Partida Rol por web

El Shes Mckill es un antro irlandés con bastante encanto, lo que la diferencia del resto de pubs irlandeses de la zona, es que lo único que tienen en común es una fachada inglesa y cerveza de calidad. El interior está lleno de pegatinas promocionales, recortes de periódicos y posters de revistas de adolescentes vintage sobre antiguos héroes y leyendas vigentes del rock.

Su clientela, sin embargo, es la misma que la del resto de pubs irlandeses de la zona. A ninguno les interesan los adornos que hayan colgado en el techo, ni aquella foto que se hizo Deborah Harris con las dueñas  el día que se equivocó de la dirección. Solo están por la cerveza y se quedan por la cerveza. Y el único parroquiano que hay hoy, no es más que un asiático con la ropa desgarbada.

Solo tomaba cerveza. Y al pedir una jarra más, Diana empezó a tirar la caña, esta se llenó toda de espuma. Señal indicativa de que el barril de cerveza se había acabado. – Ve a cambiarlo cielo – Decía una de las madres de Diana alertada por el leve sonido de la espuma rozando el cristal de la jarra. 

¡¡Uff!! Mala señal ese ruido.

Por suerte su cerveza la habían servido antes de que se acabara el barril... Aunque ahora entendía el que tuviera una cierta falta de fuerza.

Estaba algo más despejado que cuando venía por la calle. Y bien mirado, le había venido bien: Su cerebro había vuelto a pensar, le habían invitado a una cerveza... Lo único, que no había podido pillar un poco de maría... Pero bueno, eso podía quedar para otro momento.
Estaba claro que faltaban suministros, aunque no dudaba que cambiarían el barril en un momento y camellos de confianza, volverían a aparecer, aunque muy posiblemente a esas horas de la noche, poco más iba a poder pillar.

¡En fin! Disfrutemos de lo que tenemos antes de que cierren el garito... ¡Coño! ¿Esa de la foto es Debbie Harry? -pensó al levantar la jarra y que su vista se tropezara con aquella foto- Estaba tan buena como pinta de golfa tenía. A Jim le ponía mucho aquella rubiaza despampanante desde bien pequeñajo, aunque no le extrañaba que la hubieran cogido como referencia para la novia de Chucky en "Muñeco Diabólico"... Y más sabiendo que los años no la habían tratado precisamente bien.

Regalo mi trago gratis y se acaba la cerveza. Típico. Esto me pasa por ser buena gente... o por beber un Martes en la noche y trabajar para un aquelarre inter-generacional formador de feminazis. Normalmente la ayudaría por caballerosidad, y en particular debería para expiar cuánto la desprecio, pero sus colmillos falsos de neón ya estaban empezando a desgastar incluso mi abulia. Que lo levante sola, a ver si lo encuentra tan cooperativo como el resto de gente que pisotea o si su fuerza de niña exploradora le alcanza.

-Puff... que pereza ahora cambiar el barril...- pensaba cuando salió toda esa espuma y recibí la orden de mi madre -De acuerdo mama, pero no me llames "cielo" delante de los clientes, por favor- le dije algo mosqueada y con un poco de vergüenza; en casa que me llame lo que quiera, pero con los clientes tengo una imagen que mantener.

Antes de ir a por el barril miro a Ezra con los tres dolares. -Anda, no me hables como los loqueros y guardate los tres dolares; si tantas ganas tienes de que no monte un pollo, también invitaré al emo- le dije algo calmada. Joder, que eran tres dolares, no iba a convertir el pub en un ring de boxeo por ellos. -Eso sí. Nunca jamás intentes darme dinero para que me calme. Es humillante y duele; aunque no tanto como tus pelotas la próxima vez que lo hagas- le sentencié a Ezra con tono serio -Anda, vete a una mesa que me has vuelto a poner de mala leche-.

Después de mandar a tomar por culo a Ezra de la forma menos violenta que he podido cogí el barril vacío con rudeza, para dejarlo en el almacén junto a los otros y recoger el nuevo barril. Abandoné la barra cargando con el bidón, no sin antes echar una mirada agresiva a los presentes con un claro mensaje "haced algo raro o ilegal y os meto la cabeza en los retretes", y con el mal genio que sosainas me había encendido, cumpliría la promesa.

