Partida Rol por web

Las llamas abrasaron a los guerreros dándoles un homenaje final. Viento no pronunció palabra pero sí observó todo con el máximo respeto. Mía subió al dragón e hizo un hechizo protector, como regalo a sus amigos, sus almas estarían en paz y el resto de lo que el fuego no devorase, no podría ser profanado por ningún otro ser. Viento entonces se subió también, de nuevo en silencio.

El Tigre cerró los ojos un segundo haciendo una plegaria felina por sus amigos y fue el siguiente en subir, aunque con un poco más de dificultad por sus enormes patas. Entonces le tocó al íncubo que se quedó a la cabecera del equipo, sobre los lomos del dragón.

Iato dijo.

-Os seguiré luego, debo despistar a la sombras para que no os busquen. De esa forma será más fácil ingresar a la ciudad Orca, si piensan que no habéis vuelto.

Gladia, el hadita, se quedó sobre el hombro de Viento. Entonces, de la espesura, salieron dos conejos, eran Plim y Plam.

-Te ayudaremos, Iato –dijeron.

-Todos tenemos una misión parece- enunció el elfo –que la fortuna nos acompañe.

Emprendieron vuelo a lomos del gran dragón y se aproximaron a la cuidad orca. El enorme ser sería visible si sobrevolaban el muro, por otro lado, debían recordar que era uno mágico, maldito. Si tocaban la mínima piedra de este, una magia alertaría a los habitantes de su presencia. Podrían pasar por el portón principal pero siempre estaba custodiado. El animal místico habló, dijo su parecer.

-Podría dejarlos caer si vuelo muy alto, pero deberéis ser capaces de descender sin mataros... no sé cómo hicisteis para entrar antes mas es mi genuina sugerencia que repitáis aquello. Yo prefiero no ingresar con vosotros a menos que estéis buscando un ataque directo. No sería eso bueno, no cuando Iato ha hecho todo para que todavía no hayamos sido detectados.

Viento intervino.

-Hemos dejado cadáveres abajo, tal vez ya sepan sobre nosotros. Puede que no... es realmente incierto. La noche parece tranquila.  

-Un ataque directo sería algo hermoso para mi- dije sonriendo- tengo ganas de probar mis nuevos poderes, pero entiendo que ya hemos perdido a varios compañeros esta noche como para arriesgarnos a más, por lo que por mi esta bien si nos dejas caer, tal vez solo debamos ir Viento y yo a buscar lo que dejamos...-

Yo no tengo poderes para descender suave.  ¿Alguno de ustedes me podría bajar? ¿Yo podría intentar voltear mi hechizo de luz, decirlo exactamente al revés, y así rodearnos de oscuridad para que no nos detecten.

Viento intervino.

-Mía, puedo ayudarte a levitar cuando caigamos, por eso no te preocupes. Entonces ese es el plan: Dragón, vuela alto y déjanos caer.

El enorme ser asintió y con un batido de sus alas azules subieron unos 100 metros, y luego 50 metros más. A esa altura ningún vigía los vería. Comenzó a circular por encima de la sección que poseía la abertura circular hacia la tierra en donde habían combatido con la orca. 

Luego dijo:

-¿Listos?

Y se preparó a soltarlos.

Caminé hasta el borde del dragón y me dejé caer de espaldas, para luego girar y de cabeza pegar los brazos a los costados, ganando gran velocidad mientras sonreía.

Cuándo comencé a ver el suelo cada vez más cercano, abrí las piernas, una delante y una atrás y giré sobre mi mismo hacía adelante, a fin de quedar de pie, momento en el cual extendí las palmas hacía el suelo e hice salir fuego como si fuese propulsores a fin de detener la caída y elevarme un poco, para luego apagar las llamas y tocar el suelo.

Descendieron, finalmente el tigre saltó de lomos del dragón y con una enorme flexibilidad fue cayendo por el aire  y unos metros antes de caer, se ayudó del impulso de fuego de Fafnir y se unió a su cuerpo apoyando sus patas sobre él para ir cayendo más despacio. Los cuatro llegaron al suelo y se metieron por ese agujero con escaleras. Volvieron al cuarto de la armadura, no se veían orcos a la vista… todo seguía tan muerto como la primera vez.

Lo que encuentran es la habitación cuadrangular, nuevamente con antorchas adosadas a la pared. No hay nadie en dicha puerta pero, en el suelo, se encuentra una abertura ancha como para una persona, por la que bajan escaleras de piedra.

Además de esto hay una armadura extraña en un rincón. Es de bronce o algo parecido, tiene el casco abierto y por él solo se ven sombras.

La misma no se mueve, está vacía, pero se halla puesta como mirando esa abertura en el suelo. Tiene su cabeza inclinada hacia abajo, y de su espalda brota una espada larga. 

