Partida Rol por web

Sir Terrence vuelve a insinuar, al igual que en la recepción, que el marqués pueda no estar muerto. Es una creencia extraña cuando estamos aquí para leer sus últimas voluntades

- Sir Terrence, no quiero malinterpretarlo, ni ser descortes, pero ya en la recepción comento que el marqués no esta muerto, y ahora lo vuelve a insinuar - le digo - ¿a que se debe tal creencia? -

Me sorprendo pensando que desde que estoy aquí, nadie ha comentado nada sobre la causa de la muerte del marqués, ni que hubiese estado presente en su funeral.

- Tiene razón sobre Kimberlein, es conocida su rectitud en todos los circulos - contesto mientrás pienso en lo que me dijo el señor O'hara.

Hubo unos segundos de silencio que precedieron la respuesta del noble francés.

-Espero no haberla incomodado con mis insinuaciones, respetada señora - dijo al final- es simplemente el deseo de un amigo, ante la actuación que se ha dado, el marques lleva desaparecido dos meses para todos, absolutamente para todos, ni una carta ni una muestra de vida, esto sería preocupante de no ser porque él era así -sonrió -pero... tampoco se han hallado pruebas de que este muerto, ni se ha dado con el cuerpo, una tumba vacía no prueba ni probara nada... pero es un tema inquietante para una dama como usted, contendré mis pensamientos si estos le inquietan -prometió.

Asintió a lo dicho del conde.

-Es cierto, muy conocida

-Algo ha debido turbar la sensibilidad que comporta su bendecida maldición a estos animalillos...-observó apresurado mientras se disponía a salir en pos del felino-. Sea como fuere, haríamos bien en no demorarnos más. Si me concede un momento, apaciguaré a mi compañero de viaje y podremos dirigirnos junto a usted hacia el comedor.

No habían expirado sus palabras y ya partía tras el minino. A pesar de que en parte deseara centrar su atención en esta persecución, el torbellino de pensamientos que se había conjurado en su mente rehusaba abandonarlo.

Aquella primera ocasión en que su camino y el del misterioso animal se encontraran. La fantasmal conversación entre esos hombres venidos, quizá atravesando las brumas del sueño, de tiempos pasados...otros sucesos, pasajeros e inconexos si se atendía a la razón, en los cuales el minino, por lo general, hiciera acto de presencia, acudieron también.

Los tintes fantásticos e ilusorios que salpicaban su alma acometían en esos instantes un apasionado asalto a la fortaleza de la lógica tras cuyos inestables muros aún insistía Edgar en poderse ocultar. No fue en verdad consciente del momento en que se produjeron grietas tales que la racionalidad cedió el testigo al deleite creativo.

En la fantasmal escena se mencionó a una dama, una dama de noble cuna y honrosa imagen, implicada en secreto con paganos ritos de brujería. Pareciera que en aquél entonces aconteció algo tenebroso en grado sumo, y de alguna forma Tristan había ocasionado que esto volviera a ocurrir, o el progreso de dicho acontecimiento fuera retomado.

Tal vez el felino de relajante ademán tuviera menos todavía de bestia de lo poco que Edgar le había atribuido. Solo se trataba de una suposición, tan descabellada como las otras que se desnudaban, con gesto lascivo e indecente, ante sus ojos. Por curioso que resultaran, cuando sus pensamientos se tornaron a lienzos dotados de mayor feminidad, la desnudez era el menor de sus intereses. La joven teñida de carmesí, su reincidentemente extraño comportamiento, en el salón, en los jardines...

Lo mejor que podía hacer era mantener la compostura, según los consejos de esa "voz" que resonaba en su interior, una voz muy similar a la suya, pero diferente, o puede que en exceso idéntica, de alguna manera, y asistir a la comida con su acostumbrado buen talante. Entonces tendría ocasión, o así lo esperaba, de meditar acerca de cuanto creía haber presenciado, así como, sonrisa de la dama fortuna mediante, de disipar aunque fuera un poco, sus inquietudes y suspicacias respecto a la bella señorita Beaumont.

Siguiendo al delicado felino Edgard salió de la estancia encontrándolo escondido detras de una armadura antigua, parecía asustado porque se escondióun poco mas en cuanto su amo se le acercará, cual si temiese ser lastimado, sin duda sus inteligentes ojos demostraban que no estaba por la.labor de ir con Edgard y que tenía razones de peso para esa decisión.

Aun así no se opuso cuando los dedos de Forrester lo cogieron del cuello levantándolo hasta llevarlo a su pecho, una risa leve salió de la boca de Edgard... Una risa que en definitiva no era suya.