¿Cómo se puede ser tan yegua?

En serio.

Como si la hubiera tratado de prostituta cuando sólo quería que salvara rostro sin tener que armar una bronca. Además, encima de hacerse la ruda, habla de humillaciones y sentimientos lastimados en la misma oración. Además ahora también habrá que tolerarla porque de seguro sabe que eso fue tan incoherente que reveló su fachada por lo que es.

Una fuerza seráfica se apoderó de mí y logré abstenerme de llamarla cielo, como aparentemente ni su madre tiene derecho de hacer en su propio negocio, el cual su carácter de cavernícola va a llevar a la quiebra. 

Cavernícola, digo, pero cavernícolas de ese tamaño nunca lograron reproducirse. Mucho menos llegar al siglo XXI en el cuerpo de Campanita.

Teorizando que gané algo de empatía por la cerveza, y que tenemos en común la ira de la Pixie, me acerco al tipo cuya garganta había mantenido en una sola pieza... asumiendo que no fuera ya un vampiro.

"¿Santuario?" le pregunto en modo socarrón, apuntando al asiento.

La, nada dulce, voz de Diana provoca que la mire, solo para presenciar un evento un poco extraño, no tengo tiempo de contestar, porque hablan sin que yo pueda intervenir, cosa que me provoca cierta molestia o algo semejante que no llega a evidenciarse, mi expresión es una perfecta cara de póker que se altera ligeramente al elevar una ceja cuando me llama “emo” y niego con la cabeza. La veo irse a cambiar el barril dejando sobre nuestras cabezas una amenaza silenciosas y también observo acercarse al hombre que ha hablado con ella, en una pieza y me pregunto si alguna vez lo ha golpeado, lo dudo, le habla con la confianza que da el no haber sufrido su maltrato, y una sonrisa leve se forma en mis labios, muy leve, casi un gesto de ironía que no llega a serlo.

Aun así, le miro con ligera extrañeza, solo en los ojos, cuando me habla, “santuario” no, por supuesto que no, aunque es raro que se me acerque alguien por su propia voluntad.

 -En lo absoluto, es tuyo si lo deseas- determino intentando ser cortes y casi lográndolo, pero mi voz es casi tan fría como mi expresión, “bien hecho Ives, para una vez que alguien cree que puede acercarse a ti, si ella te viera te gritaría que no asustes a los parroquianos… de nuevo” ignoro en silencio el pensamiento y le observo a ver que hace. 

El almacén del Shes Mckill se encontraba debajo de la planta principal justo en frente de los baños. Era un lugar oscuro y frío, ideal para guardar bebidas pero horrible para guardar a personas. La bombilla emite una luz tenue, con lo que puedes ver donde puedes pisar y lo que puedes coger.

Normalmente no habría mucha dificultad entre elegir un barril que pese y otro que no, pero esta vez, entre los barriles se encontraba un caja. Era una caja no muy grande, llena de colores artificiales y llamativos. Estaba desgastada por los bordes y tenía en letras brillantes escrito “El juego de la vida”.

No sabías que hacia allí, ni quien lo había dejado. Pero desde luego era mucho mejor jugar a algo un martes aburrido que seguir esperando a que el borracho asiático entablase conversación en tu idioma. Por eso te lo llevas encima del barril de cerveza lleno.

"Entonces," le digo incómodo mientras espero mi cerveza, "también te puso un sobrenombre. No entiendo cómo demonios aún tiene clientes. ¿A qué te dedicas?"

Volví a entrar en el bar cargando el barril con ambas manos, con esa caja colorida de "El juego de la vida" que me encontré entre los barriles. Volví a la barra para cambiar el barril vacío por el nuevo, dejando la caja encima de esta, no sin antes preguntar -¿Es de alguno de vosotros está especie de juego de mesa?- les pregunté a los presentes levantando la caja para que la vieran -Venid a verla y decírmelo, prometo no atacar al que la haya dejado en el almacén- les dije. Después de dar el aviso,empecé a cambiar el barril.