El tigre siente un olor extraño desde la misma, aunque ninguno de ellos ve nada. Está vacía.

Pero algo sigue emanando de ella... y no parece bonito. Olor de flores podridas, eso es lo que siente Tempestad.

Al llegar y bajarme del lomo del dragón siento un olor... una presencia putrefacta...- Proviene de esa armadura.- dije, intuyendo que no podía ser nada bueno.- Todo el mundo alerta.- dije mientras me concentraba por captar algo más de su esencia. Quería saber si realmente me era familiar ese olor, siendo yo un ente elemental conocedor de los espíritus, desde el más puro al más impuro...

Una vez que estuvimos allí y vi el armadura me pareció extraña aquella grieta.

Metí la mano en mis ropas y saqué el orbe rojo.

-Es esta la armadura del Señor Oscuro?- pregunté- hacia dónde conduce ese pozo?-

Mía lanzó uno de los nuevos hechizos que había obtenido del elemento tierra.  

Fósforo elemental, ¡ ilumina lo que otros han de querer ocultar ! 

Miró curiosa a todos lados, por si algo, en algún lado, se iluminaba. 

El tigre huele profundamente con el afán de reconocer si puede identificar algo en el aroma de la armadura. Lo que capta es un olor a putrefacción muy hondo, como si dentro de la armadura viviera carne podrida. Una de ese tipo de carne que el felino nunca quisiese probar. Sin embargo, y la vista del tigre también es muy amplia, no se ve nada allí dentro. El objeto parece estar vacío... solo lo llena la más profunda oscuridad.

-La armadura del señor oscuro es -responde la bola roja que habían sustraido del templo de la muerte, y de los necromantes. -Esa escalera conduce a una salida de este recinto, una que da al Pantano de los Aullidos, es por allí que el señor Oscuro suele venir de visita.

Mía, mientras usa su hechizo para iluminar todo lo que en el recinto se halle oculto. Nada se revela, están solos. Eso es raro, porque si esa es la armadura del mismo enemigo último que deben destruir, ¿no debería estar resguardada? Fafnir recuerda lo que sabe y cree comprender por qué la armadura no precisa defensa.

Si era lo que yo me imaginaba tendríamos que tener las espaldas seguras. El olor me había llegado a lo más profundo de mi alma era asqueroso. No obstante di un zarpazo suave para ver si la armadura se desmoronaba. Si no había nadie dentro tendría que caerse y "desmontarse". Mi zarpazo fue un leve empuje a la coraza. Me preparé para saltar hacia atrás si esa armadura respondía de alguna forma.

-No te pasará nada con el armadura- dije acercándome al armadura que Tempestad había desarmado de un zarpazo para comenzar a juntarla- si no hay nada más, entonces deberíamos retirarnos- les dije a todos mientras la acomodo de tal modo que pudiera llevarmela- hasta donde se no debemos de ir al pantano, así que salgamos como hicimos antes-

Mía se disponía a seguir detrás de sus compañeros, con miedo y precaución, mezcladas como agua y aceite entre ellas, sólo cuando había agitación. 

Bien, vamos.  Yo los sigo. 

El tigre dio un zarpazo a la armadura, deconfiado. Esta no tuvo ni una marquita, y eso que las zarpas de Tempestad no eran algo suave. Fafnir no le dio importancia, tomó la armadura por partes y la comenzó a cargar. Se sentía caliente contra sus manos. Mía pensó que lo mejor también era salir por dónde habían venido, después de todo nadie le había dicho a ninguno de un pantano.

Salieron por el corredor y subieron las escaleras. La noche todavía tenía un buen tiempo por delante antes de que comenzara a clarear. El dragón se había ido, en el sentido de que no sobrevolaba sobre la ciudad. Debían saber cómo salir.

-Puedo llevarlos volando, aunque gastaré una buena cuota de maná –explicó Viento que hasta entonces había permanecido silencioso. Poseían mucho más maná que antes pero debían ir luego por el Pergamino y no sería un viaje seguro, de eso no cabía duda.

-Pues creo que lo mejor es que Viento se vaya con Mia, Tempestad y yo podemos arreglarnos- dije mirando al tigre - no es cierto compañero?-

La extraña naturaleza de la armadura seguía rondando mi cabeza elemental. Una voz me sacó de ese profundo pensamiento, era Fafnir, que ayudaba a reorganizar al grupo.- No tengo problema en que se distribuya de esta forma, Fafnir.- Acto seguido me senté y esperé la respuesta de todos los demás. ¿Por qué esa armadura no tenía ni una marca? ¿Qué clase de magia la protegía? desde luego nada muy puro...

¿Y si me pongo yo la armadura?  A lo mejor veo algo.  Podría ser como un palanthir y adivino que está haciendo su dueño. 

Mía dudaba, pero quería saber si ella podía ser de ayuda para desentrañar el misterio que tenían enfrente de si mismos.