-nunca entenderé a los gatos-dijo, con una voz que tampoco era suya- mi querido hermano en cambio les guarda afecto y por ello los mantenemos con nosotros, es lo que da sentir afecto - se volvió a su interlocutor, ojos tranquilos le devolvían la mirada completando a la mujer anciana que vestida de negro le acompañaba - pero eso no importará dentro de poco . digame.... ¿Lo tiene?- preguntó, sintiendo la ansiedad del hombre como suya.

Podía notar la tensión del hombre según avanzaban por  los pasillos tras la Duquesa, había resultado tan natural la última vez que la rabia la recorría por dentro. No tenía nada en contra de la anciana pero no le gustaba que al gente tuviera que ocultar su autentica esencia por aparentar y mantener las maneras que marcaba la sociedad. Prudence trato de evitar mirar a la nuca de la Duquesa como si pretendiera estrangularla con la mirada y continuo conversando con voz suave y serena con el señor Sevenoaks. 

- Libros, uno de mis temas favoritos. He oído maravillas sobre la colección de la biblioteca, quizá podría usted mostrármela y recomendarme algún curioso ejemplar y así charlar tranquilamente con una taza de té sobre literatura

Se sentía un poco mal por mentir de esa manera pero prefería que no se supiera de su incursión en la biblioteca, aunque el servicio ya estaría al tanto y no dudaba que tarde o temprano llegaría a oídos de la duquesa. No tenía porque ser ahora. 

Que ella conociera el lugar dónde se encontraban los diarios no me sorprendió en lo más mínimo, el lugar dónde se encontraban y la ayuda que había solicitado, sí me cogieron un poco desprevenido… aunque visto lo visto, ya nada debería sorprenderme en Lyndbrooke.

Asentí firmemente tras sus palabras.
- No le quepa duda que iré con ustedes. Estoy dispuesto a llegar al fondo de este asunto, sea el que sea- Cada vez tenía más claro que ya no se trataba de una simple herencia, mucho temía que mi vida, y la de los demás, estaba en juego.

La llamada a la puerta me sobresaltó, observé en silencio como Lirio contestaba a la doncella, después me levanté y tomé la carta de sus manos.
-Si, es la hora...- Miré hacia un punto al infinito y luego volví mi mirada a sus hermosos ojos azules, sonriendo vagamente – Veremos que nos depara el resto del día, y a la noche, esperemos desentramar esta maraña enrevesada.- Le cogí las manos y agaché un poco la cabeza hacia ella, sonriendo levemente – Y salvar a su primo-

Dicho esto, me despedí de ella con una reverencia, haciéndole saber que en unos minutos iría a buscarla para ir juntos al comedor y salí silenciosamente hacia mi cuarto para cambiarme.

Me aseé lo más rápido que pude, no quería perder el tiempo llamando al ayuda de cámara, “afortunadamente” ya estaba acostumbrado a prepararme sin uno, había tenido que despedir a mi fiel Sr. Evans hacía ya unos cuantos meses, pues no había dinero para pagar su sueldo.
Durante ese tiempo había aprendido a hacer más cosas por mí mismo de lo que creía que era posible, y creía que eso me había hecho algo más humilde. Sonreí para mis adentros, mi madre estaría orgullosa si pudiera verme.

Me vestí con un elegante smoking, negro como mandaba la moda actual, aunque elegí un chaleco y un cravat azul celeste que me recordaban a los ojos de mi hermosa acompañante.

Antes de salir, guardé la carta en el bolsillo interior del chaleco y me dirigí a buscar a Lirio para reunirnos con los demás.

Me sorprendí de su respuesta. Cuando me llego la carta pense que el marqués estaba muerto y no me preocupe en investigar cuando ni como. Enterarme de que realmente había desaparecido y le habían dado por muerto después de tan poco tiempo era extraño, aunque no más de lo que estaba sucediendo en la mansión desde que llegue.

- No me incomoda Sir Terrence - le conteste tranquilamente - más bien me sorprende, en mi desconocimiento del marqués, no sabía que sólo había desaparecido y le dabán por muerto -

- ¿Dos meses dice que hace? - le preguntocon expesión ligeramente sorprendida - me parece poco tiempo para organizar una lectura de ultimas voluntades. -

- Continue sir Terrence, me inquieta más no saber que lo que pueda contarme - afirmo

El torrente de inquietud que recorrió las venas de Edgar hubiera pasado, dando lugar a una reposada contemplación y calmas especulaciones acerca de hipotéticas brujerías e incipientes demencias, de no ser por los hacia su compañero manifestada por esos gestos que no podía aceptar como propios ni aún viéndolos a través de los ojos del ejecutor. Nada podía hacer salvo observar, y procurar ahogar el temor por su felino amigo ayudándose de la poca razón susceptible de ser hallada en circunstancias tales: el peligro, por el momento, bien podía no ser real.