Es un objeto abandonado en una zona privativa y sin anuncio de intención de recuperarlo- le recuerdo a Diana, que claramente no está muy ducha el leyes-. Técnicamente puedes quedártelo y usarlo como entretenimiento del bar. Seguro que algún borracho se entretiene con los dibujos y pide una copa más. ¿Alquien quiere una partidita después para bajar el alcohol?

Me gustaban los juegos de mesa. Desde que en la adolescencia descubrí juegos un poco más entretenidos y menos reiterativos que el Monopoly, siempre me había gustado sacar de su caja el tablero, las fichas… y sobre todo, leerme sus instrucciones hasta saber de qué iban.

Era lógico que cuando Diana habló de aquella enigmática caja como de un “juego de mesa”, mis ojos se fueran a mirarlo. A devorarlo y a desear con todas mis fuerzas abrirlo y ver qué había en su interior.

Me levanté de mi taburete e incluso olvidé la cerveza que quedaba en mi vaso a medio terminar. Me acerqué en silencio y me dispuse a examinar aquel maravilloso enigma que nunca había visto antes. Conocía un montón de juegos de mesa y jamás había visto ninguno que se pareciera a ese. Lógico que mi curiosidad estuviera al 120%.

No era su dueño, pero hubiera dado un dedo por quedármelo: Al fin y al cabo, nadie de los allí presentes había dado señales de interesarse por esa cajita y a mí se me llevaban los demonios por abrirla.

Podría haber mentido y haber dicho que me la habían quitado los fulanos con los que me había tropezado a la entrada, pero estuve torpe y quizás aún el pequeño colocón que tenía, seguía surtiendo algo de efecto en mi cerebro.

Aún así, me acerqué al chaval que lo tenía en sus manos:

- ¿Te importaría que le eche un vistazo? Igual puedo decirte como se juega: Soy bastante aficionado a los juegos de mesa y este tiene una caja pequeña, así que no creo que tenga unas reglas muy complicadas…

Cogí precipitadamente la caja por el lado que quedaba libre de la mano del otro, pero no tiré de ella. Podría molestarle el que se la quitara de una forma tan subrepticia y preferí que lo soltara por propia convicción. Si no lo hacía, siempre podía volverme a mi rincón de la barra a terminar de apurar mi cerveza y pasar del tema por mucho que me apeteciera examinar el interior de aquella curiosa cajita.

No me hace gracia los modales que tiene. Entra en mi espacio como si fuera suyo y trata de tomar lo que nadie le ha dado permiso de aprehender. No tengo la más mínima intención de reclamar el juego, pero creo que una pequeña lección de respeto es algo insoslayable en un caso como este y lo menos es ofrecerla.

No es muy educado agarrar lo que otro tiene en sus manos- le comento muy serio-. Lo correcto es ofrecer la mano para que la persona te lo entregue. La falta de modales hace que la gente recurra a los puños.

Tras este pequeño golpe sonrío y se la doy.

Disfruta- le concedo sin problemas-. Así me ahorro tener que aprender yo a jugarlo.

Con la misma me siento en el taburete y observo como se entretiene cual niño.

-¿Sobrenombre? – pregunte irónico, solo un poco antes de negar con la cabeza dos veces en un gesto despistado- no, me temo que o, aunque quizás lo haya hecho y yo no lo sepa… los clientes son un caso aparte, ellos vienen por la cerveza, ella es un caso especial- determine sin grandes pretensiones, a mi compañero de mesa - me temo que solo soy un estudiante -conteste un poco incomodo- estudio música- termine ligeramente inquieto, poco deseoso de hablar de Julliard. 

Diana había vuelto con un juego entre manos y una amenaza velada en sus ojos, me apoye contra el respaldo de la silla, observando cómo se desarrollaba aquello, los otros dos asistentes de la noche ya veían el juego, negando que fuera de alguno de ellos, mío no era, estaba seguro de ello, pase los dedos largos por el borde del vaso, observando con velado interés lo que ocurría allí.

