Partida Rol por web

En el corazón del bosque se encuentra una encantadora aldea poblada por los niños eternos: los kokiri. Niños que se perdieron en el bosque y que fueron acogidos en el seno del Gran Árbol Deku. La aldea está como siempre. El aleteo de las aves y las hadas, las risas de los otros niños, el discurrir del agua a través de la aldea... un paraíso idílico... para aquellos que no viven bajo el yugo de Mido. Se pueden escuchar sus gr... 

No. No puede ser. Hoy la aldea está tranquila. No se escucha más que la risa de los demás Kokiri que corretean por el lugar o hacen sus labores dentro de esa minisociedad. Más allá, se puede escuchar el rumor del viento entre las ramas del Gran Árbol Deku.

El cielo despejado y el verde de las hojas solo augura un buen día.

El sol despunta por el este despertando a los humildes habitantes de Kakariko. Un nuevo día tan normal como cualquier otro se presenta para los pueblerinos, ya sean Hylian o Sheikah. Tanto unos como otros se mezclan en sus actividades diarias sin distinción.

El olor a pan recién orneado invade el ambiente e invita a las personas a salir a la calle a hacer sus compras diarias. Concretamente hoy los niños están muy animados porque se dice que un cuentacuentos y comerciante Goron regresa a casa después de años y años recorriendo los caminos de, no solo ese reino, sino de muchos otros.

A veces, es la única opción que tienen las gentes de Hyrule de conocer lo que pasa más allá de las fronteras de sus pueblos porque muchas veces, como sucede a la gente de Kakariko, no tienen suficiente dinero para desplazarse a otros lugares.

En el palacio Deku todo está patas arriba. No... los monos no han vuelto a atacar como si de una afrenta personal se tratase. El palacio Deku está alterado porque el Rey ha enfermado y los príncipes no saben que hacer. Todos los súbditos Deku parecen estar a la espera de buenas nuevas por parte del médico real, pero parece que no hay ningún mensaje oficial.

El panorama pinta realmente mal. Hasta los colores vivos del bosque se van atenuando. Si el Rey Deku y el bosque están así, ¿tendrán alguna relación o serán mera coincidencia? De momento nadie más ha comenzado a sufrir pérdida de fuerzas ni nada relacionado con la enfermedad que parece debilitar las raíces de los árboles.

Los bosques perdidos. Un lugar oscuro para todos aquellos que no saben como moverse por él. Las ramas de los árboles cubren el cielo y la luz de la mañana se refleja, entrecortada, en el suelo repleto de hierba verde humedecida por el rocío del amanecer.

Muchos se han perdido entre sus árboles y sus caminos y muy pocos han conseguido salir de él. Se dice que aquellos que se pierden en el bosque acaban transformados en horribles criaturas que no responden ante nadie, salvo ante el rey de todas las criaturas malignas.

Pero eso no ha pasado con Nadfa. Quizá hasta las maldiciones tienen miedo de amazona del desierto... no una amazona cualquiera, sino una con un odio y una culpa tan grande que hasta podría encararse a la maldición si se presentase ante ella.

La joven dejó escapar un gruñido mientras se estiraba. Luego se quedó tendida, con los ojos apenas abiertos y mirando la cúpula vegetal que se cernía sobre ella. Se relamió los labios secos mientras trataba de encontrar las fuerzas para comenzar un nuevo día.

Estaba agotada. Había dormido horriblemente mal por culpa de los sueños inquietos y las pesadillas, como cada día. Pero no lograba acostumbrarse a ello y su cuerpo se lamentaba por ello, demandando más descanso, pero en cuanto la luz llegaba siempre se desvelaba y ya no podía conciliar el sueño. Ella lo sabía, y por eso no iba a esforzarse por dormir más.

Se tumbó de lado y se incorporó lentamente. Todo el cuerpo le dolía por el obsesivo entrenamiento del día anterior.

Apartó la manta vieja y miró dentro de su bolsa en busca de comida. Tomó nota mental de que solo le quedaba una nuez deku. No, aunque su aspecto fuese similar al de un pistacho no eran comestibles para ella... un día con terribles retortijones de estómago había sido suficiente para aprender la lección. Pese a ello, resultaban muy útiles para cazar pequeños animales, y como su habilidad con las trampas de caza era muy baja, se habían convertido en uno de los puntales de la supervivencia de la joven en aquel peligroso bosque.

Pese a todas las dificultades, estaba sana y bien alimentada. Mucho mejor que cualquier mendigo de cualquier pueblo, sin duda.

