Partida Rol por web

El cazador tomó una flecha de las buenas y preparó su arco, que afortunadamente ya tenía en la mano. Al estar el sonido al otro lado de la roca, quizá estuviera demasiado cerca para un eventual flechazo, y un arma afilada sirviera mejor, o quizá apartarse para disparar.

Pero no había que adelantar acontecimientos...especialmente cuando decidió, por lo escuchado, que el sonido podría corresponder a un animal no demasiado grande que posiblemente se estuviera alimentando...

Hubo un sonido casi imperceptible bajo el pie izquierdo de Robehr. ¡Maldición! Y no pensó más. Se quedó quieto y preparó el disparo. El corzo había levantado la cabeza, como no podía ser de otra forma. No tenía más tiempo.

Lanzó la flecha justo cuando el animal decidió recoger sus cuartos posteriores para darse la vuelta. Era evidente hacia dónde se dirigía. La flecha pasó por delante de su cuello, y un sonido seco hizo pensar que podría haberse clavado en un árbol cercano.

El corzo se movió veloz hacia la oscuridad.

Al levantar la vista hacia arriba, algo extrañó al batidor. En un hueco de la fronda por donde entraba luz, algo hacia el Noreste había percibido un movimiento. Parecía que un hombre en lo alto de la colina, junto a una roca, había dado un respingo que por poco le cuesta una fea rotura de tobillo. En ese momento estaba quieto con el arco dispuesto a escupir una flecha, como aguardando algo.

La actitud era lo más extraño. O no tenía ni idea de caza, o parecía actuar más como una presa que como un cazador. Su posición en caso de carga de un animal era bastante mala, ya que estaba más bajo y la roca tras la que debía estar aquello de lo que se preocupaba no pasaba de cinco metros, aunque el cazador parecía estar cogiendo distancia. A esa distancia ni siquiera el arco corto era verdaderamente efectivo.

Por la zona de penumbra donde estaba ahora, no se podía llegar allí. Quizá por el camino oscuro, pero de eso no podía estar seguro. Tendría que seguir más hacia el Este y luego ascender por una pendiente algo menos pronunciada. No conocía mucho esa zona, ahora que lo pensaba. Estaba resultando una mañana llena de descubrimientos.

El cazador escarbó un buen rato, y notó de nuevo los restos de un olor dulzón que le mareó levemente. Se apoyó en la roca y notó cómo ésta se torcía y parecía querer engullir su mano. Se apartó bruscamente y cayó de espaldas. La roca volvió a ser sólo piedra, y Níbias miró alrededor desconcertado.

Luego observó la base de la roca. La hierba que ya no estaba había ocultado un pedazo de piedra clara. No era arena, ni suelo, tampoco la piedra gris que formaba el suelo de la ladera de esta colina. Parecía piedra de otro tipo...y estaba pulida.

Miró alrededor. Estaba en lo alto de la primera loma antes de entrar en la región de Montenoche, la región salvaje. Desde allí arriba, al otro lado la pendiente descendía bruscamente en lo que parecía un cortado, pero no podía ver el fondo desde su posición, ya que caía demasiado en vertical y le quedaban varios pasos para asomarse. Inmediatamente después de ese corte otra elevación, una colina más grande y portentosa surgía y se convertía en una verdadera altura.

Robehr se movió con habilidad entre los últimos árboles, separándose de la roca lo suficiente como para ver qué había allí detrás. No podía escuchar nada, pero una vez alcanzó el ángulo correcto distinguió primero unas calzas cómodas y resistentes, luego unos pantalones del mismo tipo que los suyos y una camisa. Era la silueta que había visto. En un momento determinado, algo le sobresaltó, ya que cayó hacia atrás apartándose de la roca con los ojos muy fijos en ella. Luego pareció mirar alrededor.

El aspecto del hombre joven era de completa desorientación. Era moreno, de piel algo más curtida y llevaba "herramientas" de cazador. Un arco corto, un cuchillo...eso era lo visible, junto con un carcaj grande para unas 30 flechas, aunque no debía llevar más de 10. Era bastante alto, una altura de hecho bastante notable, pero a pesar de ello parecía ágil.

Robehr no consiguió recordarle a pesar de hacer memoria. No debía cazar en la misma zona o quizá era de los poco sociables, ya que había cazadores de todo tipo, algunos puros ermitaños y otros más comerciantes que otra cosa.

