Los gestos de afecto de Eileen me reconfortan. Respondo a ellos abrazándola. También yo quiero disfrutar de su compañía y confiar en que el destino nos permita consagrar nuestra unión.
La señorita Jensen ha respondido finalmente y su explicación me convence. Las discusiones han continuado sin fruto. La desconfianza es general, como no puede ser menos, y ya ha alcanzado hasta al reverendo. Me repugna la idea de que un sacerdote pueda servir al Príncipe de las Tinieblas y me niego a creer en su culpabilidad.
Las dudas y el temor a equivocarme me acechan e intento por todos los medios encontrar un argumento o razón que me permita identificar a alguno de los brujos.