Tomó en su mano el puñado de grosellas que aún le quedaban mientras trataba de no pensar en el sueño de aquella noche en el que aparecía su hermana. Se apartó el pelo de la cara con la mano libre mientras soltaba un gran bostezo, y comenzó a comer las pequeñas frutas rojas. Distraídamente alargó el brazo y acarició la corteza rugosa del árbol sobre el que dormía.

Se había instalado en uno de los grandes árboles del bosque perdido. En el hueco formado por el nacimiento del tronco de dos gruesas ramas muy próximas entre sí, a casi seis metros de altura. Allí había puesto su manta y sus pertenencias, y había protegido el lugar con un pequeño tejado de palos deku.

-Buenos días. -dijo a su silencioso compañero con la boca llena y la voz aún pastosa- Hoy he dormido mejor. -le mintió.

Nadfa había pensado ya en más de una ocasión que, si el árbol llegase a responder alguna vez, moriría del infarto al instante... o se caería del susto y se rompería la crisma más abajo. Afortunadamente no era algo que fuese a pasar, o eso esperaba ella.

Cuando terminó las frutas se peinó con las manos su largo pelo hacia atrás y se lo recogió en una cola usando una cinta de tela. Como dormía vestida, aquello y ponerse las espadas al cinto eran todos el preparativo que necesitaba para empezar el día.

Su traje diario consistía en un simple trozo de tela teñida de negro atado al cinto que le daba algo de sujección, a unos pantalones formados por varios trozos de tela que antaño habían sido de distintos colores pero ahora se hallaban teñidos también de negro, y cuya única gracia era que si desataba las cuerdas del pantalón podía hacer sus necesidades sin tener que bajárselo del todo, y por tanto pudiendo salir corriendo en cualquier momento. Finalmente quedaba su único accesorio, un collar de perro. Se lo pusieron en su época de esclava, y ella está decidida a no quitarselo hasta que verdaderamente se sienta libre.

-Voy a buscar comida. Nos vemos luego.

Se descolgó con facilidad por el tronco y sus pies descalzos tocaron la fría y húmeda hierba.

Miró el bosque y respiró hondamente. Otro día más. Aguantaría otro día más.

Hizo lista mental y listó las tareas por ahora. Encontrar beber agua y encontrar nueces deku estaban en primer lugar, seguido de cazar la comida y encontrar más fruta. Dio el primer paso para hacerlo, pero su cuerpo, que aún estaba despertándose, reaccionó y le hizo modificar la lista. Su prioridad pasó a ser hacer un pis.

Como siempre el árbol no parece responderle. Al fin y al cabo, no pueden pueden hablar... ¡son árboles! Aunque... comienza a sentir el peso de una mirada sobre ella... y parece proceder del mismísimo árbol. ¿Será que con el paso del tiempo y después de tanto hablarle ha desarrollado una conciencia? Pero la sensación se esfuma tan deprisa como ha llegado.

El bosque es bastante frondoso así que no tiene problemas para encontrar un lugar en el que hacer sus necesidades. Y nadie se atreve a adentrarse en los bosque perdidos así que no hay nada que temer, nadie le hará una visita inesperada mientras se esconde tras un matorral y haga lo que tiene que hacer.

Lo único que escucha es el trinar de los pajarillos, posibles presas, y esa constante melodía que parece surgir del corazón del bosque.

- ¡Uaaaaaaa! - exclamaba mientras caía hacia un montón de heno. -*pppffff* - Al parecer, me había quedado dormido sobre un árbol. Lo primero que recordaba eran un montón de abejas enfurecidas revoloteando a mi alrededor. Y cuando intenté sacudírmelas, perdí el equilibrio y comencé a caer. Me levanté tosiendo y sacudiéndome restos de paja. Entonces noté algo pegajoso en mi manga. ¡Eran restos de miel! Al parecer, "alguien" había tirado el panal de las abejas al suelo.

-¡Oh, maldita sea! - dije mientras corría con todas mis fuerzas hacia el río. Odiaba cuando era forzado a darme un chapuzón matutino. - *Ploff*-.

El zumbido de las abejas enfurecidas le sigue hasta el agua y aunque no entran dentro del líquido vital, se mantienen durante unos minutos sobrevolando la superficie para ver si el maldito niño que les ha robado la miel sale del agua y así dejarle la cara bien bonita.

Pero las abejas se cansan de esperar y se alejan de allí para volver a sus quehaceres.

Aunque al kokiri no le guste darse un baño matutino, lo cierto es que el agua cristalina es muy refrescante y revitalizadora y el sonido de la corriente ayuda a calmar los sentidos de aquellos que se dejan llevar por las aguas tranquilas del río.

Desde la orilla se puede escuchar una risita divertida por la situación.