No distinguió nada más alrededor de la escena. Enfrente de Robehr nacía una nueva colina apoyándose ligeramente en el final de esta loma que ahora había culminado. Estaba situado tras una sabina, oculto entre el grueso ramaje y con una rodilla en tierra.

Excepto los leves sonidos que hacía el desconocido al moverse, todo era silencio.

Níbias se sentó, resoplando, inquieto. No podía imaginar qué era aquello que estaba enterrado en la tierra, pero había sido construido, construido por hombres...evidentemente.

Sin embargo, aunque también era cierto que estaba estrictamente fuera de la linde del bosque, dentro de lo que se consideran regiones peligrosas, nunca se le había advertido de algo como eso. No tenía idea de que pudiera haber algo...lo que fuera.

Aquello era un lío. Su mente voló mientras descansaba el cuerpo y regalaba su vista con la impresionante visión de las tupidas copas del bosque, así como los prados que escoltan al río, a su izquierda y, casi justo frente a él, a lo lejos, a medio día a caballo, quizá a dos si se andaba con brío, la capital, brumosa por la distancia, pero aún impresionante, como un sueño de poder y riqueza.

Sin embargo, mucho más cerca de él, un cercano sonido, muy muy cercano...un gruñido bajo, grave, de los que no auguran nada bueno, le sacó de la distancia para devolverle a este lugar desconocido, inexplorado. La primera colina del lugar al que nadie quería acercarse.

Y una presencia se acercaba a él lentamente, pesada...justo por su costado derecho, fuera de su ángulo de visión.

Robehr nunca había estado allí antes. Le parecía verdaderamente sorprendente cómo podía uno pasar en apenas dos pasos de la seguridad de un bosque propiedad de los regentes de la región a una zona inexplorada, desconocida y, según se decía, temida con motivos.

Ciertamente, en el bosque del norte sucedían cosas extrañas. Todo el mundo evitaba la noche tan cerca de las colinas, y había sido más de uno el que se había perdido para siempre, cuando lo último que se supo de él es que estuvo rastreando señales por esta zona. No era una buena idea estar allí, pero allí estaba.

El batidor al que observaba se había sentado finalmente, mirando el suelo que había desfigurado a golpe de cuchillo. Detrás de éste la pequeña colina redondeada donde estaban volvía a bajar, y ya en las sombras, quizá unos diez metros atrás, una nueva pendiente ascendía más empinada aún, casi impracticable sin equipo adecuado, alta y espigada, como si supiera algo que nadie más debiera conocer. Aún más atrás, cuando uno pensaría que a esa distancia de la colina sombría nada más podía quedar por verse tras ella, podía verse algún pico blanco de Montegrís. Sólo pensar en esa región le puso los pelos de punta. Hablar de demonios, espectros, reinos del mal, del fuego y el hielo, de tinieblas y muerte, era hablar de Montegrís. Y nadie había estado allí nunca para corroborarlo. Todo se basaba en dichos, rumores, leyendas alimentadas por siglos de desconfianza.

Sin embargo, bastaba con echar un vistazo para estar de acuerdo con las historias. Parecía un pico nevado normal, lejano e inalcanzable, sí, en el medio de un macizo de estribaciones y sin ningún sendero para el hombre. Tan infestado de alimañas que muchos juraban verlas cada noche en los límites de la zona, incapaces muchas veces de quedar confinadas allí, a pesar de ser un espacio enorme.

Era el dicho...las murallas de Los Prados las han protegido del exterior, pero se han cobrado su precio en sangre. Fueron innumerables los aventureros que intentaron llevar luz a esa región salvaje...y ninguno volvió...al menos no cuerdo.

Algo llamó entonces la atención de Robehr, más abajo, junto al otro batidor. Algo se movía dentro de una sombra y se acercaba a él. No se podía ver bien, sin embargo. Lo más probable era que fuera un corzo, pero había en sus movimientos algo extraño...los animales salvajes sólo tenían un motivo para acercarse a los humanos...

Nibias se volvió hacia su derecha en un único movimiento, a la vez que se agachaba y llevaba su mano derecha a la bota, de la que extrajo su cuchillo. Su postura era defensiva, agazapado a la espera de lo que pudiera saltar sobre él desde la espesura.
Actuó por puro instinto, pues no era su proceder atacar algo desconocido, siempre prefería permanecer a la defensiva hasta ver a su rival. La única pelea buena era aquella que se podía evitar.