La mujer era vieja en años, pero dueña de unos ojos que expresaban lo que el cuerpo ya no podía: una voluntad férrea. Edgard sabía, porque el hombre lo sabía también, que la mujer había sobrevivido tres maridos, siete hijos varones y cuatro hijas mujeres, que era dura como el acero, sabía cómo lo son las mujeres del bosque y que muchos aldeanos supersticiosos preferirían no tenerla al lado, una mujer cuya familia moría mientras ella no daba muestras de debilidad llevaba al vulgo a pensar. Pero como sabía eso también sabía que el hombre la valoraba y que años antes había jugado entre las hierbas que aquella mujer criaba, solo que ahora estaban lejos y él había hecho algo malo, y no quería aceptarlo. -Los gatos, niño Carlos-hablo la mujer delatando una voz que tenía un poco de sabía y un poco de nana –son sabios, pero también independientes, a usted le gusta que le traten como un rey… pero un gato nunca hará eso, por eso no le gustan –las palabras llegaron y un mohín de desacuerdo nació en los labios de Edgard, pero no pudo hablar – lo otro lo tengo, pero debo advertirle que no es buena idea, no es buena idea ¿Por qué quiere tener algo tan malo? -Querida señora –de haber podido se habría puesto a sus pies y habría expresado palabras de consuelo mucho mejores, pero habría significado soltar al gato y dejar que escapará de nuevo, llevaba tres días desaparecido, si Nataniel no lo quisiera tanto… hacía mucho que… se habría desecho de el – le prometo que solo quiero recuperar la reliquia de mi familia, solo eso, le prometo que no haré con ella nada de lo que usted teme –aseguro, lamentándose en cierto modo que ella fuera tan supersticiosa -¿Está bien? La anciana removió las manos y al final asintió. -Lo sé, pero no es lo que uste hara… sino lo que esa cosa hará en uste –explico la mujer, evidentemente inquieta por no poder llegar hasta ella –es que no ve que ya ha enloquecido a otros hombres, su bisabuelo, su abuelo y su tío, solo su padre fue sabio al enviarla a donde debía, enterrándola en el suelo. Sus palabras llegarón, pero Edgard estaba en el cuerpo de un hombre de ciencia, de conocimientos, de realidades, no en u hombre que podía creer cuentos de viejas. -No me pasara a mi ¿Sabe porque? Porque tomaré la espada y la encerrare en un baúl de hierro, que envolveré en cadenas de plata… y luego la colgare con cadenas reforzadas del techo de una de mis mazmorras, cuya entrada luego cubriré de muros gruesos … -sonrio levemente, confiable y con cariño –y entonces la maldad de la reliquia no podrá llegar nuca hasta ninguno de mi familia, se lo prometo ¿Me la mostrará ahora? –estaba ansioso por ver la obra de arte que le había llamado la atención desde que fuera un niño, adornando la cámara de tesoros de la familia. La mujer suspiro resignada yendo hacía un canapé que no estaba muy lejos, del cual levanto un envoltorio de tela negra, y Edgard sintió ansiedad. Tomo el evuelto casí con reverencia y entonces lo desenvolvió, ignorando casí las palabras de la mujer. -Esta maldita y maldita se quedara, con sangre, guerra y engaños no se puede cubrir la traición señorito… no se puede esconder el crimen… encierre la espada donde nadie la pueda encontrar, donde nunca nadie la pueda tocar… donde nunca nadie le tenga que conocer. Pero estaba extasiado y no escucho la advertencia, no en verdad, sus ojos estaban presos del filo brillante de la espada, forjada hacía más de cien años lucia nueva en belleza, nueva en su forja, en su acabado, en el brillante filo…. La espada de los condes de Brooke El Lobo de Invierno

Permitiéndose una sonrisa un poco ironica y otro poco despreciativa, el baronet comento.

-No es tan raro, señora... cuando se trata del titulo y las tierras de un marquesado -sus palabras eran un poco arrogantes, pero demasiado ciertas como para ignorarlas libremente - hemos llegado, señora Hughes -comento, al llegar al comedor.

Eran al parecer los primeros en llegar, pero pronto les acompañarían.

Permitiéndose una sonrisa un poco más sincera y con cierto brillo en los ojos el joven contesto.

-Ciertamente es una biblioteca magnifica, pocos nobles pueden vanagloriarse de poseer mejor colección que los Lyndbrooke, si existe la posibilidad, prometo que se la mostrare -contesto, con cierta alegría en la voz, aunque la reprimió rápido, no fuera a considerarse su animación un comportamiento peligroso.