Aquel acontecimiento no iba a pasar desapercibido ni siquiera para la joven Himiko, pues su duro entrenamiento había dejado pocas oportunidades de conocer el vasto Hyrule. Algo que ciertamente ansiaba poder emprender pronto, siempre que su timidez no le impidiera recoger el suficiente coraje para sugerírselo al clan de las sombras.

Había invertido tanto tiempo en las diferentes formas de eliminar amenazas, que apenas conocía fórmulas para transformarlas, la elocuencia no era precisamente su fuerte. Tales pensamientos alborotaban la ilusión de la niña que llevaba dentro, así como medio pueblo andaba ajetreado, pero sabía lo que tenía que hacer y esos caprichos debía ganárselos con resultados.

Por tanto aprovechó aquella oportunidad para mostrar su mejor sonrisa, que no era mucho más pronunciada que su habitual seriedad, pero que reflejaba enormemente el ánimo de sus sueños. Sentada a los pies del molino, disfrutaba paciente de la imagen que le ofrecía la entusiasmada gente de Karariko, el revuelo de las traviesas gallinas picoteando el suelo sin descanso y esa tensión por la llegada de tan distinguido visitante. Gran fortuna que pudiera ser partícipe de su recibimiento.

De pronto de proyecta una sombra que cubre por un momento la luz que baña a Himiko. Al mirar, puede ver a una persona alta. La conoce de sobras. Su fama la precede y es que no hay ningún niño Sheika que no conozca el nombre de la persona que tiene al lado.

Todos quieren aspirar a ser como Shika. Nacida para permanecer en las sombras, para moverse con el silencio con el que se mueven los gatos. Fuerte, rápida. Nunca falla una misión... o eso dicen. Corren muchas historias sobre Shika y sobre sus habilidades, pero muy pocos la han visto actuar y aquellos que la han visto trabajar o están muertos o parecen contar historias tan míticas como la historia de la propia Diosa Hylia o de las Diosas Doradas.

Con un movimiento, Shika se sienta al lado de Himiko y observa con sus rojizos ojos el panorama que se presenta ante ellas. Conoce bien que esos acontecimientos son importantes para todos, para mantener los ánimos a pesar de la creciente intranquilidad de las otras razas.

Con el brazo apoyado en la rodilla que tiene doblada se inclina hacia delante, como queriendo estudiarlo todo y todas las reacciones, como si no hubiese visto nunca lo que pasa cada día en el pueblo.

-¿Qué ves?

Ella es así. A penas habla y muchas veces no saluda más que con un gesto de la cabeza.

Nadfa no pensó demasiado en aquella sensación que había tenido en el árbol. Sin duda debían ser imaginaciones suyas, algún animal como mucho.

Cuando terminó de orinar se llevó las manos a la parte baja de la espalda y volvío a estirarse antes de dirigirse hacia una laguna cercana, donde solía beber y bañarse. En el camino encontraría alguna de aquellas plantas carnívoras, una baba, y conseguiría más nueces deku. En caso contrario tal vez podría usar la nuez que aún tenía para cazar algo... por si acaso la cogió con la diestra mientras la zurda apartaba las ramas que le salían al paso.

Tras tres años viviendo en aquel lugar, Nadfa conocía las zonas por las que solía moverse como la palma de su mano, pero en realidad no se había aventurado hasta lo más profundo, donde se decía que vivían los kokiri, pues temía, y con razón, que ya nunca pudiese volver a salir.

Además, aquello era ideal, había comida, agua y atajos que llevaban directamente hasta remotas áreas del reino de Hyrule, donde podía encontrar las herramientas y materiales que el bosque no podía proporcionarle.

La pequeña hada llega ya al final cuando las abejas parecían estar marchandose.
Su revisión matutina le había revelado que alguien se estaba dedicando a romper los abejeros y a romper helechos, tendría que buscarlo para pedir que parara.

Puede ver a Kiddo que parecia estar dándose un chapuzón y comienza a volar alrededor riéndose de manera cantarina.

La risa de Fael se une a la risa de Mila. La kokiri está sentada a la orilla del río con las botas a un lado, dejando que el agua fresquita le refresque los pies.

-Kiddo, siempre liándola.

El hada de Mila se acerca a Fael y revolotea con ella. Su nombre es Picca y es de un bonito color amarillo pálido... aunque es muy movida. Quizá porque es un color muy activo el que tiene.

-Buenos días, Fael - dice Picca con una hermosa sonrisa -. Parece que Kiddo ha estado ocupado molestando a las abejas. 

Mila vuelve a reír alegremente mientras recuerda la caída desde lo alto del árbol. Seguro que Kiddo ni se acuerda de como ha acabado ahí y tampoco se habrá dado cuenta que ese árbol estaba ocupado.

-Ha sido muy gracioso. Ha comenzado a hacer así con los brazos - le imita haciendo aspavientos - para acabar cayendo. Suerte de las enredaderas y la hierba.