El animal se movía cubierto de sombra. Cuando el batidor extrajo el cuchillo de su bota se le antojó ridículo en comparación con aquello que le acechaba. A una distancia de unos cinco metros, "eso" dio una zancada lateral sin sonido alguno, y unos ojos negros y fríos se abalanzaron sobre el cazador antes de que estuviera preparado para recibir la embestida.

El silencio y la velocidad aturdían al cazador, y con horror descubrió que su nombre era más "presa" ahora, cuando unos dientes negros que enjaulaban una lengua roja como la sangre se acercaron de un salto a su cuello.

El animal envuelto en sombras se movió tan veloz que pareció ser un momento eterno. Como si fuera una pesadilla, la bruma negra, retorcida y obscena llegó un instante antes que su dientes, y llenó de frío el rostro de Níbias. Éste había levantado el brazo, pero una pata se lo había apartado sin ocasión de dañar.

El batidor había levantado el brazo izquierdo sin darse cuenta, y quizá eso le salvó la vida...de momento, pues la sombra se enrolló en él, helada, y la mandíbula pasó justo por encima, rozando el cabello hirsuto de la bestia, aunque Níbias casi no sintió nada por el frío.

Níbias trastabilló y su pierna derecha cedió. En ese momento, tras él, otro hombre disparó una flecha, concentrado en el momento en que el animal de sombra estuviera más visible, si aquello fuera posible. La flecha voló demasiado alta, pudo verlo con los dientes apretados mientras el animal terminaba de derribar a Níbias tras un par de débiles pasos más. El animal gruñó y chasqueó un par de veces la mandíbula, con el corpachón del cazador bajo ella.

Níbias se debatía bajo el cuerpo peludo de la bestia, luchando tanto contra ella como contra sus propios nervios, tratando de dominar la situación. En la posición en la que se encontraba era extremadamente vulnerable, aunque tenía como claro objetivo el pecho de la bestia al alcance de su cuchillo, también era consciente de que a esa distancia no podría evitar las fauces del animal. Además, en algún punto en el interior de su mente seguía fresca la imagen de una flecha surcando el aire sobre ellos.
Tenía que poner algo de espacio entre él y la criatura, así pues afianzó su poderosa espalda contra el suelo y encogió sus piernas, situándolas entre su cuerpo y el de la bestia. A renglón seguido tensó todos los músculos de su cuerpo en un único movimiento que le llevaría a impulsar a su atacante hacia atrás, utilizando para ello la fuerza de sus piernas. De esa manera conseguiría quitársela de encima, ofreciendo además un blanco claro para el desconocido arquero… suponiendo, claro está, que el solitario proyectil que acababa de sobrevolarles tuviera como sangriento destinatario aquella oscura criatura y no él mismo.

Roberh blasfemó para sus adentros otra vez, la fortuna se estaba comportando como una niña caprichosa, que señala con el dedo y se burla de las desgracias ajenas, ya cuando salió disparada la saeta el batidor se dio cuenta de lo mucho que estaba errado el disparo, todo lo que había aprendido parecía estar fallándole en el momento más crucial, tal vez el bosque había decidido que los pasos de Bordefronda terminaban hoy.

Con calma cargó otra flecha, si antes era un disparo difícil ahora trabados en cuerpo a cuerpo era aun peor, el lobo no podía hacer mucho por esquivar el tiro pero fallarlo por solo unos centímetros podía causar un impacto en quien no debía.

Dando un suspiró tensó el arco y volvió a apuntar, la situación no podía ir a peor al menos por el momento.

El animal babeó algo negro y maloliente que cayó en la mejilla de Níbias, cálido, como el aderezo o la salsa de un buen festín.

La rabia del batidor y su instinto más animal le ayudaron a igualar la acometida de aquel ser de sombra y pelo negros. Rugiendo igual que su agresor, Níbias intentó forcejear aprovechando su superior envergadura para librarse de la presa, mientras el animal trataba de afianzarse para lanzar una cruel dentellada final.

Detrás de ellos, un arco volvía a tensarse. No soplaba el viento, pero la nube había vuelto a intalarse sobre ellos, ocultando el Sol como cómplice de aquella pesadilla de dientes negros, y trayendo la desesperanza al corazón de los hombres.

Roberh esperó, por apenas un segundo imperceptible para cualquier hombre salvo para aquellos que luchan por su vida, esperó lo justo para un aliento y un suspiro, esperó buscando un tiro limpio mientras bestia y animal se jugaban el todo o nada.