-Estamos llegando -susurro,cuando se acercaban a la puerta del comedor, al ingresar vieron que la señora Hughes ya había llegado, y estaba en compañía del baronet dela Croix.

Lirio abrió la puerta saliendo de su habitación completamente arreglada, por su aspecto nadie imaginaría el tortuoso proceso que había pasado hacía pocos minutos, tenía un gran dominio de si misma y sus emociones y lo demostraba, tomando el brazo que le ofrecías comenzaron a caminar al comedor, ella poniendo algo de prisa en el gracioso paso.

Era bueno tenerla de guía, al menos parecía conocer muy bien el lugar.

-Gracias por su apoyo -susurro, acariciando tu brazo con cierto afecto, o algo parecido a ello, cuando ya pronto llegaban al comedor, vieron delante suyo ingresar a la duquesa, junto a Lady Maccon y el señor Sevenoaks, Lady Merrow en compañía de su tutor Lord Gallant y dentro del comedor, a la señora Hughes y el baronet dela Croix.

El comedor, como el resto del Lyd era elegante, amplio y de buen gusto en sus colores.

Las arañas en el techo, la luz que entraba por las ventanas, la seda de los manteles y pañuelos, las sillas bellamente trabajadas, los candelabros que debían ser de la plata más pura, el cristal de las copas... era una demostración de lo que podía pertenecer a cualquiera de los presentes llegado el momento si habían logrado ser enriquecidos con ello en el testamento del márques.

Fue, al ver los cuadros, la plata, la belleza del lugar que cayeron por primera vez en la cuenta de que el lugar era magnifico hasta lo indecible.

Satisfecha con haberla arrancado una sonrisa más sincera al hombre y viendo aquel brillo en los ojos.

- Esperare el momento con ansía entonces -  le sonríe apretando ligeramente su brazo.

Entonces las puertas del comedor se abren ante ellos mostrando la magnificencia de la estancia dejando impresionados a los comensales según van llegando. Al ver a la señora Hughes y al de la Croix los saluda con una leve reverencia, mientras el señor Sevenoaks acompaña a la acompaña hasta su asiento apartándole caballerosamente el asiento.

- No había pensado en el título - dije cohibida - espero entonces que la ausencia del marqués sea voluntaria y como usted dice aparezca de repente -

Llegamos al comedor, tan magnifico como el resto de la casa, no cabe duda que como insinuaba sir Terrence había una gran herencia detrás de la prisa en declarar muerto al marqués.

- Espero no haberle incomodado siendo demasiado directa en la conversación - le digo mientrás aún estamos solos en el comedor - me temo que esta situación olvido un poco cual es mi lugar -

- Le agradezco la compañia y la conversación y confio en no haberle molestado -

Sir Terrence y yo fuimos los primeros en llegar al comedor, aunque estando próxima la hora de la comida, era de suponer que pronto llegaría el resto de los invitados.

Casi al momento entro la duquesa, acompañada de Lady Maccon y el señor Sevenoacks. Los salude con corrección, interrumpiendo la conversación que mantenía con sir Terrence. Ya que la duquesa había dejado claro en la recepción que el tema le molestaba, quizás sería mejor que lo cambiáramos.

La presencia de la duquesa siempre era un firme recordatorio de mi lugar en la sociedad. No sabiendo muy bien donde me correspondía sentarme, decidí esperar a la llegada del anfitrión para ver cuál era mi sitio en la mesa.

Edgard parpadeo, y con ello salió de su abstracción, su felino compañero lo miraba desde el suelo, se sostenía sobre sus patas traseras apoyando las delanteras en las piernas de Edgard, mismas que en aquel momento sentían las garas del animal hundirse en su piel. Su maullido sonaba a reproche pero en aquel momento otra cosa preocupaba a Edgard: seguía en la habitación de las estatuas, aun veía la "pesadilla" de Fuseli tras la rubia cabeza del honorable Stratford, el mismo que le miraba preocupado, las estatuas no muy lejos seguía donde las había visto por primera vez. -¿Se encuentra bien señor Forrester? -preguntó, sorprendido de o haber recibido respuesta a su opinión sobre la pintura.

Me agrada comprobar que no somos los últimos en llegar, hubiera sido una desfachatez por parte de un caballero de mi estatus hacer esperar al resto de los invitados.

Le dí un rápido vistazo al comedor, sin duda es majestuoso; pero increíblemente, el pensar en poder poseer aunque sea parte de semejante riqueza, se ha convertido en algo secundario para mí. Sólo deseaba llegar al fondo de los extraños sucesos y marcharme de este lugar endemoniado.

Sin soltar a Lirio de mi brazo, saludé con una sonrisa y una reverencia a los presentes.
-Espero que hayan disfrutado todos de un agradable descanso-