Las Deku Baba se caracterizan por ser bastante discretas hasta que una presa se acerca demasiado, tanto como para no poder escapar de sus fauces carnívoras. Además, en los bosque perdidos siempre es más difícil de encontrarlas a no ser que uno se adentre más de lo debido en ellos. Y parece que hoy no será el día en el que encuentre una de ellas. Parece que será un día tranquilo.

Pero hay algo en el ambiente...

Es una sensación extraña. No solo es el haberse sentido observada en el árbol, también es una sensación de inminente peligro que no se dispersa mientras camina por lugares seguros, conocidos. El bosque vibra con una sensación apremiante, desconfiada, insegura. No se siente como el bosque que ha conocido durante tres años de su vida.

De pronto, mientras está cruzando uno de los muchos túneles para ir al pequeño lago, nota el horrible aliento de la muerte tras su cogote. 

Aquello ya no podía ser una ilusión suya... la sensación era demasiado constante, demasiado envolvente y tangible. Algo raro había en el bosque, como una neblina de sensaciones negativas.

Se llevó la mano zurda a la empuñadura de una de sus espadas y comenzó a avanzar mirando a todas partes. ¿Quizá alguien o algo la estaba siguiendo? Miró un par de veces a su espalda, pero tampoco vio nada extraño.

Ni siquiera vio babas dekus, no había rastro de los pequeños matorrales de hojas en los que se ocultaban antes de atacar. Pero aún así seguía sintiéndose como rodeada de enemigos... y entonces sintió "algo" a su espalda.

Automáticamente, como un resorte, Nadfa saltó hacia delante y rodó por el suelo hasta terminar de cuclillas habiendo dado un giro de 180 grados. En el proceso desenvainó la espada, que interpuso entre ella y la amenaza que había sentido, y la mano en la que llevaba la nuez deku se alzó, dispuesta a lanzarla contra el suelo si era necesario.

Allí está. La planta carnívora hace honor a su nombre. Las babas caen de su boca dentada al suelo mientras observa a su nueva presa sin tener en cuenta que esa nueva presa que tiene delante es mucho más peligrosa que un inocente pajarillo o un incauto kokiri que quiera adentrarse en el bosque hasta llegar al templo del bosque.

La planta se mueve a un lado y al otro, esperando a que su víctima se acerque para darle una dentellada con sus enormes dientes puntiagudos.

Nadfa respiró tranquila al conocer a su atacante. Además, estaba fuera de su rango, así que se encontraba totalmente a salvo. Se incorporó y tranquilamente guardó la nuez deku que le quedaba y desenvainó su otra hoja.

Suspiró mientras hacía unas flexiones y se sacudía las hojas que se le habían pegado en la ropa.

Luego dio un paso adelante, entrando en el alcance de la planta, que no dudó en atacarla. En cuanto comenzó el movimiento de avance, Nadfa volvió atrás y golpeó con su hoja la "cabeza" de la planta cuando ésta mordió el aire. Su segunda espada golpeó en la base de las mandíbulas, separándolas del tallo y derrotando finalmente a aquella planta.

Luego la joven no tuvo que hacer más que recoger su recompensa. El tallo le sería muy útil para hacer luego un pequeño fuego para calentar el agua necesaria para hacer su infusión de hierbas diaria.

Al pasar el peligro, salgo finalmente del agua resoplando y farfullando. Las risas de Mila provocan una intensa rojez en mis mejillas, y empapado la miro cabizbajo, farfullando, avergonzado de que me haya visto hacer el ridículo.

- ¡No les había hecho nada! -digo finalmente, indignado. - Simplemente estaba dando un "paseo", y acabé dormitando en ese árbol. No iba a quitarles la miel ni nada. Estúpidas abejas... - sigo diciendo mientras intento sacudirme el agua de las ropas. De repente suelto un estornudo por culpa de una brisa traicionera, lo que provoca aún más risas entre las chicas.

- Bueno, voy a casa a cambiarme. - digo aún avergonzado y con voz seca, y me dispongo a dirigirme a mi casa.

Una guerrera experimentada como Nadfa no tiene problemas en enfrentarse a una simple Deku Baba. Dentellada tras dentellada, la deku baba intenta comerse a su gran presa, pero por desgracia, Nadfa consigue sesgar su cabeza con un corte limpio. Lo único que queda de la planta carnívora es el charchito de baba a sus pies y el tallo. La cabeza de la flor se abre dejando al descubierto las semillas que tenía dentro, aunque no son muy grandes. Seguramente, no atraerán a presas muy grandes.

Tras acabar con el peligro inminente, la sensación de inseguridad del bosque no ha cambiado.