El lupino agresor buscaba dar la dentellada definitiva, teniendo exclusivamente a su presa como cobertura, presa que aun vivía y forcejaba por destrabarse, menos de un segundo de tiempo en el que el lobo deja su costado descubierto.

Bordefronda cesó su presa sobre el culatín de la saeta, la cuerda se liberó empujando la flecha con toda la presión que era posible, en un silbido veloz el proyectil se estrelló limpiamente contra el costado del lobo arrancando un desagradable aullido.

Roberh no se tomó ni un solo segundo mientras llevaba la mano al carjac buscando otro proyectil, esperaba que la bestia se encolerizara si bien las heridas podían empujarla a escapar.

Níbias logró interponer una pierna mientras se defendía de las dentelladas veloces y algo fuera de distancia levantando el cuello del animal con la mano izquierda. Su brazo derecho, el armado, estaba en mala posición para asestar un golpe efectivo, y u otra pierna también.

Al menos, la bestia no encontraba la forma de situarse en posición de asestar una dentellada clara. Níbias decidió que tendría que reaccionar en ese momento. Estiró su poderosa pierna y ante su sorpresa, el vientre del animal cedió. Lo levantó con un grito propio tan feroz como el de la bestia y vio que alcanzaba distancia para un tajo en el cuello. En ese momento escuchó un sonido, seco y macizo, que reconoció al instante. Una saeta se clavó justo bajo la barbilla del animal, en el mismo lugar en que Níbias estaba pensando hacer un destrozo.

No salió sangre, sólo un aullido borboteante y agudo, lastimoso. El animal perdió toda resistencia y se fue hacia atrás, liberando al batidor. Muy lentamente, se fue hacia atrás, con las patas temblando mientras la sombra que lo rodeaba ya lo abandonaba y de nuevo la nube dejaba paso a la luz del Sol en lo alto.

Dando la espalda a Níbias, el animal tropezó una vez y volvió a levantarse. Cuando tropezó la segunda, quedó al borde de risco...y ya no volvió a levantarse.

Roberh negó con la cabeza con rostro cansado mientras se pasaba la mano por el rostro, los ojos del batidor reflejaban su confusión interna y un millar de dudas.

Todas las aldeas tenían sus secretos, en muchas ocasiones era mejor no saber nada y seguir con la rutina. Pero ahora sabían, habían vivido en sus propias carnes la experiencia y no podía pretender continuar con sus vidas normales olvidando lo que había visto, lo que habían sentido y lo que habían temido.

- Culpa de los jóvenes, vosotros viejos zorros agarrados a vuestros secretos como a las faldas de una buena moza.

¿Y que harán nuestros guardas si eso se mueve? Las sombras parecen agitarse y el bosque es traicionero. Es pedir mucho seguir la caza sabiendo que "eso" esta allí, acechando como un puto lobo. -

El viejo Ranagrís negó con la cabeza. Quizá negó a Robehr, quizá negó el pasado, a sí mismo, o a aquello que temía tan profundamente.

- Siempre hay sombras, chavá. Nos han observado toa la vía y allí seguirán. Si bajah, iguá es que hemos hecho argo malo. Los espíritus no descansan, y son como las serpientes. Sólo atacan cuando se las molesta...pero nosotro creemos que son mala...cuando sólo quieren avisá...

Ranagrís parecía de nuevo en su mundo. Sus ojos se movían hacia ningún lugar, siguiendo una estela que no estaba allí, quizá incluso atendiendo a unas voces de las que ya no quedaba ni el último eco...

Níbias miraba al viejo Ranagrís con severidad, fijo su semblante en un gesto de contradicción y reproche. No podía ser concebible para su mentalidad, su forma de pensar y los valores con los que le criaron, aquella forma de pensar. Él respetaba la vida por encima de todo.

-Ranagrís, quiero pensar que los años nublan tu buen juicio en este asunto, pues es de vidas humanas de lo que hablas. Por mucho que intentes justificarlo, las desapariciones o la muerte de algunos miembros de la aldea no es cosa para tomar a la ligera. Así como tampoco lo es esa sombra.

Níbias volvió la vista hacia la montaña, una vez más, como intentando vislumbrar físicamente el mal que les acechaba.

-Robehr, si te parece bien, podríamos intentar nosotros hablar con la guardia. Quizás así lleguemos a entender un poco mejor lo que ocurre. No me siento tranquilo, ni estaré en paz, hasta que no sepa qué está pasando y pueda hacer todo lo que esté a mi alcance por avisar a los demás de lo que ví.