¿De qué iba el juego? No pregunte mientras le daba vueltas a la bebida, en cierto modo… ya los otros dos había acudido al llamado de campanita... a ver si era suyo o si jugaban el juego, eleve una ceja.

-¿jugar? -susurre, a esas horas era evidente que mucho no se iba a poder hacer, mire en derredor, ningún parroquiano ebrio dispuesto a cantar, "ah, que noche más triste" paso por mi mente, cual si fuera parte de un adagio sin presión mayor que mi decepción.

-¿De que va? -pregunte, llenando  mi voz aquel lugar casi completamente silencioso, observando al chico que observaba el juego, no muy lejos... podría oír mi voz y quizás me contestara, quizás no lo hiciera.  

Realmente tenía razón: Mi propio ansia por ver aquel juego, me había hecho traspasar la línea de la buena educación siendo quizás un poco vehemente.
​No era tampoco cuestión de pedir perdón ahora pues iba a quedar un poco de imbécil perdonavidas... En fin, ya habría otro momento para aclarar mi poco tacto con aquel chaval que había reaccionado sin duda mucho mejor que yo.

Desvié la vista de él y oí a otro que estaba al fondo interesarse por el juego.

- Bueno, todavía no lo sé. Vamos a averiguarlo...

Cogí la caja por los laterales y suave, lentamente, casi con ceremonia, comencé a subir la tapa dejando que la parte de abajo, gracias a su propio peso, resbalara y se quedara en la mesa mientras aquella "despegaba" hacia arriba cogida entre mis manos.

Se creó una cierta expectación entre los que allí estábamos y no me hubiera extrañado nada que de la caja saliera una luz blanca y cegadora en plan "El Arca Perdida"... ¡¡Uff!! A veces pensaba que no sabía para qué coño consumía psicodislépticos: Con mi imaginación debería tener más que suficiente para flipar...

-Joe, pues si están más interesados en ese juego de lo que yo creía- pensé al ver que todos se interesaban por él. La verdad, es que podría sacarle partido a ese juego, con tal de evadir el trabajo y de seguir sirviendo cerveza al asiático de la barra.

-¿Que hay en la caja, Jim?- le pregunté con cierta curiosidad. Si el juego no pintaba mal, podría plantearme jugar. Y entonces se me ocurrió algo que podría ser divertido -Se me a ocurrido una cosa. Al cliente que gane una partida de este juego, le invito a patatas y se lleva el juego a casa- dije a la clientela, para incentivar a jugar una partida, aunque solo sea por unas patatas. No se, ese juego ahora había captado bastante mi atención, y a lo mejor así animamos el cotarro.

- ¿Que hay en la caja, Jim? Se me ha ocurrido una cosa. Al cliente que gane una partida de este juego, le invito a patatas y se lleva el juego a casa.

No podría haber hecho propuesta mejor: Por supuesto que las patatas me importaban un carajo, podría comprarme diez kilos para mí solo... Pero la oferta de poderme hacer con ese juego, fuera aburrido o -mejor aún- apasionante, era irresistible y más para un "freak" de todo tipo de juegos como era yo.

- Acepto. Déjame leer las instrucciones y nos ponemos a ello.

Pensé que sería tremendamente fácil hacerme con el juego a poco que dominara un poco las reglas. Estaba sencillamente emocionado: Al final la noche iba a hacerme -posiblemente- un bonito regalo que ahora mismo, tenía delante de mis narices.

Elevo los ojos hasta Diana, y los demás, leyendo en las actitudes de todos ¿jugar? Qué posibilidad más extraña, pero ya uno ha aceptado y no hay borrachos cantando esta noche… el pensamiento sería interesante se apoya en mi mente mientras los observo con interés, sobre todo con quién lleva el juego en manos leyendolo, la curiosidad se inclina por ver, un conjunto de algo parecido al interés por jugar, no quiero el juego, pero… será interesante, si llegan a explicar de qué va. 

-De acuerdo- es una respuesta, que espero que llegue hasta ellos, olvidada esta la cerveza de mi mesa. 

Pues nada- respondo encogiéndome de hombros-. Comida gratis.

La verdad es que tampoco tengo demasiado interés.