vencían, estaban perdidos.

Y la batalla comenzó al final, una batalla temida y a la vez deseada por el soldado. La prudencia tornó en ira y frenesí en cuestión de pocos segundos. Goubert sabía bien lo que había de hacer…al fin y al cabo vivía para el combate, era su territorio, era todo lo que sabía hacer: luchar, matar e intentar sobrevivir para poder así continuar mandando las almas de los enemigos al mismísimo infierno. Con el mosquete cargado apuntó al acólito del chaman que se había lanzado como un poseso al cuello del Padre de Todos. Debían salvarlo o estarían perdidos, si el Padre de Todos moría sus seguidores huirían o se pasarían al bando ganador, en cambio, si vivía dispondrían de sus hombres para organizar la huida. Goubert tragó saliva y apuntó en dirección a los cuerpos que rodaban por la nieve en mortal combate.
“Muere, perro salvaje”, el soldado apretó el gatillo y el sonido del mosquete rasgó, semejante al rayo, el aire.

-¡No! -estupidamente, Ludovic corrió hacia la reyerta-. ¡Parad esto!

"¡Sangre, sangre, sangre!", se decía. "¡Maldita diosa despiadada y ávida!", aulló mentalmente, oyendo el disparo en el aire. "Jacques", supo.

De alguna manera, el doctor creía que ellos eran el eje de todo aquel caos, el principio del fin para aquellos salvajes. Su presencia había sido la rueda de un engranaje largo tiempo atorado, ahora en movimiento. Principio y fin, alfa y omega.

-¡Llevaos a Catalina de aquí! -gritó sin mirar atrás, antes de, temerariamente saltar en ayuda del Padre.

Ok. Haz una tirada de Destreza+Pelea dificultad 6. Precisas al menos un éxito. Si fallas, no lograrás más que asir por la ropa al atacante. Si fracasas, rodarás por la nieve sin más consecuencias.

Siendo exitosa la primera tirada, deberás hacer otra de tu Fuerza pura y dura contra la del indígena. Te recuerdo que puedes gastar un punto de Fuerza de Voluntad en cualquier tirada (o casi) para conseguir un éxito automático a contabilizar.

Buena suerte.

"Ya está", pensó el montaraz. No hacía falta añadir ninguna otra palabra.

Entre los gritos de sus compañeros y el trueno del fusil de Goubert, no había mucho margen para maniobras. Pero la mujer francesa tenía razón en una cosa: su supervivencia -la de los expedicionarios- pasaba por la del sachem. No era momento para meterse en medio de las trifulcas internas de estos hombrecillos, pero hasta alguien como Ojo-de-Cuervo veía necesario intervenir para algo más que para huir. Había que asegurar que la huida tenía éxito. Así que llevó su mano al tomahawk y lo blandió, lanzándose en cuerpo a cuerpo sobre el loco que intentaba apuñalar a Padre-de-Todos.

-Hoka hey!

Pelea+Destreza: 1 éxito.

Sin saber qué Fuerza tiene el indígena, le pongo en dificultad 6 a la tirada de Fuerza, por ponerle algo. Resultado: 9.

Los Voormis medios tienen 3 en todos sus atributos físicos, 1 en Aspecto y 2 en los demás.

Sin a penas tiempo para pensar, Adrien vio cómo todo el fingido equilibrio del poblado se deshacía ante la batalla entre los líderes político y religioso.
No dejaba de ser irónico que los indígenas, tan diferentes a los europeos, fueran finalmente tan parecidos.

- ¡Catalina! - gritó a LeFranc, con la orden entre líneas "protégela", al tiempo que tocaba el lomo de Harald - Habla, Harald

Por un instante pensó en disparar al aire, pero al ver al doctor saltar imprudentemente a la batalla, todos sus reflejos se volcaron en sujetarlo.

Una locura. Tenían que salir de allí, no mezclarse en la pelea...

Los indígenas rodaban ya por el suelo en una rabiosa pelea, y para sorpresa de todos el doctor Tessier, posiblemente el hombre más flemático y pacífico de la expedición, saltó sin dudarlo hacia la trifulca.

-¡Parad esto! –exigía a unos nativos que ni le entendían ni le atendían.

Antes de llegar hasta ellos, las rápidas manos de LeBrun le asieron por la ropa, entorpeciéndole el camino. ¡Catalina! -gritaba a quienes le rodeaban. A sus órdenes, el marinero Lefranc tomó por el codo a la baronesa y tiró de ella hacia el lado este de la ruina, donde la ausencia de muros ofrecía un paso más fácil, mientras con la otra mano desenvainaba un enorme cuchillo. Catalina apenas se opuso a su requerimiento, desgañitándose en llamar a una posible aliada.

Harald, el enorme terranova, comenzó a ladrar fieramente a unos y otros, añadiendo su poderosa voz al griterío general y aumentando el espanto y la confusión entre el gentío. Goubert fue más expeditivo aún: llevándose el fusil a la cara con un reniego descerrajó un osado tiro sobre los combatientes. Aunque la bala se incrustó en el hielo sin más consecuencias que una pequeñas salpicaduras de nieve, el atronador disparo detuvo en seco a la mayoría de los indígenas, desconcertados y azorados, apresurando la huída de las mujeres y los niños.

Ojo de Cuervo se abalanzó también sobre el Padre de Todos y su atacante, tomahawk en mano, mas quedó detenido junto a ellos sin hallar ocasión clara de descargar el golpe sobre un enemigo que gruñía y forcejeaba a sus pies. La nieve comenzó a teñirse rápidamente de rojo ante él. Alguna de las puñaladas que se cruzaban había alcanzado su objetivo.

Sheshneeg levantó el brazo, señalando a los extranjeros, y a voz en cuello vomitó una incomprensible retahíla en la jerga indígena al tiempo que retrocedía atemorizado. Su otro acólito, cuchillo en mano, se dirigió resueltamente hacia ellos sin pronunciar palabra.

“¡Maldita sea!”, exclamó el soldado al ver que el disparo había errado y que, además, apenas había inquietado al acólito de Sheshneeg que forcejeaba con el Padre de Todos. Sin embargo la descarga del mosquete sí detuvo al resto de indígenas que, sin lugar a dudas, se mostraban temerosos y desconcertados ante el poder de aquel “tubo de trueno”. Goubert sabía que la ventaja del grupo residía en el dominio de las armas de fuego y por ello decidió aprovechar aquel momentáneo respiro provocado por el ensordecedor disparo para preparar la mortífera carga.  El francés se aseguró de que no había ningún adversario cerca e hincó la rodilla en la fría nieve. Con una habilidad pasmosa, propia en un avezado soldado, preparó la pólvora y el proyectil.

El barullo era tal que Ojo-de-Cuervo no sabía ya dónde acertar con el filo de su arma. Sólo tenía claro que había de sacar al sachem de allí si ellos mismo quería regresar. Lo que es más, debían hacerlo rápido, porque en cuanto los demás hombrecillos entraran en las ruinas...

Tenía que estar claro que los extranjeros estaban protegiendo a Padre-de-Todos. Tenían que verlo. Si no iba a ser una matanza desproporcionada, y el algonquino estaba seguro de que si su cuerpo caía aquí, su espíritu no iba a pasar a los Terrenos de Caza, sino que sería tragado, apresado, violado y torturado por los malvados manitú de la zona.